V
El bosque que rodeaba Norwick Hill era más grande que la propia ciudad. Desde lejos parecía moho, de cerca un laberinto que lleva a otro mundo, a una fantasía. Sus árboles eran enormes, frondosos, de troncos anchos agrietados y viejos. De día se lograban oír los cánticos de pájaros. De noche, nada. Era quizás su silencio fúnebre lo que atrajo mi atención de pequeña, una noche que, reprimida por la falta de entendimiento hacia la enfermedad de mamá, escapé. Recuerdo que llegué a sus fauces guiada por la luna y mis ojos acostumbrados al azul nocturno. Sin pensarlo mucho, me introduje al bosque sin siquiera oír mis pisadas. Lo único que recuerdo después de mi entrada es mi salida en los brazos del guardabosques, Robert Henry.
Nunca más quise entrar al bosque tras lo ocurrido esa noche, rechazo que compartía con Skyler.
Había pasado bastante tiempo desde aquel acontecimiento y la aprensión por los bosques ya no estaba. En lugar de resultarme atemorizantes, sentía por ellos un atractivo que los ponía como el digno escenario para grabar o tomar fotografías, por lo que cuando mi padre me despertó la mañana del domingo, además de cargar mi mal humor y sueño, llevé mi cámara.
Nos encontrábamos reunidos frente a la cabaña del viejo Robert minutos antes de comenzar la búsqueda. Conté a unas treinta personas.
—Una vez iniciemos la búsqueda no te alejes demasiado. ¿Tienes tu celular en un lugar seguro? Debes fijarte bien dónde pisas. Si algo malo te sucede y estás consciente, haz sonar el silbato. No corras ni prestes atención a la cámara más que a tu entorno.
Mi padre, hombre sobreprotector y temeroso, seguía creyendo que tenía ocho años. Su discurso de protección era una repetición vaga de lo que ya nos habían dicho.
—Papá, maldición, cálmate. —Moví mis hombros para quitarme de encima sus manos, las cuales estaban ahí para que le prestara toda mi atención—. Estaré a unos metros de ti.
—Me preocupo, no quiero te pase lo de...
—No pasará —interrumpí con voz soporífera por el sueño y la remembranza de mi descuido infantil—. Era una niña tonta en ese entonces.
—¿Segura de que no lo sigues siendo?
Me hice la ofendida mientras él se echó a reír con su comentario.
Era bueno verlo animado. Al menos él lo hacía por ambos, porque ya me había percatado que era el atractivo curioso de un grupo de chicos, mis antiguos compañeros de colegio. Varias caras conocidas se presentaron en él, y con ninguno deseé hablar. Mi relación con ellos en mi época de colegio era casi nula... por no llamarla mala. No me gustaba nada. En todos los años que viví entre ellos jamás pudimos llevarnos bien, Skyler era la chica encantadora y yo siempre fui «la amiga de Skyler Basilich».
—Ya regreso, cariño —avisó papá. Le observé marchar hacia un grupo de adultos reunidos en círculo. Al parecer escuchan una oración del reverendo Grandchester.
Gran momento para quedarme sola, rodeada de personas desconocidas. Para matar la soledad que me embargó, revisé que mi cámara estuviera en orden y me di el tiempo de tomarle un par de fotografías a los resplandores que se colaban por las hojas de los árboles. Pude sacar dos fotos a los árboles dignas de ser enmarcadas, pero la tercera foto resultó ser una mancha de color piel. Rebecca Weels, había puesto su mano en el lente. Una cara conocida con la que no me apetecía hablar.
—Harrell Simone, pensé que nunca más te vería por aquí —pronunció en un tono mimoso y aniñado.
La maldita estaba mucho más alta que yo, mucho más curvilínea que yo y con un cabello mucho más oscuro que el mío. Era, en definitiva, una versión mejorada mía. A su lado yo parecía un hobbit. Lo peor era que recordaba bien sus tratos. «Buena» no era una palabra que definía mi relación con Rebecca, su presencia me era tan grata como una patada en el trasero.
No importaba, había pasado cinco años, eran nuevos tiempos. Debía poner a un lado los rencores. O fingir que nada pasaba, al menos. Traté de ponerle la mejor de mis expresiones, esbozar alguna sonrisa, ser amable, o algo por el estilo, pero terminé respondiendo a sus palabras con un movimiento de cabeza. De inmediato, unos largos brazos abrazaron a Rebecca por la espalda y la apegaron a un torso ancho. El chico en cuestión me pareció enorme, de contextura gruesa, quijada marcada, piel aceitunada, ojos marrones y cabello revuelto. Un Pie Grande con menos pelo.
—El demonio ha perdido a su ángel —se dirigió a mí con una sonrisa cargada de sorna y sin soltar a Rebecca. Pude darme una idea de quién se trataba.
—Cállate, Zachary —lo reprendió ella—, hoy no estamos para eso. Es un día importante, necesitamos seriedad.
—Lo siento, amor, es que estar aquí con Harrell... Me transporto a mi pubertad —se excusó el Pie Grande Zachary, formando un puchero tan falso como su disculpa.
—No es como si haya pasado tanto tiempo, amor, legalmente seguimos siendo unos adolescentes.
—Adolescentes que hacen cosas de adultos.
Me hice una vomitiva idea de qué iba la charla entre esos dos y pensé: «esto es lo que pasa cuando suspenden las clases por dos semanas a causa de las lluvias».
Trate de dar un paso hacia atrás para alejarme de sus miradas cómplices que pronosticaban una tormenta de besos ruidosos, solo para dar con la espalda de Matthew Black, otra cara conocida.
—¡Eh, ten más cuidado! —gruñó. Su mueca arrugada y molesta fue sucumbiendo ante el asombro el momento en que logró reconocerme—. No-puede-ser. Pero si es el demonio que andaba siempre con Skyler. Eh, ¿cómo era tu nombre? ¿Harry? ¿Daryl? ¿Henry?
—Es Harrell —increpé antes de que siguiera vomitando nombres al azar.
—¡Cierto, cierto! —exclamó con los ojos muy abiertos, tanto que pude ver todo lo blanco alrededor de su iris—. ¿Me recuerdas? Soy Matthew Black, el matadito que se orinó en los pantalones porque no pudo abrir la puerta del baño. —Dejó escapar unas carcajadas muy alarmantes.
—Cómo no recordar ese suceso, ocurrió frente a todo el curso.
Sus grandes ojos bajaron hacia mi cámara.
—¿Y qué tienes ahí? —Sus ojos grandes bajaron hacia mi cámara. El muy imprudente intentó agarrarla, suerte que fui más rápida y la alejé de su lado. No quería ni imaginar qué ocurriría si Matthew daba con ella—. Déjame verla, Harrell, anda, di que sí.
—Es personal, lo siento.
Aproveché que lanzó un llorisqueó con la cabeza hacia atrás y el perfil al cielo, como si estuviera rogándole, para guardar mi cámara en mi mochila y terminar la discusión allí.
—Ya, está bien —farfulló, volviendo a mí—. No insistiré, pero ten presente que acabas de cagarte en mi curiosidad.
En clases, Matthew me parecía un chico tranquilo, callado y sin mucho que aportar. Teniéndolo enfrente tras tanto tiempo, noté los contrastes y su cambio. Sus gestos eran exagerados, su manera de atraer la atención una cosa de otro mundo. Al hablar se acercaba demasiado y sus movimientos me recordaron a algún baile extraño. Su euforia era asfixiante. No puse en duda si había consumido alguna droga o se tomó un café ultracargado.
Procuraré mantenerme recta y con la cabeza lejos de su hálito nauseabundo.
—Demonios... —siguió, sin poder creer que me tenía enfrente—, jamás creí que volvería a verte por aquí.
—Todos terminan volviendo a Norwick Hill —señaló Shellay Brandon—. Te lo digo por experiencia propia. ¿Quién iba a decir que yo también volvería después de años?
Shellay había asistido a clases con todos nosotros hasta que un día la maestra nos dijo que se había mudado. No hay mucha historia, solo que volvió.
—Vaya mierda... —soltó Matthew— El dicho siempre se cumple...
Omití sus habladurías y Shellay hizo lo mismo.
—Por si nadie te lo ha dicho —dijo ella con una sonrisa—, aprovecho este momento para darte la bienvenida de vuelta a la isla.
Yo lo hubiera llamado «La bienvenida al mundo adolescente». Me sentía como la chica nueva del colegio, llamando la atención de los chicos, siendo el foco de atención de algunos. Puaj, qué mal me sentó reparar en esto.
—Shel, no te pases, es como si le dieran la bienvenida al infierno —dijo una voz ronca a mi lado. Era una chica de cabello rojo, rulos alborotados, pecas y granos. Observé su fisonomía en un intento por recordar su nombre.
—¿Me recuerdas? —me interrogó.
—Algo. Eres... ¿Rita Grace?
—Rita Grahaam. En clases me sentaba de las últimas, justo detrás de ti.
—Tengo una memoria pésima —dije encogida de hombros. No entendí la imperiosa necesidad de justificar mi relegación hacia Rita, supongo que fue como una necesidad para no hacerla sentir mal.
Los adultos alzaron la voz y pidieron que guardáramos silencio. Matthew se abrió paso entre los demás para tener una mejor vista y pude respirar tranquilidad por unos segundos. Rebecca y Zachary se acercaron. En una tarima de bajo presupuesto, un tronco fraccionado que serviría como asiento, el señor Basilich se aclaró la voz. Papá estaba a su lado, con un megáfono que le entregó a su amigo cuando la multitud no prestó atención.
—Silencio, por favor —comenzó el señor Basilich—. Hoy nos hemos reunido en paz, hoy nos hemos consolidado como ciudad, dejando de lado nuestras diferentes con el fin de buscar a mi hija, Skyler Basilich. Como ustedes sabrán, el martes 20 de octubre no llegó a casa. Casi lleva una semana desaparecida. No hay rastro de su paradero, no hay señales de que haya huido; solo sabemos que asistió a una fiesta con sus compañeros en el hotel La Cumbre, que vestía botas con tacón alto, jeans gastados, un corsé y un abrigo negro de pelo sintético. Sé que esto hace amago de terminar fatal, pero tengo la convicción de que podremos encontrarla o descubrir algún indicio de su paradero. Skyler ocupa el corazón de muchas personas aquí, ha crecido toda su vida en esta ciudad. Mi Sky la ama desde siempre. Hoy, los convoqué para que le devolvamos ese cariño. Gracias a todos.
Al finalizar, la faceta seria y llena de convicción del padre de Skyler se rompió en cuanto encontró consuelo en los brazos de su esposa. El guardabosques Robert fue quien ocupó el lugar en la improvisada tarima para recordar las indicaciones sobre la búsqueda.
Rita, cruzada de brazos, lanzó una carcajada seca y cínica mientras negaba con la cabeza.
—No puedo esperar menos de un politiquillo que quiere ganar votos —desdeñó en referencia al discurso del señor Basilich, lo que le trajo el descontento de varias miradas de desconocidos que voltearon a verla.
Shellay llevó una mano a su pecho, desconcertada por la poca galantería de su compañera. Le pidió a Rita que fuera respetuosa en un tono bajo, disimulado y avergonzado.
—¿Qué? —continuó Rita, mucho más a la defensiva—. Todos los que conocimos a Skyler sabemos que ella repudiaba Norwick Hill. Skyler odiaba esta maldita isla tanto como a su gente.
—¿Conocimos? ¿Repudiaba? —Rebecca guardaba su distancia. Aferrado a ella, cual koala a su tronco, estaba Zachary— ¿Por qué te refieres a Skyler en pasado?
Rita levantó la barbilla sacando el pecho hacia afuera y enderezó la espalda. Su semblante me pareció una muestra desesperada de mostrar seguridad u orgullo, pero su barbilla tenía un sutil temblor.
—Porque para mí ella murió desde hace mucho —respondió bajo, con resentimiento, con pesar. Shellay bajó la mirada al escucharla, decepcionada por la respuesta.
—¿Estás resentida? —preguntó Zac— ¿O lo dices porque sabes algo que nosotros no, Gorda Rita?
Shellay levantó la cabeza de golpe para negar la impertinencia de su compañero. Rebecca rio junto con su novio. Las mejillas de Rita se volvieron aún más rojas. Su lado más vulnerable había sido mostrado.
—Vete al demonio, Zac —habló Rita con voz quebrada—. Y tú también, Becca.
—Si me voy al demonio tendría que estar a tu lado —respondió ella— y no quiero que tu olor a frituras se me pegue en la ropa. O que la grasa de tu grano me ensucie cuando estalle.
La sonrisa torcida se delineó en Zachary tras escuchar a Rebecca y la besó como si hubiera ganado algún concurso de comentarios absurdos.
Me puse a la defensiva.
—¿Te parece divertido burlarte del físico de una persona? —cuestioné.
—Lo hace para sentirse mejor consigo misma —murmura Shellay, con cierto miedo de ser escuchada.
—Tranquila, demonio pequeño —saltó Zachary, tratando de no soltar alguna carcajada—. Becca solo se burlaba del físico de la Gorda Rita.
Su respuesta fue una mierda que me irritó más. Clamé a la bendita paciencia que me quedaba para no insultarlo. En su lugar, preferí seguir cuestionándolo:
—¿Por qué el odio hacia Rita?
El ajetreo de los adultos interrumpió su respuesta.
La búsqueda había comenzado.
Muchos se dispersaron por la zona, con los silbatos colgando de sus cuellos en caso de hallar algún rastro de Skyler. Los banderines fluorescentes destacaban entre el gris de los árboles. En las espaldas de los más preparados, grandes mochilas de exploradores colgaban. Logré ver a papá entre las personas y le señalé a Shellay y Rita, haciéndole entrever con el gesto que las seguiría.
Le mentí, por supuesto. En lugar de unirme a las chicas, me tomé el tiempo de sacar la cámara, mi fiel compañera.
Mi marcha a través del bosque fue lenta, lo suficiente para mantener la distancia entre los desconocidos y mis antiguos compañeros de curso. Encendí la cámara, le di al botón de reproducir. Empecé a grabar el cielo, las hojas de los árboles, las ramas, los troncos, el suelo, mis pisadas y enfoqué a las personas que ya me llevaban unos metros de distancia. Decir que aluciné con que mis tomas serían dignas para alguna película casera, al puro estilo de La bruja de Blair, es decir poco. Yo estaba en mi faceta de fantasía, extasiada por el minuto de intimidad. Sin embargo, pese a que mi afición ocupaba gran parte de mi entusiasmo, parte de la razón por la que nos encontrábamos en el bosque me distraía.
Buscar a Skyler.
En mi mochila estaba su diario de vida. En mi bolsillo tenía el celular que encontré en el escondite, el cual aún no me atrevía a encender.
Suspiré al pensar en mi cobardía y me maldije sin pudor a voz alzada.
Cuando mis pisadas se marcaban en la tierra húmeda por la lluvia y ramillas y hojas secas crujían bajo mis zapatos, el revoloteo de algunas mariposas biblis me causó cierta curiosidad. Su color natural debía ser negro con un borde inferior rojo, pero las mariposas en Norwick Hill eran completamente rojas. Se paseaban a mi alrededor sedientas de libertad, sin temor a que les hiciera daño. Aproveché el momento para tomarles una fotografía y grabar su osadía, sin saber que alguien más estaba oculto entre los árboles.
—¿Sabes por qué las mariposas aquí son rojas?
Detuve el paso ante la figura de Dreeven. Y en una muerte lenta de mi cordura, fui naufraga de mis propias sensaciones. Mi corazón sufrió una revolución; latía sin desacelerar su ritmo, pese a desear con fuerza y clamor que el sentir de mi corazón no lo pensara mi cerebro, por más que deseara alejarme de aquel anhelo incorrecto, no podía evitarlo. Siempre estaba allí, persistente y arraigado a mí. Luego sentí que en mi pecho una inquietud dolía en su descenso hacia mi vientre. Mis manos sudaron, mis piernas se volvieron débiles y tuve, por unos instantes, la sensación de que los pies no tocaban tierra firme. Era como si todo mi cuerpo hubiera armado una sinfonía caótica solo por ver al tercer hijo Reveck.
Bajo la sombra de los árboles pude verle con mayor claridad: ojos azules cambiantes, que se aclaran y oscurecen dependiendo de la luz, mismos que a causa de sus párpados caídos le daban un toque de seriedad y madurez a su expresión; el cabello peinado a un lado, con mechones rebeldes saltando en su frente y del castaño oscuro característico de los Reveck; labios finos, bien definidos, curvos y de comisuras ligeramente levantadas, formando así una extraña sonrisa; pálido, con algunas cicatrices por su dura niñez. Y vestía, como de costumbre, una cazadora de mezclilla gastada que le quedaba dos tallas más grandes.
—¿Te acuerdas de mí? —preguntó.
Dos imágenes difusas se colaron en mis pensamientos. Me negué a permanecer un segundo más atontada y seguí mi camino pasando junto a él. Sus pisadas indicaron que me seguía. No tardó en situarse a mi lado.
—Pregunté si te acuerdas de mí.
—Vaya manera de iniciar una conversación —expulsé entre dientes.
—¿Responderás a mis preguntas alguna vez o las seguirás esquivando?
Apreté los dientes.
—Sí, me acuerdo de ti —respondí—. Eres el novio de Skyler. ¿Satisfecho?
—No.
—Yo sí. Suerte. —Apagué la cámara apresurando el paso para alcanzar a los demás. Solo ahí me di cuenta de que las mariposas habían huido.
Dreeven, quien debía estar al frente de todas las personas, y ser el más interesados en encontrar alguna pista sobre el paradero de Skyler, estaba junto a mí, al final, e insistiendo hablar.
No me sentaban bien las huidas, la mayoría de las veces prefería dar cara; sin embargo, con Dreeven a mi lado era un desastre. Ni siquiera me atrevía a hacerle frente.
—Harrell —llamó con voz agónica.
Dios... Cómo me gustó escuchar mi nombre pronunciado por sus labios.
Me detuve tras meditarlo. Dreeven se detuvo pasos más adelante y giró sobre su eje dándole la espalda al camino que restaba para llegar con los demás. Me sentí extraña; tenía tantas formas de seguir adelante, pero con el chico Reveck frente a mí era como estar atrapada en una jaula.
Suspiré para expulsar mi nerviosismo, mi pesar y mi temor. Ese sería mi pequeño confesionario.
—Estoy tratando de olvidar lo que pasó, ¿sí? Quiero pretender que nada pasó. Es mejor así. Será sencillo para ambos, no nos complicaría —dije con la voz temblorosa, sin mirarlo a los ojos—. Se supone que esa noche no debía ocurrir nada, solo una confesión y ya. Se suponía que estaba en casa de una amiga.
—Pero estabas aquí, conmigo —concluyó sin más, con la jodida sonrisa torcida que tanto detesto. Me armé de valor para mirarlo a los ojos, y juraría que en ellos nuestro encuentro se proyectó con una chispa atrayente y peligrosa.
—Sí, precisamente por eso lo estoy evitando.
De pronto, el pitido de un silbato se escuchó por todo el bosque.
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