
Capítulo40 - Cenizas
—No lo bebió, Brain. No lo bebió —repetía a cada segundo mientras Brain seguía sosteniéndome con fuerza, no sé si por la adrenalina del momento o porque creía que nuevamente me escaparía de sus brazos para continuar golpeando a Vincent. —¡No bebió del puto vino!
—Vete de aquí —dijo
—No.
—¡Vete! —me gritó mirándome a los ojos.
—No me iré de aquí —contesté. —Si muere quiero que lo haga en frente de mí.
—Irás a la cárcel, Damián. Vete de aquí —me pidió.
Tomé una gran bocanada de aire. Miré el cuerpo de Vincent en el suelo, la sangre seguía recorriendo el cemento. Me dispuse a caminar en dirección contraria para ir por mi moto, pero el estacionamiento sólo tenía una salida y por donde yo pretendía salir se encontraba rodeado de policías. Ya era demasiado tarde.
Miré hacia atrás, hacia Brain. Se puso de pie, irguió su espalda y caminó hacia a mí. Se quedó a mi lado y sólo lo oí decir:
—Iremos a la cárcel.
—Brain.
—Pero si vamos a la cárcel será por un puto abusador.
—No iremos a la cárcel. No permitiré que eso suceda.
—Espero que lo hayas asesinado, sino, no valdrá la pena —rio. Pero no sé si lo hacía porque le causaba gracia la situación en la que se encontraba o simplemente lo hacía de nerviosismo.
La policía no tardó en allanar el lugar y los primeros en caer al suelo fuimos nosotros. No podía negar lo que había hecho, pues mi ropa se encontraba llena de sangre, así que sólo me aferré a mi derecho de guardar silencio. En cambio, Brain, en su personaje de "persona que siempre va detenida" conversó con la policía y hasta hizo bromas irónicas acerca de la situación.
No pude ver lo que hacían con Vincent quien se encontraba en el suelo, ya que rápidamente me subieron al carro esposado junto a Brain, un policía iba junto a nosotros, por lo que no dijimos ninguna palabra. Cuando llegamos a la comisaría, inmediatamente me llevaron a una sala completamente cerrada separándome de Brain. Aun esposado, me sentaron en una silla frente a una mesa, y ya sabía lo que ocurriría a continuación, había estado aquí antes.
La puerta se abrió más rápido de lo que esperaba y por ahí entró Evan junto a dos policías más, se quedó mirándome por unos segundos, miró a los policías y sin decirles ninguna palabra, ambos entendieron que debían retirarse. Cerró la puerta con llave y se sentó frente a mí.
—¿Qué demonios has hecho? —reguló su voz, mientras sus ojos idénticos a los míos se mantenían fijamente mirándome.
—Debía hacerlo.
—¿Crees que esto solucionará alguna cosa?
—Al menos Bianca saldrá de ese horrible lugar.
—¿Qué te hace pensar que así será?
—Su madre quedará completamente sola. Sentirá culpa. Rescatará a su hija. Con eso me basta y sobra.
—Eres un idiota —expulsó con rabia.
—Es de familia.
—¿Cómo pretendes que te ayude? La primera vez fui claro al preguntarte si trabajabas para Brain.
—No trabajo para Brain.
—¡Damián! —Exclamó poniéndose de pie.
—Trabajo con el —enfaticé en "con". —Pero el no hizo nada. No golpeó a Vincent. No lo torturó. No hizo nada.
—¿Entonces por qué estaba ahí?
—Le conté a Brain que mataría a Vincent, él intentó detenerme, pero cuando llegó ya era demasiado tarde, no pudo quitarme de las manos a ese hijo de puta —solté —. Brain es inocente.
—¿Y prefieres que la culpa recaiga sobre tus hombros?
—Soy culpable.
—Damián.
—¡Lo soy! —alcé la voz. —Quise envenenarlo, pero me descubrió, botó la copa al suelo y ante mi incapacidad de tener tolerancia con hijos de puta, fui hasta el estacionamiento y lo golpeé fuerte, tan fuerte que espero haberle roto su puto cráneo enfermo.
Evan se quedó mirándome sin saber que decirme, lo sabía, pues había visto a muchísimas personas con esa misma mirada ¿Quién podría rebatirle a Damián Wyde? ¿Al loco, drogadicto, impredecible, miserable y problemático Damián Wyde? Era cien veces mejor abstenerse y pensar en qué demonios estaba ocurriendo en mi cerebro.
—Te dije que te ayudaría a meter a Vincent Hayden a la cárcel, pero no puedo ayudarte si estás interviniendo de esta manera. Soy un policía, Damián. No un sicario.
—Me mostró un video en donde a Bianca la golpean y torturan, luego la drogan. Y dijo que lo seguirá haciendo si no dejo de fastidiarlo.
—¿Tienes ese video?
—No.
—Necesitamos pruebas, Damián. Todo esto sólo te deja como un criminal, como un asesino. Vincent Hayden tiene muchísimo dinero, si quisiera podría contratar a alguien y matarte.
—¿Entonces por qué no lo ha hecho? —fruncí el ceño.
—Porque las personas con dinero prefieren tener poder, sentirse superiores y humillarte.
—Por supuesto que no me conoce.
—Dios, Damián...
—Me importa una mierda el poder. Probablemente sí, si esté a millones de escalones por sobre mi cabeza, pero, nadie logrará humillarme.
—Pasarás la noche aquí —dijo sin más y luego se fue de la sala.
Desperté con el sonido de la puerta abriéndose. Nuevamente era Evan, su rostro algo pálido y las bolsas negras debajo de sus ojos indicaban que no había pasado una buena noche. Probablemente había estado toda la noche despierto. No esperó que le dijera algo, sólo caminó hasta sentarse en la misma silla del día anterior.
—Son las siete de la mañana —dijo.
Erguí mi espalda consiguiendo que un par de huesos sonaran. Dormir con la cabeza en una pequeña mesa de metal definitivamente no era un buen lugar, ni el primero que escogería.
—¿No has traído desayuno? —sonreí, me froté los ojos.
—Han liberado a Brain Walker esta mañana.
—Gracias por las buenas noticas.
—Vincent Hayden está vivo.
Sentí cómo mi mandíbula se tensó completamente. Mis dientes regresaron a hacer presión. Sentí que el rostro se me caía a pedazos y, casi, por un momento, pensé que no podía respirar.
—Estás bromeando —apreté mis puños.
—Está vivo y eso tendrá consecuencias para ti.
—Pero si lo golpeé tanto —me lamenté. —debí haber pasado la rueda de mi motocicleta por encima de su cabeza de mierda.
—¡Damián!
—¡Lo quiero ver muerto! —grité.
—Necesito que te calmes.
—¿Está despierto?
—No, pero los médicos dicen que despertará en cualquier momento. Debes estar preparado para lo que tenga que decir.
—¿estaré aquí adentro hasta que se le ocurra despertar y dar declaraciones en contra de mí?
—No —me miró a los ojos —. Eres mi hijo, Damián. Y te creo.
—Evan...
—Te creo que es un abusador y un violador, en serio lo hago —confesó —. Y no dejaré que te lleven tras las rejas cuando solo quieres hacer justicia.
—Me va a encontrar.
—Sí, y probablemente invente muchísimas cosas más de las que hiciste, pero no harás nada. Vas a esperar, serás paciente.
—No puedo.
—Puedes —insistió —porque después de lo que hiciste, estoy seguro que ese hijo de puta es capaz de asesinar a Bianca frente a una cámara para que tú la veas sufrir. Con sólo el objetivo de humillarte y de recordarte de que eres sólo un peón más en este puto tablero de ajedrez.
—¿En serio quieres ayudarme? —subí mi mirada.
—Lo estoy haciendo. Conseguiré pruebas, iré a su casa, y probablemente pronto visitemos a Bianca también, pero necesito que seas paciente.
—Lo seré.
—Promételo.
Su mirada se posó en mí ¿realmente las promesas eran tan importantes?
—Lo prometo.
Evan sacó unas llaves de su bolsillo y abrió las cadenas que rodeaban mis manos.
—Vete de aquí y no te metas en problemas.
—Gracias.
—Y ve a ver a tu madre.
Asentí en silencio.
"Te prometo que intentaré estar bien para escucharte" había sido lo último que salió de la boca de mi madre. Otra promesa. Estaba acostumbrado a que todas las personas a mi alrededor, que se reducía a mi madre, rompieran todas las promesas que me hacía. "estaré bien", "nunca te haré más daño", "no diré cosas hirientes", "no te robaré más dinero". Sólo eran palabras. Pero muy en el fondo quería creer que en el pasado sólo había tenido una mala suerte del demonio y que ahora, sólo por un momento, todo había cambiado. Que no eran sólo palabras. Que no eran sólo ilusiones que se las llevaban los sueños.
Llegué a casa y la puerta estaba cerrada, no se oía música ni tampoco había ese olor insoportable a cigarro y a alcohol en la entrada. Golpeé un par de veces porque no había llevado las llaves y sin muchísima esperanza me quedé esperando. Grande fue mi sorpresa cuando la puerta se abrió dejándome ver a mi madre. Tenía el pelo recogido, olía a detergente y manzanilla. Pestañeé incrédulo. Ella me sonrió sin enseñar sus dientes, aflojó su mirada y me hizo espacio para dejarme entrar.
La casa estaba completamente impecable y mis pasos lentos eran porque sentía que estaba entrando a una casa ajena, no a la mía hace meses.
—¿Qué ocurrió? —volteé a mirarla. Ella cerró la puerta a su espalda.
—Lo estoy intentando, Damián —soltó con sus ojos cristalizados.
—¿Por qué? —bajé la voz.
—Porque un hombre no puede influir tanto en mi vida. Me he dado cuenta que soy una persona única, nadie más es dueño de mi felicidad que yo —dijo con seguridad —. Sé que me costará, pero quiero intentarlo.
Todas las veces en donde mi madre intentó evitar su adicción habían sido por obligación, porque tenía un hijo que cuidar, porque la policía estaba mirándola todo el tiempo o por alguna otra razón, pero nunca había dicho que lo estaba haciendo por su propia voluntad, ni menos había buscado razones válidas para hacerlo.
—Tienes razón —la miré.
Ella respiró profundo y bajó sus hombros.
—¿En dónde has estado? —preguntó como si no me hubiese visto hace años.
—Ni te imaginas.
—Espero que exista el momento para conocerte de nuevo —sonrió.
—Lo habrá.
——
Carta 4: He decidido ser paciente. Me va a costar muchísimo y probablemente ni siquiera lo logre, pero quiero hallar otra forma de sacarte de ahí... porque si supieras, Bianca. Me ha costado muchísimo. Tal vez quieras saber qué está ocurriendo aquí afuera, pues... No sé si sea bueno que lo sepas, pero, al menos puedo escribirte de Serendipia. El callejón está igual, pero lo siento algo triste, llora por las noches y, a veces, grita tu nombre. Enciendo un cigarrillo más por ti y lo dejo consumirse para consolar a nuestro planeta. La NASA está muchísimo más avanzada, deberías regresar pronto, así, tal vez, podemos alcanzarlos.
——
Balcón. Ciudad. Cigarrillo. Una buena combinación, pero sería aún mejor con una buena compañía. Había pasado días sin noticias, y la única que había removido un poco mi existencia era que Vincent Hayden había despertado listo para dar declaraciones, pero no quería encender la televisión para enterarme de lo más obvio, iba a hablar mierda de mí. Pero era afortunado de no ser mediáticamente conocido.
Mi teléfono sonó, lo miré, era un mensaje de texto, pero era uno multimedia en donde había un vídeo. Respiré profundo y de inmediato le di Play. Nuevamente Bianca se encontraba de protagonista en el video, estaba en la habitación amarrada, pero ésta vez era de noche. Una enfermera entró mientras ella dormía y comenzó a golpearla sin motivo alguno, luego entró otra y nuevamente la golpeó. El video no tenía sonido, pero podía ver el rostro de Bianca, llorando y gritando, pero nadie la oía, nadie iba a ayudarla. Al finalizar el video, a pesar de que tenía la rabia consumiéndome las venas, llamé a Evan para decirle que había llegado un video a mi teléfono, él dijo que no tardaría en llegar, pero en cuanto colgué, vi que mi teléfono comenzó a manejarse solo. Lo habían hackeado. Se eliminó el video, mis cosas, mis fotografías, todo. Luego se apagó y comenzó a calentarse de sobremanera, tanto que tuve que lanzarlo al suelo, en donde emitió un par de sonidos y luego comenzó a salir humo de él.
—No, no... no —repetía intentando volver a encenderlo, pero no funcionaba. —¡Enciende!
Pero no encendió, se había quemado.
Nada consiguió Evan, aunque se lo llevó para ver si lograban sacar la base de datos. Sólo podía pensar en Vincent, en el puto de Vincent ¿Cómo me iba a quedar tranquilo esperando que mágicamente encontraran pruebas para meterlo en la cárcel? De antemano sabía que asesinarlo era prácticamente un regalo, pero no podía, ahora, acercarme a él porque Bianca saldría dañada de alguna u otra forma.
No pude dormir más de dos horas. Y antes de que me preparara para ir al trabajo, tocaron el timbre de mi departamento, me acerqué lentamente y me acerqué a la mirilla. Era Paige. De inmediato abrí la puerta. Ella entró rápidamente a la sala y me observó.
—Siento haber venido tan temprano, pero era necesario —soltó.
—¿qué ocurrió?
—Hay una forma de sacar a Bianca de ahí, pero no creo que te guste.
—Haré lo que sea Paige —confesé.
BIANCA
Hoy es el cumpleaños de Damián. Lo sabía porque le preguntaba todos los días a cada profesor que ha venido a ayudarme a seguir con mis materias. Y aunque me dicen todos los días, no me ayudan a salir de aquí, a pesar de verme con el rostro morado o con el labio hinchado. Sabía que algo estaba ocurriendo afuera porque de pronto algunas enfermeras han estado entrando a mi habitación para golpearme sin motivo. Había estado aguantando bien los golpes, pero la última vez me habían dejado inconsciente, y sólo lo supe porque desperté cuando ya era de día.
Una de las enfermeras se había encariñado conmigo y le había pedido que me comprara un dije nuevo para la pulsera que me había obsequiado Damián para mi cumpleaños, una nube. Porque, a pesar de que la pulsera se trataba de mí, quería que él estuviese conmigo de alguna manera y la nube reflejaba que él era un diluvio. Un gran y fuerte diluvio.
Aunque quería parecer de buen humor dentro de esas cuatro paredes, no lo conseguía. No podía mantenerme siempre tan fuerte. Me hubiese gustado estar ahí afuera, dándole una gran sorpresa a Damián por su cumpleaños, tal como él lo hizo conmigo, o simplemente estando a su lado porque así lo había conversado una vez, había dicho que quería estar conmigo justo este día, adonde sea, pero conmigo. Juntos. Tomando café en Francia, arriba de esos botes novelescos o simplemente en Serendipia fumándonos un cigarrillo. O tal vez, contándole nuestra trágica historia de amor a la vieja Esther mientras tejía un chaleco con un cigarrillo infinito en sus labios.
—Me gustaría ayudarte, cariño —dijo la enfermera que probablemente no me quería y le daba lástima, pero jamás me había tocado un pelo.
—Estoy bien —asentí. Me sequé las lágrimas como pude, ya que estaba encadenada a los fierros de la cama y sonreí.
—Sé que no lo estás, tengo una hija de tu edad.
—¿Y ella está bien?
—Sí, eso creo. Me he esforzado por darle todo lo que tengo.
—¿Le creerías si te dice que tu marido abusa de ella?
La enfermera pestañeó un par de veces mirándome confundida, luego aflojó su mirada.
—Por supuesto que sí.
—Entonces, eres una buena madre —le sonreí.
—¿Qué ocultas, Bianca Morelli?
—Nada —me encogí de hombros —, cuéntame algo ¿qué ha estado pasando ahí afuera?
—Pues, lo típico, un chico golpeó a...
La puerta se abrió de golpe, tanto que chocó con la pared de atrás. La enfermera y yo nos sobresaltamos. Era Claire Hayden.
—¿Qué haces aquí? —fruncí el ceño.
—¿Qué estás tramando? —sus ojos estaban llenos de lágrimas. La enfermera se quedó en la sala junto a mí, supongo, que para defenderme si esa mujer se abalanzaba contra mí para golpearme. Se veía desquiciada.
—¿De qué hablas? —bajé la voz —Me parece una broma que vengas a preguntar qué estoy tramando cuando estoy amarrada a una cama todos los días.
—¡¿Qué demonios tramas con ese chico?!
—Señora... La joven debe descansar y no puede altera...
—¡Cállate! —le gritó mi madre. —déjame a solas con mi hija.
La enfermera rápidamente salió de la sala.
—Estás completamente loca si piensas que algo te da el derecho de hablarle así a las mujeres que se encargan de mí día a día.
—Ese joven delincuente, criminal, ha golpeado a Vincent y lo ha dejado inconsciente y cuando despertó y pensó que todo estaba bien ¡NO!
—¿Qué?
—¡No ha dejado de acosarnos!
Algo se encendió en mi interior, pero no lo demostré.
—No sé de qué estás hablando, estás poniéndome nerviosa ¿puedes irte? Ya oíste a la enfermera, no puedo alterarme.
—¡Nuestra casa se quemó! —gritó y luego comenzó a llorar —Nadie vio nada, por supuesto ¡Pero sé que fue él!
—No —la miré —, no puedes culparlo si no lo sabes. Quizá la nueva empleada que contrataste en reemplazo de Julie dejó el gas encendido ¿no te has puesto a pensar en eso?
—No, ella no estaba en casa —dijo —Fue el. Quemó todo y por un momento pensé que no iba a poder salir de ahí, Bianca.
No podía decir nada para consolarla, pues no me causaba lástima lo que había ocurrido, de hecho, en lo único que podía pensar era en la buena noticia de que no quedaba nada de esa miserable mansión que me escuchó llorar, gritar y suplicar por ayuda.
—El lunes saldrás de aquí —dijo y yo alcé mi vista —. Ten —me pasó unas llaves y una carta—, el regalo de cumpleaños de tu padre.
La vi marcharse y luego rápidamente entró la enfermera, me ayudó a abrir la carta y comencé a leerla rápidamente.
"Creo que ya es hora de que tomes tus propias decisiones, tengas tus propias responsabilidades y no dependas de nadie. Lamento no estar ahí pequeña princesa. Espero que algún día podamos volver a vernos."
Más abajo había una dirección y luego estaban las llaves.
¿Era lo que creía?
***
¡Muchísimas gracias por todo!
BESOPOS
XOXOXO
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