Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 26

El último tramo del camino hacia el engranaje fue tranquilo. Una vez abandonamos el patio, nadie nos molestó mientras recorríamos los serpenteantes callejones que conducían a la gran avenida. Las patrullas de clones se desplazaron a otras zonas de la ciudad para reforzar las defensas y frenar la invasión de las tropas de Acmarán.

—Aquí estamos... —pronuncié en voz baja, tras detenerme a una veintena de metros de la construcción erigida para traer a la destructora de mi mundo.

Los enormes pilares de metal reluciente cubiertos por una fina capa de energía púrpura eran hipnóticos; el engranaje, aun siendo una inmensa edificación con la capacidad de desgarrar y consumir la realidad, poseía una oscura belleza.

—Antes de que se convirtieran en ceniza, ¿viste más engranajes en otros mundos? —le pregunté a Ethearis.

La mujer de piel azul observó el brillo marrón que desprendían los gruesos cables que sobresalían del hormigón que fortalecía los pilares del engranaje.

—En cada mundo es diferente —contestó y alzó la mirada hasta fijarla en la parte alta del engranaje —en la cubierta esférica de una aleación plateada— de la que sobresalían columnas de piedra negra que arrojaban centenares de rayos de energía concentrada hacia el cielo—. Depende de lo avanzada de su civilización, se usa un método u otro para convocar a La Devoradora de soles. El último que vi, hace varios shakars, obtenía su flujo energético de millares de habitantes de ese mundo. —Me miró de reojo—. Drenaron sus mentes, las secaron de emociones, recuerdos y pensamientos, y usaron sus cerebros para almacenar una parte de la consciencia de La Devoradora de soles. —Observó las columnas relucientes—. La ceniza los devoró por dentro y los gritos agónicos resonaron con fuerza. —Caminó hacia la entrada del engranaje—. La destrucción es diferente en cada universo. Tenemos que evitar descubrir qué tiene preparado para este.

Me quedé un instante imaginando el horror de los habitantes de ese planeta consumido, llegando a sentir cómo una consciencia oscura devoraba sus mentes y cómo la esencia corrompida por el vacío convertía sus cuerpos en ceniza.

Inspiré despacio, aparté con pesar el dolor que me producía el destino de esas gentes, me centré en el ahora, en la lucha que nos esperaba una vez nos adentráramos en la construcción, y seguí a Ethearis mientras escuchaba los rugidos atronadores que provenían del cielo. Las grietas del firmamento crecían más rápido, las garras de La Devorada de soles estaban preparadas para hundirse en mi mundo y despedazarlo, pero no se lo iba a permitir.

No me sorprendí cuando los grandes bloques de basalto que sellaban la entrada del engranaje se separaron y se arrastraron para dejarnos pasar. Lo que fuera que había planificado el loco conllevaba permitirme entrar.

Ethearis observó la capa de ceniza que surgió de la entrada.

—Si se llega a crear el vínculo, no podemos permitir que no salga nada —me dijo, sin apartar la mirada de las partículas rojizas que se desplazaron por la ceniza—. Tu amigo tiene que darse prisa. Si fallamos en contener a las criaturas del vacío, él y sus tropas deben asegurarse de frenarlas.

Pensé en Acmarán, me giré y vi las columnas de humo que se alzaban hacia el cielo dispersas en varios barrios.

—Nos dijo que contendría a lo que fuera que saliera del engranaje y lo cumplirá. —Dirigí la vista hacia la entrada—. Es uno de los pocos hombres en los que no dudaría en confiarle mi vida y la de quienes más me importan. —Me perdí un instante en recuerdos—. Mi padre y él eran como hermanos. Lucharon, ganaron y alguna vez perdieron juntos. Nunca se rindieron y derramaron sangre para cumplir sus promesas. —Miré a Ethearis a los ojos—. Hará lo que haga falta para que nada salga de ahí dentro.

La mujer de piel azul asintió.

—Como tu confianza hacia él es inquebrantable, entonces también lo será la mía. —Alzó la cabeza y observó las grietas del cielo—. Lucharemos como lucharon tu padre y él. En este mundo pondremos fin a la destrucción de los universos y haremos que La Devoradora de soles se encierre por siempre en su oscuro reino.

Centré la mirada en la capa de ceniza repleta de partículas rojizas que surgía del interior de la construcción.

—Así sea —contesté y caminé hacia la entrada—. Acabemos con esto de una vez.

Ethearis me siguió, se puso a mi lado y entramos juntos. Caminamos por la ceniza, dimos unos pasos hasta traspasarla por completo y accedimos a una inmensa sala, que era mucho mayor que el exterior del engranaje. Alcé la vista y observé los muros recubiertos por láminas plateadas y los grabados con extraños signos y frases en lenguajes que no comprendía. Era como si alguien se hubiera dedicado a rajar de manera tosca la película metálica para crear símbolos con muchos trazos rectos y una perfecta simetría.

—Una cámara para contener la energía del sol —dijo Ethearis, tras fijar la mirada en un bloque de metal negruzco, rectangular, que estaba muy cerca de una de las paredes y sobresalía de la aleación lisa y cobriza que recubría el suelo de la sala—. Han preparado algo muy diferente... —Recorrió la estancia con la mirada—. La esencia de este lugar es distinta a la de los que sirvieron para destruir mundos y universos, está impregnada con pedazos quebrados de recuerdos de la memoria de la creación...

La miré, di un par de pasos, activé los escáneres del casco y me sorprendí ante lo que creía imposible.

—Ha fusionado la energía Gaónica con las llamas del árbol... —dije para mí mismo mientras intensificaba el análisis para encontrar un punto en la sala que revelara el origen de la carga energética—. Está equilibrada. —Examiné el resultado de los escáneres—. No fluctúa, no varía, es como si toda la carga estuviera producida tan solo por un impulso, por uno que nacía de sí mismo, que se retroalimentaba y se regía nada más que por sus propias reglas —La información del último análisis me sorprendió aún más—. Esta energía, la unión de la carga gaónica y de las llamas del árbol, existe en el pasado, en el presente y en el futuro. —Dirigí la mirada hacia el gran bloque de metal negruzco que sobresalía del suelo—. Así es como La Devoradora de soles consume los universos, expandiendo su esencia en el tiempo y el espacio, haciendo que exista a la vez en todos los lugares y épocas.

Me giré y vi a Ethearis ponerse en cuclillas y tocar la aleación que pisábamos.

—Esta vez quiere ir más lejos —aseguró, tras pasar las yemas por la superficie metálica—. Quiere consumir lo que queda de la realidad con la destrucción de este universo. —Guardó silencio unos segundos y se puso de pie—. Esta cámara, el sacrilegio que ha cometido al profanar la memoria de la creación y usarla para potenciar su esencia de ceniza, es algo que jamás creí que sería posible. —Se giró y me miró—. He estado ciega al no ser capaz de prever cuál era su objetivo y cómo lo quería llevar a cabo.

Unos aplausos nos llevaron a dirigir la mirada hacia uno de los muros de la sala. El loco del chubasquero salió de una de las paredes atravesando una parte que se había convertido en ceniza.

—Al fin tenemos a las grandes estrellas protagonistas del espectáculo. —Dio un paso y el muro se volvió a tornar sólido—. Oh, Bluquer, no te imaginas lo contento que estoy de verte aquí, en esta humilde habitación gigante pensada para destruir todo lo que te importa. —Apoyó la mano en la pared y observó los grabados en la lámina—. Por fin estás dónde tenías que estar: en el sitio al que te conducía cada uno de tus pasos. —Me miró—. Tu mami estaría muy orgullosa de ti. Claro, si no la hubieras matado. —Soltó un fuerte y falso sollozo—. No me lo quito de la cabeza. Qué momento más triste —me dijo mientras fingía que lloraba, antes de carraspear y ponerse serio—. A todo esto, ¿cómo llevas el trauma? ¿Lo has hablado con alguien? ¿Quieres compartirlo en profundidad conmigo? ¿Mando traer un diván, una bata y un cuaderno para apuntar tu trágica historia? —Chasqueó los dedos y dos sillas de madera, viejas, con un par muñecos de trapo sucios ocupándolas, uno que me imitaba a mí y otro a él, aparecieron en medio de la sala—. Sería terapéutico. Piénsalo, no hay mejor lugar para que me digas cuánto lloras por las noches abrazado a una foto de tu mami que aquí, en la sala donde la existencia llega a su fin.

Había escuchado bastante, no iba a permitir que me manipulara ni que me hiciera perder los nervios, pero tampoco le iba a dejar seguir hablando de mi madre. Desenfundé la pistola, activé el modo de munición tóxica, el de balas con un compuesto capaz de cangrenar miembros, y le disparé a la tibia.

No me dio tiempo a saborear el pensamiento de su pierna pudriéndose por debajo de la rodilla, el proyectil se ralentizó y cayó al suelo a unos metros antes de alcanzar al loco.

—Sí que quieres empezar a bailar pronto —dijo el chalado, caminó hasta la bala, la cogió, cerró el puño y la aplastó—. Creía que tras la fachada de tipo duro eras de los que iban paso a paso, tomándose su tiempo, planeando bien todo antes de lanzarse al vacío.

Unas llamas negras con partículas rojizas emergieron del suelo y dieron forma al modificado del pecho cubierto por cadenas.

—¿Así tratas a los tuyos? —pregunté, tras ver la piel agrietada del secuaz, el rostro sin ojos y los labios fundidos el uno con el otro—. ¿No eres capaz de mostrar gratitud ni con los tuyos?

Ethearis creó la lanza de energía.

—Su mente hace mucho que fue corrompida por La Devoradora de soles —me dijo—, hay que destruirlo, con él no sirven de nada las palabras.

El loco levantó un poco la máscara, se besó la mano, apuntó a Ethearis con la palma y sopló.

—Te equivocas, azulita. —Se recolocó la máscara—. Las palabras sirven para entretener a la bestia que anida dentro de mí. —Ethearis corrió y avanzó un par de metros antes de que el chalado moviera la mano y la lanzara contra una de las paredes—. Cuando me ocupe de Bluquer, nos vemos, guapa, que tengo muchas ganas de saciar mi curiosidad con la última medio viva de tu especie.

Ethearis hundió la lanza en la pared para evitar ser tragada por la porción del muro que se había convertido en ceniza, pero su esfuerzo no logro más que retrasar ser engullida.

—¡¿Dónde la has llevado?! —Desacoplé las barras y caminé rápido hacia él—. ¡Contesta!

El chalado permaneció inmóvil y en silencio varios segundos.

—¿A qué saben las nubes? ¿Sueñan los chimpancés con plátanos robóticos? ¿Cuánto tiempo pasará hasta que los que te importan acaben satisfaciendo mis deseos más oscuros? —Movió la mano, una fuerza invisible me golpeó y me obligó a caer de rodillas—. Lo ves, todos podemos jugar al juego de lanzar preguntas que pueden tener muchas respuestas. —Las llamas que daban forma al secuaz con el pecho cubierto por eslabones se descompusieron en un polvo negro que voló hasta fundirse con el loco—. A ese inútil de las cadenitas lo castigué por no hacerte frente cuando volviste a la vida tras volarte la cabeza. Tenía que haber muerto allí, combatiendo contigo, y haberte ayudado a que la mezcla cobrara más fuerza. —Caminó hacia mí mientras yo trataba en vano de levantarme—. Menos mal que mi querido sirviente, el mudito capaz de leer los pensamientos, consiguió darte el empuje final para que alcanzaras tu autentico potencial.

Las piernas me pesaban demasiado, eran como si los músculos se hubieran convertido en piedra. Apreté los dientes y traté de canalizar la energía del árbol.

—¿Qué has hecho? —mascullé, al ser incapaz de recubrirme con la carga energética de los filamentos de la memoria de la creación.

El chalado se puso junto a mí, terminó por inmovilizarme y desactivó mi casco.

—No he hecho nada, Bluquer. Tú has hecho todo. —Me pasó su asquerosa mano por el pelo, lo toqueteó y, aunque deseaba arrancársela, lo único que pude hacer fue gruñir—. Tu viaje empezó el día que tu madre murió, pero no cuando la mataste, sino la mañana que la viste tirada en tu habitación, con los sesos esparcidos por el suelo. —Me acarició la nuca—. Ese día iniciaste el viaje que te conduciría hasta aquí, empezaste a caminar para convertirte en el ejecutor de mundos, en el arma con la que La Devoradora de soles consumirá de una vez por todas los universos que aún se resisten a abrazar el vacío.

Estaba harto de perder, estaba harto de sentirme impotente, había obtenido algunas victorias, pero en las grandes batallas siempre caía. No permitiría que volviera a pasar. Cerré los ojos, ignoré las palabras del chalado y busqué en las profundidades de mi ser la fortaleza necesaria para sobreponerme y lograr que el fuego del árbol emergiera prendiendo mi cuerpo.

—Hablas demasiado... —mascullé, tras sentir el calor propagarse por mis músculos.

El fuego traspasó la armadura, puso las placas del traje al rojo y anuló la parálisis provocada por el loco. Lancé una de las barras contra el muslo del chalado, me levanté rápido, le golpeé en la máscara y la rompí.

—Bien jugado —dijo el loco, después de que le quedara media cara al descubierto.

Me dio con la palma en las placas que me cubrían el pecho y tuve que aumentar la densidad de las piezas del traje para que la inercia no me echara muy atrás.

—Tendrás que esforzarte más —pronuncié entre dientes, tras ver cierta sorpresa reflejada en su rostro, después de que el chirriar de las botas al rozar la aleación del suelo se silenciara.

El chalado, que había conseguido empujarme unos tres metros, sonrió.

—Aún te aferras a la esperanza, incapaz de aceptar tu papel —dijo, sin perder la sonrisa, mientras tocaba el borde de la máscara rota—. Los hombres como nosotros venimos a esta vida para cumplir nuestro destino. Todos acabamos por aceptar nuestras diferentes caras y nuestras personalidades, tan juntas que dan la impresión de ser una, amontonadas en capas superpuestas.

Activé el casco, me cansé de escucharlo y corrí hacia él. El chalado esperó hasta que casi lo alcancé para levantar la mano, crear varias llamaradas Gaónicas que me rodearon y absorbieron el fuego del árbol que me envolvía.

—Se acabó —sentenció, tras mover la mano y hacer que las llamaradas me recubrieran los brazos y las piernas, inmovilizándome, alzándome un poco y forzándome a soltar las barras—. Tu lucha es inútil. No puedes ganar. Tu final estaba escrito antes si quiera de que dieras tus primeros pasos.

Forcejeé y conseguí liberar un brazo. Cogí una pequeña esfera de uno de los bolsillos del chaleco, la presioné y la arrojé contra él.

—Sigues hablando mucho —dije, después de ver una nube de gas corrosivo envolverlo.

Desenfundé la pistola, apunté a las llamaradas, que seguían inmovilizándome un brazo y las piernas, y disparé varias balas cubiertas con el fuego del árbol. La energía Gaónica se desvaneció, caí, enfundé la pistola nada más pisar el suelo y desacoplé una pieza del costado del traje de guerra.

Escuché los chasquidos, crujidos y chirridos que emergían de la nube de gas, observé cómo adquiría un verde más oscuro y esperé un par de segundos a que la pieza se tornara roja y vibrara. La lancé al interior del gas y vi los destellos que produjeron los láseres que se entrelazaron para crear una red de cuerdas de energía que se aferró a la carne.

Recogí las barras, las guardé y saqué un frasco de uno de los bolsillos del traje de guerra. Me separé unos pasos y lo tiré contra el gas. La nube corrosiva quebró el vidrio reforzado y se liberó una sustancia que provocó una reacción en cadena.

El fuego ardió con fuerza, prendió el gas y las llamas se elevaron varios metros. Inicié diferentes fases del visor y vi el interior de las llamaradas. El chalado, con gran parte de la carne convertida en una plasta que chisporroteaba y los huesos repletos de fisuras que supuraban el tuétano, se mantenía de pie, inmóvil, sin que se reflejara dolor en lo poco que quedaba de su rostro.

—Esto no va bien —mascullé.

Lo golpeé con casi todo, tendría que estar sufriendo una muerte horrorosa, pero había trascendido por mucho los límites humanos. Me giré, observé los centelleos de las paredes y comprendí por qué la energía Gaónica lo había vuelto tan poderoso. Esa inmensa sala aumentaba sus capacidades, dotándolo de una resistencia que llevaban a su mente y su cuerpo a soportar mucho más de lo que habrían aguantado fuera de allí.

—Hay que demoler la sala. —Observé el gran bloque de metal negruzco cerca de la pared y fui rápido hacia él—. Demolerla hasta los cimientos.

Tenía una carga de gran potencia para emergencias, que más de una vez me había ayudado a salir de situaciones peligrosas, pero, si la separaba del traje, varios sistemas quedarían inutilizados. La distorsión de la gravedad y el aumento de la densidad del blindaje necesitaban de demasiada energía.

Abrí el cierre que sellaba el acceso a uno de los módulos de carga de la indumentaria de combate capaz de convertirse en un arma, el núcleo quedó al descubierto al costado de las placas que me cubrían el pecho, lo saqué, lo acerqué al bloque de metal y su magnetismo lo llevó a pegarse a la aleación.

No tenía tiempo para alejarme y buscar una buena posición para resguardarme de la explosión, deposité mi confianza en que el escudo de energía y el blindaje me protegerían y me dispuse a anular el sistema de enfriamiento por transmutación atómica que mantenía estable el núcleo.

Acerqué los dedos al antebrazo, a una placa sensible a la presión de los guantes, y casi llegué a tocarla.

—Bluqui, tenemos que aprender a disfrutar de los pequeños momentos. —La voz me paralizó—. Hay que vivir la vida con más calma. Hay que disfrutarla. Alegrarse con cada amanecer.

Bajé la mano, la alejé de la placa sensible a la presión y me giré.

—¿Mamá? —apenas fui capaz de articular una palabra.

A unos tres metros delante de mí, se encontraba la mujer que me dio la vida, tal como estaba el día en que yo se la quité, con la misma ropa, con el mismo aspecto.

—He venido para que nadie nos separe jamás. —Me tendió la mano y sonrió—. Tendremos la vida que nos arrebataron. Viviremos muchos años de felicidad. —Su presencia me llegaba al alma, trasportándome a revivir la época en la que era un niño inocente—. Ven conmigo, deja el dolor y la culpa atrás, renuncia a seguir sufriendo y volvamos a nuestra casa.

Era incapaz de no hacer otra cosa que mirar embobado a mi madre, sin dejar de ilusionarme ante la idea de volver a ser Bluqui. Mis pecados se desvanecieron con rapidez, ella me trasmitía con su sonrisa que no pasaba nada, que no tenía que culparme por haber apretado el gatillo, que eso nunca había sucedido.

Era tal el cúmulo de emociones que me olvidé de la carga explosiva, del engranaje y del loco. Nada de eso tenía importancia. Lo único importante era que había recuperado a mi madre.

Caminé despacio hacia ella, le cogí la mano, la abracé y dos lágrimas escaparon de mis ojos.

—Lo siento tanto —susurré, entre sollozos—. No tenía opción, tenía que disparar.

Mi madre me besó la mejilla.

—Shhh. Ya está, ya pasó. Nada de eso importa.

Cerré los ojos y lloré. En ese momento no existía Bluquer, no quedaba ni rastro del asesino a sueldo, tampoco del hombre que buscaba liberar a la humanidad del deseo destructivo de una fuerza oscura. Ahí, en la inmensa sala, solo existía el vivo recuerdo de un niño que adoraba a su madre, un niño que ocupaba mi cuerpo y dirigía mi mente.

—He hecho tantas cosas de las que me arrepiento —solté, tras gimotear—. Yo no quería ser así, no quería convertirme en un monstruo.

El tacto de la mano de mi madre en la nuca se volvió gélido.

—Lo importante, Bluquer, es que te convertiste en un hombre poderoso. —Abrí los ojos y observé las llamas oscuras que nos rodeaban—. Lo importante es que eres justo el hombre que necesitamos para completar la obra.

Antes de que fuera capaz de reaccionar, nada más darme cuenta de que la aparición de mi madre había sido una ilusión y que estaba abrazando al chalado, unos filamentos oscuros, finos pero muy resistentes, me envolvieron los brazos, las piernas y el cuello, y tiraron de mí, me levantaron y me tumbaron encima del bloque de metal.

El loco había usado mi culpa y el profundo deseo de redención contra mí, jugó con mis pensamientos y me llevó a no cuestionarme una ilusión demasiado perfecta para ser real. Había caído en su trampa justo cuando estaba a punto de romper el equilibrio de fuerzas, privarlo de parte de su poder y convertirlo en polvo.

—Solo así puedes ganar. —Forcejeé con los filamentos, pero no conseguí más que tensar los músculos y sentir pinchazos—. Usando mi culpa contra mí.

El loco, regenerado, sin rastro del efecto del gas corrosivo, las llamas y las cuerdas de energía, se acercó, puso la mano en la superficie del bloque de metal y se quitó la máscara rota.

—¿Qué le dijiste a Axelia? —me preguntó—. ¿Cómo era? ¿Que en la guerra todo valía con tal de ganar?

Apreté los dientes; el desgraciado volvió mis argumentos en mi contra y me enfrentó ante la realidad de que mi derrota no era culpa del juego sucio. El único culpable era yo por haber permitido que volvieran mis pensamientos en mi contra.

Estaba tan cerca de ganar, anulando la refrigeración del núcleo y destruyendo parte de la sala, y a la vez tan lejos por no ser capaz de liberarme.

—¿Y ahora qué? —le dije, en un intento de hacerlo hablar y ganar tiempo—. Ya has cumplido tu fantasía de tenerme tumbado en un altar cutre con los brazos y las piernas inmovilizados por un montón de cuerdas de energía. —Observé los leves estallidos de destellos oscuros que aparecían en la parte alta de la sala—. ¿Vas a acariciar mi traje de guerra mientras te tocas o prefieres besuquear las placas blindadas?

El chalado sonrió.

—Voy a liberarte, voy a desprenderte de tu cuerpo para que lo ocupe alguien digno de él. —No me dio tiempo de responder, golpeó con la palma las piezas blindadas que me cubrían el pecho, elevó la mano y separó mi ser, mi alma, de mi cuerpo—. Tu sangre está lo suficiente cargada para que sirva como la llave que abra la puerta al resto de realidades.

Me lanzó hacia un cúmulo de llamas gaónicas y el fuego oscuro me envolvió. Observé mis manos formadas por los tenues brillos de las raíces del árbol de la creación, miré hacia el bloque y contemplé impotente cómo el loco recubría mi cuerpo con llamaradas que contenían energía Gaónica y también gran cantidad de la originada en la memoria de la creación.

Traté de escapar del fuego oscuro, pero este prendió con más fuerza, tiró de mí, convirtió la aleación del suelo en una bruma oscura y me arrastró hacia su interior.

Impotente, antes de ser tragado por la oscuridad, me dio tiempo de ver una última vez mi cuerpo, que sufría convulsiones por la cantidad de energía que impactaba en cada una de sus células.

El loco estaba convirtiéndolo en un receptáculo y no podía hacer nada para impedirlo. Ethearis y yo habíamos ido con todo, mentalizados en que sería un combate duro que ganaríamos, pero no nos imaginamos el inmenso poder del loco y eso nos llevó a perder la primera batalla.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro