Cuando Shinra aun no se hacía el test de embarazo y no sabían del pequeño retoño que llegaría a sus vidas en solo nueve meses, Obi se había sentido completamente extraño; a veces luego de una reunión se veía en la necesidad de buscar lugares de comida rápida en las aplicaciones de delivery porque de un momento a otro sintió un aroma que le recordó a una hamburguesa y el resto del tiempo solo tenía el pensamiento de comerse una. Hasta que lo hacía.

Y así con muchas otras comidas. A pesar de que nunca había sido demasiado apegado a la comida chatarra, sobre todo por su excesivo gusto por el ejercicio.

Pero era tal su deseo, que no podía simplemente ignorarlo.

Y bueno, de forma paralela a ella, el disgusto por otros aromas que eran más que cotidianos en su vida comenzaron a ponerlo enfermo. Un claro ejemplo es aquella mañana en la que pasó a echarle bencina a su auto y en el momento en el que abrió la puerta para bajarse a ayudar al bombero a cargarla, el aroma del diesel le hizo que todo su desayuno subiera hasta su garganta.

Y aunque no le encontraba ninguna razón a lo que le estaba sucediendo, tampoco quiso tomarle demasiado asunto.

Días después, Shinra estuvo presentando los mismos síntomas y habló con él sobre hacerse el test. El cual dio positivo.

Luego una noche, de las típicas donde su insomnio se hacía presente, la curiosidad le hizo buscar en internet si existía alguna relación entre el embarazo de su pareja con los síntomas que él presentaba (aunque no fuera el embarazado).

Y lo encontró, aquello se llamaba Síndrome de Couvade.

Ahora todo tenía sentido. Solo esperaba que en algún punto aquellos síntomas fueran en descenso porque estar nueve meses llenos de antojos y comiendo porquerías no sonaba a algo muy bueno para él. Además que a diferencia de Shinra, no perdería cerca de siete kilogramos de un momento a otro gracias a un parto.

Así que esperaba que comenzara a calmarse o tendría que triplicar sus ejercicios.