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21

Las risas que me rodean me generan mucho miedo; me recuerdan a los villanos de las pocas películas que recuerdo haber visto.

Las luces de colores me enceguecen, la música no me gusta, está demasiado fuerte y es fea. El olor a cigarrillo, y a un extraño aroma que desconozco, llega a mi nariz con tanta fuerza que solo quiero vomitar.

Para donde mire, hay sonrisas maliciosas y para nada bonitas. Siempre creí que una sonrisa debería traer alegría, pero no, las que observo me devoran por completo por la maldad que transmiten.

Me alejo de los adultos y me siento sobre el sofá blanco. Me siento con total confianza que no me percato de que se encuentra vomitado, no hasta que apoyo mi cuerpo y el aroma me golpea.

Las lágrimas pican en mis ojos, por lo que me voy al rincón más oscuro para que mi padre no me vea llorar. Dice que hacerlo es de marica, y yo no quiero ser uno. Si ser un marica significa que él me golpee, no quiero serlo nunca más en la vida. Entonces, ahora que estoy solo, lloro con mucha fuerza.

No quiero estar aquí. Tampoco quiero irme a casa. Quiero estar en la escuela, con mis compañeros y mis maestros. Solo allí me siento bien y a gusto.

No quiero venir nunca más a este lugar, no me gusta.

Estoy secando mis lágrimas cuando mi padre me encuentra.

—No estaba llorando, papá, te lo prometo. —Le digo, con la voz quebrada y se ríe.

—Estabas llorando como todo un marica.

—¡No, papá! —. Elevo mis manos, como si eso bastara para protegerme de sus golpes.

Pero mi padre no me golpea, a diferencia de eso, coge una de mis manos con fuerza y me arrastra.

Me lleva hasta una mujer morena, está desnuda, así que cubro mis ojos con mi mano libre.

—¡Quítate la mano de los ojos! —. Mi padre me golpea la cabeza, y le hago caso, me quito la mano y la morena me sonríe.

—Hazte hombre y tócala—. Pide mi padre, y yo le niego con la cabeza.

No soy un hombre, ¿cuándo lo va a entender? Tengo siete años, soy un niño.

Cuando le digo que no, vuelve a golpearme, pero con más fuerza que antes. Y entonces me amenaza, dice que si no la toco me golpeara más fuerte todavía.

Yo no quiero que lo haga, ya me dolió mucho su anterior golpe. No quiero que me golpee, pero tampoco me muevo; no toco a la morena. No quiero hacerlo, ¡está desnuda!

Mi padre coge mis manos de manera brusca y las deposita sobre los pechos de la muchacha. Cierro los ojos, no quiero ver lo que estoy haciendo, me da mucha vergüenza.

—¿Acaso no es adorable, Mandy? —. Le pregunta mi padre y ella dice que sí. Luego de eso, siento unos labios carnosos sobre los míos.

Está besando mi boca de niño llena de lágrimas.

Alguien llama la atención de Mandy, por lo que se levanta del sofá y se aleja de mis manos, y de mi cuerpo.

Mi padre también se aleja, luego de apretar mis mejillas como si hubiera hecho algo bueno.

Me echo a llorar. No puedo dejar de hacerlo por más que lo intente. Tampoco me oculto de mi padre, ya no me importa que me golpee. Aunque, por lo que veo, se encuentra demasiado ocupado pinchando uno de sus brazos.

Siento que alguien toca mi hombro. El terror se apodera de mi cuerpo. Todo aquí me asusta.

Cuando volteo, me encuentro con una mujer de bucles negros. No es necesario que me cubra los ojos como con el resto; ella está vestida, aunque pienso que debe de tener frío porque solo está usando un bikini de color amarillo.

—Yo no quiero tocarte. —Le digo y frunce el ceño—. No me obligues, por favor. Y no le digas a mi papá.

Ella se agacha a mi altura.

—¿Cómo te llamas?

—Conrad, ¿y tú?

—Aquí me llaman Lolita, ¿pero quieres saber un secreto? —asiento y seco mis lágrimas—. En realidad, me llamo Rebeca.

—¿Y por qué te dicen Lolita?

—Porque es un juego. ¿Cuántos años tienes?

—Siete.

Vuelve a fruncir el ceño.

—¿Y por qué estás aquí? Eres muy pequeño.

La observo con más atención. De hecho, ella también parece muy pequeña a comparación de las demás.

—No sé, mi papá me trajo —le señalo hacia donde él está.

Rebeca mira hacia donde apunto, y su rostro se pone triste. Suspira, niega con la cabeza y cuando me mira, me sonríe de una manera muy bonita. Su sonrisa no me da miedo.

—¿Quieres ver dibujitos conmigo? —. Pregunta.

—Mi papá no me deja ver dibujitos, dicen que son cosas de niños y que yo ya soy un hombre.

Rebeca acaricia mi rostro y termina por secar mis lágrimas; creí que habían dejado de salir.

—No le contaremos, te lo prometo.

Sus ojos me transmiten bondad. Nunca nadie me miro así en este feo sitio. Y es eso lo que me lleva a decirle que sí.

Rebeca sonríe, entrelaza su mano con la mía y nos alejamos con pasos apresurados. Pero la voz de mi padre nos detiene.

—¡Hazle ver las estrellas a ese niño, Lolita! —. Le pide entre risas, y ella coge mi mano con más fuerza. Está temblando.

—Sí... lo haré. —Responde y todos festejan. Rebeca vuelve a agacharse a mi altura y acaricia mi rostro—. Tranquilo, cariño. No haremos nada malo, pero le diremos a ellos que lo hicimos. ¿Puede ser ese nuestro trato?

—Pero, ¿vamos a ver dibujitos?

Sus ojos se llenan de lágrimas.

—Siempre que estés conmigo veremos dibujitos.

—Entonces, quiero estar siempre contigo.

Sonríe entre su llanto.

—Y yo contigo, creéme.






Abro mis ojos de golpe, es de madrugada y estoy sudando.

Linda no está del otro lado de la puerta de mi habitación. Eso es bueno, al parecer no grité ni la he despertado.

Me levanto de la cama, abro la ventana, me apoyo sobre el marco de madera y cruzo mis brazos cuando la brisa nocturna choca contra mi cuerpo transpirado.

Me pregunto si alguna vez dejaré de tener estas pesadillas. Son pocas las noches donde puedo dormir en paz, sin despertarme en medio de la noche, con el corazón acelerado y el cuerpo empapado.

La vida que me presentó mi padre, a mis cortos siete años de edad, es algo que me sigue atormentando hasta el día de hoy. No hay un maldito momento donde él no esté presente, quiera o no, me guste o no.

Si no tengo pesadillas, recordando sus palabras, sus golpes, y lo que me obligaba a hacer, lo tengo en mis pensamientos, acaparando todo el espacio de mi mente con su maldad.

No hay recuerdos lindos sobre mi infancia. O bueno, los tuve, pero él los destruyó todo en una tarde. Y pensar en ese día vuelve a quebrar mi corazón.

Jamás podré darle paz a mi mente. Mi padre me torturó desde los siete, cuando ya nadie podía cuidarme ni defenderme. Y, desde entonces, pienso que no merezco nada bueno.

Incluso, llegué a pensar que no merecía una amistad tan buena como la de Rebeca. Pero ella todo el tiempo me daba el amor que hacía tiempo nadie me daba. Aun cuando no me sentía merecedor.

Rebeca. Mi querida amiga Rebeca. Mi nueva mamá, así la llamaba a veces y ella sonreía.

Le había prometido que la sacaría del burdel cuando fuera grande y tuviera empleo. Ella fingía que me creía y hacía planes conmigo; íbamos a vivir en el campo, lejos de la gente, pero rodeados de animales, muchas flores y árboles.

Pero Rebeca enfermó y nadie la ayudó. Tenía catorce años cuando quise llevarla al médico, pero cuando di la idea, recibí un golpe duro y violento.

La última vez que la vi con vida, ya no tenía sus hermosos bucles y tampoco sonreía. Tenía la cara triste y pálida. Estaba muy delgada y no quería comer.

Me puse a llorar a su lado, le recordaba que teníamos que vivir juntos en el campo, y ella me pedía perdón mientras me abrazaba con la poca fuerza que le quedaba.

Al día siguiente, Rebeca ya no estaba.

Y es hasta hoy que sigo pensando en la vida que pude haberle dado. Si no se hubiera enfermado, o si la hubieran ayudado, la hubiese sacado de ahí lo más pronto posible.

Rebeca, en una de las tantas veces donde nos ocultábamos de los demás, llegó a contarme cosas de su vida.

Venía de Puerto Rico, su familia no tenía mucho dinero, por lo tanto, cuando un hombre le ofreció ser modelo fuera de su país, ella le creyó. Quería ayudar a su familia. Además, siempre le gustó el modelaje. Y cuando alguien supo apreciar su belleza, se sintió feliz y entusiasmada.

Ese alguien fue mi padre, y ella tenía tan solo dieciocho años cuando pasó. Era una niña cuando, al bajar del avión, notó que nada de lo que le habían prometido era cierto. 

No volvió a saber de su familia. Nunca supo si la habían buscado o si era cierto lo que mi padre le decía. Le dijo que le dio mucho dinero a su madre, que a ella no le importo en lo más mínimo y la vendió.

Me acuerdo que cuando Rebeca murió, en medio de mi tristeza por su pérdida, sentí enojo y rabia por todo lo que mi padre le había hecho.

Y fue esa vez cuando lo enfrenté. Defendí la vida robada de mi amiga, tarde, pero lo hice. Él me respondió con golpes, yo se los devolví. Me insultó, y yo a él.

Y así nos tratamos, con golpes e insultos hasta mis dieciocho años de edad. Fue ahí cuando llegué al club de los oscuros.

No supe más nada de mi padre. Pero espero que esté bien muerto.

Vuelvo a la cama, con tantos pensamientos que mi cuerpo se siente agotado.

Cubro mi cuerpo con la sábana blanca, y luego me tapo hasta cubrir todo mi rostro. Cierro los ojos con fuerza y cubro mis oídos. Mis pensamientos me están gritando, golpeando e hiriendo.

Rebeca.

Mi padre.

El burdel.

Mujeres tocándome siendo un niño.

El día que me obligaron a intimar con una mujer.

Golpes.

Palabras hirientes.

Rebeca. Su muerte.

Mi padre.

Mi padre.

Mi padre.

Y entonces ella... sonriendo. Ella usando camisetas coloridas y haciendo chistes malísimos. Ella proponiendo hacer cosas de niños, enterrando sus pies en la arena y manchando su rostro con helado. Ella bailando, cantando, riendo con felicidad y sonriendo con alegría.

Alana reaparece sobre mis pensamientos, los ilumina un poco. Se apodera de toda mi mente con su luz y energía.

Me siento cobijado, en paz, tranquilo y con calor.

Pero, de golpe, todo se vuelve oscuro de nuevo. Vuelvo a estar en un lugar frío, lleno de terror y traumas.

No merezco nada bueno, ni nada bonito. Mi vida es miserable, como yo.

Puedo ofrecerle un universo de oportunidades a Linda, pero cuando se trata de mí, hay vacío; la nada misma.

Le doy a Linda todo el amor que muy pocas veces me dieron, pero no me siento merecedor de sus respuestas cariñosas y afectivas. Tampoco me siento merecedor de la bondad que Alana tiene conmigo.

Me pueden pasar cosas buenas, pero tengo entendido que no las merezco. Y nadie merece conocer la tormenta que tengo en mi interior.

Soy un sauce llorón en medio de una tormenta oscura, ruidosa, llena de furia y miedos. No hay lugar para ninguna rosa roja, ni para todo lo que trae consigo; no merezco nada de eso. 

Holi.

Sé que no es martes, pero estamos llegando a las 5mil leídas y eso merecía un nuevo capítulo.

Sabemos un poco más de Conrad, y a la vez, nos quedan nuevos secretos por descubrir. Fueron muchos los años que estuvo en el burdel, llegó ahí teniendo tan solo siete años. Eso no las lleva a preguntarse qué pasó con él antes de los siete? Porque a mí sí.

También supimos un poco más de Rebeca. Es un personaje que va a seguir apareciendo. Es una mujer que vale la pena conocer, no solo por como cuidó de nuestro chiquito.

Y detestamos a su padre, no? Pienso como Conrad; ojalá esté bien muerto y haya sufrido antes de morir.

Es el culpable de todo. Debido a todo lo que le hizo vivir es que él no cree que merezca algo bonito.

Tengo fe de que Alana le hará cambiar de parecer, pero nos queda un largo camino con estos dos.

Tienen dudas respecto a la vida de Conrad? Cuáles? 

Nos leemos pronto!

Home Again - Unsecret.

Esta canción empezó a sonar cuando relaté la pesadilla de Conrad. Me hizo llorar.

Busqué su traducción, y efectivamente tiene mucho que ver con él y con algo que aún no nos cuenta.

Eso es todo. Adiós. 

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