
38. Diferentes conceptos de amor
Esa misma noche, después de trasladar a Steven hasta la casa, Adam preguntó:
—¿Tanto te preocupa ese chico?
—Steven para mí es más que un amigo —contestó Herón, seguro de sus palabras.
Estaba recostado sobre la mecedora, mirando los arboles a través de los grandes ventanales de la casa. Había extrañado la calma que podía gozar ahí, en especial después de haber tenido un mal momento hacía unas horas atrás.
—Eres patético.
—Hablando de cosas patéticas —dijo Herón con la cabeza ladeada—, viene a mi memoria un recuerdo. Tú sí que eres patético.
Herón fingió que le hacía gracia acordarse de la imagen que tuvo de Adam ese día que se atrevió a ver a través de sus recuerdos. A pesar de la hostilidad que desarrolló a su lado, existió —y todavía existía— algo que Herón no lograba quebrantar. Adam había amado muchísimo a una mujer en vida y, ahora que estaba muerto, seguía pensando en ella y buscando la forma de volver a su lado. «Patético» no era exactamente la palabra que usaría Herón para describir la situación.
—Jamás lo entenderías. —Adam dejó de sonreír, pensando que nunca había conocido a alguien más odioso.
Herón se comportaba de una manera despectiva. Adam quería alejarse, aunque dudaba poder hallar una oportunidad para escapar de sus garras. ¿Cómo podía salir del pacto sin arriesgar a toda su familia o su propia alma?
—¿Por qué crees que no lo entendería? —preguntó Herón con amargura.
Adam se volvió hacia él.
—¿Quieres seguir burlándote de mí más de lo que ya has hecho?
—Si no aguantas unos comentarios, entonces sería mejor que te quedes callado.
Adam se guardó sus palabras. Observó a Herón con malos ojos mientras se preguntaba si existía forma de matarlo, pero todas esas ideas se desvanecían en su mente recordar la forma monstruosa que usaba el demonio en raras ocasiones. No existían puntos débiles que Adam pudiera usar para atacarlo, no había ningún punto ciego que lo ayudara a destruir a Herón. ¿Cómo podría matar a un demonio?
Adam lo odiaba, escapar del pacto era su más grande deseo. Resignarse sería un acto cobarde que no estaba dispuesto a aceptar. Usar a Steven para hacerle daño había sido una mala jugada desde un principio y, a juzgar por cómo habían terminado las cosas, no volvería a cometer el mismo error. Steven era especial, era tratado de una manera diferente. Herón lo apreciaba. Si ese humano sufría, Herón también lo haría, sin duda. Lo había comprobado. Ese momento cuando Steven comenzó a comportarse extraño y a rechazarlo, Herón se mostró receloso, reservado.
—Jamás dejaría que te acercaras a él, Adam. ¿No crees que deberías descargar tu odio contra mí?
Estupefacto, Adam tragó saliva. ¿Le había leído el pensamiento?
—Por desgracia, Adam, siento y leo tus emociones. No dirijas tu rencor a quien no debes, jamás te lo perdonaría. No querrías que yo dirigiera mi enojo por tus recientes acciones hacia tu familia, ¿no es así?
—¡Déjame libre!, solo quiero eso —repuso pronto, apretando los dientes.
—Por supuesto. Te dejaré libre cuando tu alma también se pudra igual que el resto.
Fue un comentario que lo dejó pasmado, sin habla. Durante varios minutos, ninguno de los dos pronunció nada. Herón miraba por la ventana, ignorando la amargura que surgía en Adam que, cuando consideró haber aclarado su mente y despejado la crueldad de sus pensamientos, decidió preguntar:
—¿Qué hace especial a Steven?
—Lo que te hacía especial a ti —respondió él. No mostró vacilación en su rostro ni titubeó cuando pronunció esa oración.
—Su alma, ¿no es así?
Herón no contestó.
—¿Acaso los demonios solo piensan en recoger almas y corromperlas? —Adam estaba horrorizado—. ¡Dime!
—No quiero corromper a Steven. No está en mis planes.
—¿Y yo?
—Si te has corrompido, cúlpate a ti mismo; un alma débil se corrompe sola —aseguró el demonio.
—¡Tú lo hiciste! —objetó Adam en voz alta—. ¡Iba a ser padre! —Él no sabía qué decir. Lo que le dolía era no cumplir con esa ambición. Recargaba su odio en alguien que no había planeado acogerlo como un prisionero, alguien que no había iniciado el accidente.
—No te maté —contestó Herón, tranquilo y sin verse afectado por las emociones de Adam.
Él bajó los ojos, sin responder. El hilo de la conversación desapareció en un tenso silencio. Adam sabía que Herón no era el culpable del accidente, pero si él no hubiese salido con la idea de arrebatar la esencia de su familia o si jamás hubiese palpado su alma en su lecho de muerte, Adam no estaría ahí. Si Adam no hubiese deseado, Herón un hubiese acudido. Y si la situación hubiese sido otra, Adam no hubiese aceptado el pacto.
Lo odiaba más que nadie en el mundo.
—No entiendo las emociones humanas —habló Herón en susurro—, pero sí los sentimientos de ser padre —agregó.
Adam elevó la cabeza para verlo. Aunque no lograba descifrar la expresión de su rostro, el brillo de sus ojos le delataba los tantos secretos que existían más allá de esas palabras.
—¿Qué quieres decir?
—Los humanos son egoístas por naturaleza —recalcó antes de seguir. Estaba dispuesto a mostrarle que alguien como él podía conocer, de manera personal, sentimientos que un humano ordinario jamás creería de un demonio. Soltó un profundo suspiro y agregó—: Pensaste que ser un demonio me impedía a mí conocer el sufrimiento de perder a un hijo. Quizás, el yo de ahora sea incapaz de amar y de concebir esos sentimientos, pero eso no significa que en el pasado no haya conocido el amor de un padre.
Adam notó vagamente que la expresión de Herón era sombría.
—¿Perdiste a un hijo?
No recibió una respuesta. Adam procesó con lentitud la declaración de Herón. Si algo había aprendido al estar a su lado, era a nunca confiar en sus palabras. El demonio podía endulzar y adornar todo lo que decía para hacerle creer como verdad una mentira. Algo en su voz y el leve cambio de expresión que adquirió su semblante, fueron los culpables de que ahora se debatiera entre creerle o no. ¿Le decía la verdad? ¿Qué tan confiable era Herón en esta ocasión?
«Steven para mí es más que un amigo», esa frase acudió a la mente de Adam como un susurro arrastrado por el viento. Procesó esas palabras con más sentido que hacía unos minutos atrás, y permitió que se formulara interrogantes que jamás creyó posibles. Steven era especial para Herón, eso era innegable, pero ¿hasta qué punto?
—¿Steven podría ser tu hijo? —Adam sintió un escalofrió—. ¿Te alejaste de él o algo así? ¿Qué fue lo que pasó cuando él era niño que te tiene tanto miedo?
—Hubiese estado más feliz si Steven hubiera nacido como mi verdadero hijo.
—¿Eso qué significa? —insistió Adam.
—Steven es humano. No podría ser hijo mío.
—¿Y tu hijo? ¿Qué pasó con él? ¿Sigue con vida? ¿Y su madre? —Soltó las preguntas de forma apresurada, temía olvidar alguna.
—Maté al bastardo y a la humana —declaró Herón.
El corazón de Adam se estrujó. No se asombró ni un poco, pero sintió puñales hundiéndose en su cuerpo. Era contradictorio. No solo por lo que él sentía, sino también lo que Herón daba a entender. Si el demonio entendía los sentimientos de ser un padre y aparentaba sentir tristeza por ese hecho, ¿por qué llamaría a su hijo «bastardo»? ¿Por qué lo mataría? ¿Qué ocultaba Herón realmente?
—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Adam en un hilo de voz.
—Recuerdo que lo amaba.
¿Podía alguien matar por el simple hecho de amar? ¿O quizás... el amor de un demonio radicaba en esa idea retorcida? ¿Matar por amor?
Adam no lo entendía, pues ambos tenían conceptos de amor muy diferentes.
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