Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 6

Cuando entré en el despacho, Mesyak acababa de iniciar una comunicación con la mujer más poderosa de la ciudad: con el Puño de los jerarcas. Por encima del escritorio, la mitad del cuerpo de la encargada del control de la seguridad de los miembros de las altas esferas estaba representada en un holograma. La melena rubia, recortada en una perfecta simetría a la altura del cuello, contrastaba con las ropas ocres. El dobladillo de las mangas, un poco por debajo de los codos, y la gruesa cremallera medio abierta que cruzaba en diagonal la chaqueta permitían ver una delgada cota de duros filamentos entrelazados. Aunque los llevaba bien, los más de cincuenta años que tenía se notaban y las arrugas de la piel bronceada del rostro daban cuenta de ello. El anillo carmesí que llevaba en el dedo anular emitió un tenue brillo que creó una ligera interferencia en el holograma.

—¿Por qué tanta urgencia? —preguntó el Puño, antes de coger una taza y dar un sorbo a una infusión roja, la más valiosa, agridulce y difícil de encontrar en esa época del año—. ¿Acaso has tenido problemas para trasladar los fondos guardados en el sótano? —Cuando Mesyak iba a responder, la encargada de la seguridad de los jerarcas negó con la mano—. Era una pregunta retórica, no hace falta que respondas. Los fondos están en buenas manos.

Desactivé el casco y terminé de bordear la representación holográfica para detenerme frente a ella.

—Los fondos —dije para mí mismo, tras mirar de reojo a Mesyak y dirigir la mirada hacia el holograma del Puño—. Ordenaste mover hoy los denerios del comercio del cristal. Qué conveniente.

Las arrugas de la edad se marcaron más cuando el desprecio se hizo patente en su rostro.

—Bluquer. —Se calló y dio un sorbo—. Diría que es un placer verte, pero no me gusta mentir. Hoy, cuando me enteré de la explosión, sentí alegría al imaginarte agonizando. —Puso la taza en un plato flotante, chasqueó los dedos y un sirviente le trajo una bandeja dorada llena de cigarrillos azules—. Una lástima que sea Sastma la que esté luchando por su vida y no tú. —Cogió un pitillo y el hombre del servicio le dio fuego—. Esa niña me cae bien. No sé, quizás sea por su enfermedad, por esa extraña tara. ¿Quién sabe? —Observó un instante el pitillo consumirse—. Le tengo cierto afecto, casi tanto como el que le tengo a los cachorros que crío para las peleas. Y eso no cambió ni cuando me enteré de que se acostaba contigo. —Dio una calada, echó el humo despacio y me miró a los ojos—. Si hubiera sido por mí, hace tiempo que Jarmuar se habría enterado de que jugueteabas con su hija y con sus sentimientos.

Mesyak buscó mi mirada para trasmitirme que ella no había dicho nada. Hice un gesto con la cabeza y con la mano para que no se preocupara.

—Pero no dependía de ti —respondí y en su rostro se apreció rencor—. No eres más que una empleada, obediente y eficaz, pero tan solo una empleada.

Movió la mano para que el sirviente se acercara y le apagó el cigarrillo en la frente.

—El viejo no vivirá para siempre, Bluquer. —Guardó silencio mientras el gemido del hombre del servicio se volvía más débil—. Y cuando no esté, en cuanto su hijo tome el control, seré libre para hacer lo que quiera contigo.

Permití que se regocijara unos segundos y que mantuviera su mirada desafiante.

—Cuando llegue ese día, veremos quién gana. Quizás tú, quizás yo. Ya se verá. —Apoyé las manos en el escritorio y me acerqué al rostro holográfico—. Pero, por si acaso, ve rezando para que no te tengas que arrepentir de iniciar la caza de una bestia sedienta de sangre, ya que lo más probable es que acabes despertándote en medio de la noche sintiendo sus fauces en el pellejo arrugado de tu cuello. —Antes de retroceder un paso, disfruté de la rabia de su rostro—. Sabías que el chalado de la máscara atacaría el club, por eso ordenaste que se llevaran los denerios.

Guardó silencio unos segundos.

—¿Y qué si lo sabía?

Miré de reojo a Mesyak.

—Que te daba igual que la gente del club muriera. —Fijé la mirada en sus ojos—. ¿Qué tramas? ¿Por qué ayudas a ese loco? ¿Por qué le has suministrado gas neuroquímico?

Le incomodaba mi tono y mis preguntas, pero se sintió obligada a rebatir las acusaciones.

—Tendrás que buscar en otro lugar si quieres obtener respuestas. —Guiada por un impulso inconsciente, acarició el anillo carmesí hasta apretarlo—. Yo no he ayudado a ese loco ni le he proporcionado nada. Tengo a las milicias preparadas, si se atreve a pisar un solo centímetro del distrito elevado acabará encontrándose con infinitas ráfagas de munición térmica. —Miró a Mesyak—. No voy a tolerar más incompetencia.

La dueña del club, esa mujer que había tenido que luchar por cada pequeño privilegio en su vida, no aguantó más y explotó.

—Maldita puerca. —La señaló—. ¿Me estás llamando incompetente? ¿Tú? Que lo único que sabes hacer es desviar denerios para comprar esclavos y encerrarlos en tus mazmorras. —Escupió sobre el holograma—. Sabias que el club iba a ser atacado y no me avisaste para que tomara medidas. Has permitido que mi equipo cayera en una masacre y que los hijos de los jerarcas fueran gaseados. Solo te ha salido mal que siga viva. Me querías muerta para echarme la culpa del desastre que has provocado. —Durante un breve instante, en el despacho solo se escuchó la agitada respiración de Mesyak—. Siempre he sabido de lo que eres capaz, de lo enferma que estás, pero has interpretado muy bien, tanto que conseguiste que me creyera que tenías un límite. —Cogió la botella de licor, la lanzó contra el holograma y esta estalló al chocar con la pared—. Zorra.

El Puño cogió la taza, miró a Mesyak a los ojos y dio un par de sorbos lentos.

—¿Has acabado? ¿O vas a seguir pataleando como una cría de cuatro años? —Mesyak estuvo a punto volver a encararse, pero me puse delante de ella, busqué su mirada y la tranquilicé—. Al menos él es listo, pero tú, tú solo eres una furcia de Kuisha. Una que tuvo la suerte de que alguien la apadrinara.

—Se van a enterar —masculló Mesyak—. Los jerarcas se van a enterar de que has permitido que mueran sus hijos.

El Puño puso la taza en el plato flotante.

—¿No crees que lo saben ya?

Me giré para mirarla a la cara. No mentía. O al menos no mentía del todo.

—Entiendo —le dije—. Has planeado un golpe. —Señalé hacia la pared que daba al club—. Va a usar a esos inútiles para obligar a que Dhermu se retire. —Consentí que el odio se proyectara un poco en mi rostro—. ¿Esa es tu lealtad? Ese hombre te ha dado todo, te ha querido como una hija y tú planeas acabar con su reinado.

Movió la mano para que el sirviente herido le trajera la bandeja con los cigarrillos azules.

—El viejo chochea. —Cogió un pitillo y el hombre del servicio le dio fuego—. Además, para él será bueno descansar. —Dio una calada fuerte y echó el humo de golpe—. El retiro le sentará bien.

Esa desgraciada ni siquiera mostraba una pizca de respeto.

—Estás loca. Vas a desatar una crisis de poder entre los jerarcas justo cuando un loco va a quemar las calles de los distritos bajos. —Dio otra calada e hizo un gesto con la cabeza para dar a entender que no le importaba—. Vas a usar lo del club, lo vas a utilizar para tus sucias ambiciones, para quitar de en medio a Dhermu, y encima tienes la desfachatez de negar que, de un modo u otro, has colaborado con el loco del chubasquero. —Iba a contestar, pero con los emisores del traje de guerra intervine la comunicación y corté el audio entrante—. Estás alimentando a un monstruo. No pensaba que fueras tan estúpida. Menos mal que la próxima vez que nos veamos será la última.

Desenfundé la pistola, apunté al proyector holográfico, disparé y la imagen del Puño se desvaneció mientras las arrugas de su rostro se acentuaban por la rabia.

—Tenemos que actuar rápido —le dije a Mesyak y activé el casco—. Va a enviar a escuadrones de las milicias para asegurarse de que todos en el club están muertos.

Asintió, echó un vistazo a una vitrina y caminó hacia ella.

—¿Y qué sugieres? —me preguntó, después de tirar las armas de exposición y apartar la madera apoyada en la pared—. Estamos atrapados en una maldita ratonera.

Miré al pasillo, cambié los modos de visión y observé a través de los muros a la multitud gaseada golpear la placa de metal.

—No estamos atrapados. —Modulé los visores hasta ver la sangre fluyendo por las venas de la gente controlada por el engendro—. Lo están ellos. Están atrapados en unos cuerpos exhaustos, sus corazones van a explotar.

Mesyak sacó una ametralladora de gran calibre y un chaleco acorazado de un doble fondo detrás de la vitrina.

—No podemos esperar a que mueran. No sabemos cuánto tardarán en caer.

La miré mientras se colocaba el chaleco y ajustaba al hombro la correa que sujetaba la ametralladora.

—No lo vamos a hacer. —Observé el muro por el que el despacho estuvo conectado al callejón, me acerqué, pasé el guante por los puntos menos gruesos y examiné los pilares de la estructura—. Los dejaremos entrar.

Mesyak enarcó una ceja.

—Ya empezamos con tus planes de locos.

Caminé hacia el pasillo y señalé la placa de metal.

—Si acabamos con ellos ahí fuera, no estaremos mejor que aquí. Los trajeados seguro que tienen posiciones en la entrada del club. Si intentamos salir por ahí, estaremos en desventaja.

Mesyak miró la pared en la que estuvo el túnel.

—¿Quieres volarla? —me preguntó, incrédula—. La estructura del edificio carga en el muro. El túnel del despacho con el callejón estaba construido con placas gravitacionales. —La miré y esperé a que se diera cuenta de que no me decía nada nuevo—. Plan de locos, como siempre. —Negó con la cabeza—. Al menos ten la decencia de contármelo.

Afirmé con la cabeza.

—Volaremos la placa de metal, aplastaremos a unos cuantos y dejaremos que entren los demás. —Caminé hasta la puerta del despacho—. Desde detrás del escritorio tendrás una posición perfecta para vaciar cargadores a los que sobrevivan. —Miré la pared, saqué del chaleco puntas de perforación y las puse en un mueble—. Mientras los entretienes, colocaré micro cargas que prologuen el derrumbe, traspasando la presión de un cimiento a otro, llevándola al extremo contrario del edificio.

Mesyak suspiró.

—Lo que he dicho, un plan de locos. —Observó el lugar donde estuvo la entrada al túnel—. Suponiendo que no acabemos enterrados bajo toneladas de escombros, ¿cómo llegaremos al callejón?

Desenfundé dos piezas alargadas y puntiagudas de metal de la parte trasera del chaleco, caminé hasta el escritorio, las coloqué encima, acaricié la muñeca y susurré un código.

—Hace un par de meses, me enteré de que cerraban un programa de armamento avanzado en Dermos. —Las piezas proyectaron láseres azules que se entrelazaron—. Los que lo desarrollaban no querían que cayera en las manos de los nuevos gobernantes. Ya sabes, los hermanos Yesgoi.

Mesyak observó los haces de luz crear un gran cañón compuesto por decenas de barras azuladas.

—Ya, no me digas más. —Me miró de reojo—. Fuiste y le pagaste una millonada de denerios.

Negué con la cabeza.

—Quedé con ellos en las llanuras, los maté y me llevé este prototipo. —Observé los láseres en silencio durante un par de segundos—. No quería que, si los cogían y los torturaban, dijeran quién era el nuevo dueño.

Mesyak me miró y negó con un ligero gesto de cabeza mientras el arma terminaba de tomar forma.

—¿Quieres que me crea que tú solo acabaste en las llanuras con la gente que desarrollaba armamento avanzado en Dermos? —Enarcó una ceja—. Vamos, Bluquer. Nunca has sido un fanfarrón. No empieces ahora.

Menos mal que no vio la rigidez de los músculos de mi cara cuando me llamó fanfarrón.

—No lo hice solo.

Extrañada, frunció el ceño y acabó por atar cabos.

—¿No me digas que volviste a trabajar con esa zumbada?

Asentí.

—Ella quería otra cosa del proyecto y unimos fuerzas.

Meneó la cabeza y se quedó sin habla unos segundos.

—Ay, no, lo que nos faltaba. Que volvieras a juntarte con la más enferma y loca cazarrecompensas del continente. —Cogí el cañón, lo conecté y se elevó—. Bluquer, en serio, esa mujer es peor que el Puño, que el chalado de la máscara y que los caníbales de Engerm.

Desplegué un control holográfico y táctil por encima de la muñeca y dirigí el vuelo del arma hasta que apuntó a donde estuvo el túnel.

—Lo sé. —Apagué el holograma—. A veces aún recuerdo las tres puñaladas que me dio en tu club. Las de la espalda y la del pecho. —Centré la mirada en su rostro—. Pero eso fue hace años, mucho antes de que mi padre muriera.

—¡Bluquer, espabila! Esa loca te apuñaló porque pensaba que mirabas a otra. —Al ver que no contestaba, bufó—. ¿No te acostarías con ella? ¿No serías capaz de hacer que se encaprichara otra vez de ti? —Chasqueó los dedos delante del visor—. Contesta.

—No —respondí con sequedad mientras sacaba tres pequeños discos azules del chaleco.

—¿No? —Se puso delante de mí y me impidió caminar hacia el pasillo—. Dime de verdad que no has encendido de nuevo la mecha de esa bomba de relojería.

—No lo hice. —Moví la mano para que se apartara—. Ella quería que volviéramos, pero le dije que ya no me apetecía estar con nadie.

—¿Y? ¿Qué te dijo? —preguntó, inquieta.

—Vació un cargador contra el chaleco, maldijo y se fue con lo que quería del programa armamentístico de Dermos. —Apreté el puño, presioné los discos y los activé—. Axelia ya no me interesa, al menos no para acostarme con ella, pero siempre es bueno tener abierta la puerta al contacto con un arma de destrucción masiva de metro setenta.

Mesyak negó con la cabeza.

—Maldito loco —repitió un par de veces—. Si salimos de esta, te voy a encerrar en un programa de reprogramación mental para que te apartes de una vez de las personas tóxicas.

Los discos volaron hasta adherirse a la placa de metal.

—Entonces tendría que darme la espalda a mí mismo.

Mesyak se quedó callada unos segundos.

Touché —dijo mientras caminaba hacia el escritorio—. Tú ganas, por ahora.

Sincronicé el cañón, desplegué las puntas de perforación e inicié el mecanismo de los discos.

—Cuando entren al pasillo, dispara hasta que los cuerpos desmenuzados obstaculicen el avance de las oleadas. Con suerte, el contenerlos atraerá la atención del engendro que los controla y lo acercará al pasillo justo cuando derruyamos el edificio.

Mesyak apoyó la ametralladora en el escritorio, se arrodilló y apuntó hacia el corredor.

—Empecemos tu plan de locos —dijo en voz baja mientras cerraba un ojo y miraba por la mirilla con el otro.

Toqué una minúscula pieza incrustada en la parte de la indumentaria de combate que me cubría el antebrazo, susurré una combinación de números y letras y activé un escudo de energía rojiza. Me coloqué en la puerta, posé una rodilla en el suelo e inicié la alteración de algunas placas de metal del traje de guerra para que ganaran densidad y peso. En el momento en que sentí que la carga de la indumentaria de combate aumentó lo suficiente para, junto con la barrera, frenar el empuje de la explosión, detoné los discos azules, noté el ligero empuje de la onda y modulé los visores para ver con claridad a través del polvo.

—Ahí vienen —dije, después de que se silenciara la explosión y el ruido de la placa aplastando a decenas de personas—. Espera. —Levanté el puño—. Dejemos que entren.

Cuando los primeros avanzaron hasta casi llegar a la mitad del pasillo, desactivé la alteración de las placas de metal, bajé el brazo y me eché a un lado mientras apagaba el escudo de energía.

—Acabemos con esto —sentenció Mesyak, apretó el gatillo y las balas de alto calibre zumbaron en el despacho, produjeron destellos al atravesar el aire e impactaron en los gaseados.

Los gritos se mezclaron con el rugir del arma a medida que la munición desmenuzaba la carne y troceaba los huesos. Las cabezas, las piernas y los brazos volaron por el pasillo y chocaron en las nuevas oleadas antes de que las balas las destrozaran.

—¡Vacía cuatro cargadores más! —grité, vi que asentía, coloqué las puntas en la pared y las activé para que perforaran el muro.

Los pedazos de carne se amontonaban en el pasillo, pero, aunque los gaseados sucumbían unos detrás de otros, usaron los troncos de los caídos para amortiguar los disparos.

—¡Mierda! ¡Bluquer! —bramó Mesyak mientras recargaba el arma, justo antes de disparar más ráfagas—. ¡Han cambiado la táctica, se cubren con los cuerpos de los muertos!

Desplegué el holograma táctil, miré al cañón y lo encendí.

—¡Ralentízalos! —Las barras azuladas del arma, que flotaba apuntando a donde estuvo el túnel, giraron con rapidez—. ¡Los tenemos donde queremos!

Sin ocultar el placer que sentía al agujerear a la gente gaseada, Mesyak sonrió.

—¡Morid, malditos! —gritó, antes de que se le escapara alguna carcajada.

La miré un segundo, la vi disfrutar mientras apretaba el gatillo y sentí una conexión con su forma de saborear el segar vidas. En muchos aspectos, en el fondo, no éramos tan diferentes.

—El deleite de la muerte... —susurré un pensamiento, me eché un paso hacia atrás e hice que el cañón disparara.

Un fogonazo de energía azul atravesó la pared, se trasparentó y creó un corredor estable al callejón. Miré a Mesyak, le hice un gesto para que lo atravesara, desenfundé la pistola y me coloqué a dos metros de la puerta del despacho.

—¡Sal! —vociferé—. ¡Ahora te sigo!

Esperé hasta que uno de los gaseados estuvo lo suficiente cerca y le apunté con el arma. Apreté el gatillo, le incrusté una bala en el cráneo y la cabeza explotó. Un nuevo disparo rebotó en la pared, antes de estallar y lanzar una gran cantidad de pedazos de hormigón contra la oleada. Aguardé un par de segundos, a que se levantaran y a que entraran más, y disparé una corta ráfaga de tres balas al techo del pasillo.

—¡Engendro! ¡Si quieres que muera, ven a buscarme y para de mandar a marionetas! —Cerré la puerta del despacho, corrí al túnel y salí a la calle—. Aléjate, busca refugio —le dije a Mesyak mientras me colocaba cerca del edificio de enfrente del club, posaba una rodilla en el asfalto agrietado y apuntaba al cañón.

La gente controlada por el engendro no tardó en arrancar la puerta del despacho y asomarse al túnel de energía transparente. Contuve la respiración, cambié el modo de disparo a munición térmica, apunté al tobillo del primero que se asomó para que cayera y frenara al resto, le disparé y apreté el gatillo para lanzar un proyectil contra el cañón. Saqué un triangulo de metal, lo tiré cerca del túnel y lo activé para que generara una burbuja de gravedad.

—Muere monstruo de feria —mascullé mientras las puntas perforadoras estallaban.

El muro del edificio se resquebrajó y la estructura se vino abajo. El cañón, al que le rodeó una llamarada de energía azul, creó un estallido de fuego que abrasó a los gaseados antes de que los primeros escombros aplastaran sus cenizas. La burbuja de gravedad redirigió el derrumbe al lado contrario. La estructura se contrajo a medida que los muros, el hormigón y las vigas se hundían hacía la parte central del edificio.

A parte de algunos fragmentos de ladrillos y cristales, no cayeron muchos restos en el asfalto agrietado. Modulé los visores para ver con claridad a través de la polvareda que cubrió el callejón y caminé para reunirme con Mesyak, que se había refugiado a una veintena de metros en la entrada de un edificio.

—Lo conseguimos —me dijo, tras toser un par de veces a causa del polvo—. Tu maldito plan de locos funcionó. —Una ligera sonrisa se dibujó en su rostro—. Juro que a partir de ahora no me quejaré de ninguno de tus planes.

Saqué una diminuta pieza cristalina del chaleco, la tiré contra el asfalto agrietado y generó una ligera corriente de aire que disipó la polvareda.

—¿Qué te dijo? —le pregunté, después de desactivar el casco—. ¿Qué órdenes te dio el Puño?

Sin ser capaz de ocultar la mezcla de vergüenza y rabia, apartó la mirada.

—Bluquer... No debí...

—Mesyak, no te estoy recriminando nada. —Puse la mano en su brazo, cerca de su hombro—. Solo quiero saber qué te dijo. Esto cada vez se pone peor y necesito tener todo claro. —Dirigió despacio la mirada hacia mis ojos—. La ciudad no va a aguantar mucho más, el loco del chubasquero es una amenaza muy seria, una que costará detener, pero el golpe contra Dhermu es aún más peligroso. Las dos cosas juntas van a hacer que todo estalle por los aires.

Bajó un poco la cabeza.

—Me dijo que controlaría al loco, que Dhermu estaba interesado en capturarlo y que necesitaba mantenerte al margen. —Cerró los ojos—. Me mintió. Me manipuló. Esa puerca consiguió que la creyera.

Ver a una mujer como Mesyak, orgullosa, capaz de pelear a muerte por lo que se había ganado a pulso, abatida de ese modo me produjo cierta pena.

—No es tu culpa. —Le costó mirarme—. Le debes mucho a Dhermu y ella ha jugado con eso. —La tristeza no desapareció de su rostro—. Tras los meses incapacitado, cuando retomó el control, aunque aprobó la decisión que la junta y el Puño tomaron sobre tu madre, se mostró todo lo compasivo que puede llegar a ser y quiso premiarte más por cómo gestionabas el club. Se preocupó de que a tu madre no le cerraran las puertas de los hospitales del distrito elevado, de que aceptaran tus denerios.

—Sí... —respondió con un hilo de voz.

—Incluso mandó a sus médicos. —Al mirarla a los ojos, sentí cierta compasión—. El Puño ha jugado con eso, con la lealtad que Dhermu se ganó al trataros bien a tu madre y a ti. Ella sabía que no te negarías a obedecer si te decía que las órdenes venían de él.

Guardó silencio varios segundos.

—No se lo perdonaré nunca. Vamos a usar la red de informantes para encontrar el rastro de ese loco. —Me miró a los ojos—. Te lo debo. Y se lo debo a Sastma.

Inspiré despacio y asentí con un ligero movimiento de cabeza.

—Haremos que pague. Se arrepentirá de... —Me callé al escuchar el ruido de motores. Miré a ambos lados del callejón, vi dos camiones con semirremolques acercarse marcha atrás y activé el casco—. Parece que todavía no hemos acabado.

Desenfundé la pistola, cambié el modo de disparo al de munición explosiva y apunté a uno de los vehículos. Mesyak se puso detrás de mí, quedamos espalda con espalda, y se preparó para abrir fuego contra un camión con la ametralladora de gran calibre.

—Cuando quieras los cosemos a tiros —me dijo.

—Espera —respondí, al ver que aminoraban la marcha.

Se detuvieron a unos sesenta metros de nosotros y las planchas que cubrían las puertas de los semirremolques cayeron contra el asfalto. Modulé los visores, traté de ver qué había en el interior de uno, pero me fue imposible traspasar la aleación.

—Su blindaje... —pronuncié entre dientes.

Mesyak giró la cabeza y me miró de reojo.

—¿Qué dices?

Guardé silencio un par de segundos mientras la observaba por un lateral de los visores.

—Su blindaje interfiere con los sistemas de visión del casco. No puedo ver a través de él.

—Eso no es posible —dijo, confundida.

Las puertas de los semirremolques se abrieron y unas figuras avanzaron ocultas por la oscuridad de la zona de carga. Cuando la poca luz del callejón las alcanzó, sus grotescos aspectos quedaron a la vista.

—Bluquer, ¿qué son esas cosas?

Modulé los visores para observar con más claridad las figuras amorfas moverse.

—No lo sé...

Las personas, si es que eran personas, hinchadas, tenían tanta grasa que sus cuerpos estaban deformados. Las papadas arrastraban las facciones hacia abajo, los pliegues de los brazos bailaban y las abultadas piernas hacían que los pies inflados agrietaran el asfalto.

Cuando un hombre, flaco, con el torso desnudo cubierto por gruesas cadenas negras, descalzo y con las piernas apenas tapadas por un tejano oscuro muy rajado, caminó por encima del semirremolque hasta detenerse en el borde de la parte trasera, las criaturas se detuvieron.

—Bluquer, Bluquer. —Mientras se acariciaba una de las puntas del pelo moreno y sucio, su voz se proyectó por las diminutas esferas que flotaban a su alrededor—. El jefe te tiene cogido por las... —Se señaló la bragueta—. Ya sabes, tus cosas. —Meneó las manos—. Da igual. Que sabe tanto de ti que es capaz de predecir cada uno de tus pasos. —Se sentó en el borde del semirremolque—. ¿Crees que iba a permitir que mataras al telépata deforme? —Apretó la punta del pelo—. Eres tan iluso. Igual que nos dijo.

Me cansé del payaso, le apunté al pecho y disparé una bala explosiva. Cuando tan solo faltaba poco más de dos metros para que lo alcanzara, el proyectil se ralentizó hasta detenerse.

—¿Creías que iba a ser tan fácil? —se burló mientras movía la mano y la bala volaba a gran velocidad hacia mí.

—¡Mesyak, a cubierto! —bramé al mismo tiempo que activaba el escudo de energía y aumentaba la densidad de las placas del traje para resistir la explosión.

El proyectil impactó en la barrera energética, estalló y me empujó un poco.

—¿Es que todos estos locos han sido modificados? —preguntó Mesyak, antes de adelantarse un par de pasos y apuntar con el arma a las criaturas amorfas—. Si ese cerdo puede frenar las balas, destrocemos a las cosas que han salido del camión para llegar hasta él y patearle el culo.

Con gran estruendo, la munición salió disparada y creó efímeras ráfagas de luz. Los proyectiles impactaron en los cuerpos grasientos, agujeraron la carne, amputaron extremidades y partieron a algunos por la mitad.

—¡Morid, putos monstruos! —bramó Mesyak mientras bajaba el arma y disparaba contra las criaturas que, seccionadas por la mitad, trataban de arrastrarse hacia nosotros.

Después de medio minuto, una vez que sobre el asfalto agrietado tan solo quedaban manchas de sangre viscosa, cabezas, manos, brazos, piernas y troncos troceados, puse la mano en el hombro de Mesyak, conseguí que bajara el arma y dejara reposar el cañón humeante.

—Ya está —le dije, tras adelantarme un par de pasos, mientras desacoplaba un par de barras de metal extensibles de los costados de las placas que me cubrían parte de las piernas—. Encárgate de los del otro camión. Yo me encargo del engreído de las cadenas.

Giré la cabeza, la vi asentir y centré la mirada en el secuaz del loco del chubasquero. Tenía que haberle amenazado mientras caminaba hacia él, haberle dicho lo mucho que iba a sufrir, que le iba a arrancar el esófago y se lo iba a meter por su agujero más arrugado y oscuro hasta que saliera por la boca, pero estaba harto, demasiado harto de que mis amenazas acabaran convertidas en palabras huecas. Necesitaba matar y torturar para recuperar el deseo de pronunciarlas en voz alta.

—Veamos si también puedes frenar los golpes —mascullé al alcanzar las primeras manchas de grasa y sangre.

El secuaz del loco del chubasquero, se metió el pulgar y el índice en la boca y silbó.

—Chicos, el jefe lo quiere vivo. —Golpeó con la palma el semirremolque—. ¡Así que traedme a ese trozo de mierda vivo!

Uno de los brazos amputados sufrió un par de espasmos y saltó sobre mi bota. Mientras extendía las barras, convertía las puntas en metal incandescente y trasformaba la mano que se había atrevido a tocarme en ascuas de ceniza roja, los trozos de los cuerpos de las criaturas se movieron para unirse.

—-¿Qué mierda es esta? —dije en voz baja.

Me iba a girar para avisar a Mesyak, pero del semirremolque salieron varias personas, esqueléticas, vestidas con pijamas negros resquebrajados, que profirieron lamentos agónicos y se movieron a gran velocidad. Me puse en guardia, retrocedí un par de pasos, atravesé la cabeza del primer escuálido que se aproximó, la convertí en humo y golpeé con la suela para que el cuerpo cayera al asfalto humedecido por la sangre.

Me defendí a medida que cedía terreno y destrozaba a los engendros. Arrojé el metal incandescente contra sus cuerpos, partí huesos antes de abrasarlos, seccioné brazos y piernas, transformé los abdómenes en fuego y ceniza. Cuando cayó el último, miré al maldito semidesnudo de las cadenas, apreté los dientes y contuve un grito de rabia.

—Esto no va a quedar así —mascullé, al ver a la horda de criaturas grasientas recompuesta caminar hacia mí—. No voy a permitir más humillaciones. Habéis ganado. Disfrutad de la victoria mientras podáis. —Los cuerpos de los escuálidos se recompusieron—. Os saldrá caro el haber enfurecido a un monstruo sin alma.

Me di la vuelta, recorrí rápido con la mirada la parte del callejón que aún controlábamos, observé cada riñón en busca de una salida y la encontré en una losa que cubría la entrada a las alcantarillas.

—¡Mesyak! ¡Tenemos que irnos! —le grité justo cuando iba a recargar la ametralladora, se volteó y vio a las criaturas regeneradas. Guardé las barras y corrí hacia la entrada a las cloacas—. ¡Vamos!

Antes de ir a reunirse conmigo, Mesyak se quedó un segundo asombrada ante la visión de la horda recompuesta.

—¡¿Qué pasa Bluquer?! ¡¿Cómo pueden estar vivas esas cosas?!

Me hubiera gustado darle una respuesta, pero solo tenía dudas y conjeturas. Ese modo de regeneración era asombroso. Me sorprendió incluso a mí, que conocía la mayoría de avances en programas militares.

Aparté las preguntas, coloqué un disco azul de detonación, lo sincronicé con el control del casco y comprobé a qué distancia se encontraban las criaturas amorfas.

—Date prisa —musité, al poco de escuchar los silbidos afónicos que producían los escuálidos mientras terminaban de regenerarse.

Cuando a Mesyak no le quedaban más que unos quince metros para alcanzarme, de los edificios, del que estaba al lado del club derruido y del de enfrente, se tiraron decenas de escuálidos que cayeron justo entre ella y yo.

—No, no —mascullé, al ver salir a varios más del camión que Mesyak tenía detrás.

Desenfundé la pistola, la puse en modo de detonación, me volteé, disparé un par de veces para frenar a los que venían a por mí, me giré y apunté a los escuálidos que iban a por ella.

—¡Vete, Bluquer! —gritó mientras vaciaba un cargador contra los que se le acercaban.

Al mismo tiempo que decenas más saltaban de los edificios, apreté los dientes y negué con la cabeza.

—No te voy a dejar. —Saqué tres dardos del chaleco, los lancé, brillaron con un fulgor amarillo, volaron contra los escuálidos que salían del camión, se trasformaron en una red de filamentos de energía y los trocearon—. ¡No voy a abandonarte!

Mesyak, sin dejar de disparar, giró la cabeza y sonrió.

—¡Vete, lámete las heridas y acaba con todos! ¡Mata al loco del chubasquero, a sus seguidores, al Puño y a los jerarcas! —Miró al frente, caminó y vació otro cargador—. ¡Acaba con todos, Bluquer! ¡Libera a tus demonios y arrasa la ciudad!

No paró de avanzar ni de gritar sosteniendo la ametralladora con fuerza y convirtiendo a los escuálidos y a los amorfos hinchados en pedazos de carne esparcida por el asfalto. Desenvainé un chuchillo de sierra, cargué la hoja de electricidad, la hundí en la cabeza de un escuálido que logró aproximarse y obligué a su carne a apestar a quemado y a su cuerpo a temblar por la corriente.

—Esto no ha hecho más que empezar. —Disparé una ráfaga para frenar a los que se acercaban, retrocedí un par de metros, activé el escudo, modulé la densidad de las placas del traje y detoné el disco azul—. Vais a pagarlo muy caro.

Miré una última vez a Mesyak, que se quedaba sin balas. Dirigí la mirada hacia el rostro del hombre del torso cubierto por cadenas y salté por el agujero que creó la explosión. Avancé una decena de metros, apunté con la pistola hacia el techo y disparé para derruir parte de las alcantarillas y sellar la entrada.

Sin ser capaz de controlar los jadeos, grité y lancé el puño contra una pared sucia. La golpeé una y otra vez. Di muchos puñetazos, los necesarios para descargar un poco de la frustración que me hacía sentir como un inútil. Al escuchar el ruido al otro lado de los escombros, el de decenas de escuálidos y amorfos en darse prisa en despejar la entrada, solté un último puñetazo y caminé por el laberinto subterráneo sin quitarme de la cabeza cómo había fallado a Mesyak. Había perdido, la había perdido. Se habían reído de mí, me habían humillado, pero, aunque deseaba pensar en el dolor que les iba a causar, solo me concentré en que para ganar la guerra iba a necesitar ayuda, una desagradable, la peor de todas, una que me costaría caro.



Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro