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III


Eran las 12:46.

Aunque tratase de no pensar demasiado en la supuesta nota de Skyler, me era imposible no cuestionar lo que había ocurrido, avivar teorías o crear hipótesis y acallar el convencimiento al que intenté con tantas fuerzas aferrarme desde que supe de su desaparición.

Aquella vez estaba en mi cuarto viendo Drácula de 1958 la noche en que papá llamó para decirme que ordenara una maleta con lo necesario, que estaríamos una semana fuera de casa. Creí que se tomaría un tiempo de su trabajo en el centro de telefonía y por fin podríamos disfrutar de unas merecidas vacaciones juntos. Pero no, lo que dijo después cayó sobre mí como un balde de agua fría. «Skyler lleva tres días desaparecida, iremos a ayudar en su búsqueda», dijo. Me pareció una total ridiculez tener que buscar a Skyler sabiendo que ella pasó toda su vida queriendo escapar de Norwick Hill. Estaba tan convencida de que ella se fue por cuenta propia, y estaba tan molesta por eso, que hice todo para negarme a perder la semana de Halloween que se celebraría en el colegio.

Después del motel me quedé dudando de los hechos.

¿Y si ella no había escapado y todo estaba planeado para hacernos creer eso? Esa duda me carcomió desde que subí al bus de regreso a la casa de los Basilich.

Lo irónico era que salí con el fin de encontrarme con Skyler y regresé a su casa con solo una nota, sin cigarrillos, un mapa enorme y queriendo ordenar mis presunciones sin volverme loca en el intento.

Clementine, la asistente de la casa, fue quien me abrió al volver. Durante un breve instante me aventuré en su mirada profunda, como si llevara años de experiencia encima, y en su imperturbable rostro.

—Buenos días —saludé por cortesía, pero ni siquiera me regresó el saludo.

Entré a la casa sin darle mucha importancia a mi cordialidad rechazada. Papá me recibió en la sala. Traía en sus manos uno de los tantos carteles con la cara de Skyler impresa. En un absurdo intento quiso ocultarlo en su espalda —como si no los hubiera visto ya en toda la plaza y los postes de luz— y al fallar, lo dobló por la mitad.

—¿Qué tal estuvo el paseo, cariño?

—Estuvo bien —respondí sin apartar mis ojos del papel—. ¿Podrías darme uno? Le tomaré una foto y trataré de compartirlo en mis redes sociales por si alguien la conocía.

Era una mentira, con suerte tenía cobertura en la ciudad. Una de las grandes desgracias de Norwick Hill era esa: la mala conexión a internet. Por eso con Skyler solo hablábamos a través de mensajes, nada de redes sociales.

Papá se lo pensó bastante antes de entregarme el papel con actitud renegada y movimientos lentos. La sonrisa forzada ya tan familiar retornó en sus comisuras, alertándome.

—¿Qué pasa contigo? —le cuestioné al recibir la hoja.

—Jean-Luc quiere ser discreto con el tema —masculló, comprobando que su amigo no anduviera cerca—. No quiere hacer de esto un espectáculo en caso de que Skyler haya escapado.

—Hace unas horas parecía estar convencido de que Skyler no se fugó. Mientras más personas ayuden en la búsqueda, mejor.

—Sí, Harrell, pero esa es su decisión y debemos respetarla. Dime, ¿a dónde fuiste?

La sutileza poco lograda en ese cambio de conversación me disgustó más de lo que quisiera admitir. ¿Por qué sentía como si me ocultara algo? ¿Qué estaba pasando? Mi cabeza dio vueltas. Sin querer ponerme más ataduras mentales de las que ya traía, me puse la mascarilla de «todo anda bien», igual a como lo había aprendido de él.

—Por ahí... —Opté por responderle de manera vaga—. Al parque, hacer caminata....

—Señor —Clementine pasó a la sala para hablar con el padre de Skyler—, la comida está lista.

Tomé eso como una salvada al interrogatorio que se me venía.

Papá se dirigió hacia la mesa en compañía de su viejo amigo y yo me guardé el papel impreso en el mismo bolsillo donde había guardado la nota de Skyler.

En el comedor, con el estofado ya servido, no puedo evitar sentirme sucia, que cargo con mucha mierda. Debía contarle al padre de Skyler sobre la supuesta nota de su hija, del mensaje que recibí desde su celular, de que creía fervientemente que ella se había fugado con su amante, pero que había demasiadas cosas que me estaban haciendo dudar. Él merecía saberlo, ¿verdad? Tenía que estar al tanto sobre los pasos de su hija, pero... ¿Y si todo era un plan? Maldita sea... Había demasiadas probabilidades y en todas ellas me hundía en cuestionamientos. Lo correcto era decirlo; sería mejor para mí y para el señor Basilich. Él se veía desesperado, nos había convocado pidiendo ayuda y nos había cedido una habitación con el fin de acompañarlo en la búsqueda.

Mis ojos temerosos buscaron su rostro.

El señor Basilich, a diferencia de la mañana, se veía más animado charlando con papá. Tenernos aquí seguro le sentaba como un cambio de ambiente para él. Quizás no era el momento ideal para contarle, mucho menos de dispararle por qué creí que tenía razón, que comenzaba a creer que Skyler no escapó.

Con ese pensamiento paré de darle toques al estofado y le di la primera probada.

—¿Cómo va la candidatura?

Según mencionó Skyler en uno de los tantos mensajes que intercambiamos antes de enojarnos, en un mes la ciudad celebraría la candidatura de un nuevo alcalde. El padre de Skyler llevaba mucho tiempo tratando de ser electo, sin embargo, nunca conseguía el puesto.

—Estos últimos días he recibido bastante apoyo. Según Francini, he subido al 48% de los votantes. Si las cosas siguen así de bien, puede que salga electo.

—¿A qué se refiere con «si las cosas siguen así de bien»? —solté sin sutileza. Siempre necesité trabajar en no hacer cuestionamientos o decir las cosas sin pensarlas antes; pero qué puedo decir... se me dificulta callar cuando algo no me cuadra y mi instinto de supervivencia anti-ignorancia me gana, lo siento. Y juzgando las expresiones de mi padre y el señor Basilich, la había jodido. Ambos adultos me miraban serios, como cuando un niño pequeño se entromete en donde no debe. Un hambriento sentido de culpa llevó a justificarme—: Es que... no entiendo cómo las cosas pueden ir bien cuando su hija está perdida.

Resultó fácil omitir los golpecitos que papá me daba con su zapato teniendo enfrente la severa expresión del padre de Skyler. Su singular aspecto de gigante, capaz de intimidar a cualquiera, parecía oponerse a mi presencia y no tuve otro deseo que ocultarme bajo la mesa para no salir jamás.

Dejando los cubiertos al costado del plato, el señor Basilich ladeó ligeramente su cabeza para mirarme con las cejas inclinadas y una postura baja, como quien trata con alguien difícil de razonar.

—Bien en términos de política —corrigió, aunque no sé si lo hizo por mi comentario o por el suyo—. La desaparición de mi Sky es algo totalmente diferente.

Ese «mi» evocaba todos los parámetros del sentido posesivo, similar a un intento poco discreto de aseverar lo que es suyo. Ja, como si Skyler fuese un objeto. Su objeto.

No me gustó nada su tono, me fue por demás extraño. No solo su tono, sino que curiosamente subiera la aceptación con los votantes justo después de la desaparición de su hija. ¿Y si él tenía que ver en la desaparición y estaba actuando el papel de padre desolado?

Quizás me lo estaba pensando demasiado, no quería volverme una paranoica.

—Lo siento —dije tras un incómodo silencio—. Es que la desaparición de Skyler me parece extraña, muy repentina.

—No te disculpes, yo me expresé mal. —El señor Basilich, padre de su Skyler, relajando los hombros miró su estofado. Entreabrió sus labios y los movió con lentitud. Parecía recitar una oración insonora. Se detuvo un segundo para sonreír—. El tema de la candidatura es lo que me distrae de esta tragedia, me entusiasmo hablando de ella —confesó—. No sé si eso esté bien, puede que lo consideren egoísta, son dignos de juzgar.

—Juzgarte nada —lo apoyó papá—, se entiende perfectamente. Durante años has querido postularte como alcalde. Siempre aspirabas a más, ¡qué mal me caías! En el colegio todo el tiempo te ofrecías como presidente de curso, presidente de la directiva estudiantil, presidente de algún club. Un pesado total.

Se echaron a reír.

—Desde niño sabía lo que quería, no te diré lo contrario.

—Por supuesto; hacías lo necesario para ganarte los votos. ¿Recuerdas que regalaste caramelos ácidos a cambio de votos y al final ganó un tal Bryan?

—Ni me lo recuerdes... Estuve una semana enfurecido.

El ambiente se tomó un respiro exhalando afabilidad.

Una vez terminé el estofado pedí permisos para levantarme y salí lo más pronto posible cuesta arriba de las escaleras, hacia el cuarto que me habían asignado en tanto durase nuestra estadía, si es que no nos echaban antes por gracia de mi bocota.

El cuarto estaba tal cual lo había dejado antes de marcharme, lo que me infundió un gran alivio puesto que la intimidad de una adolescente es de suma importancia. Sin embargo, tuve que convencerme a mí misma —y a mi conciencia atareada de culpa— que la privacidad no corría para Skyler.

Sobre la cama dejé el mapa extendido, el cartel de perdida y la nota. El mapa me serviría para ubicarme en Norwick Hill y marcar algunos puntos de referencia; la nota de Skyler como una fuente de teorías por resolver. Junto a los tres objetos, dejé mi celular con los últimos mensajes de Skyler abiertos.

No sabía si tomarme su «no debiste venir» como una advertencia o un regaño, me era difícil interpretar la intención de una persona solo con leer un par de palabras y no saber el contexto en que se habían emitido. Para colmo de males, ni siquiera estaba segura de que Skyler hubiera sido la remitente del mensaje, aunque una prueba sustentable fue el apodo que usó: Moni.

Nunca me ha gustado mi nombre, me recuerda a algún castillo antiguo de Europa, el apellido de alguien poderoso, el nombre de un chico. Mi apellido, por el contrario, me gusta. Simone me parece una palabra vibrante, con acento y con el que se pueden sacar muchos apodos; como Sim, One, Mon, Moni. Yo prefería quedarme con este último. Skyler me empezó a llamar así un día, con su voz de niña chillona, y me convenció. Ella junto con Dreeven son los únicos que me llamaban así.

Pues bien, aquello era el único contraste presentable que tenía para respaldar que Skyler había sido la que envió el primer mensaje. De la nota tenía mis dudas.

Frente a la puerta de Skyler, con mi mano en el pomo de la puerta, me acongojé una vez más. Era como si la culpa de haberle dicho tantas cosas por mensaje cobrase vida y se repitieran una y otra vez en mi cabeza, igual que esas canciones que se escuchan en la lejanía y luego no se pueden quitar de la cabeza por el resto del día.

O pudo ser causa del peso de la intromisión.

Bajé las escaleras en busca de su padre. Ambos adultos seguían charlando en la mesa. Cuando mi aparición los distrajeron, hablé:

—Me preguntaba, señor Basilich, si me da permiso para entrar a la habitación de Skyler. Me gustaría ver si hay algún indicio de que se fugó o algo por el estilo.

El cuerpo del padre de Skyler se enderezó en una recta paralela a la silla. Su reacción me dio algo de gracia porque era exagerada y repentina. Cuando dejó entrever una sonrisa torcida, todo lo gracioso en él se marchó.

—Pequeña, el cuarto de Sky está tal cual ella lo dejó el lunes. Ella no se llevó ropa, dinero, objetos de valor. Nada. No hay nada allí que demuestre su fuga —afirmó con cierto cinismo. Sus cejas alzadas y su falsa condescendencia lo delataron—. Es mejor dejar todo como está, guardar su intimidad.

Me dijo que no de una manera muy sutil.

—¿Y si le digo que será un vistazo nada más? —insistí.

—Te diría que mejor veas su habitación luego y descanses un poco. Te ves cansada, muy pálida. Debes dormir bien hoy porque mañana saldremos temprano al bosque.

—¿Al bosque?

Miré a papá.

—Te lo mencioné en el camino —respondió él—. Están buscando algún rastro de Skyler allí. Mañana saldremos a las 10:00 de la mañana con otros voluntarios.

—¿Quiénes?

—Amigos de la familia, conocidos que se hospedan en hoteles y han venido a ayudar, amigos de Skyler —se apresuró en decir el padre de mi vieja amiga—. Tú debes conocer a algunos.

Traté de asentir sin poner mala cara, gesto que me resultó imposible porque siempre porté una cara de culo.

—Bien, descansaré.

Lo haría, al menos hasta que la noche llegara.

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