Capítulo 18
Abrí los ojos, percibí el aroma del café recién hecho y dirigí la mirada hacia el otro extremo del mármol de la cocina. Los rayos de primera hora de la mañana atravesaban la ventana y dotaban de tonos cálidos a las baldosas blancas de las paredes.
Parpadeé, agaché la cabeza y traté de averiguar qué hacía ahí. No sabía lo que había pasado, no alcanzaba más que a rozar algunos recuerdos borrosos.
—Bluquer, no tenemos todo el día. —Me giré y me quedé paralizado al ver al hombre que entraba en la cocina con una taza humeante en la mano—. Tenemos que estar ahí en menos de veinte minutos. —Dio un pequeño sorbo y la saboreó—. Sírvete un poco. —Me señaló la cafetera con la mano que sostenía la taza—. Está recién hecho con los granos molidos que encargué de Shustmur.
Me fue imposible apartar la mirada del rostro marcado por las leves arrugas que denotaban el paso de los años.
—Papá... —pronuncié con un hilo de voz.
Mi padre sonrió, dejó la taza en la mesa alargada que ocupaba la zona central de la cocina y se acercó.
—¿Papá? —Puso una mano encima de mi hombro—. Hacía mucho que no me llamabas así. Tú madre se reirá cuando se lo cuente.
—¿Mamá? —pregunté, confundido.
—Vamos hijo, ¿qué te pasa hoy? —Se separó, dio unos pasos, cogió la cafetera y sirvió una taza—. No creí que la pedida de mano formal te pondría nervioso.
Aunque no recordaba lo que había pasado antes de aparecer ahí, tenía la sensación de que nada estaba bien.
—La pedida de mano formal —repetí mientras cogía la taza cargada de café—. ¿Quién se va a casar?
Mi padre rio y me dio una palmada en la espalda.
—Menos mal que no fui a la despedida que te prepararon los chicos. Ya me olía que ibais a acabar así. A saber, qué tomasteis.
Entre risas, se dio la vuelta y caminó hacia la puerta.
—Papá, espera. —Alcé la mano en un impulso inconsciente preso de un temor irracional a que desapareciera convertido en un montón de polvo entre recuerdos—. Quédate.
Mi padre se detuvo, giró la cabeza y me miró.
—Bluquer, no voy a ir a ningún lado, solo a terminar de arreglarme. Jarmuar y Sastma nos están esperando. Tómate el café, a ver si pasa ya el efecto de lo que te dieran ayer los chicos y vuelves a ser tú. —Me observó con una mirada tierna—. Estoy orgulloso de ti, hijo. Siempre lo he estado y siempre lo estaré.
Sonrió, contuvo la emoción y salió de la cocina y se perdió por el pasillo. Aparté despacio la mirada de la puerta y la dirigí hacia la claridad de la ventana. Todo era tan extraño... Traté de recordar cómo acabé ahí, lo hice mientras observaba un gran árbol a través del cristal, pero, en el momento en que casi logré alcanzar los recuerdos más profundos y obtener respuestas, una sensación cálida alrededor del dedo anular me apartó de mis pensamientos. Alcé la mano y vi el anillo dorado que llevaba puesto. Confundido, lo cogí y me lo quité.
—Te amaré siempre —leí la diminuta inscripción grabada en el anillo.
No supe cómo reaccionar; inmóvil y en silencio, contemplé el grabado durante un par de minutos. Lo único que me sacó de mi abstracción fue ver a mi madre detenerse un segundo en el pasillo, justo a la altura de la entrada a la cocina.
—Venga, campeón. Mueve el culo, que nos esperan.
Guiado por un impulso que nació en lo más profundo de mi ser, caminé rápido para seguirla. Necesitaba estar cerca de ella, abrazarla, decirle cuánto la amaba, pero mis deseos se desvanecieron al salir de la cocina. Las paredes cubiertas con papel pintado y los tablones del suelo se convirtieron en ceniza, los bordes de las grietas que recorrieron el techo en ascuas y mi madre se difuminó hasta no ser más que una neblina polvorienta.
—No... —susurré con impotencia.
Iba ir hacia el lugar donde se desvaneció, hacia la oscuridad que poco a poco engullía la fina capa de niebla de polvo, pero las manos que me recorrieron la cintura me frenaron.
—¿Estás listo? —La voz me llegó al alma.
Mientras a mi alrededor la ceniza se trasmutaba para dar forma a una de las estancias de la mansión de Jarmuar, aparté la mirada del lugar en el que mi madre se trasformó en una neblina polvorienta.
—¿Sastma? —susurré su nombre, inquieto, viendo cómo las tablas de madera ocre, pulidas y barnizadas, se materializaban para recubrir las paredes.
Bajé la cabeza y observé las puntas de sus dedos ejerciendo una leve presión sobre los botones de mi camisa.
—¿Quién voy a ser sino? —me preguntó, antes de soltarme y retroceder un poco.
Me di la vuelta despacio, con la mirada casi fija en la alfombra parda que cubría gran parte del suelo de la estancia. Me costó alzar la vista y centrarla en el rostro de Sastma.
—Estás preciosa —dije, cautivado por la belleza de su rostro.
Se acercó a mí y me acarició el cuello.
—¿Y cuándo no lo estoy para ti? —Me miró y sus ojos parecieron brillar—. Me alegro tanto de que lo consiguieras. —Aunque no entendía qué quería decir, me dejé llevar y acerqué mis labios a los suyos—. Gracias a ti las estrellas volvieron a brillar. Nos salvaste. Me salvaste.
Sastma cerró los ojos y nos besamos; un vendaval de sentimientos reprimidos y emociones ignoradas rompió los diques que erigí para no perder el control. Conecté con parte de los recuerdos borrosos y reviví las noches que compartimos y la complicidad que nos unió.
El fundirme con ella liberó el sentimiento que mantuve enterrado en las profundidades de mi ser. Durante mucho me engañé y trasformé lo que sentía por ella en un ligero cariño. Mi antiguo yo jamás habría aceptado ceder un poco del dominio y mucho menos dejarlo en manos de alguien que no fuera él. A paladas de orgullo y egolatría sepultó lo que sentía por Sastma.
El suave beso, en el que rozamos nuestros labios, se trasformó en un beso de pasión. La sujeté de la cintura, la acerqué más a mí y sentí su cuerpo contra el mío. Ella me cogió el cuello con fuerza, noté la presión de las yemas y el roce de las uñas. No quería que acabara nunca, deseaba que ese momento se volviera eterno, que siempre estuviéramos ahí, juntos, pero el beso no solo me liberó del autoengaño sobre mis sentimientos hacia Sastma, también me ayudó a recordar qué había pasado.
—Lo siento... —susurré mientras apoyaba mi frente en de la de ella—. Siento haber sido un estúpido orgulloso. —Me destrozó el recuerdo de los buenos momentos que vivimos juntos y de cómo cerré la puerta a que fuera a más—. Ojalá fuera posible volver a mucho antes de la explosión, a antes de que el loco apareciera y destrozara mi mundo, a antes de que casi te matara y me convirtiera en el asesino de mi madre. —Me separé Sastma con gran dolor—. Ojalá fueras real.
Me giré y busqué algo que no cuadrara en la representación de esa estancia de la residencia de Jarmuar. La recorrí con la mirada, observé el piano en una esquina, los candelabros de las paredes, el botellero metálico y una estantería con muchos libros y un antiguo globo terrestre.
—Bluquer, ¿qué pasa? —Sabía que no era real, que no era la misma Sastma que dejé atrás en mi mundo, pero su voz me hundió en la culpa—. Sea lo que sea, puedes hablar conmigo. —Me cogió de la cintura—. Hoy es nuestro gran día. —Sus palabras las sentí como una fría lanza clavándose en el pecho y perforándome el corazón—. Es lo que tanto hemos esperado.
Cerré los ojos, inspiré despacio y deseé que ese no fuera mi castigo en la otra vida. No tenía la fortaleza necesaria para soportar pasar la eternidad junto a una réplica de Sastma, mirándola y viendo en su rostro cómo malgasté la mayor parte de mi vida.
—No quiero vivir en una farsa. —Abrí los ojos, me giré y vi la incomprensión adueñarse de su rostro—. Si esto fuera real, si tú, mis padres y la felicidad que encontraría en esta vida lo fueran, sería el hombre más afortunado del mundo. —Llevé mi mano hasta su mejilla y la acaricié—. Lo único real aquí es mi sufrimiento, el que cargo por haber asesinado a mi madre. —Mi brazo bajó y mis dedos se separaron de su piel—. He cometido el mayor de los pecados y no merezco más que un rincón oscuro para terminar de hundirme y consumirme hasta desaparecer. —Me di la vuelta, caminé hasta la puerta y la abrí—. Nunca te olvidaré. —Giré un poco la cabeza y la miré de reojo—. Siempre me acordaré de los buenos momentos que pasamos juntos. —Me permití fantasear una última vez con la vida que podría haber vivido junto a Sastma—. Fuiste lo mejor que me pasó en mucho tiempo.
Salí de la estancia rápido, no quería escuchar su contestación, no tenía las fuerzas para oírla hablar de nuevo. Atravesé la densa capa de niebla que había más allá de la puerta y caminé sin rumbo.
—He de pagar —pronuncié entre dientes, para recordarme por qué me volé la cabeza, mientras me adentraba en una bruma que pasó de estar teñida por tonos grises a oscurecerse con sombras negras.
Antes de quitarme la vida, tuve la esperanza de que quizá al morir dejaría de atormentarme el recuerdo del cadáver ensangrentado de mi madre. Pensé que a lo mejor mi tortura tras mi muerte sería de otra naturaleza. Era consciente de que no tenía derecho a quejarme por sufrir por mis pecados, fui un monstruo durante la mayor parte de mi vida, pero quien gobernara el inframundo podría haberse apiadado un poco para que padeciera por las otras muertes, no por la de mi madre.
Una ráfaga de viento gélido dispersó la niebla y reveló lo que se escondía tras ella.
—No puede ser... —susurré un pensamiento al mismo tiempo que caminaba hundiendo las suelas en la capa de escarcha negra.
Elevé la cabeza y contemplé las decenas de miles de esferas de luz que se encontraban cerca de las ramas del inmenso árbol descascarillado. A medida que me acercaba, las grietas que surcaban las gruesas raíces que sobresalían del terreno helado emitieron un débil fulgor rojizo.
—La esencia ancestral te reclama —alguien habló detrás de mí—, te llama para que decidas tu futuro.
Giré la cabeza y me dio asco ver cómo una niebla, repleta de minúsculas partículas envueltas en llamas azules, daba forma a El Asesor y a su impoluto traje mitad negro y mitad blanco.
—¿Tú? —Lo señalé mientras las facciones de mi rostro se arrugaban por la ira—. ¡Maldito dios loco! —bramé y me acerqué a él—. ¡Tú sabías que mataría a mi madre! ¡Me devolviste la vida para que la matara! ¡Sádico enfermo!
Llegué a su altura y lancé mi puño contra su rostro cubierto por la máscara cosida a la piel. El Asesor no movió un músculo, permaneció inmóvil para recordarme que no era más que un niño encolerizado en lucha contra un ser mucho más antiguo que el universo.
—¿Contento? —me preguntó, después de que mi puño se detuviera a unos centímetros de su rostro—. ¿O necesitas volver a intentarlo? —Antes de que me diera tiempo a responder con un nuevo puñetazo, una fuerza invisible me arrojó unos metros por el aire—. Los humanos sois tan propensos a ser cegados por vuestras emociones.
El tronco del árbol me frenó, mi espalda chocó contra él y sentí una fuerte punción en la columna. Dolorido, con la sensación de haber sido machacado por una apisonadora, centré la mirada en el rostro de El Asesor.
—Los humanos seremos propensos a ser cegados, pero los idiotas todopoderosos sois arrogantes e imbéciles. —Aunque para él no era más que un grano de polvo y no tenía ninguna posibilidad de vencer, estaba decidido a intentarlo—. Culpé a la mujer de piel azul, la odié por no haberme avisado antes de que viajara en el tiempo, pero el verdadero culpable eres tú. —Inspiré con fuerza, permití que la rabia se apoderara de mí y caminé hacia él—. Te dedicas a mover los hilos de las realidades y nos manejas como a marionetas para que hagamos el trabajo sucio. Si en tu guerra es tan importante frenar al loco del chubasquero, ¿por qué nos vas a la tierra y te ensucias las manos? ¿O es que tienes miedo al que sea que lo esté manipulando? —Su silencio me envalentonó más—. Eso es. Temes a la energía Gaónica y lo que sea que la ha desatado en el universo. Por eso nos envías a nosotros a luchar.
Los ojos del asesor brillaron con un potente fulgor amarillo.
—Por los que hablo no temen a nada ni a nadie —proclamó con una voz que se distorsionó con un fuerte tronar.
La fuerza invisible me volvió a lanzar contra el árbol, esta vez con un golpe mucho más potente. Choqué de lado, resbalé por el tronco y acabé de rodillas en la escarcha con su frío tacto calando en parte de las piernas.
—Si tan poco temieran. —Pasé el pulgar por la comisura de los labios y limpié la sangre que brotó de una herida—. Si tan poderosos son, no nos usarían ni a mí ni a la mujer de piel azul como carne de cañón en vuestra guerra. —Me levanté, ignoré el dolor y caminé hacia El Asesor—. Si estás aquí, aguantando que ponga en duda tu valor y el de tus amigos, es porque aún me necesitas. —Sin darme cuenta, una sensación de calidez me recorrió el brazo izquierdo—. Veamos qué puede más, el que no pare de recordarte que eres un cobarde o el que aún soy necesario para lo que sea que tienes planeado.
El fulgor amarillo de los ojos del asesor se desvaneció.
—Tan solo te falta un poco más —pronunció despacio.
—¿Un poco más? —Apreté los puños y me preparé para atacar—. ¿Me falta un poco más para conseguir que pierdas los nervios y acabes conmigo? ¿O me falta poco para destrozar la asquerosa cara que ocultas detrás de esa horrible máscara?
Unas enredaderas repletas de espinas emergieron de la escarcha y me inmovilizaron. Apreté los dientes y aguanté el dolor mientras sentía las punzadas atravesarme la piel.
—Un poco más para que se complete tu ciclo. —Se acercó a mí—. Si estás convencido de que te viste arrastrado atrás en el tiempo para acabar con tu madre, si piensas que el humano de la máscara o yo guiamos tus pasos, ¿qué te hace creer que no estás aquí por esa misma razón? —Al mirar a sus ojos comprendí que aun habiendo muerto seguía preso de las cadenas de un destino que no estaba en mis manos—. Era inevitable que tus pasos te condujeran aquí.
La capa de escarcha vibró, el árbol tembló, las ramas crujieron, las raíces se agrietaron más y las esferas titilaron con mucha intensidad. Las sacudidas del terreno y las ráfagas de aire me llevaron a sentir lo unido que estaba a la esencia del lugar. Mi brazo izquierdo ardió; fue como si centenares de soles explotaran en mis venas. Ladeé la cabeza y vi cómo la piel se recubría por llamas rojas.
—Las estrellas... —dije para mí mismo, cerré los ojos y noté que el universo no había muerto del todo—. La ceniza de las estrellas puede volver a arder. —Abrí los ojos y observé el rostro de El Asesor mientras las enredaderas me liberaban y retornaban al interior de la tierra congelada—. Tú eres una parte de... —Me giré y observé el árbol aferrarse a la vida; aún no se había secado por completo—. Tú eres una parte de él. —Algunas de las ramas se recubrieron de finos hilos azules que emitieron débiles brillos—. Las raíces del árbol se hunden en la realidad y conectan con los soles.
El Asesor dio unos pasos, me adelantó algo más de un metro y observó las esferas resplandecer.
—El árbol es un reflejo de cómo una antigua especie extinta quiso simbolizar el equilibrio de las realidades a través de las estrellas. —Movió la mano y el tronco y las ramas se difuminaron hasta que quedó a la vista un infinito entramado de hilos de energía de distintas tonalidades y grosores—. La devoción por los filamentos eternos que fluyen de un sol a otro marcó su desarrollo. Durante mucho su civilización se convirtió en la custodia del equilibrio. —Giró la cabeza y, a unos metros de nosotros, se creó una proyección de un planeta rodeado por una inmensa flota—. Atravesaron los límites de las realidades y encontraron los soles primigenios: las estrellas que siempre han existido. —La representación del mundo se difuminó y su lugar lo ocupó la imagen de una decena de soles de tonos azulados—. Alcanzaron el origen de la realidad, colonizaron muchos mundos y sembraron su semilla tanto en los que eran habitables como en los que no. —La proyección mostró ciudades en ruinas, naves llenas de óxido, destrozadas, algunas cubiertas por la arena de los desiertos y otras convertidas en parte de cinturones de asteroides—. Sin embargo, su tiempo pasó y su legado fue consumido. Tan solo quedó grabada en la memoria de la realidad la imagen de un árbol ancestral como la personificación de los filamentos de la existencia.
Observé los restos de la antigua civilización y miré el tatuaje de mi antebrazo.
—La memoria de la realidad... —pronuncié un pensamiento en voz alta.
Durante varios segundos, el Asesor contempló en silencio los vestigios de otra época.
—Colonizaron muchos mundos de las estrellas primigenias, pero uno de ellos quedó lejos de su alcance. —La proyección cambió y mostró un planeta con una atmósfera enverdecida por densas capas de nubes—. Solo uno.
Di un par de pasos y sentí que todo cobraba sentido.
—Es su mundo —dije, sin apartar la mirada del verdor que teñía el planeta—. Es el hogar de la mujer de piel azul.
Dirigí la mirada hacia El Asesor y comprendí el lazo que lo unía a ella.
—El mundo natal de los verdaderos custodios de los soles primigenios —respondió, antes de hacer que la proyección cambiara y mostrara el planeta convertido en un inmenso cúmulo de rocas flotantes—. La shaesmi sacrificó lo que le importaba, a los suyos y a su mundo, para frenar la extinción de los filamentos que entrelazan la realidad por medio de los soles. Consiguió detener la muerte de la existencia, aunque lo logró pagando un alto coste.
Miré los hilos de distintos tonalidades y grosores que ocupaban el lugar donde había estado el árbol.
—Entonces el calor que me recorre las venas del brazo... —musité.
El Asesor movió la mano y los hilos se desvanecieron y el árbol volvió a tomar forma.
—Te conecta con los filamentos, con los que aún existen —me explicó—. Aunque la especie que basó su civilización en velar por el equilibrio de los soles hace mucho que no existe, su visión de los filamentos como un gigantesco árbol que mantiene viva la existencia perdura. En él, en las raíces, en el tronco y en las ramas, se entrelazan los cimientos de la realidad.
Eché un último vistazo a los restos del mundo de la mujer de piel azul y sentí su sacrificio como propio.
—No tenía que haberla culpado por mi destino. —Cerré los ojos e inspiré despacio—. Solo quería que me dejaran en paz, que me dejaran tranquilo para acabar con mi vida. —Abrí los párpados y vi que la proyección del planeta destruido se convirtió en una de la mujer de piel azul—. Todos arrastramos el peso de nuestro pasado. Ninguno estamos libre de su carga.
Aunque la máscara que le cubría el rostro impedía mostrar ninguna emoción, siendo posible incluso que fuera incapaz de sentir alguna, El Asesor me miró y me pareció percibir cierta compasión.
—La shaesmi es fuerte. —La proyección de la mujer de piel azul mostró cómo canalizaba una energía azulada para sanar las heridas de las balas y del puñal—. Lleva combatiendo una larga guerra contra lo que devora los soles. Ya luchaba mucho antes de que nacieras.
Miré el tatuaje del árbol en mi antebrazo y sentí aún más como propio el peso de la carga de la enigmática mujer de piel azul que llegó a mi vida para cambiarlo todo.
—Mis padres, Sastma. —Me callé al recordar lo que viví cuando llegué a ese extraño reino tras la vida—. ¿Por qué?
El Asesor contempló el árbol.
—Son recuerdos de los filamentos. Aparte de universos diferentes al de tu sol y otros similares en los que tu mundo nunca se formó, había una infinidad en los que tanto tú como tus seres queridos existíais. —Giró la cabeza y me observó—. Has vivido un recuerdo de uno en el que la historia fue diferente.
Miré de reojo a El Asesor.
—Hay un mundo en el que mis padres viven y yo me caso con Sastma —dije para mí mismo mientras revivía el recuerdo del beso—. Hay mundos en los que no maté a mi madre... —Agaché un poco la cabeza—. En los que no soy culpable...
—Esos mundos existieron gracias a tu sacrificio. —Volví a mirarlo—. Y tan solo tendrán una oportunidad de volver a existir si haces que tu sacrificio cumpla su propósito. Tanto tú como la shaesmi cargáis con el peso de la existencia. En vuestro sufrimiento se sustenta la esperanza.
La proyección en la que se veía a la mujer de piel azul casi curada se trasmutó y mostró mi boda con Sastma en ese otro mundo.
—¿En muchos otros mundos mi madre vive? —El Asesor asintió mientras yo fijaba la mirada en la proyección donde daba un beso a Sastma delante del altar—. En otros mundos Bluqui tiene la posibilidad de tener una infancia...
El Asesor movió la mano y el árbol desapareció para dejar su lugar a los hilos.
—Con la destrucción de los filamentos, el recuerdo de esos universos se desvanece. —Miré hacia los hilos y vi la negrura que corroía y devoraba muchos—. Tu sol y tu mundo son el último bastión de la infinidad de universos en los que otras versiones de tu planeta existen. Si caen, las realidades que giran alrededor de ellos desaparecerán. La shaesmi lo sabe, sabe el peligro que corre en tu mundo, pero está dispuesta a combatir hasta el final; se ha cansado de retirarse de un fragmento de la realidad a otro. Es tu elección luchar a su lado o desentenderte y abrazar el vacío. —Se dio la vuelta y creó dos portales de energía, uno áureo y otro plateado—. Un camino te llevará de vuelta a tu mundo, el otro consumirá tu consciencia y te concederá el olvido que crees que anhelas. —Los brillos de los portales se intensificaron—. Decidas lo que decidas, no cambiará el destino de tu madre a tus manos, pero, si combates al lado de la shaesmi y vencéis, habrá una miríada de mundos donde diferentes versiones de tu madre sí vivirán.
Observé los portales y sentí en mis hombros el peso de la realidad. Llegué hasta ese lugar porque me había rendido, lancé la toalla con la esperanza de que mi muerte me traería olvido y con ella expiaría mis actos, pero tan solo me condujo a descubrir la importancia de que continuara la lucha.
Seguía deseando que todo acabara, necesitaba que el dolor se desvaneciera. Permanecí varios segundos con la mirada fija en uno de los portales. Por fin tenía delante de mí lo que tanto anhelaba: el vacío, el olvido. Si no me hubiera encontrado con El Asesor, de no haber descubierto que aún podía redimir parte de mi culpa, habría caminado hacia el vacío para extinguirme.
Cerré los ojos, negué con la cabeza y pensé en la mujer de piel azul, en lo que le debía por haber intentado matarla. Tras ella, me vinieron a la mente los que contaron conmigo hasta el último momento: Acmarán, Ítmia, Gormuth y muchos más.
—Si me uno a la guerra, seré libre. —Miré a El Asesor—. Si combato hasta el final y ganamos, ni tú ni los filamentos me impediréis que ponga fin a mi dolor. —Me acerqué a él—. Esas son mis condiciones.
Extendí la mano; El Asesor tardó unos segundos, pero acabó por estrechármela.
—No volveré a mover los hilos de las realidades menores —contestó mientras desintegraba la puerta que conducía al olvido—. Vence en la guerra y borraré el vínculo que te enlaza con los filamentos. Cuando lo haga, nada ni nadie te impedirá que acabes con tu vida.
Me separé unos pasos de El Asesor y dirigí la mirada hacia la puerta que me llevaría de vuelta a la ciudad.
—¿Por qué yo? —le pregunté, tras girar un poco la cabeza y observarlo de reojo—. ¿Por qué ha tenido que recaer en mí el destino de mi mundo?
El Asesor dirigió la mirada hacia la proyección de la mujer de piel azul y una rápida serie de imágenes la reemplazó. Vi a multitud de personas, de diferentes edades, rasgos y lugares, asesinadas.
—Se han encargado de que solo quedaras tú, de que el único capaz de conectar con la energía de las estrellas extintas fuera un hombre destrozado por la culpa. —El Asesor observó en silencio unos instantes la sucesión de asesinados—. Han querido asegurarse de que tu universo cayera con más rapidez.
Me quedé casi medio minuto con la mirada fija en los brutales asesinatos. Había tantos que podrían haber ocupado mi lugar en la guerra y que ya no eran más que pasto de los gusanos. Verlos consiguió que el calor se propagara por las venas de mi brazo izquierdo y que diminutas llamas rojizas se extendieran desde mi mano hasta mi hombro.
—Cumpliré mi parte del trato —aseguré, tras caminar hacia el portal—. Lucharé y evitaré que mi mundo caiga. —Me detuve un par de segundos antes de cruzar—. Espero que cumplas tu palabra.
Atravesé la luz dorada, sentí un golpe cálido en el rostro, reviví mis últimos momentos antes de apretar el gatillo y visualicé la máscara de la sonrisa invertida pisoteada. Me vino a la mente la mujer de piel azul, el sacrificio que hizo y lo que le debía por haber tratado de matarla.
Aunque nada me dolió tanto como el recuerdo de mi madre y el de Sastma. Ambas habían sufrido por mi culpa; una murió a mis manos y la otra estuvo a punto de hacerlo por estar cerca de mí. El loco del chubasquero me había hecho correr como un pollo sin cabeza, sin rumbo, por inercia, pero eso se acabó.
Traería de vuelta los mundos donde nunca maté a mi madre, donde a ella y a mi padre no los separaba una bala de mi pistola. Traería de vuelta a Bluqui para que tuviera la vida que yo no tuve. Y traería de vuelta los mundos donde Sastma y yo formábamos una familia. En cuanto a mi mundo, me aseguraría de que ella tuviera una vida; aunque fuera una vida sin mí.
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