XIV
Una vez le pregunté a mi padre si creía que el dolor es mental o físico. Me respondió que dependería de la clase de dolor que tratara, que un rasguño se percibe doloroso físicamente y un rechazo mentalmente. Le pregunté entonces por qué sentía tanto dolor en mi pecho cuando mamá murió, y no me pudo responder. Ya más grande, haciendo zapping frente al televisor, me encontré con un tipo asegurando que podría quitarse una muela sin sentir dolor, ya que creía que esto en realidad es mental. Al sujeto lo grabaron con la boca abierta, saliva cayendo por sus comisuras, el dentista con sus terribles instrumentos haciendo lo suyo. El resultado: el hombre no se quejó ninguna vez.
»Si bien, una prueba así no confirma que el dolor sea mental, traté de que todas mis dolencias a causa del salto en el orfanato se esfumaran pensando que no estaban ocurriendo. Pero mientras más repetía que el dolor es mental, más pensaba en ellas. Y más dolían. Un fracaso rotundo hasta que descubrí que algunas distracciones, me hacían olvidar todo. Así, reforcé tal idea y la implementé en mis más crudos temores; como la oscuridad, el bosque, ver sangre, cadáveres de animales y mis fobias. Pensé que podría combatir mis debilidades enfrentándolas una y otra vez, perdiendo una parte sensible en mí.
Todavía trabajo en ello, algunas cosas todavía infunden temor en mí.
Como las iglesias. Por eso cuando papá me despertó aquella mañana ordenándome que me vistiera sin decir a dónde iríamos, me sentí perturbada. Por mi mente se cruzó una barbarie de posibilidades que llevaban a la conclusión de su incógnita orden mientras devoraba mis ya mordidas uñas. Pensé en la posibilidad de que alguien me hubiese visto poner el celular de en el orfanato; o salir del lugar y nos dirigíamos hacia el bosque. Para mi (no tan buen) fortunio, no se trataba de ello. El señor Basilich estacionó su auto frente a la iglesia, y aunque pensé en la posibilidad de que papá por fin quisiera exorcizarme por todas las cosas horribles —según él— que me gusta ver por internet, pude descartar la idea.
"Hoy se rezará para que Skyler aparezca", me dijo papá una vez bajamos del auto. Le reclamé diciendo lo horrible que me parecen las iglesias y su conocimiento sobre ello, respondiendo él que si me lo decía desde el principio no los hubiera acompañado.
Por supuesto que no, pero allí estaba yo: de pie, afuera de la iglesia, distante a la voz del reverendo Grandchester y su prédica con pocos oyentes, lejos de todas las cruces e imágenes religiosas en el interior, mismas que vi en el funeral de mamá.
Eso trajo memorias indeseables. Cuando cerraba los ojos, en la oscuridad interna de mis párpados, veía fugaces imágenes que se disparan de aquel fatídico día. Me vi caminando por el largo pasillo de cerámica color vino tinto..., la enorme cruz de madera al final, las personas sentadas..., el féretro alto y lleno de flores, papá cogiendo mi mano..., la cara de mamá...
Al verme envuelta de todo eso emití un jadeo angustiado y ahogué las ganas de fumarme un cigarro. Regresé a comerme las uñas, busqué algún rastro de piel rasgada en mis palmas a causa de la caída de ayer y palpé la zona enrojecida. Todo en vano, otra vez revivía el turbio recuerdo del funeral. Caminé lejos de la entrada para pasearme de un lado a otro. Me rasqué la cabeza pensando en la posibilidad de largarme o darme a la fuga. Tomé asiento en el murete de piedra bajo que rodea todo el terreno. Era la única persona afuera de la iglesia, la única que se veía en la calle y la única que parecía estar a punto de morir por aburrimiento.
Otro recuerdo intervino en mis pensamientos, provocando que mi cuerpo se estremeciera en un choque eléctrico que terminó en un movimiento brusco de mis piernas. El peso de la "hazaña" del día anterior había caído sobre mí después de unas horas y el roce de mi jean con las raspaduras en mis rodillas hizo que sienta una ligera punzada. Pensé en el símbolo del orfanato, en el desconocido que me ayudó. ¿Quién podría ser? Entre las opciones continuaban estando Skyler y Dreeven; de allí pude descartar a Skyler, pero sería justo hacerlo también con Dreeven. Estaba segura de que el desconocido no podía ser él, su voz sonaba muy distinta, aunque era probable que debido a la máscara. Pero y si no era Dreeven, entonces ¿quién demonios? Había un tercero que sabía del apodo y jamás lo supe...
«El acosador de Skyler», pensé.
Sonaba probable.
Bastante, a decir verdad, pero no podía aferrarme a solo una probabilidad.
Aburrida y ya sin ganas ni de respirar, saqué mi celular y desbloqueé la pantalla. Tenía un mensaje en la madrugada del que no me había percatado. Era el número desconocido que me escribió en la fiesta.
Aguardaré paciente tus gracias.
Como reacción por la adrenalina que comienza a fluir por mi cuerpo, mis manos temblaron, el sudor llegó pronto y mis movimientos fueron deprimentes. Me acomodé en el muro y miré hacia los lados creyendo que tenía la suerte de topármelo en algún sitio —como si fuese a ser posible tal cosa— y me planteé qué responder. Finalmente, después de quebrarme la cabeza, decidí irme por la opción más sencilla.
Gracias.
Me arrepentí enseguida. Debería haber hecho alguna pregunta, ser más directa y menos condescendiente. Me había escrito el desconocido, ¡necesitaba conseguir algo de información antes de entrar en un colapso mental!
Mi respuesta fue respondida en un par de segundos.
Debes tener muchas preguntas, te permitiré hacerme cinco.
Solo cinco, qué tacañería...
Para no intimidarlo con preguntas directas, ya que podía conseguir un mal resultado, escribí una pregunta simple:
¿Cómo conoces mi apodo?
Debía de estar pegado al celular, pues el mensaje me llegó con una rapidez caritativa.
Internet, fácil. Y conozco bastante de ti, Moni. Sé, por ejemplo, que te gustan las películas de terror. Vas al club de cine en tu colegio. Tu color favorito es el negro. Tienes dos mejores amigos: Jensen y Meredith. Vivías aquí de niña y volviste buscando a Skyler Basilich. No crees en el horóscopo, en el tarot ni en los adivinos, pero de todas formas te llama mucho la atención esto, tanto que le diste un cigarrillo al niño Reveck a cambio de decirte tu futuro.
Sabía bastante de mí, eso debió mantenerme en altera, pero lo que más me impactó fue lo último que dijo.
Estuvo en la fiesta.
Otro mensaje llegó el instante preciso en que comenzaba a creer que era una especie de psicópata.
Por favor, no pienses mal de mí. Verte en Welkenny fue mera coincidencia.
Tornándome seria y llena de desconfianza, por impulso tecleé y di a enviar. Enseguida una la burbuja de texto que apareció bajo todos los mensajes. Leí lo que había enviado.
¿Verme la otra noche con Dreeven también fue coincidencia?
El remordimiento de mi mensaje directo llegó tardío pero pesado. Sin quererlo ya me estaba mordisqueando el cuero alrededor de la uña de mi dedo índice para calmar la ansiedad. Mi pierna izquierda se movía compulsivamente de arriba a abajo. Traté de tranquilizarme. El celular vibró anunciando el nuevo mensaje.
No.
Vaya, era una respuesta sincera que me dejó fuera de mí. Ya no supe si sentirme protegida, confiada o sentir repudio porque el desconocido parece que me había estado espiando. Quizás Skyler no era la única siendo acosada, quizás yo lo había sido desde hace mucho y nunca me percaté de su acechante presencia. Así son, ¿no? Los dementes acosadores siempre van por la espalda, silenciosos como un gato avanzando sagaz hacia el pobre pajarillo.
Releí el seco «no» que había puesto el desconocido y me enfrenté al reiterado cuestionamiento sobre qué preguntar. Me quedaban tres preguntas, debía escoger con cuidado.
Escribí «¿quién eres?» y lo borré. Una y otra vez.
Él no quería que supiera quién es, usaba una máscara de conejo para que no lograra ver su rostro, no respondería. Al menos, no tan pronto.
Opté por algo simple.
¿Qué quieres de mí?
Era justo y necesario saberlo.
Es una respuesta difícil, Moni. Qué malvada. —Su respuesta no me dejó conforme, por lo que insistí—. Quiero todo y nada. ¿Ves? Te dije que es una respuesta difícil, no creerías en ella por más que intente explicarla. Va más allá de mi propio entendimiento.
¿Todo y nada? ¿Cómo tomarme tal respuesta?
Pretendí preguntárselo, pero una pregunta curiosa se estancó en mis pensamientos, llenando mi curiosidad y componiendo mi osadía disparatada.
¿Sabes qué le pasó a Skyler?
Sí, desapareció.
Mi espalda se encorvó en un arco de decepción y frustración.
No me refiero a eso.
Obtuve como respuesta una risa acompañada de una carita feliz. Luego le siguió una respuesta más seria:
Aunque hagas la pregunta correcta, no puedo responderte si no tengo certeza sobre lo que ocurrió con ella, lo siento. Sin embargo, estoy dispuesto a ayudarte a descubrir qué le ocurrió. Por cierto, te queda una pregunta.
Alguien que me eche una mano estaría bien, aceptaría si conociera quién eres.
Como era de esperar, no respondió nada. Conocer su identidad no sería tarea simple, así que me incliné por escribir una última e importante pregunta:
¿Has sido sincero al responder?
Los segundos pasaron mientras observaba la pantalla, el mensaje en respuesta no llegó. Mis dolencias, esas de las que intentaba con todas fuerzas creer que no deberían doler y me convencía —igual que el tipo de la televisión— de que eran mentales, regresaron. Una canción religiosa es cantada en la misa, el ambiente perfecto para recibir la respuesta.
Las mentiras son simples: decirlas y escribirlas es fácil. Las verdades, por el contrario, son complejas, y no tienes idea de cuánto me ha costado responderte con la verdad. Lo que trato de decir es que puedes confiar en mí, Moni.
Unas zapatillas de lona gastadas se asomaron por debajo de mi celular. Levanté la cabeza para ver quién era la persona que se había acercado, descubriendo a Shellay con una resplandeciente sonrisa.
—¿Qué haces aquí afuera?
Su pregunta llegó a mi cerebro, , pero no sabía por dónde partir respondiendo. Me quedé unos instantes balbuceando, con la boca abierta y sin articular palabra alguna.
—Digamos que no me gustan mucho las iglesias —dije finalmente. Fue una respuesta bastante simple para lo difícil que me resultó responderla. Me avergoncé al caer en cuenta de ello—. ¿Y tú qué haces aquí?
—Respondía a una llamada. De Rita, de hecho, quería saber si ya había terminado la misa. Sus padres están ahí adentro, pero ella no es muy creyente.
Haciendo un gesto apesadumbrado, como si estuviera terriblemente cansada, se sentó a mi lado y estiró las piernas. De reojo noté cómo baja la cabeza hacia mi celular, lo que me llevó a guardarlo en mi bolsillo ignorando la reciente notificación que había llegado.
Carraspeé sintiéndome sumamente incómoda por mi acción y el silencio casi atmosférico. Escuché el coro de la iglesia, las voces adultas siguiéndolo y al reverendo clamando a Dios. Señalé con mi cabeza hacia el interior y me acomodé en diagonal para dirigirme a Shellay.
—¿Sabes por qué asisten tan pocas personas a la iglesia? Recuerdo que de niña se llenaba y el reverendo Grandchester no encontraba sitio donde meter a tantos.
Una minúscula y furtiva sonrisa trató de ser evitada en la expresión de Shellay. Se encogió de hombros.
—La gente cada día cree menos. O cree otras cosas.
—¿Otras cosas?
Asintió.
—Sí. Desde hace un buen tiempo se rumorea que hay una nueva religión en el pueblo, que tienen su propio dios, su propio manifiesto y símbolo. La verdad, no me sorprende.
A mí tampoco me sorprendió mucho, las personas siempre buscan algo divino o poderoso a lo que sostenerse. Todos quieren aferrarse a algo o alguien para sentirse bien y creer. Lo que me sorprendió fue que había mencionado un símbolo.
—¿El símbolo es como una especie de círculo con un punto y una «V» invertida?
Shellay me miró con extrañeza. La sonrisa perdida de hacía un rato regresó a su rostro con incredulidad.
—No tengo idea, lo siento. —Mi decepción fue visible. Bajé la cabeza formando un intento de puchero—. Pero si buscas algún símbolo o algo sobre Norwick Hill, en la biblioteca podrás hallarlo.
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