El leve e intermitente zumbido que producía el portal casi se volvió una tortura; los minutos parecieron convertirse en horas, el tiempo se eternizó mientras mi cuerpo, al borde del colapso, seguía sin responder.
Mantuve la calma en espera de que apareciera quien me había inmovilizado. Mis pensamientos se centraban en el control y en idear estrategias. Debía aprovechar cualquier oportunidad, por muy pequeña que fuera.
Un fuerte golpe, el que produjeron unas suelas contra los restos de la mesa de trabajo, junto con el cese del zumbido que generaba el portal, me alertó de la llegada de mi captor.
—Nos ha llevado un poco más de lo que pensaba —me dijo—, pero ya hemos acabado con la traidora de piel azul. —Aunque quería responder, apenas tenía la fuerza suficiente para respirar—. Te he hecho un favor, no te puedes fiar de esa loca. De su boca no salen más que mentiras. —Caminó a mi alrededor—. Aunque tú no estás mucho mejor que ella. Mírate, estás destrozado. A este paso, tu carne no servirá ni para alimentar a los gusanos.
Se detuvo delante de mí y llegué a ver las botas.
—Libérame y vemos con quién de los dos se dan un festín los gusanos —logré mascullar, después de que el aturdimiento y la presión en el pecho disminuyeran.
Un sistema similar al de distorsión de gravedad de mi traje tiró de mí, me elevó y me movió por la planta del edificio en construcción hasta hacerme retroceder unos metros.
—No hace falta que nos enfrentemos para averiguarlo —replicó—. Ya has sido vencido.
Caí a peso muerto contra una silla y me quedé observando al hombre que me mantenía inmovilizado.
—¿Por qué no has acabado ya conmigo? —apenas me costó preguntarle porque la presión sobre mis pulmones se alivió un poco—. ¿Qué pretendes conseguir?
Caminó a paso lento hasta quedar a casi un metro delante de mí.
—Te quería ofrecer una alianza, un trato beneficioso para los dos, pero, en vez de escucharme, me escupiste en la cara. —Desactivó el casco de su traje de guerra—. No has aprendido nada. Eres igual que todos los de los otros mundos. Un completo inútil. —Me miró a los ojos—. Mi viaje por los universos consumidos solo ha servido para reafirmarme en que el único que merece ser salvado es el mío.
Observé las cicatrices y las marcadas arrugas de su rostro.
—Los otros universos... —pronuncié, pensativo, mientras él iba hacia el modificado.
Sin detenerse, giró la cabeza para mirarme.
—Universos convertidos en ceniza —contestó, antes de dirigir la mirada hacia el modificado.
Cuando contactó a través de la comunicación en el bunker, barajé la posibilidad de que fuera la versión futura de otro Bluquer, de uno que había escapado a la extinción de su mundo, pero el estar tan cerca de él avivó una conexión que me llevó a tener la certeza de que, de un modo u otro, era yo veinte años más viejo.
—Si has recorrido tantos universos, ¿por qué no has puesto freno a la destrucción? —Se detuvo—. Me dijiste que el engranaje era capaz de moldear la realidad, que con él podríamos salvar a mamá. —Giró un poco la cabeza y me miró de reojo—. ¿Por qué no lo has hecho? ¿En todos esos mundos no había engranajes? ¿Qué te impedía acabar con esta locura de una vez por todas?
Se mantuvo inmóvil unos segundos.
—Tú, tú me lo has impedido. —Apretó los puños—. El Bluquer santurrón. El Bluquer que reniega de su naturaleza. El Bluquer que pide perdón por lo que hizo. —Inspiró con fuerza, se dio la vuelta y me señaló—. Tu existencia me debilita. Eres una lacra, una que no puedo destruir.
El odio que proyectaron sus ojos terminó de revelar su verdadero ser.
—Tú no eres yo —mascullé, después de que percibiera en la ligera conexión que nos unía la oscuridad que encerraban sus pensamientos—. Tú eres en quien me habría convertido si no hubiera sido derrotado por el loco. Eres un viejo monstruo consumido por su impotencia.
Me miró con desprecio, apretó los dientes y tomó aire despacio por la nariz.
—Soy quien tenemos que ser —respondió sin ocultar la rabia—. Yo tengo la fuerza para vencer. Tú eres débil. Demasiado débil.
Miré sus ojos cargados de ira y sentí que observaba un reflejo distorsionado que me trasportaba a una época no muy lejana, a una que no me traía más que arrepentimiento.
—Tienes la mente tan cerrada que no eres capaz de darte cuenta de que la grandeza y la fortaleza no provienen de lo fuerte que golpees —contesté—. Ni tampoco de la crueldad y el sadismo. Tu mundo de odio es una prisión que no te permite ver. Cuando luchas por algo que te importa más que tu vida, cuando no temes perder todo por obtener la victoria, es cuando alcanzas a entender dónde está el verdadero poder.
Me miró como si viera a alguien que deliraba.
—Tonterías. —Se giró y caminó hacia el modificado—. Eres patético y débil. Y me aseguraré de que sigamos siendo fuertes cuando esto acabe. Me aseguraré de que seamos como siempre hemos sido.
Me repugnaba ver en lo que me podría haber convertido: en un hombre que había envejecido matando y torturando en varios mundos.
—Si no fuiste derrotado, si venciste al loco, ¿cómo acabaste en el pasado y mataste a mamá? —Paró de andar—. ¿Fue una explosión de energía Gaónica? ¿O alguien te tendió una trampa, te envió hasta el día de su muerte y acabaste con las manos manchadas con su sangre?
Permaneció inmóvil varios segundos.
—Tuve que hacerlo —no pronunció las palabras muy alto, pero fui capaz de escucharlas—. Ella debía morir para que todo se pusiera en marcha. El pasado debía ser cómo fue.
El hombre que estaba delante de mí consiguió que lo odiara tanto o más de lo que odiaba al chalado de la máscara. No, no podía ser. Yo fui un monstruo, uno sangriento y cruel, pero jamás habría hecho eso. Antes me habría volado la cabeza.
—¡La mataste! —solté con rabia—. ¡Fuiste al pasado a matarla!
Giró un poco la cabeza y vi cómo se reflejaba cierto pesar en su rostro.
—Tuve que hacerlo. Ella tenía que morir. —Bajó la mirada—. Era necesario para dominar la ceniza de las estrellas y arrebatarle el control a la Devoradora de soles.
Traté de levantarme, me esforcé para que los músculos reaccionaran, pero tan solo logré que los dedos de la mano se movieran un poco.
—¡Me das asco! ¡La asesinaste movido por el deseo de obtener el poder que destruyó los soles! —El pesar que reflejaba su rostro, ese que habría sido tan fácil de evitar si no hubiera viajado al pasado para asesinarla, no hizo más que encolerizarme—. ¡Ya puedes matarme a mí también porque mientras respire voy a vivir para hacer que pagues!
Se recompuso, guardó el dolor en las profundidades de su ser y el monstruo resurgió de nuevo.
—No vas a hacer nada. —Alzó un poco la mano y acarició una fina tira de metal dorado adherida al guante—. No puedo matarte, no mientras el tiempo nos siga uniendo, pero no voy a tolerar que interfieras ni que me amenaces.
La presión el pecho y el aturdimiento regresaron.
—No te saldrás con la tuya... —logré mascullar, antes de que mis pulmones volvieran a luchar por llenarse de aire.
Bajó la mano despacio y miró durante unos segundos.
—Cuando rehaga la realidad con el engranaje, tú nunca habrás existido. Ni siquiera conservaré tu recuerdo, no quiero verme como un santurrón que no sabe hacer otra cosa que perder y llorar. —Se dio la vuelta, alcanzó al modificado y lo cargó al hombro—. Te quedarás aquí hasta que te convierta en ceniza.
La sangre me hervía, no deseaba otra cosa que levantarme y hacerle pagar, pero, por más que quería desfigurarle la cara a golpes, lo único que podía hacer era mantener la impotencia a raya.
«No puedes ganar» me repetí varias veces.
Traté de moverme, luché contra el agotamiento y el dolor punzante, me esforcé, pero no obtuve más que frustración. El Bluquer del futuro se paró cerca del ventanal y me miró.
—Si te sirve de consuelo, piensa que has perdido ante la mejor versión de ti mismo. —Desacopló un diminuto disco dorado de una pieza del traje de guerra, lo arrojó contra el ventanal y se creó un portal a un solar repleto de escombros—. En las horas que te quedan de existencia, piensa que no eres tan bueno y puro como crees. No te has desprendido del todo de lo que fuiste. En el fondo de tu ser, yo sigo existiendo dentro de ti. Si te hubieras desecho del todo de tu antiguo yo, hace tiempo que me habría convertido en ceniza.
Se dio la vuelta y caminó hacia el portal mientras la frustración amenazaba con devorarme.
«No puedes ganar», me repetí varias veces.
Su avance se ralentizó, el ambiente se enrareció y el paso del tiempo se alteró hasta detenerse. Escuché el sonido de un brindis, moví los ojos hacia la izquierda y vi a El Asesor sentado en una silla polvorienta.
—He traído dos, pero no estás en tu mejor momento para degustar esta bebida tan exquisita. —Me mostró las copas que sostenía—. Te la dejo aquí por si te apetece luego. —Puso una en el suelo y bebió un trago de la otra—. Algunos de los que represento me dicen que me he encariñado mucho de las realidades menores, de vuestros universos, y lo cierto es que algo de razón tienen. —Chasqueó los dedos y la presión en mi pecho desapareció—. A veces tengo la tentación de compararme con un humano apasionado en estudiar las colonias bacterianas. Él está en su laboratorio y tiene la capacidad de exterminarlas. Yo estoy en otro plano de existencia y puedo destruir realidades con solo pensarlo. —Dio otro trago y me miró a los ojos—. Incluso seres de naturaleza tan diferentes pueden tener similitudes.
Inspiré dspacio y esperé a que se calmara un poco el dolor de mis pulmones.
—¿Por qué no me hablaste de él? —Dirigió la mirada hacia el Bluquer del futuro—. No sé para qué pregunto. O no me responderás o me contarás verdades a medias. —Volvió a mirarme a mí—. Por más que me he convencido de que buscas salvar a mi mundo por alguna razón altruista, no sé lo que quieres. —Tuve que callarme para tomar aire—. Y aunque ni siquiera sé lo que eres, te sigo considerando un aliado. Así que sé sincero, ¿cómo es posible que exista? ¿Cómo puede haber una versión futura de lo que fui? Ya no soy un monstruo y no me voy a convertir en él.
El Asesor ignoró mi respuesta; supongo que se había acostumbrado a mí y por eso tenía paciencia.
—¿Ves eso? —me preguntó, tras indicarme que mirara los cristales rotos y la bebida esparciéndose—. ¿Qué dirías que es?
Alterné la mirada entre él y los restos de la copa.
—Un desperdicio —contesté.
El Asesor ignoró mi respuesta. Supongo que se había acostumbrado a mí y por eso tenía paciencia.
—Por más que esté rota, sigue siendo una copa. —Lo miré con incredulidad—. Y, aunque parezca imposible que vuelva al estado que tenía antes de romperse, lo cierto es que, de una forma difícil de comprender para vosotros, en ciertas circunstancias sigue siendo tal como era porque nunca se rompió. —Se quedó callado mientras los cristales se unían y la bebida se filtraba por las grietas hacia el interior—. Tú ya no eres la persona que se podría convertir en él, pero dentro de ti se mantiene el fantasma de lo que fuiste y eso le permite existir. —Miró a la versión futura del antiguo Bluquer—. Él jugó con la ceniza, lo hizo tras derrotar a tu enemigo y matar a tu aliada, a las versiones de su línea temporal. Quería el poder de los soles extintos, se cegó con promesas susurradas por fuerzas arcanas y se convirtió en la perdición de tu mundo. Rompió las barreras que mantienen tu universo separado de los demás, las que no permiten más que un futuro, un camino para cada uno.
Durante casi medio minuto, con miles de pensamientos sacudiéndome, observé en silencio al hombre en la que me podría haber convertido.
—Él fue el que provocó mi cambio... —susurré un pensamiento, después de que emergieran los recuerdos de lo que sucedió en el muelle la noche en que Ethearis me marcó—. Jugó con la memoria de la realidad y esta se resquebrajó lo suficiente para darme la oportunidad de tomar otro camino sin borrarlo a él de la existencia.
—Así es. Vuestros caminos se bifurcaron un poco antes de que la shaesmi fuera a reclutarte.
Bajé la mirada y la fundí en un pedazo de la mesa de trabajo rota.
—Él si cumplió el encargo y mató a la mujer. No falló ni fue apresado en el puerto. —Como recuerdos superpuestos, pero bien diferenciados, llegué a vislumbrar lo que vivió él mientras terminada de recordar lo que viví yo—. Eso fue lo que cambió nuestros destinos.
El Asesor se sentó en la silla polvorienta.
—Y ambos existís por fuerzas que nacen de la misma extinción de las estrellas. Dos ramas nacidas de un mismo árbol, casi idénticas, que en un tramo de su existencia crecen en direcciones opuestas.
Me quedé inmerso en los recuerdos que habían permanecido reprimidos en lo más profundo de mi mente. Me vi apuntando a la cabeza de la mujer que Jarmuar me encargó que matara. La tenía a tiro, ella estaba de espaldas, solo faltaba apretar el gatillo, pero bajé la pistola y la dejé huir.
—Decidí no matarla... Decidí no cumplir un contrato... —Miré a El Asesor a los ojos—. ¿Por qué lo hice?
Antes de contestar, dirigió la mirada hacia la versión futura de mi antiguo yo.
—A veces, en vuestros universos, el tiempo no corre solo en una dirección. —Se quedó callado observando al Bluquer tan distinto de mí—. Tuviste un momento de lucidez, uno que te conectó con la persona que eres ahora, uno en el que sentiste el pesar por la muerte de tu madre.
El escalofrío que me recorrió la columna terminó de enlazar todo.
—Ella... —Guardé silencio mientras recordaba a la mujer, su melena y su figura, tan parecidas a las de mi madre—. Sentí que era ella... —Miré a El Asesor—. Esa mañana tuve piedad porque por unos minutos llegué a ver lo que haría más adelante: me vi disparando a mi madre por la espalda.
El Asesor señaló el punto del suelo donde habían estado los fragmentos de la copa.
—Tu esencia vibró hasta alcanzarte en el pasado y cambiarte durante el tiempo suficiente para que tu destino se diferenciara del de él. —Dirigió la mirada hacia el Bluquer del futuro—. Sus actos llevaron a la línea temporal a fluctuar y dar forma a dos realidades que se mantienen entrelazadas y se alimentan la una de la otra. —Me miró a los ojos—. Si no fuera por él, porque jugó con fuerzas arcanas y provocó una ruptura, los restos del conjunto de universos vinculados a tu mundo y al sol que lo mantiene habitable ya no existirían. La guerra se estaría librando ya en otra parte de la realidad.
Bajé la mirada y observé el punto donde habían estado los fragmentos de la copa.
—Su búsqueda de poder me ha permitido convertirme en quien soy ahora. —El Asesor creó la imagen de los fragmentos de la copa y de la bebida esparciéndose—. Todo está conectado. —Observé el líquido resbalar por el suelo—. Existimos a la vez hasta que uno se imponga. Aunque ya no somos el mismo, nos mantenemos unidos. Por eso dijo que mi existencia lo debilitaba.
Elevé la mirada y la centré en el Bluquer del futuro.
—Tu esencia se está filtrando en su ser —respondió El Asesor—. Está empezando a ser incapaz de evitar ser influenciado por el hombre en el que puedes llegar a convertirte: en una versión futura que nada tendrá que ver con él. —Mantuve la vista centrada en el Bluquer nacido de mi antiguo yo y sentí lo mucho que nuestros caminos, aunque separados, seguían unidos—. Te ve como una infección, como algo que lo pudre por dentro. Para él, no eres más que un parásito.
Aparté la mirada del Bluquer del futuro y la dirigí hacia El Asesor.
—Teme en lo que puede convertirse —contesté—. Es su peor pesadilla.
El Asesor cogió la copa que había dejado en el suelo y dio un trago.
—Uno de los dos acabará por imponerse. Si eres tú, él no existirá.
Me quedé pensativo unos segundos.
—Y si se impone él, desapareceré. —Miré al Bluquer del futuro—. Si eso pasa, tan solo habrá existido una versión de mí: la peor, la que odio, el monstruo que nunca tuvo que ver la luz del sol.
El Asesor se levantó, creó una tenue cortina de niebla negra y caminó hacia ella.
—Tienes una ventaja. —Se detuvo al lado de la neblina y giró la cabeza para mirarme—. Él no puede matarte porque en cierta forma sigues siendo parte de su pasado. Si te matara, estaría acabando con su propia vida. En cambio, tú sí puedes matarlo, ya que nunca te convertirás en él.
Inspiré con fuerza, abracé la idea de acabar con ese desgraciado, pero volví a sentir la impotencia cuando mis músculos no me obedecieron.
—Ahora mismo pocas cosas hay que quiera más, pero controla mi cuerpo. Ha creado un sistema que me bloquea, lo más probable que a nivel celular.
El Asesor miró al Bluquer del futuro.
—Tan eficaz no será cuando no ha podido modificar ni tu cerebro ni tu consciencia. —Señaló mi brazo izquierdo—. Quizá encuentres una forma de anular su control. Quizá te salves y salves a tu mundo. —Me miró una última vez a los ojos antes de caminar hacia la neblina—. El peso de la existencia de una infinidad de universos recae en tus hombros.
El Asesor se adentró en la capa de niebla y desapareció. Bajé la mirada, observé el brazo izquierdo y pensé en el tatuaje del árbol, oculto tras el traje de guerra.
—Solo hay una forma de averiguar si funcionará —mascullé.
Cerré los ojos mientras el tiempo poco a poco se ponía en marcha y percibí el cálido lazo que me unía al árbol que representaba la existencia. Me fundí con las llamas que me proporcionaba su calor, abracé el fuego interno que brotaba de las ramas ancestrales, inspiré con fuerza, sentí el brazo arder y solté un chillido.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó el Bluquer del futuro, después de que el dispositivo del guante soltara un poco de humo y tuviera que desacoplarlo y tirarlo—. Te tenía bajo control. —Se giró y me miró—. Tú solo no podrías... —Permaneció unos segundos pensativo mientras veía las piezas del traje de guerra que me cubrían el brazo envolverse con llamas rojas—. Habrá sido ese maldito de El Asesor. Tendría que haber acabado con él cuando tuve la oportunidad.
Mi cuerpo, aunque algo dolido y debilitado, volvía a estar bajo mi control. Me levanté, desenfundé la pistola y disparé al disco dorado para que el portal se cerrara.
—Y yo tendría que haberte pateado el culo nada más saber que existías. —Guardé el arma y desacoplé las barras extensibles—. Los dos compartimos el anhelo por algo que no hicimos. La diferencia es que yo voy a patearte el culo ahora y me lo quitaré de encima. En cambio, tú nunca tendrás la oportunidad de acercarte a El Asesor y acabarás siendo un festín para los gusanos.
Me miró con una mezcla de odio y desprecio y dejó al modificado sobre una mesa llena de planos del edificio.
—Al menos tu santurronería no ha borrado del todo esa rabia agresiva que nos empuja a saborear la violencia. —Hizo un gesto con la cabeza a alguien que estaba detrás de mí—. Lástima que sí que haya destrozado tu potencial.
Un fuerte golpe en la espalda me lanzó contra los restos de la mesa de trabajo. Me incorporé un poco, giré la cabeza y vi quien me atacó.
—No, tú no. —Apreté los dientes—. Ahora no.
Axelia sonrió y el brillo oscuro le recorrió los ojos.
—Bombón, te tendrías que haber quedado quieto. —Señaló la silla—. Sentadito mientras mi guerrero del futuro arreglaba el lío que hay con las realidades y los soles. —Miró al Bluquer del futuro y le guiñó un ojo—. Ve, pon orden, yo me encargo de él.
Él asintió y volvió a cargar al modificado al hombro.
—Mantenlo vivo hasta que active el engranaje —le ordenó—. Después haz lo que quieras con él. Ya no servirá de nada.
Inspiré con fuerza por la nariz, contuve el dolor de la traición, activé el casco del traje, aumenté la densidad del blindaje, conecté los conductores que introduje para canalizar la energía del árbol y recubrí las placas con una ligera capa de energía.
—No, de aquí no se va nadie —mascullé mientras escaneaba con rapidez las partes del edificio que mantenían la estructura en pie y las que eran destructibles—. Esta será la tumba del fantasma de un viejo Bluquer que nunca tuvo que existir.
Desacoplé una pieza rectangular del chaleco, la activé, brilló con un intenso rojo, vibró y produjo un fuerte estruendo. Medí el impacto en la estructura, la arrojé cerca de una pared y encendí el escudo.
—¡Maldito loco! —bramó la versión futura de mi antiguo yo al mismo tiempo que activaba su escudo y se preparaba para la explosión.
Poco antes de que el estallido destruyera la planta en la que estábamos y dos inferiores, llegué a escuchar las maldiciones de Axelia mientras buscaba protección.
A la vez que descendía con los escombros, me mentalicé de que ese combate, incluso si la victoria conllevaba la muerte de la mujer que una vez amé, debía ganarlo costara lo que costara. El futuro era más importante que ella y que yo. No podía permitir que esa versión tarada de quien fui lograra moldear la realidad a su antojo y obtuviera un poder de escala cósmica. El fin de mi viaje comenzaba ahí, en una lucha contra un reflejo distorsionado de mi propio ser.
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