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XVI

No puedo decidir qué debía parecerme peor: el que me hayan robado la bicicleta o que me haya subido al auto de un desconocido. Supongo que lo primero, teniendo en cuenta que pertenecía a Skyler y el señor Basilich solo me la había prestado. Aunque lo segundo también tenía su peso. Incontables veces al salir de casa mamá me advirtió que no debía, por ninguna razón y en ninguna circunstancia, subir al auto de un desconocido. Diría que esto último fue lo que más me dejó mal sabor de boca. Desobedecer a mamá me dio la impresión de que su mirada de advertencia diría «te lo dije» si llegase a pasar algo, pero no fue así. Esa no es la primera vez que me subía al vehículo de alguien desconocido, ni la última.

Bueno, ya puedo afirmar qué me sentaba peor: dejar desprotegida la bicicleta de Skyler y no saber dónde se metió el ladrón.

Eché un vistazo hacia todos lados buscándolo a él o a la bicicleta sin dar con ninguno, solo con el suplicio estomacal y nervioso que me provocaba la situación. El sabor particular de la sangre me indicó que, una vez más, mi ansiedad había entrado en su punto cúlmine llevando a mi inconsciente cabeza hacia la tortura de mis pobres dedos. Me examiné las uñas descubriendo que las tenía rojas, hinchadas y una de ellas con sangre. La limpié con saliva mientras blasfemaba entre dientes.

—Tranquila, lo alcanzaremos.

Al parecer Thorne había notado mi estado. El bosquejo de lo que se me hizo una sonrisa apareció en su cara al girarse hacia mí. Quiero creer que esa era su forma de reconfortarme. Volvió al frente enseñándome su perfil de nariz curva y labios anchos.

—Sé a dónde se dirige —añadió.

Me incorporé en busca de su rostro para hacer juicio de sus últimas palabras. No tenía pinta de estar mintiendo.

—¿Por qué?

—Es mi hermano —articuló sin quitar los ojos del camino.

Otro Reveck. ¿Por qué no me impresionó? Pues claro, porque Arun Reveck adoptó a casi medio orfanato tras el incendio.

Me eché hacia atrás, lamiendo la zona maltratada de mi dedo hasta que una pregunta se impacientó en mi mente. Y como no soy buena para quedarme con dudas, me animé a preguntarle cuántos Reveck hay en Norwick Hill.

—Siete —respondió, dándome un rápido vistazo justo en el momento que solté un rápido «pff»—. ¿Creías que somos más?

—Algo así. De todas formas, me parecen una familia numerosa. Debe ser terrible vivir todos bajo el mismo techo.

—Mi padre nos sabe controlar bien, hemos sido criados para obedecerlo. —Guardó silencio. Y yo no hallé palabras para decirle. Su sutil cambio de tono al hablar de su padre me había dejado con cierta admiración—. Además, casi todos mis hermanos son tranquilos, muy callados —añadió—. A veces siento que estoy solo en casa.

—Es triste vivir con tantas personas y sentirte solo —antepuso mi voz por sobre mis pensamientos previos—. Es decir, supongo que lo es.

—Tiene su lado bueno —respondió Thorne una vez detuvo el auto frente a una luz roja. Estábamos saliendo del centro de Norwick Hill hacia la carretera, por el mismo sitio donde se podía llegar al motel Greywind.

—¿Cuál es el lado bueno de sentirte solo?

—Que decirlo ablanda el corazón de las chicas.

Formó un puchero aniñado, luego emitió una extraña risa y siguió andando con la luz verde. A mí su comentario no me causó ninguna gracia, quedando en evidencia cuando acabó de reír y el silencio afilado colmó el interior de la camioneta.

—Es una broma, chica. El lado bueno de sentirte solo es que despiertas la voz de tu interior, te ayuda a escucharte a ti mismo y descubrir qué quieres y quién eres. Ayuda bastante a conocerte.

—Esta respuesta me gusta más.

Thorne calló y yo no puse reparos en ello. El silencio ya no se sumaba como complemento a una situación incómoda, sino a uno que me permitía poner mi trasero en la tierra y percibir cosas que me eran invisibles. Como sentir el olor a gasolina, por ejemplo, o ver las extrañas calcomanías pegadas por casi todo el interior del auto, o el roído estado de algunas zonas, las botellas de cerveza vacías y las colillas de cigarro bajo mis pies, los papeles apilados en la guantera sin puerta. Tampoco me había percatado del llamativo adorno colgando en el espejo retrovisor; pero ahí estaba, siguiendo los movimientos del auto. Era un atrapasueños como el de Skyler, en su versión pequeña con plumas de color rojo. Las ventanas estaban sucias, tanto por dentro como por fuera, y me provocaron unas enormes ganas de escribirle la típica broma pidiendo, de parte de la camioneta, que se le limpie. Y eso que todavía no he hablado del polvo y la tierra que había dentro. Si hasta los botones de la radio parecían no haberse apretado en siglos. Siguiendo mi impulsividad desgarradora que pedía a gritos apretar cualquier botón que se me presentase enfrente, mis dedos viajaron hacia el botón de encendido, el cual apenas lograba ver. Una música estruendosa, de esas que se cabecean y todos pretenden tocar una guitarra de aire, despertó los ánimos de Thorne. Movía la cabeza al ritmo de la canción y tamborileaba sus dedos sobre el volante. Yo me quedé viéndolo un momento, descubriendo que traía una sonrisa boba, la cual oculté cuando le bajó a la música y luego giró en mi dirección.

—¿Eres hija única?

—Sí, soy la sobreprotegida de la casa. —Pensé en papá y en sus relaciones amorosas, las cuales, hasta ese momento, eran nulas. De todas formas, una suposición llegó a mí—. Al menos hasta que mi padre decida casarse con alguien más.

—¿Por eso te trajo a este pozo de aburrimiento?

Thorne insistía en que Norwick Hill era aburrido. En parte lo comprendí.

—Más o menos, quería... quiere que lo ayude con la búsqueda de Skyler.

Sí, se suponía que debía ser de ayuda y, en realidad, le estaba ocultando cosas.

Genial, Moni, muy bien.

Thorne lanzó una carcajada seca y corta, acumulada de lo que percibí como sorna

—La búsqueda de Skyler es un desperdicio de tiempo. Mi excuñada caprichosa se escapó con su noviecito nuevo, y el tonto de Dree está buscándola sin parar.

—Pareces seguro de tus palabras.

—Lo estoy. Dree terminó con ella la noche que desapareció, con los lazos rotos ella tuvo la oportunidad única de largarse. Está claro, cualquiera en su situación lo haría, se largaría de aquí sin decirle a nadie, pero nos atan los lazos, por ellos y su vínculo tan fuerte terminas volviendo.

Pero Skyler no había cerrado ninguno de sus lazos, dejó muchos abiertos. Ella puso en su diario que quería escapar y cuando uno escapa, deja todo atrás. Además, la persona con la que deseaba escapar estaba muerta.

—Ya casi llegamos.

Eché un vistazo por la ventana para contemplar dónde nos encontramos. El paradero no me sentó nada bien.

—¿El bosque? —cuestioné, tensándome de pies a cabeza.

—¿Le temes?

—No, desconfío de ti.

Una sonrisa torcida me fue lanzada como un dardo que duele, en conjunto con una risa desganada.

—Si te quisiera hacer algo, ya lo habría hecho. —Me mantuve seria, inconforme con sus palabras y actitud—. Mis intenciones son ayudarte.

—Ya veremos...

Busqué en mi mochila la lapicera negra que ocupé para hacer anotaciones. Era lo único que me resultó lo suficientemente amenazador en caso de que el chico Reveck tuviera otras intenciones. Una vez aparca al costado de la carretera, en las fauces del bosque, Thorne se percató de lo que tenía en mi mano.

—¿La lapicera para qué es?

—Enterrártela.

—Comienzo a creer que el asustado debería ser yo.

Mi seguridad pareció resultarle atractiva, pues ladeó la cabeza y se echó hacia atrás su melena. Hipnotizada por la chispa que destellaron en sus ojos, puedo decir que fue el silencio el que habló por ambos. 

Nos introducimos en el bosque dando pasos tímidos que dejaron marcas en la tierra todavía húmeda. Escuché con cierta satisfacción el crujir de algunas hojas que no soportan nuestros pesos. El cántico de los pájaros se escuchaba lejano, opacado por el susurro de los árboles. Era como si el bosque notara nuestra presencia y discutiera qué tan buena idea era permitirnos seguir avanzando. Un tejado de troncos, ramas y hojas verdes dejaron entrever el cielo gris. Movimientos fluían a mi alrededor, pude percibirlos. Era como si el bosque danzara para mí: lento, con gracia y delicadeza. Y acompañando a tan magnífico baile, las mariposas rojas se acercaron con el atrevido movimiento de sus alas. Dos, tres, cuatro... hasta siete mariposas logré contar, todas ellas alzándose a mi vista deseosas de ser admiradas.

Dirigí mi atención hacia Thorne para compartir lo inusual del momento, dando con su espalda fornida a una enorme distancia.

—Thorne... —le llamé con voz rasposa, baja para no ahuyentar a las mariposas—. Thorne, mira...

El Reveck detuvo el paso y volteó. Sus ojos no daban crédito a lo que presenciaba, su extraña mueca me lo confirmó. Encogiendo los hombros y agachando el cuerpo, volvió hacia mi lugar. Noté sus intenciones desde lejos, y me dio la impresión de que el bosque también. Las mariposas se marcharon; el susurro provocado por las ramas y hojas chocando, cesó; los pájaros guardaron silencio.

—Bien hecho —dije como si le echara una maldición y quisiera que se sintiera fatal—. Podías tener un poco de re...

—¿Cómo hiciste eso?

Su expresión se tornó extraña. La tensión en sus hombros se acentuó, su cuerpo se vio más grande a medida que se acercaba. Su repentino cambio y avance me hicieron querer retroceder, mas con sus grandes pasos tuvo la ventaja. Thorne era como una enorme sombra oscura queriéndome espantar.

Lo empujé y empuñé mi lapicera en posición de defensa. Solo entonces volvió en sí.

—Perdón, yo...

—¿El qué? —pregunté, zanjando una disculpa que poco me interesaba.

—Lo de las mariposas, lograr que se te acerquen así, que el bosque parezca con tanta... vida. Espera... ¿Te ha pasado antes?

Mi padre siempre me había dicho que no se debía responder a una pregunta con otra pregunta, sin embargo, y pese a tener siempre esto presente, no pude evitar querer saciar mi curiosidad sin rendir cuentas.

—¿Es extraño?

—Muy raro. —Volvió a darme la espalda. Su chaqueta de mezclilla gastada casi ni se movía, era igual a un robot. Intenté seguirle el paso, marchar a su lado—. Hay una historia en Norwick Hill sobre un ser que no formaba parte del mundo humano. Este ser se alimentaba del bosque y de toda la vida que en este podía hallar. Era malvado, cruel por naturaleza desentendida. Ningún humano se atrevía a cruzar el bosque; no después de que toda una tropa preparada para dar caza a este demonio jamás regresó.

—Pudieron perderse, ¿no? No sería extraño, muchos viajeros experimentados lo han hecho...

Una mirada rápida, acompañada de una amigable sonrisa, fue lo que obtuve como primera respuesta.

—Resultó que un mes después apareció el miembro más joven de la tropa con un mensaje de aquella bestia: «quien atraviese el bosque del que soy dueño, jamás volverá a ver el amanecer». Eso advirtió. Nadie entró al bosque, a excepción de una mujer. Se dice que era bella: de una larga cabellera oscura, ojos grandes y profundos, piel brillante como el río puro bajo los rayos del sol. Se adentró al bosque huyendo, y este la recibió en defensa. El bosque, que desde hacía mucho sufría soledad, quedó encantado con la joven mujer. Se llenó de vida. Las criaturas se le acercaban, las mariposas revoloteaban a su alrededor, lo que le hizo considerar a la joven permanecer mucho más tiempo dentro.

»Así fue, vivió en el bosque y de lo que el bosque le regalaba. Al menos hasta que la bestia que lo corrompía apareció. Tan inmenso era el poder de aquel ser, que de las fantásticas criaturas solo quedaron los árboles, condenados a no poder huir. Cuando la mujer se encontró cara a cara con el extraño ser, temió por su vida. Se paralizó. «¿Quién ha osado venir a mi reino?», preguntó él, cautivado por la belleza de aquella mujer. Ella le dijo que venía de la ciudad, pero que se había quedado por la paz y las criaturas. El ser se carcajeó con voz temible, mofándose de la incredulidad de la joven. «¿Paz y criaturas? Seres insignificantes, alimentos de demonios y humanos. No son la gran cosa», cuestionó. La mujer sonrió de vuelta y le dijo: «¿Qué clase de rey no protege su reino? ¿Cómo es que alguien desmerece lo que es suyo con tanto recelo? Permítame enseñarle las bondades de lo que dice ser suyo». Tanta altanería le resultó atrayente al ser y quiso seguirle el juego. Pero mientras más la acompañaba, más se interesaba en ella. Por primera vez, aquel ser caía derrotado frente a un humano.

»Un día la mujer enfermó, necesitaba un médico con urgencia. El ser, que no imaginaba ya un mundo sin su amada, la tomó en sus brazos y corrió raudo atravesando el bosque hacia la ciudad. Una mala idea. Al aparecerse frente a los humanos, ellos no dudaron en ocupar armas para atacar.

—¿Dispararon?

—Cientos de balas impactaron en su cuerpo sin hacerle daño alguno. La mujer no corrió la misma suerte. —El pecho se me estremeció el instante en que mi imaginación formó con nebulosos detalles el escenario de la historia—. Murió en los brazos en sus brazos. Después de dar muerte a quienes mataron a la mujer que amaba, él regresó al bosque con el cuerpo inerte. El bosque se entristeció. En una cama de raíces, a los pies de un gran árbol, la mujer reposó por el resto de la eternidad y su sangre tiñó a las criaturas de rojo.

Mi paso iba más lento hasta ya no avancé más.

—¿Y qué ocurrió con el ser? —curioseé, casi a punto de morderme mis ya lastimados dedos.

—Se dice que con la muerte de la mujer el bosque enfermó. El ser quiso conservar parte de lo que la mujer tanto quería y dio una parte de sí mismo para alimentarlo. Cuidó del bosque durante mucho tiempo con la esperanza de que, algún día, cuando la mujer reencarnase, se volviesen a encontrar. Es, básicamente, el que mantiene el bosque hasta hoy. Por eso me sorprendí de que las mariposas se te acercaran, ¿no serás tú la reencarnación de la mujer?

Sus cejas bailaron inquietas en su frente, dándole una extraña expresión de insinuación.

—Temo decirte que ningún ser, demonio, bestia... o qué se yo, se enamoró de mí.. Ni tengo recuerdos que lo corroboren. Las mariposas deben acercarse a mí por mi PH.

—O es que destellas tanta luz que las atraes.

Buen chiste.

Retomando el paso pensé en Skyler. Era inesquivable hacer comparaciones entre ella y yo. Y lo lamento por mi autoestima siempre baja cuando de mi examiga se trata, pero es que no podía evitarlo. Ella siempre, de alguna manera, saltaba en mi cabeza. Tenía que hacerlo, y resultaba como un chiste, pero lo hacía. Sentía que estaba a mi lado, recordándome constantemente que la chica de luz y despampanante era ella, no yo. El ángel, la mujer que cautivó al demonio.

—Ten cuidado —advirtió Thorne, justo cuando mi pierna estaba a centímetros de chocar con un enorme tronco derribado.

Apenas pude modular mi agradecimiento por la sorpresa que me había llevado, así que acompañé mis escasas palabras con un ademán. Hacerlo me llevó a contemplar a Thorne y lo que había a su espalda, justo en el tronco de un árbol cercano. Consiguiendo equilibrarme, me abrí paso hacia el papel, descubriendo que en realidad era uno de los muchos carteles de "persona desaparecida" con la foto de Skyler. Y siguiendo a Thorne me encontré con muchos otros carteles de personas desaparecidas, pero casi todos los árboles llevaban pegados el jodido papel de Skyler.

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