60
No se si algún día podré perdonar a mi padre por todo lo que me hizo. Creo que no, no voy a poder. El perdón está lejos de mi vocabulario cuando de él se trata, y pienso que eso no está mal. Es lo que me toca sentir después de todo lo que viví a costa de malos tratos, y los distintos traumas que instalo en mi.
Tal vez, cualquier otra persona en mi lugar, no le hubiese importado en lo más mínimo su estado de salud, y lo hubiese golpeado hasta la muerte. O hasta dejarlo irreconocible.
No voy a negarlo, tuve muchas ganas de lastimarlo. Pero, al verlo en ese estado, entendí que la vida le estaba dando todos los golpes que mis puños se guardaron.
Además, también entendí, que si lo golpeaba, iba a bajar a su mismo nivel. Y no, lo que menos quiero es estar en ese sucio lugar.
Fue un torbellino de emociones estar frente a él. Realmente fue desgarrador haber estado, una vez más, en el radar de esos ojos maléficos. Ni siquiera su enfermedad, que tan mal lo esta tratando, es capaz de apagar la maldad que libera cuando te ubica con esos ojos negros.
Llegué a sentir miedo, tuve muchas ganas de huir y llorar en algún rincón oscuro de la ciudad. Casi que abandono el burdel para ir directo hacia el club de Los oscuros, y comprar la droga más fuerte de todas.
Pero no, algo en mi cabeza funciono de manera diferente. Algo me dijo que ese camino, era volver a caer en ese maldito vicio que el hombre frente a mí había instalado. Algo me dijo que lo enfrentara, le exigiera respuestas y lo mandara al diablo, con la promesa de arruinarlo más de lo que ya se encontraba.
Y así fue, me senté frente a él y le exigí respuestas. En ningún momento mostró arrepentimiento por todo lo que me hizo. Es más, dijo que eso me merecía por ser un niño cobarde. Según él, la crianza que me dio, era para hacerme un hombre hecho y derecho.
De todas maneras, no buscaba sus disculpas. Sabía que no me iba a encontrar con eso. Lo único que buscaba, era saber dónde estaba mi mama y que había hecho con Rebeca.
Cuando obtuve las respuestas necesarias, me puse de pie, busqué el recipiente donde estaban las cenizas de Rebeca, lo mire fijo a los ojos, y le dije que nos volveríamos a ver, con la justicia de por medio.
Hice todo lo que le dije a Alana, fui a ver a mi mama, le presenté a Rebeca, y lloré mucho frente a las dos. Antes de ir a visitar a Charly, hice unos arreglos en la tumba de mamá, la deje bonita, le compré flores, y ahí sí, fui a ver a mi amigo.
Cuando salí del cementerio, y cogí el autobús de vuelta a casa, caí en la cuenta de las heridas que estaba sanando, de las culpas que estaba liberando, y de las oportunidades que estaba abrazando.
Pasaron los días y las heridas seguían sanando. Poco a poco me iba sintiendo más libre, con menos peso. Fue ahí cuando pensé en Alana, en que debía correr hacia sus brazos para nunca más soltarla.
Pero antes, tuve varias sesiones con Mary. Y cuando ella me ayudó a entender que realmente estaba listo para ir a buscar a la mujer de mi vida, eso hice. Por suerte pude estar con ella el día de su cumpleaños.
Y aquí sigo, a su lado, viéndola dormir. Balbucea algo entre sueños, algo inentendible pero que me hace reír cuando babea. Luego me dice que ella no hace eso, que soy yo el que deja húmedo el cojín.
La amo tanto. Pero es un amor que no puedo explicar con simples palabras. Aunque tampoco podría explicarlo con las palabras más complejas del mundo.
No me alcanzaría la vida para hacerle entender cuánto la amo. Pero, si ella me lo permite, prometo que pasaré mis días demostrándole todo este amor que hay en mi corazón.
No solo porque así lo siento, sino también porque ella lo merece. Si este sentimiento que traigo, hace que en su rostro se dibuje esa enorme sonrisa que tan feliz me hace, entonces, seré la persona más cursi del mundo con tal de verla siempre así.
El sonido de un trueno provoca que sus ojos se abran de golpe. Es de mañana, y ha estado lloviendo toda la noche.
—Tranquila, Allie. Ven aquí... sigue durmiendo. —La traigo hacia mi cuerpo. Se acurruca en mi calor corporal y vuelve a dormirse de forma instantánea.
Le quedan dos horas más de descanso, y luego tiene clases de danza. No quiere ir, pero tampoco quiere volver a faltar. No quiere perderse las enseñanzas de Benedict, pero tampoco quiere ir a pasarla mal por culpa de sus compañeros.
Así que le propuse acompañarla, estar ahí junto a ella si me lo permiten. No dijo nada, al menos no sobre ese tema. Enseguida dijo de ver una película, y luego se durmió.
Ya estamos en la sala de ensayo. Somos los primeros en llegar. La secretaria de Benedict, nos dijo que no habría ningún tipo de problema con mi presencia. Pero Alana quiere escucharlo de la boca de su profesor.
Sus compañeros ingresan a la sala, clavan sus ojos en Alana y luego en mí.
—La princesa ha vuelto, y con un guardaespaldas muy atractivo. —Dice una chica morena, sonriendo de forma provocativa.
Alana se pone tensa a mi lado, y cuando otras dos chicas se suman a la morena, entiendo de quienes se tratan. El grupo de tres.
La ignoro y hago que Alana me mire a los ojos. Los tiene humedecidos y ya no hay rastros de la sonrisa que tenía hace unos minutos.
—Brilla, Allie. Quiero y deseo que brilles. Te amo.
Asiente, deja que le de un beso corto y limpia el rastro de lágrimas que hay en su rostro. Benedict entra a la sala de ensayo, pone sus ojos en Alana, sonríe feliz y luego me mira curioso. Le pido permiso para estar presente, y accede sin problemas.
Me siento en el suelo, detrás de Benedict, y pongo mis ojos en Alana. Frente a mí no está la persona que me cautivo con su alegría, no hay señales de la mujer bromista, llena de luz y amor para todos. Parece ser que muy pero muy lejos está la Allie segura de sí misma, confiada en su talento y con ganas de mostrarle al mundo que es una gran bailarina.
Está triste, observando el suelo, con sus hombros caídos haciendo juego con su estado de ánimo. No quiero verla así, no quiero que sufra. Y si Nueva York le hace daño, soy capaz de sacarla ya mismo de aquí.
—Alana... —le habla Benedict y ella lo mira. Le niega con la cabeza, entiendo que no quiere que su profesor le ponga atención—. Te he echado de menos, y me pone feliz tu regreso.
Alana sonríe, asiente y cuando me encuentra con sus ojos, suspira y levanta sus hombros.
Eso, mi Allie. Así...
Benedict enciende la música y pide que hagan la rutina de siempre. Alana no ha estado al tanto de los nuevos pasos, así que observa a sus compañeros y no tarda en aprender las piruetas que se ha perdido.
La he visto metida en la danza contemporánea, pero aquí está envuelta en pasos de la danza clásica y no puedo creer lo hermosa y talentosa que es.
Poco a poco va dejando su estado negativo atrás, deja que las notas musicales abracen su cuerpo, se cuelen hasta sus huesos y cubran las inseguridades que el resto quiere implementar.
Está destacando más que los demás, y no es algo que note yo por solo tener mis ojos puestos en ella, sino que lo digo en base a los comentarios de Benedict. Esas palabras llegan a ella, le dan confianza, seguridad y libera todo ese brillo característico de su esencia.
Terminan de hacer la rutina, y así sin darme cuenta, me pongo de pie y aplaudo mientras observo a la mujer que amo con locura, a la que me sonríe con sus mejillas coloradas.
Cuando Benedict me observa, noto lo que estoy haciendo, así que dejo de aplaudir, me disculpo y me vuelvo a sentar.
—Para nada, muchacho. No te disculpes por aplaudir un talento. —Dice por lo bajo, para que solo yo pueda escucharlo.
Alana está a pocos pasos de donde estoy, respirando con dificultad en consecuencia del baile, y a su alrededor, vive la envidia. La miran de manera horrible, y odio que lo hagan. Merece las miradas más bonitas del mundo, no estas que están cargadas de toxicidad.
Pero Alana no les presta atención, solo me mira a mi. Y le sonrio, porque eso ella necesita y merece: que le sonríen mientras la observan con ojos maravillados.
La clase termina, y poco a poco la sala de ensayo va quedando vacía. Hasta que solo quedamos nosotros dos. Me mira a la cara, y yo la miro. Y no se por que, pero nos sonreímos tanto que la sonrisa se termina transformando en risa.
—¿Me viste? ¿Me viste? —. Da pequeños saltos de felicidad.
—Toda la vida te miraría bailar. Eres increíble.
Poso mis manos sobre su cintura, mientras ella ubica las suyas sobre mis hombros.
—¡Hace días que no bailaba como hoy lo hice! —. Me abraza—. No dejes de acompañarme. Me has recordado quién soy.
Nos miramos a los ojos y no hace falta decir nada más. No es necesario decirnos lo mucho que nos amamos, tampoco es necesario decirle que la elijo y la elegiré siempre. No es necesario recordarle que siempre estaré a su lado.
Pero, de todas maneras, se lo digo. Le digo que la amo, la elijo y siempre estaré a su lado.
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