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30

¿Cómo puede un roce de dedos ser tan excitante? —. Pregunta George, y me ahogo con el jugo.

Acordamos una vídeo llamada. Necesitaba ponerlos al tanto de todo. O más bien, todos lo necesitábamos.

—Estoy de acuerdo contigo. —Dice Anna, con absoluta seriedad.

—¡Esto hicieron! —. Colleen imita el entrelazamiento de dedos—. ¡Esto! ¿Podemos gritar?

Y lo hacen, gritan y me hacen estallar de la risa.

—Chicos, ¿han olvidado que Conrad no se dejaba tocar?

La pregunta de Anna, provoca que Colleen y George vuelvan a gritar.

—¿Y han olvidado de que no es de hablar?

Mi pregunta vuelve a provocar gritos.

—¡Te habla!

—¡Te mira!

—¡Se ríe!

Los tres empiezan a mencionar todas las cosas que Conrad no hacía, pero que ahora sí.

Y, mientras lo hacen, mi mente me regala una serie de recuerdos. Momentos que se trasladan a todo mi cuerpo, como si estuvieran pasando en este preciso momento.

Pero decido instalarme en el último momento que tuvimos. Viajo hasta el teatro Morgan y allí me quedo, con mi dedo meñique entrelazado al suyo.

Estuvimos un buen tiempo de esa manera, hasta que Isabella nos dijo que ya teníamos que salir.

Creí que, al estar afuera, lejos de ese hermoso teatro que nos unió un poco más, Conrad se iba a poner raro. O que se iba a ir, dejándome sola en el medio de la ciudad.

Pero no, no sucedió nada de eso.

Me invitó a ir por un helado, y cuando ambos tuvimos nuestros gustos elegidos, nos sentamos en el parque, en silencio. O más bien, con Oasis de fondo.

Pero no fue un mutismo incómodo, ni denso, ni cargado de ninguna connotación negativa. Todo lo contrario a eso; fue placentero, pacífico y cargado de una energía desconocida, pero hermosa.

Luego pidió un taxi, me dejó en casa, no sin antes pedirme que descanse, y para finalizar, se despidió con una sonrisa.

—Por cierto... —Anna me trae al presente. Pero ya no estoy como antes. Ahora la piel de mis brazos se encuentra erizada y mi corazón late con fuerza—. ¿Cómo es su Instagram?

—¡Eso! Quiero ver si hay belleza en su rostro como en sus acciones. —El comentario de George me hace reír.

Luego, cuando recuerdo que Conrad no usa redes sociales, suspiro profundo.

—No tiene. No usa redes sociales.

—¿Por qué no me sorprende? — se pregunta Colleen.

—Yo, lo único que me pregunto, es por qué le ha pesado tanto que Allie lo abrazara. O por qué sudó tanto en el teatro... ¿cuál es su problema con el contacto?

El interrogante de Anna nos deja a todos en silencio, como si estuviéramos buscando la respuesta. Cuando, en realidad, solo Conrad la tiene.

—¿No hay enfermedad de por medio?

—No, George.

—Vale, entonces, solo se me ocurre que le ha pasado algo feo —continúa George—. Es posible que alguien lo haya tocado sin su consentimiento, o algo así... ¿es algo muy errado lo que creo?

—No. —Responden Anna y Colleen a la vez.

Mientras que mi corazón se rompe ante la simple idea de pensar en lo que dijo mi amigo.

Llegué a pensar en eso, pero me sentí tan triste que decidí apartarme de esa idea.

Si llega a ser eso, se me vienen dos cosas a la mente.

La primera: hacerle mucho daño a la persona que fue capaz de tocarlo sin su consentimiento.

Y la segunda: meterlo en una cajita para que más nadie pueda lastimarlo.

Y, si no llegase a ser eso que George dijo, ¿qué fue lo que le pasó?

—¿Podemos hablar de algo más bonito? —. Pregunta Anna.

—Por favor... —les pido.

Cuando termina nuestra video llamada, me meto en la cama y, por más que quiera no hacerlo, pienso mucho en Conrad.

En su sonrisa. En el sonido de su risa. En sus ojos. En lo que hizo por mí. En su voz al hablarme. En su forma de mirarme.

Sobre todas las cosas, pienso en eso último. Ha pasado de no verme a los ojos a mirarme de una manera especial. No sé si exagero cuando digo que me mira con cariño, pero eso siento. Eso me regala con el chocolate de sus ojos.

Y, una vez que me separo de ese pensamiento, me instalo de lleno en lo que hizo por mí.

Hizo posible que estemos solos en el teatro Morgan. No sé cómo, pero lo hizo. Pensó que eso me serviría mucho, y efectivamente, tuvo razón.

Allí, parada en el medio del escenario, volví a sentirme segura de mi misma. Volví a conectar de manera sana con la danza. Y volví a estar alegre, dejando el mal humor como un mal trago que duró tres días.

Conrad pensó en mí. Me llevó al teatro Morgan y entrelazó su dedo con el mío.

Me repito eso una y otra, y otra vez, hasta que estalló de felicidad y sonrío como una desquiciada.

No está avanzando de a poquito, lo está haciendo a pasos agigantados. Y no sé si se dará cuenta, pero si lo hace, espero que no se eche para atrás.

Y si se da cuenta de todo, ¿notará que es una persona hermosa por dentro y por fuera?

Vuelvo a sonreír como desquiciada cuando pienso en su rostro. Pero esta vez sucede algo diferente.

Me sonrojo.

Y es cuando se me ocurre que tal vez Conrad sea el único que acepte ir a ver Encanto conmigo al cine.

Podría ir con mi tío, que es el que siempre me acompaña a ver películas de Disney, pero está tan ocupado que es imposible pedirle un espacio para mí.

¿Me aceptará Conrad esta salida?

¿Me atenderá si lo llamó?

Pero, antes de animarme a hacerlo, chequeo los horarios del cine. Quizá me convenga ofrecerle un horario nocturno, así no estamos rodeados de muchas familias y nos encontramos con un ambiente más tranquilo.





¿Es posible que un simple entrelazamiento de dedos se sienta por todo el cuerpo?

¿Es posible que la sensación siga presente dos días después?

Y es que cuanto más lo pienso, se redobla la intensidad del recuerdo de Alana sobre mi piel.

Entonces ahí tengo las respuestas: sí, es posible que un entrelazamiento de dedos se sienta por todo el cuerpo. Y sí, es posible que siga presente dos días después.

Ahora bien, ¿cómo es posible que así sea?

O el interrogante más necesario de todos: ¿cómo es posible dejarme tocar por ella?

Me he negado a mantener contacto físico con otras mujeres, no solo porque es algo que no puedo hacer, sino también, porque se trata de algo que no quiero hacer.

Pero aquí estoy, dejándome tocar por Alana.

Y no me siento mal por eso. ¿Tengo miedo? Pues muchos. Hay demasiado terror presente en mi mente desde que he permitido que Alana se acercara más a mí. Demasiado terror desde que me he abierto a ella.

Pero no me siento mal, ni siquiera con todos los miedos que corren con fuerza por mi mente.

Si me detengo a pensar en mis miedos, sé que todos ellos me estarían gritando que me vuelva a esconder donde antes estaba. En ese lugar frío que no me permitía ni siquiera verla a los ojos.

Pero hay otra realidad presente además de mi pánico. Y esa realidad llega usando camisetas coloridas, animadas y para nada aburridas. Llega con una risa exagerada, o una sonrisa achinada. Llega para contarte muchas cosas y nada a la vez. Llega para embellecer algunos minutos de tu vida, mientras la ves bailar.

Esa realidad llega con tanta presencia que me atrae a buscar esa calidad que solo su personalidad puede tener.

Tengo miedo, y sé si lo pienso dos veces me escondo y alejo a Alana.

Tengo miedo, y no pienso dos veces las cosas. Me dejo atraer por ese magnetismo especial que carga desde el primer segundo en que se presenta.

Me dejo llevar y doy otro paso lejos de la oscuridad, pero ¿cómo sigo? ¿Qué debo hacer? ¿Qué se supone que deba decir?

No tengo experiencia en esto. No sé qué hay que hacer cuando te gusta una chica. Ni siquiera sé que decir. He silenciado tanto mi voz que no tengo idea de cómo comunicarme sin cometer errores.

Alana es tan sorprendente que no tengo la menor idea de lo que debo hacer para estar a su altura.

En estos momentos, me vendría muy bien una conversación con Charly. Sé que tengo a Linda, y estoy al tanto de que es buena dando consejos y ánimos. Pero ahora necesito tener una charla con un hombre experimentado.

¿Qué me hubiera dicho él?

—Amigo. Te necesito tanto... —le digo a la nada mientras me encuentro recostado en la cama—. ¿Qué debo hacer? ¿Cómo sigo?

Deseo que a mi mente la visite Charly, rememorando algún recuerdo que me haga encontrar las respuestas que me daría si estuviera aquí conmigo.

Pero, lamentablemente, a mi mente la visita mi padre.

Con su sonrisa maliciosa, sus ojos inyectados de sangre, y sus insultos en cada palabra dicha.

Él me responde todas las preguntas que le hice a mi mejor amigo. Y no me gustan sus respuestas. No solo me enojan, sino que me traen viejos recuerdos que solo provocan que quiera volver a esconderme.

Sus respuestas son: pagarle dinero para que me la mame bien duro. Y si no quiere, pues obligarla a hacerlo. Y si no quiere ni aún con eso, follarla fuerte, incluso aunque llore.

No puedo ni siquiera imaginarme a Alana en esas situaciones. Y tampoco puedo verme a mí.

Todas las veces donde me obligó a hacer cosas, terminaba llorando más yo que la chica en cuestión. Aunque eran muy pocas las que lloraban. La gran mayoría tenían la mente tan quemada como la de mi padre.

Si no, ¿cómo se explica que una mujer se haya excitado tocando un cuerpo infantil? ¿Cómo?

Mi padre me está golpeando, empujándome hacia la oscuridad con sus recuerdos. Con esos malditos momentos que no me quieren abandonar.

«Este es el único amor que mereces.» Me decía mientras dos mujeres me tocaban cuando yo no quería que lo hicieran. Pero, si lo decía en voz alta, me obligaba a hacer cosas peores.

Tenía doce años. Estaba en un burdel cuando en realidad tenía que estar en la escuela, dando mi examen de matemática.

«Las cursilerías son cosas de maricas.» Me mencionó cuando me encontró leyendo una novela de Nicholas Sparks.

«La única cursilería que necesitas es que te insulten mientras te follan. ¡Vaya cosa linda!»

«Ninguna mujer te amará como en estos libros, es tiempo de que lo entiendas. No vales nada. Nunca has valido nada.»

Me quemó el libro y no era mío. Era de la biblioteca de la escuela y tuve que pagar por él. Y lo tuve que hacer con dinero sucio, con dinero de mi padre,  el que sacaba de los burdeles.

Me repetía tanto esa frase. Me decía que nunca nadie me iba a amar, hasta que un día le respondí.

Le dije que, si mi mamá me había amado, otra mujer lo hará.

Se rió, y fue la risa más cruel que había escuchado en mi vida.

«Y así terminó, muerta por tu culpa.»

Fue el día donde silencié mi voz por completo. Rara vez hablaba, y si lo hacía, era para insultarlo.

Ya había perdido a Rebeca y cargaba con la culpa de la muerte de mi madre. Bueno, de su asesinato, en realidad.

Había perdido a dos mujeres increíbles. A una le prometí un mundo mejor y no se lo pude dar. Y a otra la amé tanto que provoqué su muerte.

Estoy llorando. Mi padre llegó para opacar el mínimo gramo de felicidad que estaba sintiendo.

Me golpeó con fuerza, como si me dijera que no merezco sentirme así. Aunque es cierto, no lo merezco.

Alana es increíble y yo soy una mierda.

Ella es luz y yo oscuridad.

Ella es vida y yo muerte.

Ella es el arcoíris y yo la tormenta.

Ella es valor y yo soy miedo.

Me siento en la cama. Apoyo mis codos sobre mis piernas y me agarro la cabeza con ambas manos. Los malos recuerdos me están gritando fuerte, y la vida que merezco, una sin amor, me deja sin aire.

De pronto tengo la necesidad de encontrar un objeto punzante. Quiero lastimarme. Incluso hasta quiero salir a buscar droga. Ahora, en este preciso momento, ni siquiera me importa fallarle en la promesa a Charly.

Y entonces suena mi móvil. Alana me está llamando. Leo su nombre y lucho contra la oscuridad que me quiere abrazar.

—Hola... —respondo, como puedo. Incluso me sorprende que le haya contestado.

—No suenas para nada bien. ¿Te llamo en un mal momento? —no respondo. Solo sollozo en silencio. Espero que del otro lado no se escuche—. ¿Conrad? —sigo sin hablar—. ¿Estás bien?

—No.

Ahora ella se queda en silencio.

—Y seguro no quieres hablar de esto. —Mi silencio le da a entender que no—. De acuerdo. Entonces, ¿quieres salir de eso? Se estrenó una nueva película de Disney en el cine, y el único que siempre me acompaña es mi tío. Pero hoy no está. ¿Quieres acompañarme?

Ella es energía, yo soy debilidad.

—¿Por favor? —continúa.

Alana se queda en silencio, y la voz de mi padre se vuelve más fuerte al decirme que no merezco amor.

Alana es amor, yo soy tristeza.

—Por fi, por fi, por fi.

Pide, y suena tan tierna. Luego se inventa una canción repitiendo que por favor acepte ir al cine con ella.

—Iremos a una función nocturna, así estamos solos y no hay niños. A lo sumo habrá adultos. ¿Por fi?

Respiro profundo. Su voz... ese simple sonido comienza a escucharse más fuerte que mi padre. Pero, si lo veo de esa manera, de simple no tiene nada.

—Vale.

Digo y festeja. Su alegría me hace reír.

—¡Sí! Así quiero escucharte, siempre riendo. ¿De acuerdo? Porque si alguien te provoca otra cosa, me lo dices y llamo a mis amigos sicarios —vuelvo a reírme—. Y si se trata de algo, te prometo que lo destruyo. No te olvides que soy Hulk.

Continúa diciendo pavadas. Pero vaya que me ha vuelto a sacar de la fría oscuridad.

Holi.

Qué raro es saludarlas así jajaja.

Quizá este capítulo no lleve tantos gritos como los anteriores.

Odiamos al padre de Conrad? Lo odiamos. Le dejó tantos traumas y tanta culpa que lo odiamos. No me entra en la cabeza su crueldad.

Tiene tanta fuerza en las emociones de Conrad que se mete justo cuando empieza a sentirse un poco feliz.

Pero Alana tiene más fuerza que ese hombre horrible. La amamos? La amamos. Llamó a Conrad en el momento más necesario, lo rescató sin saberlo.

Si Alana llega a saber todo lo que le hizo el padre, creo que es capaz de buscarlo y matarlo. Y si murió, lo revive para matarlo. Y nosotras la acompañamos.

Me duele la mamá de Conrad. Me duele la culpa que él siente. Ya vamos a saber por qué carga con eso. Sabemos que no fue su culpa, pero que le digan a un niño de siete años "a tu mamá la asesiné por tu culpa" es un golpe tremendo. Y Conrad nunca sanó eso.

Bueno. Ya. Permiso, voy a llorar y vuelvo.

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