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Capítulo 23

La polvareda que levantó la explosión ocupó por completo la planta donde se asentaron los escombros. Calibré el visor, lo fijé en las tenues ondas energéticas que emitía el traje de guerra del Bluquer del futuro y corrí hacia él sosteniendo las barras extensibles.

Antes de alcanzarlo, escuché los tosidos de Axelia y me apresuré en llevar la lucha a otro lugar, a uno donde ella no pudiera inmiscuirse. Golpeé el escudo que protegía al otro Bluquer con la punta de la barra incandescente, se creó una tenue interferencia y la energía de la barrera fluctuó.

—Solo retrasas lo inevitable —masculló, después de verse obligado a soltar al secuaz del loco.

Eché un vistazo al ventanal destrozado que estaba a unos metros de nosotros, observé cómo él desactivaba el escudo y se preparaba para cargar. Acoplé las barras al traje, disminuí el peso de las placas blindadas, me incliné para cogerlo por la cintura, lo levanté un poco y corrí hacia la calle.

—¡No eres nada! —bramó, alteró la densidad de las piezas que le cubrían los brazos, me dio varios codazos en la espalda y abolló parte de mi blindaje—. ¡Dejaste que te corrompiera esa asquerosa falsa bondad! ¡Tuviste que mantenerte como yo!

Los golpes me forzaron a gemir entre dientes, pero no me detuvieron, me empujaron a correr más rápido. Alcanzamos el ventanal roto y caímos hacia la calle mientras Axelia gritaba.

—Maldito loco... —masculló el otro Bluquer, después de separarse un poco de mí.

Lo cogí del brazo y giramos varias veces en el aire mientras caíamos. Tras forcejear, conseguí ponerme detrás de él y logré mantener estable la trayectoria descendente. Le quité un cinturón repleto de discos dorados, activé uno, vibró y aumentó mucho su peso. Cuando apenas fui capaz de sostenerlo, lo solté, cayó más rápido que nosotros y nos adelantó unos metros antes de crear un portal.

—Soy lo suficiente loco para disfrutar matando a un viejo que se cree el mejor —llegué a decir, antes de que el otro Bluquer me golpeara, se separara de mí y tomara el control de su descenso en un intento de evitar el portal—. No te vas a librar tan fácil.

Alteré el peso de las placas del traje, aumenté la velocidad de la caída, lo arrollé y no pudo escapar de la fuerza de atracción del portal. Una vez lo atravesamos, me volvió a golpear para separarse de mí, viró hacia la izquierda y trató en vano de frenar la velocidad de su descenso. Ambos chocamos contra una gran duna y rodamos por ella.

Nada más que cesó la inercia y paré de rodar, me levanté, acoplé al traje de guerra el cinturón de discos dorados, escuché gritos y miré hacia arriba. Axelia había saltado para atravesar el portal y ayudar al Bluquer del futuro, pero el disco que conectaba la ciudad con el gran desierto del suroeste colapsó y le impidió alcanzarnos; su rostro, cargado de odio, fue lo último que vi antes de que se cerrara el portal.

—¡¿Este es tu plan?! —bramó, encolerizado—. ¡¿Traerme al medio de la nada?! —Desactivó el casco—. ¡¿Qué crees que vas a conseguir?! —Unas tenues llamaradas oscuras, nacidas de la energía Gaónica, le surcaron la piel del rostro y le ennegrecieron los ojos—. ¡Ya has perdido! ¡Lo hiciste en el muelle! ¡Lo hiciste cuando no pudiste acabar con la mujer que Jarmuar te encargó que mataras!

Su rabia avivó las llamaradas y los visores del casco me mostraron los elevados picos energía.

—Mientras respire, seguiré luchando —respondí y observé cómo se cristalizó parte de la arena alrededor de él—. Si quieres ganar, tendrás que matarme.

Desenvainó una espada de la parte trasera del traje, apretó la empuñadura y la hoja, que no era muy gruesa pero sí muy afilada, se recubrió con llamas oscuras.

—¿Crees que voy a contenerme porque una maldita fluctuación en el tiempo nos mantiene unidos? —Se puso en guardia—. Pensé que conservarías más inteligencia, que no la habrías perdido toda al volverte un santurrón inútil.

Desacoplé las barras, las sujeté con fuerza y canalicé el fuego que nacía del árbol que representaba los filamentos de la existencia.

—Averigüémoslo. —Moví la mano y le incité a atacar.

Activó el casco y corrió hacia mí. Esperé a que casi me alcanzó, me eché hacia la derecha y la espada envuelta en llamas negras pasó tan cerca de mí que escuché el chisporroteo del metal. Mientras me preparaba para golpear, vi una capa de una aleación líquida hervir en la superficie de la hoja y comprendí cómo el arma canalizaba la energía Gaónica.

—Soy mejor que tú en todo —soltó, tras bloquear mi ataque—. Soy la mejor versión de los dos.

Lanzó la espada, no tuve margen para esquivar, tan solo pude inclinarme un poco y frenar la hoja con una de las barras. Las llamas Gaónicas se extendieron por mi arma, me alcanzaron el brazo y se fundieron con mi ser.

Apreté los dientes, contuve el dolor todo lo que pude, pero me vi obligado a retroceder y soltar un gemido. La energía Gaónica me alteró la percepción; la vista se tornó borrosa, el oído alcanzó a percibir susurros que provenían de otros mundos y el olfato quedó saturado por el intenso olor de tierra quemada.

Parpadeé, busqué tomar el control de mis sentidos, pero no lo logré hasta que terminó de imponerse una visión: el desierto, por un corto espacio de tiempo, se desvaneció para revelar una llanura repleta de ceniza y al Bluquer del futuro convertido en una nube de polvo casi extinta.

Incapaz de defenderme, un puñetazo en el estómago me llevó a inclinarme. Sin darme tiempo de reaccionar, un rodillazo desacopló un poco el casco e hizo que mi cabeza rebotara dentro de él.

—Tan solo existes para que pueda perpetuarme —dijo el otro Bluquer, antes de darme una patada frontal y lanzarme contra la arena—. Tu existencia no tiene más sentido que el de conducirme al poder supremo.

Inspiré con fuerza, sentí cómo recobraba el control sobre mi ser y vi cómo las dunas ocupaban de nuevo el entorno.

—Eres una sombra de lo que fuiste —mascullé, tras ver que él seguía delante convertido en una nube de polvo con forma humana—. Eres una anomalía. No existes del todo.

Apenas me levanté, el otro Bluquer, cansado de combatir contra alguien que consideraba débil e inferior, hundió la hoja de la espada en la arena y generó una onda que me arrojó unos metros por el aire.

—Yo soy el futuro. —Alcé la vista, su imagen se definió, el polvo se fundió y lo volví a ver con su aspecto humano—. He vivido mil vidas y he recorrido infinidad de universos. Soy el hombre destinado a convertirse en dios. —Mientras se quitaba los guantes y la piel quemada de las manos brillaba con fuertes tonos oscuros, su rostro se deformó por las llamas gaónicas—. Absorberé toda la ceniza, La Devoradora de soles se arrodillará ante mí y destruiré a El Asesor y a las voces que están por encima de él.

Los sistemas de medición del visor estaban a punto de romperse, me puse de pie y los desactivé junto con el casco.

—En el fondo, me das pena. —Su rostro se mantuvo impasible—. No eres más que un fantasma que se resiste a aceptar que no está muerto. Una sombra con un ansia de poder que ha devorado por completo su cordura.

Levantó la mano, una llamarada oscura emergió del suelo, me golpeó y me empujó. Pisé con fuerza, no perdí el equilibrio y las suelas crearon surcos en la arena mientras retrocedía.

—Y tú me das asco —pronunció muy despacio, dando énfasis a cada palabra—. Te has convertido en lo que siempre he odiado. Los ingenuos que abrazan la bondad con la vana ilusión de desprenderse de sus pecados. —Cerró el puño y parte de la energía Gaónica se condensó lo suficiente para salir disparada, golpearme con fuerza en la cara y obligarme a girar la cabeza—. Cuando has sido condenado, ya no hay salvación. No debiste olvidarte de eso.

Me pasé el reverso del guante por el labio y sequé la sangre.

—Me he convertido en lo que siempre tendríamos que haber sido. —Fijé la mirada en sus ojos trasformados en un líquido grumoso y burbujeante—. En lo que Bluqui tendría que haber sido si nosotros no le hubiéramos condenado al matar a nuestra madre. —Eché la mano despacio hacia la parte trasera del chaleco y cogí uno de los discos dorados que le arrebaté en la caída—. Pero en esta vida todo se paga. Y ninguno de los dos nos vamos a librar de saldar nuestra deuda.

El otro Bluquer estaba a punto de mover la mano, de generar una nueva oleada de llamas, pero activé el disco, comprendí lo suficiente su funcionamiento para marcar unas coordenadas, inicié el sistema que distorsionaba la gravedad, lo sobrecargué al deformar su campo de atracción y arrojé el disco inestable delante de él.

—Tus trucos no te van... —El estallido, que generó el vórtice que emergió del disco, lo calló.

Modifiqué el sistema de distorsión, cambié el eje de gravedad, hice que quedara proyectado en el otro Bluquer y fui atraído a gran velocidad hacia él. Apenas pudo hacer otra cosa más que sorprenderse; llegué a gran velocidad, le golpeé en la cara y lo forcé a tambalearse.

El vórtice se estabilizó, se generó un nuevo portal, cambié el eje gravitatorio, sujeté con fuerza al otro Bluquer y dejé que la gravedad hiciera el resto, que nos llevara a otra parte del mundo.

—¿Cómo le sienta a un hombre casi divino que un santurrón le patee el culo? —le pregunté mientras éramos atraídos, viendo cómo crecía la ira en su rostro deformado por las llamas oscuras.

Al pasar el portal, una fuerte explosión lo cerró y nos lanzó en direcciones opuestas. Cuando choqué con el barro, sentí cómo tembló la tierra; estaba llevando al otro Bluquer al límite, iba a desatar todo su poder.

—¿Sabes por qué maté a nuestra madre? —Me miró a los ojos y caminó hacia mí—. Siempre he dicho que lo hice para que el destino se sellara, se lo he repetido a cada uno de los falsos Bluquer que me he topado por los diferentes mundos, pero no lo hice solo por eso. —Me levanté y apreté lo puños para que la ira no me cegara—. Lo hice porque era débil, porque no supo defenderse, porque no me defendió. Se fue de Dhirtem cuando debía haber matado a Malvek, haber destruido a las familias ricas que gobernaban la ciudad y haber tomado el control junto a los rebeldes. —El que de verdad el otro Bluquer pensara eso no solo me revolvió las entrañas, también me hizo odiar aún más lo que fui y en lo que me podía haber convertido—. Ella merecía morir.

Inspiré despacio y mantuve la mirada fija en él ignorando la selva que nos rodeaba. No solo era una sombra de un futuro extinto, alguien que no existía más que como un reflejo roto de una energía capaz de alterar el tiempo y el espacio, sino que su humanidad, si es que se podía llamar así la esencia de lo que era y lo que una vez fui yo, esa personalidad egocéntrica y sádica, se difuminaba cuanto más usaba la energía Gaónica.

—No eres tú el que habla —le dije—. Tu consciencia está corrompida. Has querido jugar a ser dios y eso ha devorado la poca alma que conservabas.

Movió la mano y varios puñales, recubiertos por llamas oscuras, se desenvainaron de su traje de guerra y flotaron delante de él.

—Si hubieras seguido mi camino, comprenderías la perfección que se esconde en la ceniza. —Se miró los dedos y se perdió unos instantes en recuerdos—. Las mentiras me llevaron a descubrirlo. —Movió la mano, uno de los puñales voló a gran velocidad y se clavó en una de las placas blindadas de mi traje de guerra—. ¿No te has preguntado por qué te comportaste como un perro rabioso después de la noche en el muelle?

Cogí la empuñadura del puñal, lo saqué de la placa y lo tiré al barro.

—El chalado me hizo perder la cabeza —respondí sin creerme del todo lo que decía; quise mostrarme seguro sobre el origen de una impulsividad que casi me condujo a la perdición.

Negó con la cabeza.

—¿Acaso ves normal la atracción que Ethearis despertó en ti? —Lanzó otro puñal, apenas me dio tiempo de girarme un poco para que tan solo rozara el traje de guerra—. Sé sincero, ¿cuántas veces te has preguntado qué pasó con los guerreros que marcó en otros mundos? —Aunque hubiera querido convencerme de que tan solo jugaba conmigo, de que buscaba hacerme perder el control, sabía que sus palabras escondían parte de una dolorosa verdad—. Sabes que estuvo a punto de convertirte en un esclavo, como hizo con tantos antes que tú. —Lanzó dos puñales que abollaron un par de placas del traje—. Cuando vi lo que quería hacer conmigo, la estrangulé y absorbí su esencia. Disfruté al ver cómo se extinguía el reflejo de la vida en sus ojos. —Giró un poco la cabeza y se quedó pensativo—. Eso no solo me acercó a la verdad, también me facilitó reclamar la ceniza.

Al escuchar las voces y las pisadas que emergían del bosque, aparté a Ethearis de mi cabeza, no podía permitirme que me perturbaran las dudas que nacían sobre ella, y me alegré de no haber fallado en la programación del disco. No habíamos ido a parar a un punto perdido del continente verde, estábamos cerca de una base de unas de las ciudades de la coalición que había desatado una guerra.

—Justo a tiempo... —Activé el casco, el escudo y me cubrí de los primeros disparos.

El otro Bluquer arrojó los puñales contra los soldados que surgían de la selva.

—Gusanos —pronunció entre dientes mientras creaba decenas de llamas oscuras que los calcinaban.

Me resguardé, no presté atención a los soldados, el escudo me protegía de ellos, y me centré en observar al otro Bluquer.

«Tiene unos veinte discos. Suficientes. —Vi cómo las llamas oscuras envolvían su trajede combate—. Aprovecharé que confía demasiado en su poder».

Las siguientes oleadas de soldados consideraron que la mayor amenaza era el otro Bluquer y centraron su fuego en él. Aproveché que estaba concentrado en abrasar a quienes le disparaban para acercarme por la espalda, saqué uno de los discos dorados del cinturón, lo activé, lo sobrecargué al dirigir parte del sistema de distorsión de gravedad hacia él y lo pegué a los que conservaba el otro Bluquer.

—¡¿Qué haces?! —bramó, tras golpearme con la mano recubierta por llamas, lanzarme contra un árbol y hacer que mi cuerpo rajara el tronco—. ¡Esto se acaba ya! —Generó unas grandes llamaradas que recubrieron las nubes, descendieron con rapidez y convirtieron en ceniza a los soldados y a gran parte de la porción de selva en la que estábamos—. ¡No voy a perder más tiempo contigo!

Dio unos pasos hacia mí, pero se detuvo al escuchar varios zumbidos.

—Querías saber qué hacía —pronuncié con satisfacción, pasé el pulgar por una pieza del traje que me cubría el antebrazo, aumenté la distorsión de la gravedad en los discos y observé al otro Bluquer mientras trataba en vano de desacoplarlos—. Quería probar una teoría. —La rabia le acentuó las arrugas de la cara—. Quería saber hasta qué punto es sólida tu conexión con esta línea temporal.

Movió la mano envuelta en grandes llamaradas y me apuntó con ella.

—¡No eres nada! —bramó—. ¡No eres nadie!

Lanzó parte de la energía Gaónica contenida en su cuerpo, salté hacia un lado, rodé por el fango y me levanté justo para ver el primer disco explotar.

—Sin tregua —mascullé, tras desacoplar las barras extensibles, canalizar el fuego del árbol que representaba los filamentos de la creación y fortalecer el blindaje de la indumentaria de guerra con él—. Sin piedad.

Corrí hacia el otro Bluquer, me frené a poco menos de un metro y medio de él, hundí la bota en el fango, giré el cuerpo y le di una patada lateral en el chaleco blindado.

Un nuevo disco explotó al mismo tiempo que mi golpe lo echaba un poco hacia atrás. Activé el escudo, sentí la onda expansiva surcarlo y, cuando se atenuó, dirigí la punta de la barra contra el costado del otro Bluquer.

—¡No eres más que polvo! —Lanzó un puñetazo, crucé las barras y lo bloqueé con las puntas—. ¡Vas a sufrir!

Su conexión con la energía Gaónica se descontroló y lo llevó a perder poco a poco el juicio. Aún mantenía la cordura, parte de ella, pero sus pensamientos se diluían devorados por una fuerza tan caótica como destructiva.

—¿Cómo fue? —Esquivé un codazo, le golpeé con la suela en la rodilla, busqué desequilibrarlo y lo logré en parte—. ¿Cómo acabaste borrado de la existencia? —Bloqueé un puñetazo, pero con el siguiente no me dio tiempo a cubrirme y sentí el fuego Gaónico traspasar un poco el traje de guerra. Apreté los dientes, retrocedí un par de pasos y me puse en guardia—. ¿Fue El Asesor, La Devoradora de soles o fue tu ineptitud la que te llevó a desvanecerte convertido en ceniza?

Los ojos le brillaron con más fuerza y las venas de la cara se le ennegrecieron y se le hincharon.

—Te crees mejor que lo que eras, pero no eres más que un estúpido inocentón arrogante. —Alzó el brazo y una inmensa esfera de llamas oscuras se creó a un par de metros por encima de nosotros—. Acepté la inexistencia porque era el único camino para trascender más. Permití que esa zorra, engendrada en la oscuridad donde los soles nunca existieron, me borrara de la realidad para renacer y reclamar lo que es mío. —Una llamarada descendió con fuerza, activé el escudo y tuve que arrodillarme para contener el impacto—. Manipulé los filamentos que recorrían mi mundo para alterar la línea temporal, para que existiera otro yo que me sirviera de anclaje con este universo.

Tuve que aumentar la densidad de las placas blindadas del traje de guerra al máximo para que la llamarada no me arrastrara varios metros.

—Estabas desesperado... —mascullé, desacoplé una pequeña pieza rectangular de un bolsillo del chaleco, la lancé cerca de él, desenfundé la pistola y disparé contra ella para que la bala rebotara—. No fuiste capaz de ver que te condenabas al crear una distorsión en el tiempo. —La bala impactó en un disco y provocó una explosión que consiguió que el otro Bluquer trastabillara y la esfera de llamas se desvaneciera—. Sellaste tu muerte cuando permitiste que existiera esa ruptura en la realidad. Tu sed de poder y tu ceguera dieron forma a tu verdugo. Tú mismo lo creaste. Tú me has dado la oportunidad de extinguirte del todo. —Volví a disparar, el proyectil impactó en otro disco y un estallido arrojó al otro Bluquer contra el fango—. Ve preparándote para tu regreso al vacío.

Desacoplé la pieza del traje de guerra que resguardaba el alimentador del sistema de distorsión de gravedad, lo cogí, lo presioné con suavidad hasta que cambió de un tono claro a uno rojo oscuro y lo arrojé contra el Bluquer del futuro.

Él, una vez superado el aturdimiento de las dos explosiones, trató de levantarse, pero la gravedad ejercía tal fuerza sobre su cuerpo que lo hundió en la tierra fangosa.

—Aunque consigas devolverme al vacío, renaceré —masculló, desactivé el casco y el otro Bluquer logró levantar la cabeza lo suficiente para fundir su mirada con la mía—. Mientras tú existas, yo no desapareceré.

Encendí el escudo, concentré toda la potencia del traje en él y también canalicé las llamas del árbol para alimentarlo.

—No te preocupes. No pienso quedarme mucho en este mundo. Cuando mate al loco, acabe con La Devoradora de soles y renazcan las estrellas, buscaré la paz en la oscuridad que está más allá de la muerte.

Apretó los dientes, trató de levantarse y gritó.

—¡Fracasarás! —Las llamas del rostro se volvieron más pequeñas—. ¡Como lo llevas haciendo desde la noche en el muelle!

Lo miré a los ojos; si su intenso odio hubiera sido un puñal me habría atravesado el corazón.

—Quizá, es posible. —Saqué una diminuta lámina triangular de un bolsillo del chaleco, la presioné y voló hacia el otro Bluquer—. Pero, pase lo que pase, tú no estarás para verlo porque hoy un santurrón te va a patear el culo tan fuerte que te lo incrustara en el estómago.

La fluctuación de la gravedad interfirió tanto en los discos que los condujo a alterar el tiempo además del espacio; la esencia del otro Bluquer quedó conectada con el momento en el que se convirtió en polvo y varias explosiones desataron una reacción en cadena de fuertes llamas Gaónicas. Mientras los gritos desgarradores resonaban en la selva calcinada, el cuerpo del que por suerte nunca llegaría a ser fue drenado de la esencia que le permitía existir.

Caminé hacia lo que quedó de él, recogí el iniciador del sistema de distorsión de gravedad y lo coloqué en el traje.

—Volveré —la palabra, pronunciada con un hilo de voz, emergió de un cuerpo decrépito atrapado en una indumentaria de combate rota, abollada y llena de grietas.

Le cogí la melena reseca y decolorada, le levanté la cabeza y lo miré a los ojos blanquecinos repletos de fisuras.

—No lo creo, pero, si vuelves antes de que me vaya, te estaré esperando.

Lo solté y la cara cayó contra el fango. Le desactivé la unión de las piezas blindadas con el traje y estas se desacoplaron. Me lo cargué al hombro, saqué un disco del cinturón y lo conecté al sistema central de mi traje de guerra.

Lancé el disco y se creó un portal a la azotea del edificio en construcción donde comenzó nuestro combate. Lo atravesé, caminé hasta la cornisa baja, puse una bota sobre ella y busqué en la calle parte de los escombros de las plantas.

—No eres nadie... —dijocon impotencia.

Me fijé en parte de un pilar de hormigón quebrado y en las varillas que sobresalían de él.

—Tú tampoco —contesté y lo lancé a la calle.

Su cuerpo decrépito no fue capaz más que de darle la fuerza para maldecir. Inspiré despacio sin apartar la vista, pensé en lo que hizo con mamá por placer y sentí satisfacción cuando quedó incrustado en las varillas.

—Tú tampoco —repetí, antes de desenfundar la pistola, ponerla en modo explosivo y disparar varias veces.

Observé cómo esa versión corrupta de mí voló por los aires, cómo su carne, antes de carbonizarse, se trituró, se mezcló con los fragmentos del pilar, de las varillas y con los pedazos de la base del traje de guerra.

—Ninguno somos nadie... —Enfundé la pistola—. Nunca lo fuimos...

Me quedé varios minutos con la mirada fija en la mancha negra que dejó la explosión en la calle. Enfrentarme a mi futuro, aunque fuera uno distorsionado, me hizo replantearme muchas cosas. Era la mejor versión de mí mismo, estaba convencido de ello, pero los cimientos de la realidad eran tan inestables y débiles que una pequeña decisión me habría llevado por otro camino, por un sendero oscuro que quizá me habría convertido en alguien aún mucho más oscuro de lo que fui.

Le debía mucho a ese Bluquer que había corrompido su alma con una intensidad que apenas creía posible. Creí que la oscuridad que anidaba en mi antiguo yo era casi infinita, que había devorado cada porción de mi ser, y me alegró darme cuenta de que no era así.

Aunque deseaba que ya solo quedara combatir contra el loco que había traído el caos a la ciudad, aún debía enfrentarme a una parte de mi pasado, a una que se había vuelto dolorosa, demasiado dolorosa. Mi calvario no había hecho más que empezar.

—Aquí estás... —dije para mí mismo al escuchar unos pasos detrás de mí y sentir el golpe de un arma al rozar el cemento agrietado de la azotea—. Es la hora de que acabemos con esto...


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