
Cap 7
Sombras del Desencuentro
Por alguna razón, me encontraba bastante nerviosa y apenas ingresé, el silencio que invadía el lugar justificaba mi estado ansioso. Cada segundo se sentía como una eternidad mientras esperaba a que mi padre hablara.
La línea recta que poseía en la frente, por su ceño fruncido, delataba su enfado. Esa expresión facial me causaba temor, y más sabiendo lo que eso implicaba: que la situación podía tornarse difícil. Tragué saliva, intentando prepararme para lo que vendría.
No me animaba a preguntar qué sucedía; usualmente prefería guardar silencio antes que todo su mal genio se dirigiera hacia mí, y más ahora que mis preocupaciones estaban dirigidas hacia otro sitio. Lo último que me faltaba era que él se enfadara conmigo.
—Necesito hablar con los tres ahora, entren —habló por fin, saliendo del vehículo rápidamente y cerrando con fuerza la puerta.
El sonido resonó en mis oídos como un trueno, haciendo eco en mi pecho.
—¿Qué le pasa? —pregunté viéndolos a ambos, pero no me respondieron.
Se limitaron a blanquearme los ojos, y un escalofrío recorrió mi espalda. Algo estaba muy mal, podía sentirlo en el aire cargado de tensión.
¡Ay Dios!
Es así que me encaminé hacia adentro de la casa en busca de él. Nos esperaba en el comedor con una mano detrás de su espalda y la otra en el puente de su nariz. Confirmaba las miles de suposiciones que ya había montado en mi cabeza; él que la había embarrado, lo había hecho a lo grande.
Mi corazón latía con fuerza, preparándose para lo peor. Por unos segundos, ninguno dirigió palabra, lo que aumentaba mi tortura. El suspenso era insoportable, y apenas podía contener mi respiración.
—Dame tu mochila —exigió dirigiéndose a Nicolás.
—¿Qué? No, ¿Qué pasa? —lo miró bastante confundido, pero su voz temblorosa delataba su nerviosismo.
No entendía nada de lo que estaba ocurriendo, pero la situación se ponía cada vez más tensa, provocando en mí desesperación al ver cómo mi padre se acercaba todo acelerado hacia mi hermano para quitarle la mochila.
Algo no andaba bien, y el presentimiento de que las cosas se pondrían feas se aferraba a mí como una sombra oscura.
—Dame la mochila —forcejeó con él, quitándosela de mala manera del hombro.
Mis manos comenzaron a sudar mientras observaba la escena, sin poder apartar la mirada.
—¡Eh, eh! ¡Para, qué te pasa, loco! —se quejó mientras se arreglaba la campera, pero su voz estaba llena de ira—. ¡Ahí tenés la puta mochila! —gritó viendo cómo empezaban a revisar los bolsillos de esta.
¿Todo este quilombo por una mochila? ¿Me están jodiendo?
—¡Me pueden decir qué mierda está pasando, no entiendo nada! —solté, harta de toda esta situación innecesaria.
Él, por su parte, me ignoró por completo para seguir hurgando las cosas de mi hermano, tirando todo a la mesa con un estrépito ensordecedor. Los objetos volaban por el aire, mientras yo trataba de asimilar lo que veía.
¿Cómo podía estar pasando esto en mi propia casa?
Un nudo de angustia se apretaba en mi pecho mientras observaba la esponja de alambre dorado y el tubo metálico que mi padre había sacado de la mochila de Nicolás. Mis pensamientos se agolpaban en mi mente, buscando una explicación lógica que no encontraba.
—Eso no es mío, Franco, decile que eso no es mío —dijo Nicolás, su voz temblorosa de indignación y miedo.
La mirada de mi padre, llena de ira contenida, me hizo retroceder un paso. Sabía lo que eso implicaba; mi padre no era de los que se calmaban fácilmente.
La tensión en la habitación era palpable, casi física, y yo me sentía atrapada en medio de un huracán de emociones desbordadas.
—¡Que le digas, culiao, que eso no es mío! —gritó Nicolás, acercándose a Franco con los puños apretados.
Me acerqué rápidamente, tratando de interponerme entre ellos antes de que la situación se saliera completamente de control.
—¡Nicolás, por favor, cálmate! —imploré, pero mis palabras se perdieron en el rugido de la pelea que se desataba frente a mis ojos.
Mi corazón latía con fuerza, mi respiración se volvía entrecortada mientras observaba a mi padre y a mi hermano enfrentarse, sus rostros contorsionados por la ira y la frustración me espantaban. No sabía cómo detenerlos, ni siquiera sabía si podría hacerlo.
Nicolás se ponía cada vez más rojo, aunque no sabía con certeza si era por vergüenza o cólera.
—¡Desde cuándo te drogas! —gritó mi padre, tomando el brazo de Nicolás, quien se soltó de su agarre rápidamente.
—¡Que yo no me drogo! ¿Cuántas veces te lo tengo que decir? —respondió Nicolás con furia, moviendo su mano en un gesto de frustración.
Me cubrí los oídos, odiaba los gritos, pero más odiaba estar envuelta en estas situaciones. Ellos dos peleándose provocaba en mí un deseo abrumador de salir corriendo. Estar en el medio, ver sus agresiones mutuas y no saber qué hacer ni en qué posición estar, era lo más angustiante.
—¡Nicolás, desde cuándo consumes esa mierda! —lo miro fijamente a los ojos, tratando de transmitirle la seriedad de la situación.
—¡Qué mierda te importa a vos! —contestó Nicolás con desprecio, moviendo sus dedos en un gesto de desdén—. ¡No te hagas ahora el papá! ¡Si sos una mierda!
La angustia me envolvía, apretándome el pecho con fuerza, mientras veía cómo el conflicto entre padre e hijo escalaba a un nivel peligroso.
Me relamí los labios y me pasé una mano por el cabello, tratando de mantener la calma en medio del caos. Pero era como intentar apagar un incendio con un vaso de agua. Todo estaba demasiado denso e impactante, y si tomaba partido por alguno de los dos, terminaría siendo el blanco de toda la disputa.
Mi padre estaba intratable, al borde del colapso, y con nerviosismo empezó a rebuscar en los bolsillos de su pantalón en busca de su teléfono.
—Esto se soluciona aquí —marcó un número y caminó de un lado a otro, esperando que lo atendieran.
—¡Nicolás, no! —grité cuando este se acercó rápidamente intentando quitarle el móvil.
Corrí hacia el otro lado de la mesa, acercándome a ellos que se encontraban en el suelo, sujetando ambos el teléfono, en una lucha de fuerza y voluntad.
—¡A quien vas a llamar vos! — grito levantándose para luego estrellarlo hacia la pared.
En ese preciso momento todo se había ido a la mierda.
Los pedazos del celular se encontraban esparcidos en todos lado y ahogando un grito me seque las lagrimas que se habían escapado.
El estallido de violencia inminente colgaba en el aire como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas.
—¡A ver llama ahora! ¡Dale! — lo desafió —A mi no me vas a hacer pasar por enfermo así como lo has hecho con mama. ¡Que locura que tenes!
Observar la cara desfigurada de mi hermano de la cólera, a mi padre todo frenético, me dolía. Bastante. Sentía una impotencia, una inseguridad que cualquier cosa podía pasar.
—¡Su mama era una puta drogadicta que los abandono!
Inmediatamente me coloque en medio de los dos evitando que se pudieran hacer daño, retrocedí a mi padre que se encontraba sacado y le hice una seña a Franco para que haga lo mismo con el otro.
—¡Nicolás, basta! —grité mirándolo a los ojos haciéndole una seña para que no siguiera respondiendo— ¡Papá!
A pesar del caos que estaba propiciando era mi hermano y no iba a permitir que le tocara ni un pelo. A ninguno de los dos. Teníamos que solucionarlo por mas que él panorama era demasiado oscuro.
¿Cómo se vuelve después que se pierde el respeto?
—¿Vos sabias de esto? — me miro fijamente y lo solté al escucharlo— Vos sabias que tu hermano estaba metido en esto y no has hecho nada
¿Qué?
—¡No! Yo no sabia nada, Como podes venir a decirme eso a mi—me aleje instintivamente de él.
Las palabras de mi padre resonaban en mis oídos como un eco desgarrador. Me sentía atrapada en medio de una tormenta familiar, cada acusación lanzada era como un rayo que amenazaba con partirme en dos. Traté de mantener la compostura, pero era difícil contener la oleada de emociones que me invadía.
—¿Vos sabías de esto? —insistió mi padre, su mirada penetrante clavada en la mía.
Mis labios temblaban ligeramente mientras intentaba encontrar las palabras adecuadas para responder. Sabía que no había hecho nada malo, pero aún así me sentía acusada injustamente.
—No, papá, yo... yo no sabía nada de esto —respondí con voz entrecortada, luchando por contener las lágrimas que amenazaban con escaparse.
Mi padre me miró con incredulidad, su expresión un torbellino de emociones encontradas. Por un momento, pensé que me creería, pero luego su rostro se endureció con ira.
—¡Solo te pedí una cosa, y ni siquiera pudiste hacer eso! ¡Era tu responsabilidad cuidarlos, vigilarlos, y ni siquiera pudiste hacer eso! —gritó, su voz resonando en la habitación como un trueno.
Sentí como si un peso enorme se posara sobre mis hombros, aplastándome con su fuerza abrumadora. Mis manos temblaban, y me sentí mareada.
—Pero papá, yo... yo hice lo mejor que pude —intenté defenderme, pero mi voz sonaba débil y temblorosa.
Él me miró con desprecio, sus ojos llenos de decepción y furia contenida. Sabía que no podía hacer nada para cambiar su opinión, pero aún así me dolía profundamente su rechazo.
—¡Eres una vergüenza! —gritó, sus palabras cortantes como cuchillos afilados clavándose en mi corazón.
Me quedé allí, paralizada por el dolor y la incredulidad de lo que había dicho.
¿Cómo?
No quería escucharlo, ni siquiera que abriera su maldita boca.
¿Como es posible que me ofenda de esta manera? Después de todo lo que he hecho por ellos.
Me desviví por ellos, tire a la basura todo lo que me importaba por ellos.
—Ah, ¿no los cuide? —eleve ambas cejas y me cruce de brazos— Con que derecho vienes a decirme esto a mi —me apunte a mi misma — A venir a reclamarme después de todo lo que hice por esta familia, yo los cuide, yo los vi crecer, yo he estado presente siempre. ¿Y donde estabas vos? —dije con cierta dificultad, como me permitía el dolor en el pecho que me producía.
Era desgarradora la manera que minimizaba todo mi esfuerzo reduciéndolo a la nada.
—¡Rompiéndome el lomo todos los putos días trabajando! — elevo la voz, por mi parte mire hacia un costado, me daba una bronca al escuchar eso. — O que te pensas de donde comen ustedes, de que visten y todos los gustos que tienen. O creen que a mi las cosas me la regalan
—¡Sos el padre, es tu responsabilidad, no la mía! ¡Es tu obligación! —dije parándome frente de él —¿No entendes que tengo veinte años? Apenas puedo con mi vida — me lleve ambas manos hacia mi rostro con cierta frustración
—Ninguno de nosotros pidió nacer o que crees de donde existimos... —antes de pudiera decir algo mas interrumpió Nicolás — Salimos de tus pelotas, te hubieras puesto un forro sino querías hijos, cerote— mismo que lo observaba con desprecio.
Todo esta situación me ofuscaba bastante, no podía creer que llegara al punto de sacarnos en cara hasta un plato de comida. Se podía ser mas miserable.
Él por su parte le hizo una mueca de silencio a Nicolás y se dirigió a mi —Veinte años al pedo si ni siquiera sos capaz de darte cuenta lo que esta pasando frente tus narices, tu hermano drogándose y tu que hacías
—¡Hacia lo que tu deberías hacer! — contrataque— Hacerme cargo de ellos, desde los diez años que los cuido, le cocino, les enseño, los lavaba... ¿Y quién cuido de mi? —solté una risa sarcástica antes de seguir—Si la única persona que tenia que me ayudo, la aislaste toda tu vida de nosotros
—No me hables esa mujer, que es una mala persona
Me pase las manos en mi mejilla secándome el rastro de lagrimas que habían brotado de mis ojos. Ya había tolerado suficiente humillación, no iba a tolerar escucharlo hablar mal de mi abuela. No se lo permito.
—¡Andate a la mierda! — tome las llaves del auto que se encontraban en la mesa y agarrando mi campera del respaldo de la silla le hice una seña a mis hermanos para que me siguiera.
—¡Vamonos!—
Nicolás automáticamente vino hacia a mi, pero al ver los ojos abiertos de Franco y como se mordía las uñas de su manos. Supe que él se iba a quedar, no lo culpaba. Por más que quería llevármelos a ambos, sabia perfectamente bien que el prefería quedarse.
Estaba devastada, pero aún así me dispuse a conducir.
Durante el trayecto a la casa de mi abuela me aseguré de ir lo más tranquila posible, por más que los recuerdos de lo acontecido estaban golpeando mi mente; el ruido del teléfono contra la pared, los gritos y sobre todo las palabras que se habían dicho.
Cada una de esas cosas me ponían muy nerviosa y eso provocaba que mis manos comenzaran a temblar. Me daba pánico conducir cuando apenas podía enfocar la vista en el camino, pero peor me iba a encontrar si me hubiera quedado allí.
Apenas llegamos estacioné el auto al frente, soltando un suspiro.
—Nicolás... —hablé antes de que pudiera abrir la puerta del coche —Dime la verdad, por favor— giré mi rostro para poder apreciarlo mejor.
Necesitaba saber la verdad. Necesitaba ayudarlo.
Él, por su parte, se quedó callado y desvió la mirada hacia el frente.
—No, y estoy cansado. Lo que menos quiero es discutir ahora —contestó firme para luego irse.
Dejé caer mi frente en el volante y me limité a respirar.
Si era verdad o era mentira sabía que debía averiguarlo por mi propia cuenta porque de él jamás iba a saberlo.
¿Por dónde inicias cuando desconoces por dónde todo empezó?
En aquel momento tomé mi mochila del asiento trasero y decidí entrar a la vivienda dirigiéndome a donde provenían las voces.
Me quedé parada al ver a Nicolás que yacía arrodillado abrazando las piernas de la mujer contándole todo lo sucedido. Mientras tanto, ella acariciaba los finos cabellos tornasolados y le refregaba la espalda.
—Empezó a gritar y a sacarnos en cara un plato de comida, ¿entiendes? —decía entre susurros—. Lo dijo con una rabia y cuando intentó golpearme...
—Pero míralo, al sinvergüenza ese. ¿Quién se cree?...
—Y luego, me amenazó con llamar a la clínica...
Cubrí mi boca para sofocar cualquier sonido que pudiera escapar, y con cuidado me dirigí escaleras arriba, tratando de ser lo más sigilosa posible para evitar llamar la atención.
No quería escuchar, no quería presenciar esa escena y, sobre todo, no deseaba sentir la opresión que sentía en el pecho en esos momentos.
Apenas entré en la habitación, dejé mi bolso en el suelo y me dirigí a la ventana, necesitando desesperadamente aire fresco. La atmósfera estaba tan cargada que sentía que me faltaba el aliento.
Me esforcé por respirar profundamente, pero cada bocanada de aire parecía insuficiente. Mi mente se aturdía con los recuerdos de lo ocurrido, las palabras ásperas y los gritos resonaban en mis oídos como un eco ensordecedor.
El aire de la habitación se volvía denso y asfixiante, y sentí un nudo en la garganta que amenazaba con ahogarme. Mis manos comenzaron a temblar incontrolablemente, y una sensación de mareo me invadió, haciendo que todo a mi alrededor se volviera borroso.
Tropecé hacia la cama y me dejé caer de rodillas, abrazando mis piernas con fuerza mientras luchaba por recuperar el control de mi respiración.
No puedo respirar, no puedo respirar, repetía en mi mente, pero cada esfuerzo parecía inútil.
Me sentí completamente abrumada por la angustia, sintiendo que todo se volvía oscuro a mi alrededor.
Instintivamente, busqué apoyo contra la pared, tratando desesperadamente de aferrarme a algo tangible en medio de la tormenta emocional que me consumía.
Mis lágrimas fluían sin control, mezclándose con el sudor frío que cubría mi frente. Cada músculo de mi cuerpo se tensaba, y un zumbido constante resonaba en mis oídos, abrumándome aún más.
—Tranquila, respira, ya va a pasar —susurré, pero mis propias palabras sonaban huecas y distantes en medio del caos que me envolvía. No podía encontrar consuelo ni calma en ese momento de desesperación.
Entonces lo vi, el reflejo de él en el espejo, sentado frente a mí, riéndose. Su presencia solo aumentó mi sensación de desesperación y desamparo.
—¡Déjame en paz! —grité, pero él simplemente continuó mirándome con sus ojos brillantes, como si estuviera disfrutando de mi tormento.
La ira se mezcló con el miedo dentro de mí, creando una tormenta de emociones que amenazaba con arrastrarme por completo.
—¡Me arruinaste la vida! —sollocé, sintiendo que cada palabra era un peso que aplastaba mi pecho—. ¡¿Qué más quieres?!
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