Capítulo 5
Los días siguieron, muy tranquilos a mi parecer. Nadie puso objeción al nuevo rey, nadie intentó algún golpe de estado. Nadie causó problemas.
Por mucho tiempo.
Una semana fue lo que tardaron los nobles —en su mayoría— en exigir una muestra de la voluntad del nuevo rey.
Y esa prueba era nada menos que linchar a una bruja.
Estaba por anochecer. El comedor real estaba mayormente vacío, con solo dos puestos ocupados.
Vi a Jones, el consejero real caminar con postura rígida hacia Frodo. Le susurró algo y después se irguió. Frodo suspiró y se levantó.
—Hay un asunto —me dijo—. Tenemos que ir a revisar.
Tenemos, significaba que yo también tenía que estar presente. Me levanté y le seguí, con Jones siguiendonos de cerca.
Afuera, detrás de los grandes muros que separaban el castillo de la ciudad de Xiaderis, se arremolinaba una masa de personas. Parecía que todo el reino se había reunido, pero en realidad solo estaban muy enojados.
—¿Por qué parece que quieren lincharnos? —le pregunté a Jones.
—Quieren que ustedes linchen a una persona —me respondió con voz plana.
—¿Qué?
Un barón dio un paso al frente y todos dejaron de hacer alboroto. Pasee la mirada entre los rostros nada resaltantes de los presentes.
El Duque Furon no se encontraba entre la multitud.
El ocaso había comenzado hace rato, los rayos violetas y rosados impactaba suavemente los muros de concreto y hacían brillar los rizos dorados de Frodo.
—Tenemos un asunto de gran preocupación, majestad —dijo el barón Arioes.
Frodo no respondió a eso, simplemente lo miró y esperó. Una característica suya que a veces era molesta, porque no era algo suyo, en realidad era mío y él no sabía hacerlo bien. Así que el barón tardó más de lo que al rey le habría gustado en detectar lo que sucedía.
—¡Hay una bruja entre nuestra gente! —exclamó con gesto preocupado.
Fue en ese momento que las personas le abrieron paso a dos sujetos que sostenían por los brazos a una mujer. Fruncí el entrecejo. Qué carajos.
La mujer parecía estar empezando sus veintes, tenía en cabello negro azabache y parecía estar enferma, aunque eso no impidió que mirase al frente con ferocidad, sin miedo.
—¿En qué siglo estamos, barón Arioes? —cuestioné ante tal salvajada.
—En el treinta y seis, alteza —respondió visiblemente confundido.
—¿Entonces por qué actúan como simios sin criterio?
—Jacko —dijo Frodo.
Lo miré con imposibilidad. No podía esperar que yo estuviera de acuerdo. Me miró de la misma manera y resopló. Se giró hacia el barón y dijo:
—Acerquen a la sospechosa.
Quise apuñalarlo.
Los dos hombres que sujetaban a la mujer se acercaron, apretando sus brazos con más brusquedad de la necesaria. Se detuvieron frente a nosotros y empujaron a la mujer, quién a pesar de la fuerza del empuje y de su visible debilidad, logró mantenerse en pie.
—Nombre y edad —pidió Frodo.
No habló con rudeza, ni gentileza. Simplemente fue neutral.
—Nixard —respondió la mujer—. Nixard Varoliaf. Veinticinco años.
Frodo se acercó a ella y con algo de brusquedad la tomó del mentón. Giró su cara cuántas veces quiso en busca de algo.
Rodé los ojos. No podía creer que él en serio estuviera considerando las acusaciones de un montón de religiosos supersticiosos.
Frodo miró a Arioes.
—¿Cuáles son las causas que implican que la acusada sea culpable?
—Se la vio sobrevolando cerca de la frontera —respondió Arioes—. Y sus ojos... Sus ojos cambiaban de color.
—¿Colores?
—Brillaban rojos, como el demonio —aseguró el barón—. Además, veanle los ojos, majestad. Son grises.
Tanto Frodo como yo miramos los ojos de la mujer. En efecto, eran grises y estaban llenos de furia. Aunque el gris no era un color anormal.
—¿Y? —cuestioné yo.
—El gris y el rojo. Es señal de perdición. Traerá una tormenta sangrienta y...
Me harté.
—Arioes, estás delirando.
—Tenemos que quemarla —prosiguió el barón—. Esa es la única manera en que mueren la brujas.
Nixard giró la cabeza hacia Arioes y éste tembló.
—Es responsabilidad del rey velar por la seguridad del pueblo —continuó Arioes—. Majestad, la bruja deberá quemarse.
Miré a Frodo esperando a ver qué respuesta les daría. Sabía que él tampoco creía que la mujer fuese una bruja. Era algo que tanto él, Lina y yo nunca creímos. Era absurdo.
—No podemos condenar a una persona sin pruebas concretas de su crimen —dijo Frodo, sin embargo—. Pero lo arreglaremos. Pondré a la acusada sobre vigilancia día y noche. Si es una bruja, lo tendrá que mostrar tarde y temprano.
Cerré los ojos. La respuesta tampoco agradó a los manifestantes. Hubo un alboroto, abucheos e insultos.
—¡Majestad! —exclamó el barón, pero Frodo levantó una mano para pedirle que guardara silencio.
—No podemos condenar a una persona sin pruebas —repitió—. Sería insensato de mi parte hacer eso. Soy un rey, y debo velar por la segunda de todos los deximianos.
—¡Nosotros la vimos! ¡Ninguna persona normal debería poder volar y hacer eso con los ojos! —casi gritó.
—Regule su tono, barón Arioes —advirtió Frodo—. No olvide quien es su Rey —con eso se giró hacia mí—. Le encomendare esa tarea al príncipe Jacko, comandante del escuadrón de Acecho y Estrategia. No hay nadie mejor que él para determinar si la acusada es culpable o no.
Supe que la mayoría de los presentes me miraban con recelo. Si en realidad sospechaban de mí en cuanto al asesinato de mi padre, habría más de una persona que se opusiera a la orden del rey.
Pero nadie dijo nada.
—Si eso es todo —Frodo continuó—. Vayan a sus hogares.
Empujó a la chica en mi dirección con poca gentileza. Sabía lo que estaba haciendo, me ponía a prueba frente al pueblo. Quería llevar su reacción hacia mí al extremo. O se olvidaban de sus sospechas o me terminaban por odiar.
Sostuve a la chica por un codo y la guié dentro de los muros. Ella no puso resistencia aunque quisiera. Me percaté de inmediato de que usó todas sus fuerzas en no flaquear frente a los nobles. Por esa misma razón pensé que simplemente estaba delirando cuando me habló:
—Deberías tener más cuidado —su voz era mucho más suave que cuando le habló a Frodo—. Tus ojos brillaron cuando el tipo gordo dijo lo de la tormenta sangrienta.
Hice una mueca.
—¿Estás enferma? —pregunté en cambio—. Le pediré a una de las doncellas que te lleve un té o algo.
—Estoy hablando en serio —parecía que se estaba quedando sin aliento, a pesar de que no estábamos caminando rápido—. Ya es muy peligroso para ti permanecer en Deximó como para que permitas que ellos vean lo que eres en realidad.
Por alguna razón eso hizo que me detuviera en seco. Fui consiente de que apreté más su brazo.
—¿Y qué es lo que soy en realidad? —le cuestioné con brusquedad.
¿Qué iba a saber ella de mí? Después de todo lo que vi y lo que pasamos, yo tenía derecho a ser lo que me viniera en gana.
—Un demonio —la voz de Nixard atravesó mi neblina de rabia, para transformarla en confusión.
[NOTA DEL AUTOR:
Nix haciendo una entrada épica XD
¿Quién es Aniera y por qué está deseando aparecer en esta historia?
P. D. Pueden seguirme en instagram como mc_books60]
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