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Final

Un ruido molesto, como el de alguien destrozándose los dientes y las muelas al masticar piedras, fue lo primero que escuché tras recobrar la consciencia. Estaba dolorido, me costó ordenar mis pensamientos y recordar qué había pasado. Moví la mano y sentí el áspero tacto de la capa polvorienta en la que estaba enterrada. Me incorporé, levanté la cabeza y la ceniza resbaló por mi cara.

—¿Es que esto no va a acabar nunca? —dije para mí mismo mientras me pasaba la mano por los párpados para limpiarlos—. ¿Qué tengo que hacer para acabar con esta pesadilla?

Abrí los ojos y contemplé en silencio durante un par de minutos lo que había más allá de los muros derruidos del engranaje. Me levanté, di unos pasos por la capa de ceniza que cubría todo y observé lo único que se mantenía intacto: el bloque de metal.

—¿Tú también estás vivo? —La pregunta me llevó a girarme y ver al loco de la máscara emerger de la ceniza amontonada—. Estamos condenados a estar juntos. No nos vamos a librar el uno del otro.

Inspiré despacio, el instinto hizo que llevara la mano a la pistola y me imaginé agujereándole la frente.

—Que hayas sobrevivido es un regalo —contesté—. Ahora que no tengo que preocuparme de que nada escape del engranaje, me puedo permitir recrearme contigo durante todo el tiempo que quiera.

Aparté la mano de la pistola, fui a sacar un objeto puntiagudo de uno de los bolsillos del chaleco que no se había descompuesto y me sorprendí al notar el tacto del pañuelo de El Asesor: el que guardó ahí después de limpiarse y restregármelo por los labios. No lo saqué, aparté la mano y, al recordar a ese sucio traidor, la rabia nubló mis pensamientos durante unos instantes.

—Sois adorables —pronunció una figura envuelta en un remolino de ceniza, tras aparecer cerca del bloque de metal—. Tú, el siervo de mi señora, te equivocas al creer que tu camino siempre estará unido al del humano que nos abrirá las puertas de los soles primigenios. —Se movió hasta quedar a unos diez metros de mí—. Y tú, el ejecutor de la creación, haces mal en creer que nada saldrá de aquí y destruirá tu mundo.

El horizonte de ceniza resplandeciente con tonos opacos, que las paredes dejaron al descubierto al desplomarse, se llenó de remolinos y multitud de lejanos gruñidos alcanzaron los restos de la sala.

—Te recuerdo, eres la que vive en una casa de polvo que da vueltas —le dije—. Por si se te ha olvidado, te aviso de nuevo de que no me dedico a limpiar las casas roñosas. —Sin perderla de vista, pensé en formas de acabar de una vez por todas con la locura—. ¿Cuál es tu papel en esto? ¿Eres la que le limpia los zapatos a La Devoradora de soles? ¿La que le plancha la ropa? ¿O te va más masajearle los pies y quitarle los pegotitos sucios y hediondos que tiene entre los dedos?

La figura dentro del remolino rio.

—De todos los campeones posibles, me alegro mucho de que El Asesor te eligiera a ti —respondió, tras hacer que la ceniza que giraba a su alrededor cayera al suelo—. Eres divertido y me lo pasaré muy bien contigo cuando el brillo de los soles primigenios cese y la era oscura renazca. Tendremos la eternidad para disfrutar.

Observé su piel marrón, las prendas de finas láminas plateadas superpuestas de las que colgaban diminutos eslabones grises oscuros, el cabello rojizo que descendía encrespado sobre sus hombros, las delgadas cejas azules y los estilizados y finos labios verdes.

—No se lo he contado a casi nadie, pero cuando me dedicaba a torturar y matar a la gente solía tener sueños recurrentes en los que me convertía en humorista. —Giré un poco la cabeza para comprobar que la entrada inaccesible por los escombros—. Aunque descarté meterme en ese mundillo porque todos mis sueños acababan igual: si alguien no se reía con mis gracias, lo subía al escenario, lo abría en canal y lanzaba sus tripas al resto del público. —Volví a mirarla a los ojos rojizos—. Hasta ahora vas bien, pero tendrías que tenerlo en cuenta, quizá te lleves una sorpresa si no te ríes de mis bromas. —Sonrió—. Y ahora que nos hemos contado las intimidades, ¿qué te parece si dejamos de interpretar que somos medio-amigos y acabamos con esto de una vez por todas?

El chalado caminó hasta quedar a apenas unos tres metros de ella.

—Eres la representante de La Devoradora de soles, la que dirige sus ejércitos —le dijo—, va a ser maravilloso enviarle tu cabeza en un saco como anticipo de lo que haré con ella.

La sirvienta de la Devoradora de soles lo miró sin ocultar la gracia que le producían sus palabras.

—Has cumplido bien tu papel, has servido como un soldado fiel —contestó—, pero tu final se selló en el momento en que te obsesionaste con alcanzar un reino oscuro más allá de las realidades controladas por El Consejo de Asesores y el vacío de mi señora. —El odio se apoderó del rostro del loco—. No hay nada más allá, se te toleró que mantuvieras esa idea para que cumplieras tu fin, pero ya está bien de aguantar tu locura.

Un montón de ceniza, convertida en millones de punzantes y diminutos proyectiles, voló contra el chalado.

—Patético —farfulló el loco, antes de elevar un escudo de energía Gaónica y frenar el ataque.

Aproveché para recorrer el entorno con la mirada, debía buscar con rapidez algo que me diera ventaja. El engranaje había sido destruido casi por completo, ¿por qué se mantenía el vínculo activo con tanta fuerza después de que la estructura que lo creó se viniera abajo?

Preparado para atacar, vi cómo el loco creaba dos espadas de ceniza y fuego oscuro. Observé a la sirvienta de La Devoradora de soles mover la mano, dar vida a un par de seres corpulentos de piel arenosa y ordenarles que cargaran.

—Vamos, Bluquer, piensa —me dije, tras volver a mirar lo que se mantenía en pie de la estructura y el horizonte oscuro más allá de las paredes derruidas—. No ha servido destruirlo, tiene que haber otro modo.

El loco decapitó a uno de los seres y al otro le atravesó el pecho con una espada. La sirviente, divertida de ver los esfuerzos del chalado por alcanzarla, sonrió y creó a una docena de seres.

—Por más que le divierta jugar con el chalado, ¿por qué no usa todo el poder del vacío más allá del engranaje? ¿Por qué se limita solo a moldear la ceniza para crear esas cosas? —Giré la cabeza y centré la mirada en el bloque de metal que sobresalía de la capa de ceniza—. Está limitada. El vínculo con el vacío es estable, pero aún no es capaz de enlazar toda la energía Gaónica con los restos del engranaje.

Volví a mirar al chalado y a la sirvienta; el loco sonreía mientras desmembraba a los seres y ella disfrutaba ante la violencia desatada. Eran dos bestias con la necesidad de satisfacer sus deseos más oscuros.

La explosión había anulado gran parte de mi capacidad de concentrar energía Gaónica y fuego del árbol, pero aún disponía de un remanente en mi ser para permitirme prender una carga.

—Hay que desestabilizar más los restos de la estructura, hay que generar una reacción en cadena que alcance el vacío. —Me miré la mano y vi un tenue fulgor negro y rojizo recorrerla—. Quizá funcione.

Corrí hacia el bloque de metal y esquivé a las criaturas de ceniza similares a las que combatí con Ethearis que la sirviente creó al darse cuenta de lo que quería hacer. Tuve que golpear a alguna para abrirme paso, pero las bestias no frenaron mi avance.

—Falta poco —pronuncié en voz baja, después de tirarme al suelo y resbalar por debajo de una de las criaturas.

Un remolino de ceniza se elevó delante de mí cuando tan solo me faltaban unos pocos metros para llegar al bloque de metal.

—Eres demasiado ingenuo —dijo la sirvienta, tras salir de la ceniza—. El que esté jugando con el otro humano no significa que no controle cada detalle del plan de mi señora. —Una condensación de ceniza me golpeó, me elevó un par de metros y volvió a darme un golpe para arrojarme con fuerza contra el suelo. Dolorido, flexioné los brazos y levanté un poco la cabeza—. Todo sucede tal cómo tiene que ser. —Movió la mano y unos centímetros por encima de su palma se creó un diminuto sol rojo—. Este es el calor que sentiste antes de que la cámara sagrada fuera casi destruida, el de una estrella a punto de renacer y que jamás volverá a brillar. —Miró al sol y centenares de partículas de ceniza surgieron de la mano y lo convirtieron en polvo—. Mi señora supo bien predecir cómo ibas a actuar una vez fueras libre, después de que el juego se determinara a partir de que supieras que El Asesor y ella guiaron tus pasos.

Me levanté y observé el montón de polvo encima de su palma.

—Estáis tan seguras de que vais a ganar que os da igual luchar a medio gas, con la mayor parte de vuestro poder recluido en el vacío —le dije, tras señalar el horizonte oscuro que había más allá de los restos de las paredes derruidas—. Una cosa que he aprendido a las malas es que la prepotencia se paga cara. —Mientras hablaba mi ser volvió a almacenar energía Gaónica y fuego del árbol—. El Asesor es un sucio y traicionero desgraciado al que estrangularía con gusto, pero no es tonto, no apostaría su destino con tanta facilidad si no estuviera seguro de que va a ganar.

Una roca de ceniza condensada se elevó unos metros y voló hacia mí. Desenfundé la pistola, disparé y una bala recubierta de energía la pulverizó. Apunté a la sirvienta, apreté el gatillo y tuvo que elevar un muro de millones de partículas plateadas para protegerse.

—Es mía, Bluquer. —El chalado me golpeó en la espalda con una barra de energía oscura—. Aparta tus sucias manos, yo seré quien la destripe y la mandé a su dueña en porciones envueltas en bolsas de plástico.

Me eché a un lado, estuve tentando de atacar al loco, el odio que sentía por él seguía bullendo en mi interior, pero ya tendría tiempo de saldar cuentas. El futuro de mi mundo era más importante, debía aprovechar la distracción, dejar que pelearan y destruir el núcleo.

Observé cómo el chalado hundió la barra de energía oscura en la barriga de la sirvienta y corrí hacia el bloque de metal. Ella me vio, quiso arrojarme un montón de ceniza punzante, pero el loco sacó la barra de la barriga, le golpeó la cabeza y la distrajo.

—Se acabó —sentencié, nada más que tuve a tiro el núcleo del traje de guerra que adherí al bloque.

Apreté el gatillo varias veces, pero la pistola se negó a disparar. Giré la cabeza y vi cómo la mano resplandeciente de la sirvienta apuntaba a mi arma, neutralizándola. Enfundé la pistola, maldije y corrí hacia el núcleo.

La sirvienta se cansó de jugar con el chalado, creó varias estacas de ceniza, se las clavó y lo paralizó. Se convirtió en una brisa de polvo y voló hasta interponerse entre el bloque de metal y yo.

—Sigues aferrándote a una esperanza que jamás se cumplirá —me dijo, tras terminar de materializarse, mover la mano, rodear mi cuerpo con varios tentáculos de ceniza y elevarme unos metros—. Solo jugaba un poco antes de que la señal llegara e indicara el inicio de la era oscura. —Una capa de nubes rojizas, de la que escapó una llovizna de un líquido marrón pegajoso, se creó cerca de lo que quedaba del techo—. Es hora de que abras la entrada a los soles primigenios. —Solté un grito cuando los tentáculos se hundieron en mi cuerpo—. La cámara sagrada nos guiará hacia los pilares de la realidad.

En medio del dolor, me di cuenta de mi equivocación. Creí que el engranaje fue construido para facilitar una invasión a mi mundo, pero se erigió para que sirviera como portal a los soles primigenios.

Los tentáculos no solo atravesaron mi carne, también penetraron en mi alma y hurgaron en las partes más profundas de mi ser. Como alfileres helados, rajando cada vena y arteria de mi cuerpo, desgarrando músculos y agujereando tendones, la materialización de la esencia del vacío se adentró en mis pensamientos y trató de volverlos en mi contra.

—Eso no funcionará —logré mascullar.

La sirvienta observó con deleite la nube azulada que se creó en medio de la sala.

—Da igual si sigues controlando tu mente —respondió—. Tu sangre es nuestra. —A través de la nube azul se vislumbraron los soles primigenios, brillando con fuerza, indefensos ante las hordas que aguardaban en el horizonte oscuro—. ¡Marchad! ¡Sembrad la semilla de la señora!

Millares de criaturas de ceniza surgieron de los remolinos y corrieron hacia el portal que unía el engranaje con los soles primigenios. Apreté los dientes, traté de liberarme, pero mis forcejeos solo lograron que los tentáculos desgarraran más mi carne.

Tomé aire y miré al chalado inmóvil por el efecto de las estacas en su cuerpo.

—¡¿No querías vengarte, maldito inútil?! —grité, ignorando el dolor, forzando mis pulmones y mis cuerdas vocales—. ¡¿A qué esperas?! ¡¿A que te envíen una invitación firmada?! —Tomé aire y traté de no prestar atención a los pinchazos en mi pecho—. ¡¿Vas a consentir que se burle así de ti y que gane sin que puedas vengarte?! ¡Si quieres hacer que pague, ahora es el momento!

El chalado me miró con odio, pero sabiendo que tenía razón. El tiempo se agotaba y la partida estaba a punto de acabar.

—Es inútil —me dijo la sirvienta, después de centrar la mirada en mi rostro—. No es capaz de comprender bien el don que se le concedió y no tiene la capacidad de usarlo en toda su grandeza...

La estaca que voló a gran velocidad y se le hundió en la garganta la calló.

—¡Así aprenderás a no menospreciarme! —bramó el loco que trató de ir a por ella, antes de que lo alcanzaran las primeras bestias de ceniza que avanzaban hacia el portal.

Aunque las bestias no querían combatir y solo buscaban llegar a la nube azul que daba acceso a los soles primigenios, el chalado las percibió como una amenaza, se sacó el resto de estacas del cuerpo, creó dos espadas de llamas oscuras y arrojó el fuego gaónico contra la horda, retrasándola, obligándola a retroceder.

La sirvienta, irritada, miró con rabia al loco, apretó el puño y manifestó una nube de ceniza.

—Ya es hora de que arrancarte el alma y arrojarla al abismo para que las criaturas que moran en el vacío se den un festín —pronunció mientras hizo que la nube se concentrara, rotara a gran velocidad y desprendiera varios rayos.

Aunque los tentáculos seguían hundidos en mi cuerpo, drenando mi ser, el que la sirvienta se centrara en el loco me dio una oportunidad.

—Eh, masajista de pies que vives en una roñosa casa de polvo en movimiento —le dije—, ¿qué te parece si inauguramos la edad oscura con fuego? —Logré canalizar la energía del árbol en mi mano—. Hagamos que arda esta sala y todos esos pordioseros que con la excusa de ser de ceniza no se han dado un baño en su vida.

La sirvienta me miró, la rabia se apoderó de su rostro.

—No, no vas a hacer nada más que cumplir tu papel —soltó casi histérica y lanzó la nube contra mí.

El chalado arrojó una estaca, le atravesó el pecho a la sirvienta e hizo que perdiera el control de la densa acumulación de ceniza.

—En esta fiesta somos tres los que bailamos —dijo el loco, antes de atravesar la cabeza de una de las criaturas que querían avanzar hacia el portal.

Cerré los ojos, sentí el calor en la piel de la mano, pensé en el núcleo del traje adherido al bloque de metal y la energía se concentró en una llama y voló a gran velocidad. Abrí los párpados justo a tiempo de ver cómo la sobrecarga desataba una fuerte explosión.

La onda arrojó a la sirvienta contra la ceniza amontonada en el suelo y la arrastró varios metros, el chalado llegó a cubrirse tras montones de cuerpos de bestias del vacío y yo fui empujado mientras los tentáculos se desvanecían.

Antes de caer y rodar por los montones de ceniza, vi cómo se cerraba el portal y cómo se descomponía el horizonte oscuro que quedó al descubierto tras el desmoronamiento de las paredes.

Una nueva explosión, proveniente de la fuga de la energía retenida en el bloque de metal, sacudió aún más la estructura maltrecha del engranaje.

—Un poco más y ponemos fin a esta locura —pronuncié en voz baja mientras el fuego del árbol me curaba las heridas.

El chalado, una vez que gran parte de la horda se convirtió en polvo, materializó un espadón de energía Gaónica, caminó hacia la sirvienta arrastrando la hoja por el suelo produciendo un rechinar y creando infinidad de chispas negras alrededor del filo.

—¿Cómo te sientes con la conexión más debilitada? —le preguntó mientras se acercaba—. ¿Notas ya cómo decrece tu poder? ¿Ya sientes lo atrapada que estás?

Me levanté y observé las llamaradas rojas que surgían del lugar donde había estado el bloque de metal. Mi sangre contenía una mezcla de energía Gaónica y de fuego del árbol que simbolizaba la memoria de la creación; con esa carga, que había sido capaz de mantener estable un portal hacia los soles primigenios, con toda la energía contenida en mis venas, unida a las llamaradas rojas, quizás podría devolverle la luz al universo.

—Los soles tienen que renacer —susurré, me miré la mano envuelta por una fina capa de energía y dirigí la mirada hacia las llamas rojizas.

Observé cómo la sirvienta creaba un muro de ceniza para frenar al loco y me dirigí hacia el lugar donde había estado el bloque de metal. Ella me miró con rabia, deseosa de frenarme, pero su menguante poder se lo impidió.

Aunque quería acabar con el loco y degollar a la sirvienta, tenía que seguir aprovechándome de su rivalidad; el destino de mi mundo, de los universos y de la realidad era más importante que mi deseo de venganza.

Llegué a las llamaradas rojizas, me quité las maltrechas piezas del traje de guerra que aún protegían parte del brazo, las dejé caer y rompí el tejido de la manga.

Saqué una afilada punta de uno de los pocos bolsillos del chaleco que estaban intactos, la hundí en la parte alta del antebrazo y la bajé hasta la muñeca. La sangre resbaló, goteó y produjo estallidos al caer en un montón de ceniza.

—¡No! —bramó la sirvienta—. ¡Debes cumplir tu destino!

El ataque del chalado la obligó a centrarse en defenderse. La ignoré, metí el brazo en las llamas rojizas y sentí arder mis venas. El fuego se retroalimentó con la energía de mi ser y cobró más intensidad.

—Los soles... —musité, al ver una multitud de pequeñas esferas brillar en lo alto de la sala, tras evaporar la capa de nubes rojizas.

Mientras la sirvienta y el loco combatían, sentí el calor de una creación que recobraba la vida. El vínculo con el fuego del árbol consiguió que percibiera los estallidos en el espacio que marcaban el inicio de una nueva era. Sabía que tenía que derramar hasta la última gota de mi sangre para que se completara el renacimiento, que iba a morir, que mi ser se extinguiría, pero era feliz al pensar que mi muerte serviría para darle un futuro a los universos.

Con el renacer de las estrellas casi completo, cuando solo faltaba que me lanzara a las llamaradas rojas para ser consumido, el rostro de La Devoradora de soles se materializó en el horizonte que había quedado al descubierto cuando se derruyeron los muros.

—Esto no tiene que pasar —dijo, después de que un montón de ceniza solidificada me inmovilizara y me separara de las llamas rojas—. Tú debes servir para que los soles primigenios sean consumidos. Ese es tu papel. Ese es tu destino.

La ceniza me lanzó contra el suelo, una fuerza invisible creó un peso enorme sobre mi espalda y me costó mucho llegar a moverme un poco.

—No has jugado limpio —mascullé, tras fijar la mirada en su rostro—. Pactaste con El Asesor que no intervendrías.

Miró al chalado, que estaba a punto de hundir el espadón en su sirvienta, y lo paralizó.

—Mentí —contestó, dirigió la mirada hacia las esferas luminosas de la sala y estas se convirtieron en polvo.

—Maldita bruja —pronuncié con impotencia, al sentir cómo el peso sobre mi espalda se incrementaba.

Solté el aire resignado, dejé que mi cabeza cayera contra la ceniza y acepté que había sido vencido. Casi toda mi vida fue un desperdicio, me convertí en un asesino sanguinario que dedicó años a ensalzarse por encima de los demás, a alimentar su desmedido ego con las súplicas y gemidos de sus victimas y los halagos de sus competidores; viví sin reconocer el monstruo en el que me trasformé.

Malgasté día tras día. Y, cuando logré ser la persona que siempre tuve que ser, cuando me aferré a la esperanza de que conseguiría crear un mundo mejor, en el último momento apareció La Devoradora de soles y destrozó mi sueño de darles un futuro a las personas y a los universos.

—¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó La Devoradora de soles con la mirada fija en el chalado—. A los que me sirven y cumplen bien mis órdenes, aunque luego cometan algún error, suelo recompensarlos con un buen lugar en la eternidad del vacío.

Dejé de prestar atención a lo que decía, estaba muy frustrado, me refugié en la culpa y la impotencia.

—Lo siento —murmuré, pensando en todos a los que había fallado, en los que serían convertidos en polvo porque se me escapó la victoria en el último momento.

Un temblor sacudió los restos de la sala y un gritó resonó con fuerza. Un montón de ceniza, volando a su alrededor, estaba desollando al loco. Cerré los ojos y me preparé para cuando llegara mi turno.

—¿Tan pronto te das por vencido? —La voz, familiar, me produjo una mezcla de rabia y sorpresa.

Eché la cabeza a un lado y vi a El Asesor sentado en un cómodo sofá con una copa en la mano.

—Maldito traidor —pronuncié llevado por la ira—. Hiciste un trato con esa enferma adicta a comer soles y ella no ha dudado ni un segundo en romperlo al ver que perdía. ¿Qué se siente a darte cuenta de que eres un inútil?

El Asesor dio un trago corto.

—¿Quieres seguir tratando en vano de que tus insultos me afecten o pasamos a lo importante? —preguntó, tras tirar la copa sobre un montón de ceniza, separar la espalda del respaldo e inclinarse hacia delante.

Controlé las ganas de no parar de insultarle.

—¿Lo importante? A no ser que muevas tu culo para luchar contra La Devoradora, poco se puede hacer.

Se puso de pie y el sofá se desvaneció.

—Ten un poco de fe, Bluquer. —Se cogió las manos por detrás de la espalda, a la altura de la cintura—. Ninguno hemos jugado limpio, ni ella ni yo, pero nunca te traicioné.

Lo miré incrédulo.

—¿Por eso me trataste como una colilla a la que podías pisotear? —solté, rabioso.

Observó el rostro de La Devoradora de soles y después me miró de reojo.

—Formaba parte de la interpretación. Tenía que ser real y convincente. Sabía que ella jugaría sucio en cuanto viera que perdía. —Dirigió la mirada hacia el chalado que tenía el cuerpo en carne viva—. Ideé el juego hace mucho con la intención de que tuviéramos una oportunidad clara cuando La Devoradora de soles rompiera las reglas y se sintiera segura. Dejé que creyera que guiamos todos tus pasos, que trazamos tu destino, pero no fue así. —Me miró—. Moví los hilos de las realidades menores para que tuvieras libertad en tu camino. Nunca te condicioné, aunque la convenciera de que sí lo hice. —Guardó silencio un segundo—. Tus pasos trascendieron por mucho mi capacidad de intervenir y la de los que represento. Creaste tu camino y lo hiciste con la libertad que te otorgó un poder que me sobrepasa por mucho.

Aunque dudé, barajé la idea de creerlo.

—¿Por qué tendría que creer que dices la verdad?

Me observó en silencio unos instantes.

—¿Y por qué no tendrías que hacerlo? —Los ojos se le iluminaron un poco; usó su poder y me liberó del peso que me impedía levantarme—. ¿Qué tienes que perder? Puedes seguir pensando que te traicioné, que te miento, y quedarte ahí tirado hasta que llegue el momento en que La Devoradora de soles centre su atención en ti, se adentre en tus pensamientos, traiga de vuelta al hombre que una vez fuiste, a esa parte de ti que repudias tanto, y te use para llegar a los soles primigenios. —Giró la cabeza y observó el rostro de La Devoradora—. Ódiame, maldíceme, pero hazlo sabiendo que el destino de la creación está en lo que decidas.

Me puse de rodillas, miré cómo la ceniza destrozaba la carne del chalado y convertía los huesos en polvo. Vi a la sirvienta reír y al rostro de La Devoradora de soles mostrar satisfacción.

—Aunque te creyera, no soy rival para ella —le dije, tras centrar la mirada en las llamas rojizas—. Nunca me dejará que use el fuego rojo para dar una nueva vida a los soles.

El Asesor observó el rostro de La Devoradora de soles.

—Le concedes un poder que supera por mucho el que posee. Si fuera tan poderosa en este plano de existencia que aún no ha conquistado, que todavía se mantiene a salvo porque el sol que ilumina tu mundo sigue brillando, ¿no crees que sabría que me he proyectado en la sala que le sirve de nexo con esta realidad?

Centré la mirada en los ojos de El Asesor y me quedé pensativo.

—Asumiendo que solo es capaz de canalizar una fracción de su poder, aun así, ¿cómo la derroto? —Me miré las manos y vi un tenue fulgor rojizo recorrer las venas—. El fuego del árbol que prende en mi ser no es suficiente.

El Asesor señaló uno de los bolsillos del chaleco de mi traje de guerra.

—Pues hagamos que lo imposible sea posible —me dijo, antes de comenzar a desvanecerse—. Usa el caos a tu favor.

Me quedé un par de segundos asimilando todo después de que desapareciera. Dirigí la mirada hacia el bolsillo del chaleco y vi cómo sobresalía un poco el pañuelo que guardó cuando fingió que me traicionaba. Lo cogí y sentí como si los infinitos universos se proyectaran a mi alrededor.

Diferentes situaciones, diferentes versiones de mí, diferentes mundos en el que el final llegaba de otros modos. Inspiré despacio, sentí el fuego del árbol, mezclado con una porción de la energía Gaónica, prender con fuerza dentro de mí.

—Quizá funcione... —pronuncié en voz baja y miré el cuerpo casi consumido del loco—. Puede que sí...

Cerré los ojos, distintas versiones de mí fluctuaron cerca de mí, extendí la mano y rocé una. Llegué a sostener algunos de los filamentos que conformaban la realidad de la que provenía, pero no tenía suficiente energía Gaónica en mi ser para tirar de ellos y alcanzarla.

Solté el aire de golpe, abrí los ojos y miré al cuerpo casi destrozado por completo del loco.

—Después de todo vas a servir para algo... —dije para mí mismo.

Puse la palma en el suelo, canalicé una pequeña porción de la energía que prendía con fuerza dentro de mí, cerré los ojos, rocé las capas exteriores del fuego oscuro que se había adueñado del loco, extendí la otra mano y sentí de nuevo la cercanía a esa otra realidad.

—El final no es más que otro principio —pronuncié en voz baja, antes de usar la energía oscura del loco, junto a la que ardía dentro de mí, para proyectar nuestras consciencias a un mundo diferente.

Me alejé de mi cuerpo, traspasé una niebla gris repleta de filamentos, sentí como si me arañaran las entrañas, noté como si millones de hilos punzantes atravesaran mi mente y ofuscaran mis pensamientos, percibí infinidad de voces entrecortadas y acabé padeciendo la presión de millones de mundos sobre mí.

El viaje acabó de repente, solté el aire de golpe, abrí los ojos, agaché la cabeza y contemplé las piezas blindadas del traje de guerra creadas con un metal oscuro que desprendía tenues brillos opacos. Me fijé en las extrañas frases grabadas en el blindaje formadas por letras de de un alfabeto que jamás había visto.

—¿Pasa algo, Senedriem? —Era la voz de La Devoradora de soles. Alcé la mirada y vi su rostro proyectado en una de las paredes—. ¿Tienes dudas sobre su destino?

Me hablaba a mí; en esa realidad mi rol era muy diferente, ahí servía a esa enferma que almorzaba soles. Giré la cabeza y vi al loco de rodillas a un metro y medio de mí. El cuerpo del chalado estaba repleto de cadenas rojas, unos grilletes oscuros inmovilizaban las muñecas y los tobillos y una moradaza de metal resplandeciente le impedía decir nada.

Me miró sorprendido, no entendía qué había pasado ni por qué estaba preso. Centré la mirada en el rostro de La Devoradora de soles y me preparé para interpretar un papel.

—No sucede nada, mi señora. —Contemplé el resplandeciente interior del engranaje. En ese mundo no solo se mantenía intacto, sino que proyectaba una cantidad mayor de energía—. Es solo que me he permitido unos instantes de deleite ante la culminación de la gran obra.

La sirvienta, que estaba cerca del bloque de metal, caminó hasta quedar enfrente de mí.

—Ah, querido, no sabes cómo te entiendo. —Me acarició el cuello, me dio un beso en la mejilla y la mordió con suavidad—. La grandiosa por fin será libre y nosotros tendremos la eternidad en el vacío para disfrutar.

Me asqueó imaginarme que en esa realidad me acostaba con la sirvienta, qué bajo había caído el Bluquer de ese mundo, pero no me quedó otra que continuar interpretando. La cogí con fuerza de la cintura, la pegué a mí y la besé. Ya tendría tiempo de limpiarme la lengua con desinfectante.

—Entiendo vuestras ganas de celebrar la victoria, pero esperad a que los soles primigenios hayan sido consumidos —dijo La Devoradora.

La sirvienta se acercó al bloque de metal.

—Tienes razón, mi señora —contestó.

Observé a las dos y dirigí la mirada hacia el chalado.

—Sí, tienes razón, pero, antes de la gran victoria, ¿puedes concederme una pequeña petición? —Señalé al loco—. ¿Me permites que acabe con su vida?

La Devoradora de soles miró al chalado.

—Está bien, pero que sea rápido —contestó.

Desacoplé una pieza del costado del traje de guerra y unos haces de energía dieron forma a una barra que proyectaba un láser de corto alcance. Me acerqué al loco y aproximé mis labios a su oído.

—Aquí acaban tus sueños, aquí pagas por lo que has hecho —susurré—. Nunca tendrías que haberte metido conmigo. —No podía hablarle claro, decirle que eso era por Sastma y por todos los inocentes que murieron a sus manos. Tenía que seguir interpretando el papel de un Bluquer sin piedad que servía a La Devoradora—. Si existe la otra vida, si podemos reencarnarnos en algo, mejor no vuelvas porque te buscaré y me recrearé más de lo que puedo ahora.

Lo liberé, partiendo los grilletes y los eslabones con el láser. Me puse delante de él y le quité la mordaza. En esta realidad, La Devoradora de soles le había drenado la energía Gaónica y ya no representaba una amenaza.

—No le creáis, no es... —llegó a decir, antes de que le cogiera el cuello, canalizara parte de mi energía para que no pudiera articular ninguna palabra más, modificara la naturaleza del láser y le fundiera los labios, convirtiéndolos en un montón de carne abrasada y supurante de líquido que le impedía hablar.

Me puse detrás de él, le di una patada en la espalda y lo tumbé. Le presioné la columna con una rodilla y le impedí levantarse. Tiré el láser, desacoplé otra pieza y se creó un inyector de diminutas cargas explosivas de mucha capacidad.

—La ciudad quiere sangre y se la voy a dar —dije para mí mismo.

Hundí el inyector en cada vértebra y coloqué una carga tras otra. Ese malnacido pagaría y serviría para darme la oportunidad de darles un futuro a los universos.

Lo levanté, lo sujeté para que no cayera y traspasé parte del fuego del árbol a los explosivos. Caminé, manteniéndolo en pie, hasta quedar no muy lejos del bloque de metal.

—Mi señora, que esta ofrenda marque el inicio de la edad oscura —pronuncié, preparado para acabar con la locura de una vez por todas.

La Devoradora de soles asintió, complacida, y la sirvienta sonrió. Acerqué de nuevo mis labios al oído del chalado y escuché lo fuerte y rápido que respiraba por la nariz.

—Disfruta de tu último acto, payaso —le dije y lo lancé contra el bloque de metal.

Antes de que La Devoradora de soles y la sirvienta comprendieran qué estaba pasando, canalicé el fuego del árbol, me recubrí con sus llamas y extendí la mano.

—¡Tan poderosa que te crees y no eres más que una engreía con aires de grandeza! —Lancé una llamarada contra el chalado, las cargas se derritieron en sus vértebras y el dolor se reflejó en su rostro—. ¡Si te hace falta iluminación en ese sucio antro oscuro y vacío al que llamas hogar, en vez de comer soles, cómprate unas cuantas bombillas y contrata a alguien para que ponga farolas!

La Devoradora de soles me miró con rabia y la sirvienta con odio, pero no fueron capaces de hacer nada, la explosión de las cargas en la columna del chalado desató una reacción en cadena que reventó el bloque de metal y liberó la energía acumulada de los soles consumidos.

El rostro de La Devoradora, proyectado en la pared, se desdibujó y el vínculo que la unía a ese universo se interrumpió. Corrí hacia las llamaradas rojizas y me preparé para saltar dentro.

—¡¿Por qué?! —me preguntó la sirvienta, tras ponerse delante y bloquearme el paso—. ¡¿Por qué me haces esto?!

La miré sin que ninguna emoción se reflejara en mi rostro.

—No es personal —le dije, antes de desenfundar la pistola, cargar un proyectil con las llamas del árbol y los soles, disparar y hacer que estallara convertida en un montón de ceniza.

Corrí de nuevo, salté y sentí el fuego de las estrellas consumidas adentrarse en mi ser. Cerré los ojos, percibí los estallidos de los soles al renacer y una profunda alegría se apoderó de mí.

—¡No, esto no tiene que pasar! —gritó La Devoradora, incapaz de impedirme que devolviera la vida a las realidades que había consumido.

Me conecté con mi cuerpo tirado sobre un montón de ceniza en mi mundo y transferí mi consciencia mientras las estrellas brillaban de nuevo.

—Púdrete en tu vacío —dije, antes de regresar a mi cuerpo.

La conexión con la otra realidad se mantenía fuerte. En ese instante, los dos universos, el mío y el del Bluquer vendido a la causa de la adicta a darse festines con estrellas, existían unidos el uno al otro.

Me levanté, caminé por los montones de ceniza de un engranaje casi derruido y mi cuerpo se recubrió con el fuego del árbol y las llamaradas de los soles que habían vuelto a la vida en el otro universo.

—No puede ser —dijo La Devoradora de soles, sin comprender por qué mi cuerpo vibraba con la vida de una realidad—. No, ese maldito Asesor. —Su consciencia se unificó con la de su doble de la otra realidad haciendo que llegara a su fin la anomalía de que existieran dos—. No vais a quitarme lo que es mío.

La sirvienta creó varias llamaradas de energía gaónica y las arrojó contra mí. No hice nada, dejé que el fuego oscuro se disipara al tocarme.

—Buen intento —le dije, antes de golpearle la cara con una barra recubierta con el brillo de las estrellas y devolverla a lo más profundo del vacío del que surgió.

Seguí caminando mientras sentía el calor de más soles arder en mi interior. Las estrellas de otros universos se encendieron de nuevo.

—¡No eres nadie! —bramó La Devoradora de soles, tras crear un gran tentáculo de ceniza que me atravesó y me alzó.

La miré complacido al sentir su miedo e impotencia.

—Tú tampoco —contesté.

Agaché un poco la cabeza y vi cómo las gotas de mi sangre estallaban convertidas en fuego al impactar contra los montones de ceniza que cubrían el suelo. Me había convertido en el recipiente de una energía que ansiaba volver a la vida, una energía que también era capaz de controlar en parte la fuerza oscura y destructiva que surgía de un abismo negro y vacío.

Toqué el tentáculo y se descompuso convertido en polvo. Caí de rodillas contra un montón de ceniza y me levanté para mirar a La Devoradora de soles a los ojos.

—Has perdido —le dije, toqué la herida en mi estómago, sentí el calor de mi sangre, vi cómo resplandecía y caminé hacia las llamas rojizas que ardían con fuerza en el lugar donde estuvo el bloque de metal.

La Devoradora se negó a rendirse.

—Nací para acabar con la luz de soles y eso haré —dijo, tras crear varios tentáculos.

El Asesor se materializó y miró a La Devoradora de soles.

—Has nacido para quedar recluida en tu reino de vacío —pronunció mientras detrás de él aparecían un gran número de rostros de energía verde—. El Consejo se encargará de que ya no intervengas más en nuestro juego y que aceptes el resultado.

Miré a El Asesor, este asintió y seguí caminando.

—Me quedaré con la duda de saber qué mierdas tenías en la cabeza —dije para mí mismo, casi habiendo llegado a las llamas rojizas.

Me detuve un instante, ignoré las maldiciones de La Devoradora de soles y el ruido que producían los tentáculos de ceniza al descomponerse a causa de la intervención de los amigos de El Asesor. Quería tener un momento antes de que todo acabara, necesitaba despedirme de las personas que me importaban.

—Estaréis bien —susurré y me adentré en las llamas rojizas.

La sangre de mi herida brilló en medio del fuego, los soles del otro universo trasmitieron su energía y los de mi universo recobraron su vida. Mi cuerpo sirvió como un puente de unión entre las dos creaciones.

Llegué a ver el cielo llenarse de infinidad de puntos de luz; era como si estuviera en una noche en la ciudad y fuera testigo de cómo la oscuridad retrocedía en el firmamento.

Mientras me consumía, mientras mi cuerpo se convertía en combustible para el renacer de las estrellas, mi alma se trasformó en fuego y el resto de mi ser se tornó polvo luminoso que se fundió con los filamentos de la memoria de la creación.

El vacío, el que tanto había ansiado desde que maté a mi madre, me reclamaba y estaba feliz de desaparecer trayendo la esperanza a mi mundo.

—Viviréis en paz —fueron las últimas palabras que pronuncié antes de desvanecerme en medio del fuego que prendía con más fuerza gracias a mí.

El final de mi historia dio sentido a un nuevo principio. Bluquer, el gran Bluquer, se trasformó en un hombre más humilde, menos arrogante, en alguien capaz de ponerse en la piel de los demás; se trasformó en mí, un nuevo Bluquer, humano, que no dudó en luchar hasta el final por un bien mayor.

Aunque no fui un héroe, aunque casi toda mi vida fui un monstruo, salvé al mundo y a la humanidad. Mi final en el engranaje valió la pena, el universo se llenó de luz gracias a él.

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