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20

Necesito dejar de pensar en Alana cada vez que veo algo que sé que le gusta.

Como ahora que, estando por la ciudad, me encontré con una tienda donde venden camisetas de las que usa; con estampas de dibujos, coloridas, llamativas y para nada serias ni aburridas.

Lo único que se cruza por mi mente, mientras tengo los ojos puestos en los maniquíes del escaparate, es que aquella camiseta de Tasmania le quedaría muy bien. Mejor que al maniquí, de hecho.

Necesito dejar de pensar en Alana.

Está ocupando todo el espacio posible de mis pensamientos, y eso no es normal, eso no está bien. No es algo a lo que estoy acostumbrado.

Jamás me pasó y tengo miedo.

Mis pensamientos siempre son dirigidos hacia mis traumas, y al hecho de por qué no merezco nada bueno. Y si no van por ese camino, pienso en Linda, en cómo darle una buena vida y un sinfín de razones para seguir luchando.

Pero ahora, el gran porcentaje de mis pensamientos, va dirigido hacia Alana; en todo lo que me cuenta y comparte, en los chistes malos que se aprende, en las palabras nuevas que incorporó gracias a un libro que le dio su tía, en las canciones que se inventa cuando está concentrada en algo, en como canta las canciones de sus bandas favoritas, en cómo se ríe cuando los perros besan su rostro, o en la voz infantil que utiliza para hablarles...

Si continúo enumerando momentos, doy por hecho de que no tendría fin. Y darme cuenta de eso, logra causarme más terror de lo que siento.

Pero, ¿por qué me encuentro estaqueado en el medio de su presencia, con su personalidad única y auténtica, y no huyo lejos de todo esto?

¿Por qué no me encuentro bloqueado?

Fácil. No me muevo, ni me bloqueo debido a que estoy anonadado. Como si estuviera viéndola bailar todo el tiempo.

Ella en su totalidad me deja en un estado de anonades, no solo cuando pone música y sin darse cuenta baila dejándome perplejo.

Sigo preguntándome qué es todo esto que nunca sentí por nadie, porque nunca nadie pudo generarme tanto.

Estaba dormido, sumido en un sueño lleno de pesadillas. Y, de pronto, así como así, llegó una bailarina para acaparar todo mi ser con su luz y energía.

Charly sabría qué decirme en estos momentos. Él tuvo mejores experiencias con las mujeres. En cambio, yo no; tuve las peores. Incontables momentos horribles.

Y entonces, al no tener idea de nada, no sé qué es esto, ni a dónde ir, ni qué hacer o decir.

Sigo en un sueño repleto de pesadillas, pero ya no es todo oscuro. Hay una pequeña gota de color rojo, como los pétalos de aquella rosa que no compré.

¿Qué va a pasar conmigo si ese color empieza a predominar más?

Me alejo de la tienda con ese interrogante, y aun pensando en lo bien que le quedaría a Alana la camiseta de Tasmania.

Llego al trabajo y me dispongo a limpiar cada rincón, solo con el fin de estar concentrado en otra cosa que no sea ella.

Y, por suerte, me funciona bastante bien. Aun cuando me encuentro limpiando sobre lo limpio.

Se hace la hora de arrancar con el turno, y Alana sigue sin llegar. Lo cual me resulta un tanto extraño ya que nunca llegó tarde. Aunque bueno, es algo que puede pasar.

Los minutos siguen avanzando y todavía no la veo llegar. Comienzo a preocuparme. Y cuando eso pasa, mi mente me regala los peores escenarios posibles.

Tranquilamente podría estar pensando que hay embotellamiento, o que su clase de danza se extendió un poco más de lo esperado... pero no. Tengo la maldita costumbre de imaginar cosas horribles.

Hasta que la veo del otro lado de la calle, está esperando para cruzar. Mi corazón relaja sus latidos cuando veo su sonrisa y sus señales de disculpas.

—¡Lo siento! —. Dice al entrar, recobra un poco de aire apoyando las manos sobre sus rodillas, luego se reincorpora y desarma su cabello amarrado en un moño alto—. Hoy la clase de danza estuvo bastante intensa, y se nos pasó el tiempo.

Asiento, y como aun la veo muy agitada, lleno un vaso de agua fría y se lo alcanzo. Me sonríe agradecida, sin darse cuenta de que me atrapó un poco más con esa mueca.

Mi corazón vuelve a acelerarse.

—¿Sabes que estaba pensando? —. Pregunta, y niego con la cabeza—. Pienso que necesito tu número de teléfono. Digo... así sabes de mí en estos casos. —Observo el teléfono de la tienda, y luego la miro. Alana hace lo mismo, mira el aparato y luego a mí—. Vamos, Conrad, los tiempos cambiaron. Mejor un rápido y sencillo WhatsApp. Además, tengo muchos stickers. Puedes robarme los que quieras.

No tengo idea de lo que está hablando, no sé qué son los stickers. De hecho, hace poco y gracias a Linda, aprendí mucho acerca de los memes.

Uso WhatsApp, sí, pero solo para hablar con Linda, Mark, y si es necesario, con Mary.

De hecho, uso el móvil solo para tener un contacto con ellos porque, luego de la aplicación de mensajes, no lo uso para otra cosa.

—¿Y bien...? —. Alana vuelve a tener mi atención—. ¿Puedo agendarte?

Suspiro. Es solo darle mi número, no creo que eso signifique algo más.

Asiento, sonríe feliz y me pasa su móvil.

El aparato tiene tanta personalidad como ella; la funda es de color rosa, y atrás tiene un latido de corazón, donde en el medio se puede ver la silueta de una bailarina. En el fondo de pantalla de su bloqueo, hay un hombre que es igual a ella, y a su lado, está Alana haciendo una cara divertida, provocando que él se haya reído para la fotografía. Doy por hecho que es su padre. Y, en el fondo de pantalla de su móvil, están los personajes de Hey! Arnold.

Alana se da cuenta de que estoy tardando más de lo normal, y todo porque me encuentro prestando suma atención a su móvil. Cuando la veo a los ojos, eleva ambas cejas, curiosa, por lo que me encojo de hombros y me agendo en su lista de contactos.

—¡Genial! —. Dice cuando le entrego el móvil—. Ya te escribo para que me agendes.

Mi teléfono no tarda en sonar cuando lo dice. Lo saco del bolsillo de mi pantalón, desbloqueo la pantalla y me dirijo hacia su mensaje. O más bien, hacia su fotografía. Una donde está ella sacando la lengua y mirando hacia arriba.

—Esa es la foto de bienvenida a mis contactos —la miro e imita el gesto—. No hay vuelta atrás, compañero. —Se ríe de ella misma, luego guarda su móvil, frota sus manos y se acomoda detrás del mostrador—. ¡A trabajar se ha dicho!

Alana debe pensar que la estoy agendando o viendo alguna otra cosa. No se debe imaginar que me encuentro observando su fotografía y su gesto gracioso.

Y por suerte llega Flash, nuestro primer cliente. Es mi momento para apartarme de Alana física y mentalmente.



Termina nuestro turno laboral. El día ha sido bastante movido para ambos. He recibido a muchos perritos, y Alana no ha parado de vender productos o armar pedidos.

—Finalmente hemos terminado... —dice y se frota los ojos, luego bosteza y se despereza—. No veo la hora de llegar a casa y...

Interrumpe sus palabras cuando Linda entra al local en un estado de desesperación. Mi cuerpo reacciona de inmediato, y mi corazón lo acompaña.

Linda se echa a llorar cuando me ve y corre hacia mis brazos. La abrazo tan fuerte como puedo. Está temblando y sollozando con angustia.

—Lin... ¿qué pasó? —. Le pregunto, pero no responde de inmediato, solo le sale llorar más fuerte que antes. Me preocupo el doble.

Alana permanece en su lugar, no sabe qué hacer o qué decir.

—Bueno... yo... me voy. Así pueden hablar solos. —Dice.

—¡No! —. Linda se zafa de mi abrazo y coge la mano de Alana—. No salgas a la calle sola. Es de noche y... —vuelve a llorar.

Alana asiente, y no le suelta la mano. Luego se acerca hacia Linda, con cierta cautela, y cuando nota que no va a obtener rechazo, se dispone a secar sus lágrimas.

—Pequeña, dime qué pasó. —Le pido, con más firmeza que antes.

—Me... no sé... él... —cuando escucho la mención de un masculino, frunzo el ceño de forma automática—. Me han tocado en el autobús. —Vuelve a quebrarse en un llanto doloroso—. Y me bloqueé. Tuve mucho miedo. Me bajé y solo... solo pude venir corriendo hacia aquí. ¡Me siento sucia, Conrad!

Alana tira de Linda hacia ella y la abraza fuerte. La consuela acariciando su espalda y cabello. Luego vuelve a secar sus lágrimas, pero cuando nota que no puede dejar de llorar, la vuelve a abrazar.

Volvieron a tocar a Linda sin su consentimiento y solo quiero golpear cosas. O encontrar al tipo y golpearlo hasta que ni su madre pueda reconocerlo.

—Conrad... Hey, Conrad. —Me llama Alana, susurrando por mi atención. Cuando la miro, sé que mi ceño sigue fruncido. Me arde el rostro de la furia que siento—. Tu hermana te necesita. —Me pone los pies sobre la tierra. Cuando escucho esas palabras, mi semblante se suaviza y asiento.

—Ya estás aquí conmigo, Lin. Ven aquí. —Alana la suelta y Linda viene hacia mí, con un llanto más tranquilo, pero sé que el dolor sigue presente de manera desgarradora a causa de los recuerdos de su pasado.

—Tuve mucho miedo.

—Lo sé, pequeña, lo sé. Pero aquí estás conmigo. Siempre juntos, lo sabes.

—No dejes que Alana se vaya sola a la casa. —Me pide, Alana la escucha y le regala una media sonrisa.

—Tengo una idea —propone y con Linda la miramos—. Dices que te sientes sucia y yo te veo bastante limpia. Si quieres sentirte sucia, podemos ir a la playa; la noche está ideal para llegar a casa llenos de arena. ¡Y no olviden el helado! ¡El que se hace el mejor bigote de helado gana!

Alana eleva sus brazos al cielo, como si le estuviera hablando a dos niños, Linda la observa sorprendida, luego me mira a mí, pero yo estoy tan sorprendido como ella de su locura.

—Bueno, no me miren así. Ni que les hubiera dicho de ir a matar perritos callejeros. —Se cruza de brazos, y Linda se ríe, olvidando el motivo de sus lágrimas.

—¿Es muy pronto para decir que me caes bien?

Alana le sonríe.

—Y aún no has visto nada, cariño. Entonces... ¿qué me dicen? ¿Hacemos concurso de bigotes de helado llenos de arena?

Linda me mira, está buscando alguna señal que le haga entender que no quiero que vayamos con Alana, pero no encuentra nada ya que sigo absorto en su energía alegre y positiva.

Ha conseguido alejar a Linda de su suceso horrible, y ha logrado que salga de mi mente y mis pensamientos furiosos.

—¡Te voy a ganar, te lo aseguro! —. Le dice Linda a Alana cuando nota que tengo ganas de ir.

Sé que me esperan varias preguntas luego de todo esto.

Ambas salen de la tienda, hablando de cuáles son sus sabores favoritos a la hora de elegir un buen helado, yo apago las luces y cierro la tienda.

Y una vez que obtenemos nuestros helados, nos dirigimos hacia la playa. Encontramos un buen lugar para sentarnos, y en cuanto nos ubicamos, Alana se descalza y entierra sus pies en la arena. Linda la imita.

Al parecer, esto de llegar a casa llenos de arena era cierto. Ambas insisten para que haga lo mismo, y cuando me niego, me llaman aburrido.

Linda está al lado de Alana, le está contando todas las cosas que está aprendiendo en clases y que le gustan mucho. La veo tan animada, que es imposible pensar que la han tocado al punto de hacerla viajar hasta las manos de su padrastro.

Alana le comparte que está estudiando danza con dos profesores increíbles, y como Linda la ve tan entusiasmada en el tema, le hace muchas preguntas mientras la observa maravillada.

Sí, el efecto de Alana. Creo que no existe otra forma de mirarla.

—Nos estamos terminando el helado... —dice Alana—. ¡No olvides tu bigote de chocolate! —luego de eso, se acerca a Linda y hace que el helado toque su rostro.

Linda estalla en una fuerte carcajada, una que es contagiosa para Alana. Tal vez ninguna lo esté notando, pero tengo una sonrisa en mi rostro en estos momentos.

—¡Y tú no olvides tu helado de crema Oreo! —. Linda le hace a Alana lo que ella le hizo.

Ahora ambas tienen helado en su rostro. Hasta que me miran.

—No. —Le digo a Linda, porque sé que ella se va a acercar a mí.

—Sí.

—No, Linda.

—Sí, Linda.

—Basta.

—La esposa de Basto. —Bromea Alana, pero con seriedad, como si estuviera dando un importante examen.

—¡Ten tu bigote de menta! —. Grita Linda, se acerca hacia mí, lucha un poco con mi fuerza, pero finalmente dejo que ensucie mi rostro con el helado—. Te lo mereces por elegir el peor sabor del mundo. —Dice entre risas, carcajadas a las que Alana se suma.

Y así se quedan las dos, riéndose con ganas, con alegría y mucha diversión. Mientras que yo me encuentro quitando de mi rostro todo el rastro de helado. Ellas deberían hacer lo mismo, antes de que se seque.ñ

Cuando las risas llegan a su fin, ambas están de acuerdo con que es hora de irnos a casa. Así que aquí estamos, llevando a Alana hasta su casa, con Abba de fondo. O más bien, con el canto de Linda y Alana de fondo.

Llegamos a destino, Alana se despide de Linda con un beso en la mejilla, y de mí se despide saludándome con su mano derecha. Es el saludo más divertido a causa del helado seco en su rostro.

—Esperemos hasta que entre, ¿sí? —Pide Linda, y sonríe cuando Alana cruza la puerta de la casa de su tía—. Es lo máximo.

—Sí...

Linda me mira y no sé qué ve en mi rostro, pero sus ojos se iluminan.

—¿Estás listo para hablar de esto? —. Pregunta.

—¿De qué?

—Vamos, no te hagas. Estoy segura que desde hace días te encuentras dando vueltas en el tema. Alana está revolucionando tu mundo. ¿Me lo vas a negar?

Suspiro.

—No, no podría hacerlo. —Sonríe—. No, pequeña, no sonrías.

—¿Por qué no?

—Porque no sé qué es todo esto.

—Yo sí sé. Y creo que tú también lo sabes, pero nunca lo sentiste, solo has escuchado hablar del tema. Jamás te pasó a ti, hasta hoy, y por eso estás tan perdido. Entonces, te vuelvo a preguntar, ¿estás listo para hablar de esto?

Cierro los ojos y apoyo mi cabeza sobre el volante.

—Jamás estaré listo para hablar de algo que estoy sintiendo por primera vez. Pero ya que, suéltalo. Dale a mi mente la respuesta que necesita, luego veré qué hago con eso.

Linda sonríe y aplaude feliz. Creo que la alegra demasiado ver una nueva emoción en mí.

—Amor, Conrad. De eso se trata todo esto. —La miro con el ceño fruncido—. Alana te gusta, pero déjame decirte que incluso cuando alguien nos gusta estamos dentro del amor. Pon las cosas en orden, cuando quieras hablar de esto, aquí estaré. Ahora, vayámonos a casa. Estoy segura de que Alana nos está viendo por la ventana de su habitación.

Amor.

Supongo que todo este tiempo supe que se trataba de eso, solo que no podía darle ese nombre debido a que es algo que nunca sentí ni me hicieron sentir.

Charly y Linda no tienen nada que ver con esto. Sí, ellos me hicieron y hacen sentir nuevas emociones, todas buenas, pero nada de eso se compara a lo que Alana está haciendo conmigo.

Me está gustando una mujer. Puede que esto sea algo normal para cualquier otra persona, pero no para mí.

Para mí no es normal que me guste una mujer.

Menos cuando hace años las evito por todo lo que viví en los burdeles a los que me obligaban a ir desde niño. 

Desde que muchas manos desconocidas tocaron mi cuerpo infantil es que me encuentro negado al contacto con otras mujeres.

A la única que dejé que me tocara, pero porque me abrazaba y cuidaba, fue a Rebeca.

Y aquí está Alana, tocándome sin hacer contacto físico.

Holi.

Se les rompió el corazón con la última confesión? Porque a mí sí.

Y si creen que eso es todo, pues no. Cuando Conrad nos cuente a fondo todo lo que vivió en los burdeles y fuera de ahí, nos vamos a quedar con corazón de tan roto que va a estar.

Algunas de ustedes se imaginaron que pasó su infancia en un burdel. Ahora, se llegaron a imaginar que alguien pudo haberle hecho algo?

Entendemos por qué evita tanto el contacto con otras mujeres?

Mi chiquito hermoso.

Cambiemos de tema, por favor. Que linda es Alana, no? Logro sacar a Linda de un momento feo, le trajo risas y alegría. La amo mucho.

Voy a explotar de amor por ella. De angustia por Conrad. Y de amor por ambos.

Nos leemos prontito.

Creo, CREO, que Conrad quiere volver a aparecer en el siguiente capítulo. CREO.

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