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Cap 8

Mi maldita confusión

—Tu vida ya estaba arruinada —levantó la comisura de sus labios—. Es más sencillo culparme a mí. Deja de negarte a la realidad, tú y yo sabemos que todo lo que acaba de suceder no es nuevo. Siempre lo supiste, siempre supiste en los pasos que estaba tu hermano y no es la primera vez que papi los trata como basura

—¡Cállate, Azkeel! ¡Tú qué sabes de mi vida! —me levante del suelo y él hizo lo mismo.

—Más de lo que te gustaría admitir —respondió rápidamente—. ¡Oh, vamos, Aine! Siempre has estado sola y siempre lo estarás.

—Eso es mentira, pero ¿qué puedes saber tú que lo único que haces es molestarme? —me llevé un mechón de cabello hacia atrás.

Cada palabra que salía de su maldita boca dolía. Dolían tanto como cuando echas alcohol en una herida recién abierta.

—Dime, ¿quién ha estado contigo? ¿Tus amigos? ¿Tu familia? No me hagas reír —soltó una pequeña risa y se cruzó de brazos—. Si lo único que tienes soy yo. ¿No es patético? —dijo antes de desaparecer.

Me llevé una mano a la boca para ocultar el temblor de mi labio inferior cuando vi que en su lugar comenzaban a aparecer unas imágenes, generando en mí una impotencia estremecedora al ver a la niña sentada en una esquina.

—Solo quiero que pare, ya no quiero que me duela —me llevé la mano al pecho—. ¡Por favor! Dios, sana este dolor, no quiero volver a sentirme así…

— ¡Basta! —grité, llevándome las manos a la cabeza—. ¡Azkeel, basta!

En ese preciso instante, las imágenes dejaron de aparecer.

Me quedé paralizada por un momento, observándolo mientras salía del reflejo con una gracia que parecía propia de él. Su presencia llenaba la habitación con una intensidad que me dejaba sin aliento, y sentí una extraña mezcla de atracción y repulsión al mismo tiempo que me confundía.

Azkeel se acercó lentamente, sus ojos dorados fijos en los míos, como si pudiera leer mis pensamientos. Su cercanía me hizo retroceder instintivamente, pero él continuó avanzando con una determinación que me resultaba intimidante y fascinante al mismo tiempo.

—Aine... —susurró mi nombre, su voz suave como una caricia, pero con un matiz de peligro que enviaba escalofríos por mi espalda—Sabes que no puedo dejar que te hagan daño…

Me encontré atrapada en su mirada penetrante, incapaz de apartar los ojos de los suyos. A pesar de todo, algo en su presencia me hacía sentir segura, pero a la vez el temor seguía intacto.

—No entiendo... —murmuré, luchando por encontrar las palabras adecuadas mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho— Solo dime, ¿Qué quieres?

Azkeel se acercó aún más, su proximidad llenando el espacio entre nosotros con una electricidad palpable. Su mano se elevó lentamente hacia mi rostro, sus dedos a centímetros de mi mejilla con un gesto casi cariñoso. Por más que no sentía su tacto podía sentir la vibración que emanaba de él.

—No tienes por qué entenderlo todo ahora  —susurró, su aliento cálido rozando mi piel — Lo mismo que quieres tu

Sus palabras resonaron en mi mente, envolviéndome en una sensación de calma y seguridad que nunca había experimentado antes. A pesar de todo no pude evitar sentirme atraída por él de una manera que me asustaba y me excitaba al mismo tiempo.

Sin decir una palabra más, Azkeel se apartó lentamente, dejando un vacío en el aire que me dejó sintiéndome perdida y confundida.

Todavía no me acostumbraba a su presencia, dudaba que algún día podría llegar a hacerlo, pero lo que mas me costaba era el acercamiento.

Con lo fácil que es hablar sin tener tanto contacto.

  —¿Te quieres deshacer de mi? — asentí 

¿No es obvio?

— La única forma de hacerlo, la conoce el padre 

—¿Quién? ¿Qué padre? —me voltee al escuchar mi móvil sonar y rebusque entre mi bolso.

Cuando logre abrirlo me di con las botellas que había llenado de agua bendita, tome una rápidamente escondiéndola detrás de mi. 

—Augusto —dijo

¿Cómo que Augusto? ¿Qué sabe? 

—Tu no sabes que soy  —se encogió hombros —Y antes que preguntes, no, no puedo hacerlo— levante mi vista del móvil al escuchar eso y enarque una ceja. 

Solté un suspiro y negué con mi cabeza. En ese momento, me obligue a tranquilizarme un poco para poder  asimilar toda la información.

Pensando en positivo que si existía una manera de desligarme de él y no la iba a desaprovechar.

—Entonces, tengo que hablar con él —me acerque con cautela mientras destapaba discretamente la botella.

—Es lo que te acabo de decir —dijo él.

Se encontraba de espalda, lo que me posibilitaba tomarlo por sorpresa. No voy a negar que mi corazón latía frenéticamente y mis nervios estaban jugándome en contra pero era ahora o nunca.

 —No se porque me gasto en… —se giro pero no termino de hablar que tire el agua bendita hacia él.

—¿Enserio? —enarco una ceja y bajo su mirada hacia él suelo donde estaba esparcido todo el liquido — Creí que ya habíamos establecido un vínculo

Él agua había atravesado todo su cuerpo, no había quedado ni siquiera una sola molécula de ella en él. Nada. 

—Tenia que intentarlo —levante mis manos en forma de inocencia. 

El se limito a aplaudir de forma sarcástica.

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