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Capítulo I

—¡Maldita sea! ¿Dónde estás Jakob?

El poste de luz alumbraba lo suficiente como para que Lysandro no tuviera problemas en ver la hora que marcaba su reloj de pulsera. Todavía no era medianoche. Era extraño que su amigo no estuviera esperándolo afuera del Dragón de fuego, el club nocturno donde bailaba.

Acababa de terminar su actuación y ansiaba llegar a casa, pues estaba más cansado de lo habitual. El día en la universidad había sido una mierda: su compañero no hizo su parte del trabajo y en consecuencia no los dejaron hacer la presentación. Además, Lysandro continuaba sintiéndose mal, todavía no se recuperaba del todo del resfriado que lo obligó a faltar dos noches seguidas al club nocturno. Se cerró la cazadora negra cuando el viento sopló más fuerte, lo último que quería era empeorar y terminar con neumonía.

Giró la cabeza a uno y otro lado de la calle, varios autos la transitaban, ninguno era el viejo Mustang de su amigo. Dejó salir un suspiro cansado y se volteó. Detrás de él la puerta continuaba abarrotada de personas queriendo ingresar al local nocturno. La música estridente se colaba hasta donde él aguardaba, al igual que las voces altas, las risas e incluso el humo del tabaco que fumaban los jóvenes. Consideró llamar un taxi y esperarlo dentro del local, pero la idea murió al recordar que esa quincena la paga no sería completa, se había ausentado dos noches seguidas debido al resfriado, no podía permitirse descompletar más el presupuesto pagando un taxi.

Además, esperar adentro del Dragón de fuego tampoco era muy tentador. Algunas cosas no le gustaban del local y las soportaba por el dinero. En ese club, a diferencia de los restantes en la ciudad, el porcentaje de ganancias que percibía por cada actuación era mayor. Sin embargo, tenía que tolerar el constante acoso del gerente del sitio. Lysandro sabía manejarlo, solía rechazarlo sin que pudiera sentirse muy herido. No obstante, era consciente de que un día la suerte llegaría a su final y el tipo se cansaría de sus negativas. Tal vez lo correría. Para cuando ese momento llegara, esperaba tener un mejor empleo.

Le faltaba poco para terminar la universidad y entonces podría conseguir algo diurno como una persona normal y olvidarse de los tipos impertinentes, del humo del cigarrillo, la mala música y los olores corporales desagradables que envolvían a todos allí dentro: una mezcla de sudor, alcohol, marihuana, nicotina y perfumes rancios.

Miró de nuevo hacia la calle. Jakob seguía sin aparecer. Le marcó por vez número veinte y de nuevo, la llamada se fue al buzón.

—¡Estúpido Jakob! —refunfuñó Lysandro, luego su expresión enojada cambió a otra de preocupación—. Espero que no le haya sucedido nada.

Suspiró y se lanzó a la calle. Decidió caminar el trayecto hasta su casa, después de todo no era tan tarde y no estaba muy lejos.

Apenas había avanzado algunos metros, cuando un auto disminuyó la marcha. El conductor bajó el vidrio y gritó desde adentro:

—Oiga es muy tarde, señorita, si quiere la llevo.

Llevaba el largo cabello negro recogido en una cola alta y de nuevo lo confundían. Lysandro le hizo un ademán con la mano al hombre del auto y negó con la cabeza. Sin embargo, el tipo insistió y anduvo siguiéndolo unos metros más. Harto, el joven se giró hacia el coche y se inclinó en la ventanilla abierta.

—Gracias, amigo, estoy bien —le dijo con la voz más grave que pudo.

El hombre del taxi abrió muy grande los ojos, hizo un gesto de desagrado y arrancó. Lysandro se echó a reír y continuó su camino.

Unos minutos más tarde, otro auto imitó al anterior.

—Oye, disculpa —dijo el tipo disminuyendo la velocidad. Lysandro resopló fastidiado, sintió deseos homicidas contra su amigo que lo había abandonado a su suerte esa noche—, eres el bailarín, ¿verdad?

—¿Qué? —Lysandro hubiera querido ignorarlo, pero la curiosidad pudo más.

—Digo, me parece que eres tú. —La voz del hombre sonaba un poco nerviosa y Lysandro recordaba haberlo visto un par de veces entre el público. —Te vi bailando hace rato, a menudo voy a verte.

Esas palabras lo pusieron en alerta. Ya había tenido algunas malas experiencias con clientes que querían «privilegios» porque eran asiduos a sus funciones o le habían dado propinas, así que el joven apuró el paso.

—¡Espera, no! ¡No pienses que soy un acosador o algo así! No deseo incomodarte. Solamente quiero decirte que te admiro mucho. —El hombre titubeó un instante. De soslayo, Lysandro lo veía alternar la vista entre la carretera y él—. Tal vez, tal vez algún día puedas aceptarme un trago. Eres... muy hermoso.

Definitivamente, sí estaba incómodo. Habían llegado a un punto en que la calle se inclinaba hacia abajo y a esa altura el flujo vehicular y de peatones era casi nulo, pues los centros nocturnos ya habían quedado atrás y transitaban por una zona residencial.

—Muchas gracias —le contestó Lysandro con frialdad—, pero no salgo con clientes del Dragón de fuego.

—Pero, pero no soy un cliente. —El conductor giró la cabeza de él hacia la calle y viceversa—. Voy allá nada más que a verte bailar, te he dejado grandes propinas.

Sí, era uno de esos clientes que se creía especial y con el derecho de reclamar sus supuestos privilegios.

—Mira, lamento mucho si te has hecho alguna idea indebida de mí por haber dejado propina, pero yo no salgo con clientes. Disculpa.

Lysandro aceleró el paso y el coche aumentó la velocidad.

—Está bien, está bien, no quise ofenderte. Ya me disculpo.

El conductor metió una mano enguantada en el bolsillo de su chaqueta y para asombro del joven bailarín sacó una flor.

—Toma. Quería dártela en el club, pero cuando fui a buscarte me dijeron que ya te habías ido. Discúlpame por molestarte.

Lysandro miró la flor: parecía un girasol, aunque más pequeña, tampoco era una margarita porque era más grande de lo que solían ser estas. Tenía un bonito color entre rojo y naranja. «Tal vez a Cordelia le guste» pensó. El muchacho extendió la mano y recibió la flor. Los ojos oscuros del hombre del auto se fijaron en él con una intensidad que le arrancó un escalofrío desagradable.

Luego de entregarle la flor, aceleró el coche y avanzó hacia adelante, rumbo al final de la calle. Lysandro suspiró aliviado de qué el tipo al fin lo dejara en paz. Un inesperado malestar lo asaltó de pronto. El calor se extendió por su cuerpo y a este se le asoció un repentino mareo, la vista se le nubló, se sentía débil. Miró a ambos lados de la calle y no vio a nadie cerca. La desesperación lo embargó cuando las piernas comenzaron a fallarle. Se acercó a la pared y se apoyó en ella, sentía que en cualquier momento se desmayaría. No entendía el porqué del repentino malestar, era peor y muy diferente al que tuvo cuando se resfrió hacía una semana.

Escuchó un motor acercándose. A través de una especie de velo que le empañaba la vista vio que era el auto del tipo que le dio la flor.

A Lysandro le costaba controlar su cuerpo, quería caminar lejos del hombre que había detenido el auto y se había bajado de él. El joven se apoyó de nuevo en la pared e intentó huir, las rodillas se le doblaron, se deslizó hasta caer en la acera.

Veía lo que sucedía y quería reaccionar, pero su cuerpo no le respondía. El tipo lo sujetó de las axilas y lo arrastró hasta el auto.

Antes de que lo subiera, escuchó un nuevo motor y la voz de otro hombre. Después, todo fue oscuridad.

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