Recuerdo que lloraba, gritaba por ayuda y mi respiración se agitaba, pero ya no podía más. El fuego se acercaba y nadie acudía para rescatarme. Las llamas se acercaron tanto que comenzaron a quemarme.

«Sola, hasta en mi muerte estoy sola. Solo me acompaña el fuego. ¿Será que quiere ser mi amigo? Entonces, voy a ti, dame un abrazo.»

Me adentré sin temor sintiendo el calor deshacer mi piel, pero estaba sonriendo. Por primera vez en la vida, sonreía con el corazón.

Desperté en medio de un bosque. Estaba anocheciendo, pero no sabía dónde estaba. Hice una pequeña fogata con algunas ramas, no sabía lo que ocurría, lo averiguaría en la mañana. Pasaron algunos minutos de silencio y soledad cuando escuché un sonido como de voces. Tomé una de las ramas en llamas y me dirigí a investigar.

-¿Quién anda ahí? -grité a la voz.

Un hombre de edad madura y de piel negra se hizo ver con las manos en señal de calma.

-Hola, pequeña. Estaba seguro de que alguien había caído. ¿Cómo te llamas? -su voz era cálida, como un padre bueno.

-No lo recuerdo. Solo sé que morí... Y he venido a parar aquí.

-Entonces, te pondré un nombre. -el señor miró la antorcha de mi mano y sonrió.- Elena, como la antorcha que portas iluminarás caminos.

-¿Elena...? -él asintió.

-Mi nombre es Morgan. Ven conmigo. Te llevaré con los demás sueños. -me extendió su mano y la tomé tras apagar el fuego, pero no la antorcha.

-¿Sueños?

-Sí, pequeña. Estás en un Dreamland en el que los que llegan a él han sido buenos en vida y tuvieron una muerte placentera. ¿A qué edad moriste?

-A los 15. -el hombre suspiró.

-No importa, aquí harás amigos y te enseñaré a cuidar de las personas como sueño.

-¿Seré... un sueño?

-Sí, uno muy hermoso.