XIX
A la mañana siguiente papá fue a despertarme temprano. Vestía una capucha impermeable transparente y botas grandes de pescador. Su rostro cansado fue lo primero que vi al abrir los ojos, aunque todo me fue borroso entonces.
—¿Qué?
Mi voz era agónica y muy ronca.
—Ya va a iniciar la búsqueda.
Ese indicativo bastó para que mis pilas se recargaran y saltara de la cama. Pensé en el celular y el orfanato, la zona donde lo había dejado y mi plan de fingir que lo encontraba para que la evidencia cayera en manos de la policía. Ese sería mi aporte y, de paso, aliviaría mi peso de culpa por no decir nada.
Me cambié de ropa a una velocidad alucinante, aunque no era como si tuviera muchas prendas de dónde elegir, se suponía que nos queríamos una semana. Lo único que en mi maleta faltaba eran unas buenas botas para evitar empapar mis calcetines y una capucha como la de papá. Por suerte, la madrastra de Skyler me prestó una.
Al salir de la casa me percaté de que a un costado de la puerta, apoyada en la pared, la bicicleta de Skyler reflejaba las grises nubes. La habían devuelto tal y como yo la dejé. No sabía quién, ni tampoco le di mucha importancia, el auto del señor Basilich estaba listo para subirnos.
Llegamos a la zona de la búsqueda sin problemas. Al bajarnos comprobé dos cosas:
La llovizna seguía igual.
Menos personas se habían apuntado.
Papá también notó lo último y no tuvo miedo en decirlo.
—Supongo que con el cadáver que encontramos en la búsqueda pasada muchos prefieren no volver a pasar por lo mismo —le respondió su amigo. Su tono de voz fue normal, pero en su mirada entendí que esa falta de compromiso de quienes llamaba "amigos" le entristecía.
El señor Basilich y su esposa se dirigieron con Henry, el guardabosques, para hablar, así que papá y yo nos quedamos solos y algo apartados del grupo.
—¿Vas a darme de nuevo instrucciones? —le pregunté a modo de broma, pero él me miró con seriedad.
—No quiero que te alejes de mí, ¿entendido?
—Ay, papá... no es como si...
—Mantente a mi lado en toda la búsqueda, Harrell —interrumpió. Fue serio y pausado, como si lo que dijera fuese una advertencia que, de no hacerle caso, tendría una consecuencia negativa.
Maldije internamente porque eso jodía mi plan.
—¿Por qué no quieres que vaya por mi cuenta?
—Porque la última vez te encontraste con el chico Dreeven. No sé qué te hizo, no sé qué haya pasado entre ambos, pero tú lo estás evitando y eso basta para que ya no confíe en él.
—Y lo hago —repuse—. Pero... argh, papá, te quiero, pero ese no es asunto tuyo. Son... ¿cómo decirlo? Eh... cosas de adolescentes y ya. Cuando tenga el coraje de contártelo, lo haré. Es una promesa. Lo único que te pido es que no te pongas como un padre posesivo.
—Estoy tratando de protegerte.
—Y me parece genial, pero necesito algo de espacio. Deja que vaya sola, o... —Busqué entre las personas a Rita y Shellay; a ambas las encontré charlando en un lado apartado— O deja que vaya con las chicas.
Se lo pensó un momento.
—Está bien, ve con ellas. —Del puro gusto lo abracé y luego me dispuse a irme con las chicas, pero papá me detuvo—. No hagas nada imprudente y si pasa algo...
—Sí, ya sé... No tienes que repetir las cosas siempre, papá.
Me dirigí hacia las chicas para preguntarles si podía acompañarlas. Ellas accedieron sin problemas, hasta parecieron felices por ser yo la que, en esta ocasión, tomaba la iniciativa. Estuvimos hablando un poco sobre el clima y el hallazgo de William Walker, pero cuando la conversación se puso interesante, la búsqueda inició.
Nos fue imposible notar la poca motivación que esta búsqueda demostró. Todos lucían cansados, sin ánimos de querer introducirse al bosque. Ni siquiera las chicas, a quienes tuve que adelantar, pues mis ansias estaban a flor de piel.
—Esto es tan triste... —le escuché decir a Rita. Enseguida bajé el ritmo de mis pasos para escuchar de qué hablaban.
—Uno espera que si alguien joven se pierde tenga una mayor repercusión y más personas ayuden —habló su amiga.
—Son tiempos difíciles. Oí que anoche hubo un incendio en la casa de los Cooper y alguien murió.
Escuchar la palabra incendio me alertó.
—¿Otro incendio? —pregunté, ya llena de curiosidad.
Shellay asintió.
—Las construcciones de Norwick Hill —dijo—. Los cables eléctricos viejos hacen un corto circuito y los inician.
—Oí que podría ser por eso —acertó Rita y suspiró sonoramente—. Menos más que en mi casa todo es nuevo.
—Ah, porque hace poco la renovaron.
—Y ampliamos las habitaciones, sí.
—En fin... —Fue el turno de Shellay de suspirar, aunque esta vez no fue de alivio, sino de preocupación—. Hoy casi no vengo. Papá se enteró sobre lo del muerto y temía que viera lo mismo hoy.
Papá también se había puesto paranoico con eso, de camino al bosque no había parado de pedir que no encontrásemos nada extraño y la búsqueda fuese fructífera. Me pregunté en silencio, mientras miraba las pequeñas gotas de lluvia resbalar por la ventana del auto, cómo actuaría él al enterarse que una cabeza humana real había caído a mis pies.
Pensar en ello iluminó una bombilla invisible en mi cabeza.
—Oigan, chicas, ¿saben algo sobre Mazz Reveck?
Shellay me respondió con el ceño fruncido por tan repentina pregunta.
—¿El Niño del Bosque número uno? —preguntó en busca de mi respuesta. Asentí y ella se arrugó todavía más—. Pues la verdad no mucho. Es mudo, no estudió en el colegio y las veces que lo hemos encontrado ha actuado extraño.
—Tiene los ojos lindos.
Rita, cómo no, tuvo que demostrar esa fascinación extraña que el magnetismo Reveck poseía. Ella estaba colada por Voll, después de todo, y una consecuencia de ello era admirar también a sus hermanos.
—Ah, sí, tiene los ojos azules —le dio la razón la morena, aunque no parecía muy segura de lo que decía. Se dirigió a mí para no dejarme afuera de la charla—: Es un azul intenso.
—Como el asesino de Leah —comentó Rita con tono fantasmagórico.
Bien, algo que yo no sabía.
—¿Quién es Leah?
—Era —me corrigió Shellay—. Leah era una estudiante de enfermería que tenía a su familia aquí. Al parecer vino durante las vacaciones con su novio. Según sus padres, les gustaba meterse al bosque a fumar yerba. Una tarde el novio apareció solo y manchado en sangre. El sujeto deliraba y repetía una y otra vez que a su novia la había matado un demonio de ojos azules, pero como estaba tan drogado mucho no le creyeron.
—¿Y la chica?
—Nunca más se supo de ella —respondió esta vez Rita—. Al novio todavía lo tienen en juicio. Seguro lo absuelven.
—Sin cuerpo no hay delito —murmuré.
—Exacto.
Dicen que todos somos inocentes hasta que se demuestre lo contrario, pero tendría que ser muy ingenua para no sospechar y señalar con el dedo a Mazz por el asesinato de la chica Leah. Sin embargo, no sacaba nada con adelantarme a los hechos, primero necesitaba buscar una foto de Leah y saber si la cabeza que Mazz conservaba le pertenecía.
Gracias a mis divagues por poco no me percato de que habíamos llegado a los oscuros terrenos del orfanato incendiado.
—¿Podríamos entrar ahí?
—¿Al orfanato de los niños? —Rita formó una mueca de horror. Sus ojos se agrandaron en una muestra obvia de horror y pánico. Se detuvo de golpe, miró la estructura una vez más y luego me inspeccionó en busca de algún indicativo de broma—. Ni aunque me pagaran.
—No seas miedosa, Rita.
Shellay estaba de mi parte. Aprobé su comentario con una sonrisa mientras Rita maldecía.
—Está bien... —bufó— Si me sale algún espíritu, me posee un demonio o se me resecan los pulmones por todo el polvo ahí adentro, te daré un puñetazo.
Eso iba dirigido a mí, por supuesto.
Guié a las chicas hacia la puerta principal del orfanato, advirtiéndoles que tuvieran cuidado con los lugares en que decidían pisar. Afuera todo parecía normal, nada había cambiado desde que yo fui. Dentro, el ambiente era un tanto diferente. Gracias a que éramos tres chicas apuntando con la linterna de sus celulares, el sitio ya no me pareció tan asfixiante como la primera vez. Los detalles que antes no logré notar, se presentaron ante mí como un baúl viejo que contiene toda clase de recuerdos familiares.
Esperé el momento adecuado para ir en busca del celular. Las chicas estaba distraídas adivinando qué cosas había ocultas bajo las sábanas empolvadas de la sala principal. Yo, que en realidad me sentía bastante perdida, pude llegar a la sala de la escalera. Recordaba el escondite, así también los miles de símbolos que ataviaban las paredes. Ya posicionada en el escondite, me agaché con disimulo y busqué sin hallar nada.
Nada, solo polvo.
El celular no estaba en mi escondite.
Mi corazón dio un vuelco brusco. Pero para sustos y paranoias no tuve tiempo, las chicas llegaron a la sala. Ambas no dieron crédito a lo que veían.
—Miren eso... —Shellay sin ninguna clase de temor, deslizó sus largos dedos por la pared.
—¡Mierda! —Rita chilló— ¡Salgamos de aquí!
—Espera... —la detuve antes de que saliera huyendo— ¿Por qué?
—¿Es que no ves esos símbolos? —señaló a su alrededor con sus brazos regordetes extendidos— ¡Aquí debe vivir una puta secta!
Shellay fue a consolar a su amiga y la sostuvo del brazo con una calma admirable.
—¿Este es el símbolo que buscabas, Harrell? ¿Averiguaste de qué se trata? —interrogó.
—No —respondí con desánimo—, pero al parecer está en otros sitios de la ciudad, incluyendo el hotel La Cumbre.
—Raro.
—Si quieres llamarlo así... —intervino Rita con cierto dejo de sarcasmo en su tono. Shellay la apuntó directamente a los ojos con su linterna, a modo de reproche— ¿Qué? —se quejó— Puede ser una coincidencia.
Yo argumenté en su contra:
—El mismo símbolo está en el diner El ciervo feliz, la casa de los Benner... —Shellay maldijo entre dientes, lo que me obligó a callar.
—¿¡Qué ocurre!? —Rita volvía a asustarse.
Shellay tragó saliva con dificultad antes de poder hablar.
—En esos dos lugares hubo un incendio y murió alguien —señaló—. No puede ser una casualidad... ¿verdad?
No, claro que no podía serlo. No en Norwick Hill.
Para aliviar el ambiente, yo solo dije:
—Pues esperemos que sí y Skyler esté viva.
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