Todo el día tuve el presentimiento de que debía hablar con Alana.

O, más bien, para ser totalmente sincero, estas ganas de escribirle vienen desde las respuestas cerradas de Linda cada vez que le preguntaba por ella.

Algo me decía que ese "Allie está bien" no era del todo cierto. Es que hasta tuve un sueño con ella, y no la vi bien, por tal motivo, le escribí.

¿Cómo se explica que no estuve para nada errado?

Supongo que se debe a esta increíble conexión que aún siento cuando de ella se trata. Porque podrán separarnos kilómetros y una diferencia horaria, pero nada puede ir en contra del hilo que une mi corazón al suyo.

Le pedí el favor de no responder a mi extenso mensaje, y menos mal que me hizo caso. Estoy seguro que, si lo hacía, si me daba una respuesta, salía del bar y me iba directo a comprar el primer boleto hacía Nueva York.

Todavía ese deseo corre por mis venas, y el estúpido alcohol se regocija, me dice que lo haga.

Pero no, me quedo sentado, lamentándome por ser alguien roto que busca sanar sus heridas, antes de tomar una decisión tan importante como aquella vez en donde decidí dejarla.

Más allá de saber que esa es la realidad, por otro lado, todavía quiero ir a Nueva York, buscarla, abrazarla fuerte y quitarla de todos esos sentimientos feos que no la dejan brillar.

Saber que a su alrededor hay personas que quieren apagarla, me hierve la sangre. Saber que está allí, sola, lejos de quienes la aman, me hace sentir triste.

Deseo, imploro, y pido que si hay un Dios, la cuide y haga que todo esto desaparezca.

Hace tiempo deje de creer en él, pero de todas maneras le hablo. Tal vez ese Dios me abandono a mi, pero le pido que no haga lo mismo con Alana.

Elevo mi mano y pido otra cerveza. La mesera se acerca con su sonrisa simpática y me la entrega.

Al instante en que aleja, dejo de pensar en Alana y deposito mis pensamientos en mí, en lo que planeo hacer.

Dudo de tener la valentía de hacerlo, pero esa idea me persigue, me atormenta y mi cuerpo me pide que lo haga. Pero, mi mente, está tan llena de miedo como yo.

Bebo la cerveza como si se tratara de agua, pago por ella y por las demás que he bebido y salgo del bar.

Camino por mi nueva ciudad en compañía de este plan que coge mi mano con fuerza y tira de ella para que salga de aquí y vaya en busca de respuestas.

Tengo miedo, muchísimo miedo. Tanto que vuelvo a ser un niño indefenso rodeado de adultos malos.

Me siento en un banco del parque y continuo pensando en este plan.

Podría hacerlo sin pensarlo, sin medir las consecuencias.
Pero, si está mi padre en el medio, no sucede nada de eso.

Me inquieta bastante la idea de averiguar si sigue con vida. Vaya uno a saber si todavía continúa respirando sin culpa, como la última vez que lo vi.

Ese día, tenía la boca llena de sangre a causa de los golpes que le había generado. Mientras que yo tenía la nariz rota en consecuencia de su defensa.

Me pidió que desaparezca de su vida o me iba a matar. Le respondí entre risas que eso ya lo había hecho.

Su mirada escalofriante sigue presente entre mis recuerdos. Nunca nadie me erizo la piel de terror como él lo hizo.

¿En verdad tengo el valor para averiguar si esa maldita mirada sigue existiendo?

¿Tengo el valor suficiente para ir a buscarlo?

¿Voy a solucionar algo con todo esto?

Todas las respuestas están en este viaje que ya me he decidido a hacer.

Me voy a buscar a mi padre.

Hola.

Hace unos días Conrad apareció por un breve momento en mi mente y me dijo que esto iba a hacer.

Tengo miedo.