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Capítulo 20

El ambiente en el bunker era irrespirable, no porque los depuradores de aire no funcionaran, sino por la tensión entre Ítmia y Ethearis. La gran estancia del refugio parecía estar a punto de estallar. Gormuth, que también desconfiaba de la mujer de piel azul, había tomado una actitud más pragmática.

—¿Y por qué tenemos que creerte, maldita loca? —le preguntó Ítmia a Ethearis mientras la señalaba —. Hace un mes masacraste a dos escuadrones a mis órdenes.

Eso era nuevo, no lo sabía, pero no me dio tiempo a decir nada; la poca paciencia de Ethearis se agotó y ella dejó de medir sus palabras.

—Maldita cría humana, como no pares de comportarte como un Yellag en celo, voy a cortarte la lengua para que no sigas poniéndote en ridículo.

Había que pararlas; la mano de Ethearis se recubrió con un brillo azulado y la nube de vapor repleta de partículas amarillas que se encontraba cerca de uno de los muros del bunker, la esencia del ser gigante, vibró mientras los dedos de Ítmia iban en busca del revolver enfundado cerca de la cadera.

—¿Podemos calmarnos? —dijo Gormuth, tras acercarse y alzar un poco las manos para que lo miraran—. Ítmia, estoy contigo, no confío en ella, entró en la fortaleza de Acmarán y casi lo degüella. Si no tuviéramos que preocuparnos del loco del chubasquero, ya haría rato que habríamos dejado las palabras. —La capitana de Jarmuar, aunque no cesó de mirar a Ethearis con una rabia asesina, asintió a regañadientes—. Cuando esto acabe, ya pagará por lo que les hizo a tus escuadrones. —Miró a la mujer de piel azul—. Da gracias de que Bluquer responde por ti. Eso hace que te dé el beneficio de la duda. —Gormuth dirigió la mirada hacia la mano de Ethearis y se fijó en el brillo azulado que le recorría la palma—. Y, ahora, si no te parece mal, nos comportamos como adultos y canalizamos nuestra rabia en nuestro enemigo común. —La miró a los ojos—. ¿Te parece?

Ethearis apretó el puño y el brillo cesó.

—No me he quedado en este mundo para perder el tiempo, hay una guerra que ganar, pero, que os quede claro, no toleraré ninguna acusación ni amenaza. —Me señaló—. Él es el único humano en el que confío.

Inspiré despacio y recorrí a los tres con la mirada.

—Salgamos del punto muerto —dije, tras mirar la cápsula en la que Mesyak estaba sumida en un sueño inducido—. Ethearis lleva luchando en la guerra contra los que están detrás del loco muchos más años que la suma de los que hemos vivido. Sin ella, no ganaremos. —Me acerqué a Ítmia—. Me odias y no te culpo. Crees que tendría que haber evitado lo que le pasó a Sastma. —La capitana de Jarmuar apretó los puños dominada por un impulso inconsciente—. No te voy a pedir que no me odies, quizá lo merezca. Tampoco te voy a pedir que no la odies a ella. —Miré de reojo a Ethearis, que se había cruzado de brazos—. Pero estamos juntos en esta guerra. Hace un día viniste para que me uniera, para que luchara a vuestro lado, y estoy aquí para eso. Así que, a partir de ahora y hasta que venzamos, todo lo que ha pasado antes es como si no existiera. — Gormuth asintió—. Démonos una tregua. Una que necesitamos para obtener la victoria.

Ítmia contuvo todo lo que pudo la ira, cerró los ojos e inspiró con fuerza. Soltó el aire de golpe, abrió los párpados y afirmó con un ligero movimiento de cabeza.

—Hasta que acabemos con el loco —contestó, antes de mirarme a los ojos—. Pero ella no vendrá en mi grupo. No la quiero a mi lado.

Giré la cabeza y observé el desden con el Ethearis observaba a Ítmia.

—Tenemos que dividir nuestros ataques —respondí y volví a mirar a Ítmia—. Así que por ahora no tendrás que tenerla cerca. Pero cuando llegue la gran ofensiva, no te quedará otra que superar tu reticencia a que luche a tu lado.

Gormuth me miró.

—Esa ofensiva no llegará si no debilitamos las defensas del sector central. —Se acercó y me dio un disco holográfico—. Aparte de los modificados que hemos seguido durante las últimas semanas, hemos visto patrullas de soldados con un entrenamiento demasiado bueno.

Cogí el disco y miré a Gormuth.

—¿Cómo de entrenados?

Me indicó con un gesto de cabeza que iniciara la reproducción.

—Míralo tú mismo.

Coloqué el disco sobre una mesa metálica, inicié la grabación, me eché un par de pasos hacia atrás y me crucé de brazos.

—Llevan blindaje ligero —dije, al ver a un pequeño grupo ataviado con finas armaduras negras de tejido endurecido con filamentos de una rara y muy costosa aleación—. Se coordinan bien. Demasiado bien. —Los cascos que los protegían eran bastante ajustados—. Avanzan en formación, se protegen en filas y cubren el terreno. —Me fijé en cómo desacoplaban porras de energía roja y se preparaban para atacar a una decena de soldados de la coalición de Acmarán, Jarmuar y otros líderes de fuera de la capital—. Golpean sincronizados. Son rápidos, demasiado... —Al ver su técnica, apreté los puños y sentí la ira abrasarme las entrañas—. Maldito desgraciado...

Gormuth esperó a que la reproducción acabara y la imagen se detuviera, mostrando el asfalto cubierto de sangre, vísceras y cuerpos sin vida, para acercase a la mesa metálica.

—¿Son lo que creo que son? —me preguntó, tras apagar el disco y guardarlo.

Tranquilicé la respiración, contuve la rabia y asentí.

—Destruí un almacén a las semanas de infiltrarme en la ciudad. —Me recordé viéndome a mí mismo a través de un cristal—. Había decenas de cápsulas.

Ethearis se aproximó.

—Hace unas lunas hice estallar una instalación bajo tierra donde tenían centenares listos para desplegarlos —explicó—. Capté el vínculo que los unía y acabé con ellos.

—La explosión en el distrito sur —pronunció Gormuth y Ethearis asintió.

Ítmia, sin saber con quién descargar la rabia, a quién culpar de que grupos de elite protegieran las zonas de acceso centrales a los núcleos del engranaje, me eligió a mí y se encaró conmigo.

—¿Clones, Bluquer? ¿En serio? —soltó, encolerizada—. ¿Ni siquiera has sido capaz de evitar que te clonaran? ¿Tan patético te has vuelto?

La miré a los ojos, inspiré despacio y me contuve. La comprendía, la comprendía muy bien, pero tenía que parar de comportarse como un almacén de bombas en llamas a punto de estallar.

—Cúlpame, llámame inútil todas las veces que quieras. Si eso te hace sentir mejor, adelante, insúltame. —Di un par de pasos y quedé a menos de un metro de ella—. ¿Quieres pegarme también? ¿Solucionará eso lo que ha pasado? ¿Evitará que Sastma esté en tratamiento para recuperarse? —El que pronunciara el nombre de su mejor amiga la irritó más—. Solo hay una verdad, no fui capaz de defenderla y no fui capaz de vencer al chalado de la máscara. Eso no puedo cambiarlo, pero, dentro de esa verdad, hay mucho más. —La furia enrojeció su rostro—. ¿Quién permitió que hubiera infiltrados en las filas de Jarmuar? ¿Quién trabajó con el loco del chubasquero desde dentro? ¿Eso también es culpa mía? —Mientras la mirada de Ítmia reflejaba un intenso odio, guardé silencio unos segundos y la señalé—. Mírate al espejo y reconócete a ti misma que no solo estás rabiosa conmigo porque no fui capaz de defender a Sastma, que también lo estás contigo, que no te perdonas el haber estado lejos cuando todo pasó, que te culpas por no haberte dado cuenta de que teníais traidores dentro. —Dejé de señalarla—. No me duele que me culpes, me lo merezco, pero hazte un favor y hazme un favor, la rabia que no me pertenece, no la cargues contra mí.

Estaba a punto de explotar, tenía las venas del cuello hinchadas.

—¡Cabrón! —Me dio un puñetazo en la mandíbula, se dio la vuelta/giró y gritó—. ¡Le fallaste, Bluquer! —Dio una patada a un cubo metálico y lo abolló con la punta reforzada de la bota—. Tú eras el mejor y le fallaste. Tú tenías que protegerla. —Los jadeos se entrecortaron—. Le fallaste. —Se giró/dio la vuelta, me miró y vi sus ojos enrojecidos y una lágrima recorrerle la mejilla—. Le fallamos.

Comprendía demasiado bien lo que sentía, era como el dolor y la culpa que me corroían por no haber sido capaz de evitar que Sastma casi muriera.

—Le fallamos, pero no vamos a volver a hacerlo. —Quiso bajar un poco la mirada, pero no permití que me dejara de mirar a los ojos e incliné la cabeza—. No estamos solos.

Ethearis asintió.

—Aunque me desagrada tu olor y la forma en la mueves los labios al hablar —dijo la mujer de piel azul—, en esta guerra luchamos juntas y mi lanza estará a tu lado. Tu pestilencia humana casi insoportable no afectará a nuestra alianza.

Ítmia la miró con incredulidad y a punto estuvo de que se le escapara una pequeña sonrisa.

—Maldita loca. Maldita zumbada del otro lado del universo. —Se secó la mejilla—. Lo mismo digo, aunque pareces una prostituta de Engerm, hasta que esto acabe, tendremos una tregua.

Gormuth miró el disco y dirigió la mirada hacia la cápsula en la que descansaba Mesyak.

—¿Esos clones podrían estar impregnados con la energía que volvió loca a tu madre y envenenó el cuerpo de Mesyak? —me preguntó—. ¿Hay posibilidades de que tengan la carga suficiente para no deteriorarse, pero sí para ser más fuertes?

—Sí —contestó Ethearis y todos la miramos—. El humano de la máscara ha logrado alcanzar el equilibrio para que los cuerpos no se deterioren. —Hizo una pausa antes de dirigir la mirada hacia mí—. Desde que te derrotó, el flujo de las cenizas oscuras ha crecido. Ha experimentado cada luna hasta canalizar la carga justa que pueden soportar los humanos. —Miró a Ítmia—. Los humanos a tus órdenes que maté fueron manipulados por la ceniza; habían perdido la cordura, no eran del todo estables. El proceso falló, sus cuerpos se corrompían muy despacio, pero sus habilidades sí fueron aumentadas.

Ítmia se mantuvo en silencio varios segundos.

—La grabación de los trajes de combate estaba distorsionada, solo se pudo rescatar el final, en donde salías ensangrentada al lado de tu monstruo gigante. —Apretó los dientes y bajó la mirada—. No ha parado de jugar con nosotros.

Pensé en los soldados muertos, pero no tardé en centrar mi atención en nuestro principal problema.

—Ejércitos de clones modificados por la energía Gaónica —dije para mí mismo.

Caminé hasta un panel, desplegué un mapa holográfico de la ciudad y toqué los puntos de acceso al núcleo del engranaje para marcarlos con tenues destellos.

—Un combate directo sería demasiado peligroso —comentó Gormuth mientras se acercaba a la proyección—. Nuestras fuerzas en la ciudad son limitadas.

—Y una guerra de desgaste nos llevaría demasiado... —respondí.

—Traeremos los ejércitos —dijo Ítmia, antes de aproximarse y tocar el mapa para agrandarlo—. Llevaremos a cabo la invasión.

—Para que funcione tendremos que acabar con las defensas de los muros —empezó a hablar Gormuth mientras señalizaba los puntos débiles de las barreras erigidas por el loco para proteger la ciudad—. En vez de ir al núcleo, atacaremos los sistemas defensivos, los debilitaremos y las tropas que vengan de fuera tendrán una posibilidad de tomar parte de los distritos del sur y hacerse fuertes.

Me quedé varios segundos en silencio meditando la estrategia y viendo el lugar del grueso del ataque.

—La invasión es una baza que podemos usar tanto para tomar distritos de la ciudad como para distraer a las fuerzas del loco —pronuncié, examinando de nuevo el mapa—, pero tenemos que ir más lejos. Él no es un enemigo común/normal, siempre ha estado un paso por delante de nosotros. —Antes de dirigir la mirada hacia Ítmia y Gormuth, miré a Ethearis y ella asintió—. Nosotros atacaremos el núcleo mientras vosotros ayudáis a las fuerzas que entren en la ciudad.

Gormuth se quedó callado, no quería decir lo obvio, que era una locura que Ethearis y yo atacáramos solos. Ítmia nos miró y volvió a mirar el mapa.

—Vais a ir directos a la boca del lobo. —Examinó los accesos al engranaje, vio que todos tenían fácil defensa y fijó la mirada en Gormuth—. Podemos dividir nuestras tropas para darles algo de apoyo.

—No —contesté antes de que Gormuth lo hiciera—, si ese enfermo ha sido capaz de predecir que iremos al núcleo, aunque nos espere una emboscada, tendremos posibilidades de que no nos maten. Al menos hasta estar delante de él. —Apagué el mapa, toqué un panel táctil y la imagen de loco del chubasquero se proyectó en un holograma—. Tiene una fascinación enfermiza por mí y seguro que por ella también. Ambos estamos relacionados con las estrellas extintas y, si caemos presos, los que vengan con nosotros morirán.

—Además de que necesitaremos a cada soldado de los pocos que tenemos para romper las defensas —pronunció Gormuth.

Ítmia observó en silencio la proyección del loco del chubasquero.

—¿Y si causamos un poco de caos en los sectores centrales mientras iniciamos la invasión? —La miré con curiosidad—. No somos suficientes para crear dos grupos de asalto, pero yo puedo ir con una pequeña unidad y atacar los generadores secundarios.

Gormuth ladeó un poco la cabeza y miró de reojo la máscara de la sonrisa invertida.

—Los generadores secundarios... —susurró—. Eso colapsaría unos minutos la red central. —Miró a Ítmia—. ¿Quieres desactivar los sistemas de defensa aéreos y llevar a cabo un bombardeo? —Se cogió las manos por detrás de la espalda—. Interesante.

Ítmia asintió.

—Si lanzamos un ataque preciso, incluso los escuadrones de elite del loco tendrán que replegarse. —Me miró—. Podemos bombardear los cuarteles cercanos a la zona central.

Dirigí la mirada hacia la proyección del chalado.

—Lo suficiente cerca del engranaje para que se sienta amenazado —dije—, pero lo bastante lejos para que no se cree una reacción en cadena.

Miré a Ethearis y la vi cómo contemplaba la imagen del loco.

—Solo tendremos una oportunidad cuando la ceniza oscura se conecte con este mundo —dijo la mujer de piel azul, antes de observar la energía azulada que le recubría la palma de la mano—. Una sola oportunidad de golpear. —Se quedó callada contemplando los destellos—. La Devoradora de soles ya casi está lista, su presencia se percibe por las raíces del árbol que surca vuestra estrella y vuestro mundo. Cualquier cosa que nos permita ir a cerrar la puerta será un buen movimiento.

Miré a Ítmia.

—El acceso a los generadores secundarios estará muy protegido —le dije—. Ese loco no deja nada al azar. Puede que haya un escuadrón de mis clones.

Ethearis dirigió la mirada hacia la nube de vapor repleta de partículas amarillas que flotaba cerca de un muro del bunker.

—Queshter irá con ella —al mismo tiempo que habló, las partículas de la nube resplandecieron—. Si encuentran a un grupo de tus dobles, él la ayudará a vencerlos.

Ítmia enarcó una ceja.

—¿Queshter? ¿Esa cosa que se vuelve un gigante? —Miró la nube de vapor—. No me fío. Y si pierde la cabeza por no estar cerca de ti.

—No te preocupes —contestó Ethearis—, no perderá la cabeza. Aunque Queshter es mucho más desconfiado que yo. Intenta no irritarlo.

Gormuth dirigió la mirada hacia la nube de vapor.

—Seamos sinceros. —Alternó la mirada entre Ítmia, Ethearis y yo—. Aquí ninguno nos fiamos del todo de los otros, está en nuestra naturaleza desconfiar, somos asesinos paranoicos, pero en esta guerra, si eso nos lleva a la victoria, no dudaremos ni un segundo en derramar nuestra sangre por los demás. Hay demasiado en juego. —Me saludó con un gesto de cabeza y caminó hacia la salida del Bunker—. Nuestro enemigo necesita que no confiemos en los demás, nos quiere desunidos, pero eso no va a pasar. —Activó el panel para que la puerta se abriera—. Vamos a vencer. Recuperaremos lo que nos han quitado y nos vengaremos. —Se detuvo un segundo en las escaleras que conducían a la superficie—. Voy a reunir a los efectivos y preparar el ataque. Te espero arriba, Ítmia, para que coordinemos los asaltos.

Gormuth subió los escalones y, al cabo de medio minuto, sus pasos se alejaron lo suficiente para volverse inapreciables. Antes de mirarme a los ojos, Ítmia echó una mirada a la proyección del loco del chubasquero.

—Tenemos que hacer que sufra —pronunció impregnando cada palabra con rabia—. Esta vez no le volveremos a fallar.

Extendió la mano y se la estreché.

—Pagará con creces y sufrirá por lo que ha hecho —le prometí mientras las facciones de mi rostro se tensaban—. He vuelto para matarlo y hacer que este mundo sea un lugar mejor.

Ethearis se aproximó a Ítmia y materializó la lanza de energía.

—Ese lacayo de La Devoradora de soles no morirá sin padecer la cólera de los protectores de Aspashe: el árbol de los filamentos infinitos. —Miró el resplandor del arma—. Su esencia será consumida despacio, su mente arderá con la luz de las estrellas y lo poco que quede de él no servirá ni como abono para las inmensas raíces de la creación.

Al no comprender gran parte de lo que decía, Ítmia la miró extrañada pero agradecida. Extendió la mano hacia Ethearis y ella se la estrechó.

—Vamos a destruirlo —sentenció con la mirada fija en los ojos de la mujer de piel azul—. Como dice Gormuth, en esta guerra la sangre de uno es la sangre de todos. Seremos uno hasta que venzamos. —Se separó de Ethearis y me miró una última vez—. Me alegro de que hayas vuelto, Bluquer. Me alegro por ti y por Sastma. Ella merece tener la vida que siempre ha querido, una que solo tú puedes darle.

Ítmia inspiró con fuerza, contuvo las emociones, hizo un gesto con la cabeza, se dio la vuelta y caminó hasta perderse más allá de las escaleras. Me quedé observando la salida del bunker más de un minuto, pensando en lo último que había dicho. No quería que Sastma sufriera más, pero yo no era el hombre que podía darle la vida que merecía. No era más que un muerto en vida, un condenado con su castigo pospuesto solo para salvar un mundo.

—¿No se lo vas a decir? —me preguntó Ethearis.

La miré, confundido.

—¿Decirle qué?

Ethearis desmaterializó la lanza.

—A la amiga de esa mujer, a la que te importa, ¿no le vas a decir que cuando acabe la guerra ya no tendrás razones para vivir?

Aunque sentí que no le incumbía, aprecié la franqueza con la que me habló.

—¿Todavía puedes leerme la mente? ¿Aún queda algo del vínculo que nos unió?

Tardó varios segundos en responder.

—Lo suficiente.

Agaché la cabeza y me quedé unos instantes observando las placas de titanio del suelo del bunker.

—No hablaré con ella. —Alcé despacio la mirada y la fijé en la representación del loco del chubasquero—. Ese desgraciado se encargó de que nuestros caminos se separaran para siempre. —Miré a Ethearis a los ojos—. Cumpliré mi parte del trato y El Asesor cumplirá la suya. Cuando ganemos, seré libre.

Durante varios segundos, la mujer de piel azul me observó en silencio.

—Muchas veces la libertad está forjada con cadenas —me dijo, antes de hacer un gesto con la mano a la nube de vapor repleta de partículas amarillas para que la acompañara—. Tenemos que ponernos en marcha. —Se calló al verme mirar la cápsula donde hibernaba Mesyak—. Te espero fuera. Haré una ronda por los edificios cercanos para asegurarme de que nadie nos siguió y de que no hay ningún enemigo cerca.

Caminó hacia la salida.

—Ethearis —le hablé cuando casi había llegado a las escaleras—, ¿Nunca...? —Me callé; ella se detuvo y se dio la vuelta—. ¿Nunca has querido quitarte la vida por cargar con el haber destruido tu mundo y haber acabado con tu familia?

Mantuvo la mirada fija en mi rostro unos instantes hasta que la bajó y observó el brillo azul que le recubría la mano.

—Juré que viviría hasta que la amenaza de La Devoradora de soles desapareciera. Lo juré y me repetí esa promesa cada luna para apartar de mi mente el deseo de reunirme con mis padres, mis hermanos y con alguien que murió mucho antes de que destruyera mi mundo. —Los chispazos de la energía de su mano la llevaron a sumergirse en un pasado doloroso—. Aunque más de una vez, al recordar la cara del pequeño Yusmet, el hijo de mi hermano mayor, del que tuve que hacerme cargo de muy pequeño cuando él murió, casi traicioné mi juramento y llevé la punta de mi lanza hacia mi corazón. —Me miró—. Si El Asesor no hubiera intervenido, hace mucho que no sería más que ceniza en las entrañas de La Devoradora de soles. Si sigo aquí es porque el lugar donde fueron a parar las esencias de mis seres queridos corre peligro. —Se dio la vuelta y caminó hasta subir el primer peldaño—. La culpa sigue ahí, atormentándome, asfixiándome cada instante que no centro mis pensamientos en la guerra, pero no puedo permitirme plantearme qué haré cuando gane. Quizá tome tu camino, quizá no. Ya se verá.

Ethearis subió los escalones acompañada por la nube de vapor repleta de partículas amarillas. Viéndola, sabiendo cómo soportaba un dolor incluso mayor que el mío, me apiadé más de ella al mismo tiempo que aumentaba la admiración y el respeto que despertaba en mí.

—Las muertes de tu familia serán cobradas/pagadas con sangre —pronuncié en voz baja, antes de darme la vuelta y caminar hacia la cápsula donde se encontraba Mesyak—. El loco pagará y lo que haya detrás de él, lo que esté manejándolo, sufrirá.

Miré a mi amiga, sedada y en hibernación. Inspiré despacio, puse la palma en el cristal, permanecí un par de minutos observándola a través de vidrio y me prometí que acabaría con la maldición que le recorría las venas.

—Aguanta un poco —le dije, antes de darme la vuelta e ir hacia la salida—. No puedo... No quiero perder a nadie más.

Al escuchar una interferencia en el sistema de comunicación del bunker, me detuve y dirigí la mirada hacia el panel de control que monitorizaba las señales. No me dio tiempo de extrañarme de que estuviera apagado, de que la energía no llegara a los receptores ni a los altavoces; la interferencia aumentó hasta que se oyeron con fuerza los chasquidos que enmascaraban una voz.

—Bluq... no... des... en... —La distorsión era tan fuerte que apenas distinguí algo entre el ruido.

Me apresuré hacia el panel de control, lo activé y aumenté la potencia para esclarecer la señal al mismo tiempo que ocultaba la localización del bunker. Sin que lo conectara, el sistema holográfico se encendió y proyectó una imagen que me estremeció.

—No puede ser... —dije mientras me acercaba al holograma que se creó a unos tres metros de mí—. Tiene que ser otro truco...

El hombre proyectado en el holograma, como si pudiera verme, como si no fuera una grabación, me buscó con la mirada.

—Bluquer, no tienes que destruir el engranaje —me dijo al tiempo que la preocupación se reflejaba en su rostro castigado por el pasar de los años—. Eso nos condenará. —Echó un instante la vista a un lado y casi sentí su dolor como propio—. Eso me condenó.

Escuché los chispazos de la sobrecarga del sistema de comunicación y del holográfico.

—Dile al loco que su truco no va a funcionar —mascullé, conteniendo la rabia ante otro golpe bajo—. Si esta es su forma de intentar que no acabe con él, es que está muy desesperado.

El hombre, que tendría unos veinte años más que yo, volvió a mirarme a los ojos.

—No tiene nada que ver con el loco —contestó, antes de sacar una cabeza de un saco y mostrármela—. Hace mucho que lo maté. Hace mucho que me guardé esto de recuerdo.

La piel disecada no dificultaba ver las facciones del rostro.

—El loco... —dije para mí mismo, después de volver a dirigir la mirada hacia la cara del enigmático hombre de la proyección—. ¿Por qué tendría que creerte?

Negó con la cabeza.

—No voy a convencerte de que lo hagas, no está en mi mano. —Dejó caer la cabeza—. Solo mírame y plantéate de verdad si no soy real.

Me quedé en silencio observándolo.

—No voy a caer en más trucos —pronuncié entre dientes.

Me dirigí al sistema de proyección holográfico para arrancar los circuitos del panel de control, pero una frase me heló la sangre y me detuvo.

—Hay una forma de salvar a nuestra madre. —Un escalofrío me recorrió la columna al mismo tiempo que volvía a mirarlo—. El Asesor nos engañó, nos dijo que no podríamos cambiar lo que hicimos, pero es posible. El núcleo del engranaje tiene la capacidad no solo de abrir la puerta a la ceniza oscura, también tiene el poder de reescribir la realidad.

Era demasiado bonito, no podía ser real, no cuando ya había asumido mi culpa y deseaba mi castigo.

—Mientes —solté con rabia mientras señalaba a la representación de la persona en la que quizás me podía convertir: en una versión de mí mismo veinte años más viejo—. Me da igual si eres real. Me da igual si mataste al loco. Déjame en paz. Tú tuviste tu venganza. Yo voy a tener la mía. —Desacoplé la barra extensible y la punta del metal se volvió incandescente—. No intervengas, quédate donde sea que estés y no pises la ciudad.

Di un golpe con el arma en el panel de proyección de los hologramas y la imagen de mi yo del futuro desapareció. Me quedé inmóvil varios minutos, con el chisporroteo de los cables partidos interrumpiendo el silencio y las chispas creando diminutas explosiones de luz. Guardé la barra, me aseguré de que los demás sistemas funcionaran bien, comprobé que la cápsula de Mesyak recibía la energía suficiente y caminé hacia las escaleras con una idea turbándome.

—No es posible... —susurré un doloroso pensamiento, antes de cerrar la compuerta del bunker y subir los escalones—. No puedo revivirte, mamá...

La culpa me golpeó con más fuerza, casi me privó del aire; una presión en el pecho me obligó a detenerme y apoyarme en la pared. ¿Y si era cierto? ¿Y si ese yo del futuro era real y lo que decía era verdad? ¿Y si podía reescribir el pasado?

Me tomé un par de minutos en los que fantaseé con la idea de cambiar lo que pasó, pero volví a la realidad, tomé el control de mis pensamientos y fui a unirme a Ethearis para iniciar el ataque. Me convencí de que la proyección de mi versión del futuro, de que lo que llegó a decir, no eran más que trucos, ilusiones, para que renunciara a acabar con la guerra.

Era un condenado, estaba convencido y no merecía ni la más mínima esperanza. Solo merecía extinguirme en el olvido, que el vacío me engullera y nada ni nadie me lo iba a impedir. Ganaría, castigaría al loco, frenaría lo que lo manejaba y descansaría de una vez por todas del tormento que me corroía las entrañas.


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