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Capítulo 8 - Estatua

Lo que viene a continuación es bastante explícito, y se los advierto desde ya.

***

Desperté cuando ya era demasiado tarde y no me refería exactamente a la hora.

La presencia de ese hombre estaba en mi habitación y sólo podía recordar con odio las palabras de mi madre diciéndome que sacarían el pestillo de mi puerta. Estaba oscuro, tanto que no podía distinguir a cuanta distancia estábamos si no me tocaba. Mi respiración comenzó a ser controlada, sentía que podía oír los rápidos latidos de mi corazón y las insaciables ganas de gritar. La sábana se deslizó por mi cuerpo hasta dejarme completamente descubierta, estaba quieta, tan quieta que si no fuera por mis estruendosas ganas de llorar cualquiera hubiese pensado que estaba muerta. Mi cuerpo parecía debilitarse, perdiendo todo el movimiento y las reacciones rápidas. Las personas dicen que el miedo te hace correr, reaccionar rápido, gritar o hasta golpear, pero de hace muchísimo tiempo conmigo no era así. El terror me comía las venas y me petrificaba, era una estatua y eso, decía él, que era lo mejor. Dios sabe cuánto lo odiaba, y Dios ¿Realmente existía? ¿Dónde estaba en estos momentos?

Su mano se posó en mi rodilla y el dolor en mi pecho comenzó a agudizarse. Lentamente fue subiendo hasta posarse en mi muslo, que estaba odiando por haber dormido ingenuamente en short.

—Te has portado muy mal, Bianca —escuché su susurro. Cubrí mi boca intentando con todas mis fuerzas llorar. —Y no sabes cuánto me excita eso.

Sentí como se acomodó más cerca de mi cuerpo y lo único que pude hacer en ese momento fue apegarme a la muralla como si fuese a caer encima de él para salvarme, pero de ante mano sabía que eso jamás pasaría. Su mano siguió su camino hasta debajo de mi camiseta, se metió en mis pechos y comenzó a manosearlos con fuerza, tanta que dolía y lo único que podía hacer era intentar quitarlo de encima con leves movimientos. Las lágrimas no tardaron en llegar y él comenzó a respirar con pesadez.

—No llores, sabes lo que eso provoca en mí —continuó.

Su mano bajó hasta detenerse en mi short, quise apartarme, pero él con fuerza me sostuvo de las caderas, metió su mano por debajo de mi calzón y comenzó a tocar como si de un juguete se tratara. Escuché cómo se bajaba su pantalón, buscó mi mano y me obligó a tocarle.

—Por favor, déjame —le pedí desesperada, mientras con fuerza intentaba que no me obligara a tocarlo.

—Vamos Bianca, tienes que cooperar conmigo.

—Déjame, por favor —continué rogándole.

Su fuerza fue tanta que mi muñeca dolía, sentí su erección con mi mano y sólo tuve ganas de vomitar. Él siempre hacía eso para decirme que eso era lo que yo provocaba en él. Lo odiaba tanto. Mientras me manoseaba sin escrúpulos y con una fuerza desmedida él estaba masturbándose en mi cama y se detuvo ensuciando mis sabanas y parte de mi muslo derecho.

—Dios —susurró con una notable satisfacción.

Si su Dios era el mismo que el mío ¿por qué yo seguía creyendo en él?

Se subió los pantalones, se acercó a mí y yo intenté de todas formas subirme todo lo que me había bajado. Me sentía tan sucia, humillada, después de esto ¿cómo podía seguir adelante?

— ¿Recuerdas cuando tú y tu madre comían pan añejo, estaban a punto de quitarles su hogar? ¿Cuándo no tenían nada? —preguntó entre la oscuridad. —Está de más repetirte que si hablas de esto con alguien voy a dejarlas en la calle, y hasta puedo dejarte a ti y a tu madre separadas en la cárcel. ¿Para qué las voy a matar si las puedo torturar?

—Estás enfermo —solté, mientras intentaba controlar todo el llanto que quería salir de mi garganta.

— ¿Cuánto quieres a tu madre, Bianca?

—Vete, por favor.

—La amas ¿verdad? Lástima que ella me ame más a mí que a ti.

—Prefiero vivir en la calle..., que con alguien como tú —escupí con desagrado.

—Cuidado, Bianca —continuó. Eso siempre me lo decía y él sabía todo lo que me aterraban unas simples palabras.

Caminó hasta la puerta y luego salió con cautela de mi habitación.

Rápidamente me puse de pie, sentía que en cualquier momento iba a desmayarme. Corrí al baño que se encontraba en mi habitación, cerré la puerta con pestillo y de inmediato comencé a quitarme la ropa como si ésta estuviese infectada, y sí que lo estaba. De un inescrupuloso hijo de puta. Me miré en el espejo, estaba pálida y recordar lo que había pasado hace minutos sólo me hacía tener ganas de vomitar, hasta que no aguanté. Levanté la tapa del WC y comencé a vomitar, había comido poco, por ende, sólo se convirtieron en arcadas ahogadas y llenas de un líquido inexistente.

Giré la manilla de la ducha y enseguida me metí en ella con agua caliente, quería quitar todo rastro de lo que había pasado, ojalá pudiera lavar también mis recuerdos para que jamás regresaran. Mis lágrimas se confundían con el agua de la ducha. Estuve al menos una hora con el agua cayendo en mi espalda. Saqué una escobilla y la empapé en jabón líquido, comencé a restregarme el cuerpo con fuerza, tanta que me dolía, pero quería estar limpia, sentirme fresca alguna vez. Miré mi parte íntima y sentía de pronto que la odiaba ¿Por qué tenía que ser mujer y no un hombre para golpear a ese hijo de puta hasta matarlo? El dolor que sentía en mi interior no se comparaba con el dolor físico que estaba teniendo. Me salí de la ducha, me sequé dejando la toalla con agua y sangre de mis muslos y brazos, extendí una toalla seca en la cerámica del baño y me senté en ese lugar sintiéndome al fin protegida.

Me corté las uñas, me las limé e intenté sacar basura inexistente de ellas haciéndome daño gratuitamente. Me sequé el cabello, y sin darme cuenta me quedé dormida ahí.

Cuando comenzó a aclarar, salí del baño y rápidamente me vestí, saqué las sabanas sucias y con más asco en mi cuerpo las metí a la lavadora esperando que Julie no se diera cuenta. Luego subí corriendo, arreglé mi mochila y cuando iba directo al estacionamiento, la mismísima Julie me detuvo.

— ¿No desayunarás? Estás pálida ¿Te pasó algo? —preguntó mientras se acercaba a mí.

—Anoche comí algo que no me hizo bien, estuve vomitando —mentí, aunque prácticamente si había estado vomitando.

— ¿Y ahora cómo te sientes? —frunció el ceño.

—Mejor.

—De todas formas ve a desayunar, tu madre y Vincent te están esperando.

Un escalofrío recorrió mi espalda y las ganas de llorar regresaron, pero me contuve.

—Mejor no, Julie —sonreí falsamente. —Desayunaré en la universidad.

—A ti algo te sucede —me encaró.

—Sólo tuve una mala noche, los vómitos y todo eso, ya sabes —le dije, intentando creer en mis palabras.

—Voy a descubrir qué es lo que te sucede, Bianca —soltó de pronto, y yo comencé a sentirme mal de nuevo.

¿Cómo iba a cargar con el peso de dejar a mi madre en la calle o peor, en la cárcel?

—Nos vemos en la tarde, adiós Julie —sonreí y rápidamente salí de casa para dirigirme a mi auto.

Cuando llegué a la universidad, la idea de irme a la biblioteca y quedarme ahí toda la mañana y toda la tarde fue lo primero que pasó por mi cabeza, pero no quería darle una explicación a Paige de por qué había estado ahí nuevamente, ni tampoco una explicación a mi madre que tenía mis horarios más que controlados y sabía qué era lo que me correspondía y con qué profesor/a sería. Así que no podía faltar sin tener una buena excusa.

Me dirigí a la clase correspondiente de esa mañana, geometría. Marie había intentado hablarme un par de veces, y aunque no estaba enfadada con ella, lo único que me apetecía ese día era estar callada, como nunca. Geometría me costó más de lo normal, y sí que me costaba.

—Damián me aceptó una cita —escuché a Dayanne delante de mí contándole a Marie. Claramente lo había dicho a ese volumen de voz para que yo la escuchara.

— ¿En serio? —susurró Marie. — ¿Cuándo?

—Esta noche —rió —, te juro que está buenísimo.

Sentí de pronto cómo el enojo subió a mi cerebro. No debía estar sintiendo celos, Damián y yo sólo éramos una especie de amigos adictos al cigarrillo y a la adrenalina, con un sinfín de problemas que nos caracterizaban. ¿Qué podía entender ella de Damián? Nada.

— ¿No te importa que sólo sea un vendedor de pacotilla?

—No seas superficial —le reclamó la rubia.

La odiaba, definitivamente la detestaba.

De pronto, se volteó a mirarme, me sonrió con sarcasmo mientras que en mi rostro no había ni un poquito de alegría.

—Supongo que escuchaste —se dirigió hacia mí.

— ¿Qué cosa? —alcé mis cejas haciéndome la desentendida.

—Que saldré con Damián.

— ¿Cuál Damián?

—No te hagas la estúpida, sé que se conocen —dijo, pero sabía que Damián no podría decirle ninguna palabra sobre mí a ella ni a nadie. —El de la cafetería.

—Ya me acordé —sonreí falsamente. — ¿Y debería importarme?

—Sólo no te entrometas —expulsó.

— ¿Perdón?

—Estoy segurísima de que ustedes dos algo se traen —comenzó —, y no me gustaría que tú le movieras el culo a Damián. Todos sabemos cómo eres.

—Daya... —la regañó Marie.

— ¿Qué? —la enfrentó Dayanne. —Sabemos cómo es Bianca, le mueve el culo por unos segundos a un chico y luego andan detrás de ella como unos perros falderos.

—Calla tu puta boca, Dayanne —la enfrenté. —Me estás sacando de quicio.

— ¿Y qué harás? ¿Lanzarme otro batido?

— ¿Qué demonios sucede contigo? —Reclamé — ¿Tienes miedo de que a Damián no le guste tu culo que estás preocupándote por el mío?

—Es que eres una puta, Bianca. Y tú, yo y toda la facultad están enterados de eso.

Aunque una mesa nos separaba, empuñe mi mano y le di un golpe en la cara que llegaron a dolerme los nudillos, todo el salón de clases se silenció.

— ¡Eres una perra! —Me gritó Dayanne.

— ¡Señoritas! —Nos gritó la profesora.

La nariz de Dayanne estaba sangrando, y ella lo único que hacía era gritar e intentar detener la sangre.

— ¡Están en un salón de clases y encima en la universidad! ¡¿Qué sucede con ustedes?! —Nos gritó — ¡Salgan de aquí inmediatamente! —Continuó con enojo. — ¡Hablaré con el jefe de su carrera para que se dé cuenta que no deberían estar estudiando en esta prestigiosa universidad!

Me haría un favor, pensé.

Tomé mi mochila de un tirón y salí de la sala mientras Dayanne se quedaba atrás intentando convencer a la profesora de algo que no quise oír, si querían echarme de la universidad estaba dispuesta a irme, si al fin y al cabo, sólo me gustaba dibujar.

——

Estaba enfadada con él y no debería estarlo, pero sentía la fuerte necesidad de descargar todo lo que estaba sintiendo y lamentablemente él estaba llegando en su moto. Esta vez yo no estaba fumando y él frunció el ceño al verme.

— ¿Dejaste tus cigarrillos en casa? —preguntó.

—No, no quiero fumar.

— ¿Te ocurrió algo?

— ¿Cómo estuvo tu cita? —alcé mi vista chocando con la de él. Él frunció el ceño mientras me miraba y luego sonrió. — ¿De qué te ríes?

— ¿Es en serio? —Se acercó a mí con lentitud —La primera vez que nos conocemos casi me rompes la nariz de un puñetazo, luego casi me quieres matar conduciendo rápido en mi moto y ahora ¿Estás haciéndome una escena de celos? ¿Qué sigue después? ¿Homicidio?

—Que dramático, sólo estoy preguntándote cómo estuvo tu cita.

— ¿Con Daya? Pues bien —se encogió de hombros.

— ¿Daya? Su nombre es Dayanne.

—Es de confianza —se encogió de hombros.

Mi enojo volvió a florecer y ésta vez no podía detenerlo.

— ¿Cómo puedes ir a una cita con esa chica? Realmente te has quedado sin cerebro.

— ¿Cuál es el problema, Bianca?

—El problema es que la detesto, al menos busca a alguien que me caiga bien.

— ¿Quién es de tu agrado? —rodó los ojos.

—No lo sé...

—Pues nadie —rió. —Ya deja de joder, no somos novios.

—Sé que no lo somos y no me gustaría serlo tampoco —escupí.

— ¿Entonces qué demonios? —caminó hasta sentarse en la solera y sacó un cigarrillo para encenderlo.

—Olvídalo —lo miré.

— ¿Me haces este escándalo y pretendes que lo olvide?

—Es que eres un traicionero —solté y él se sorprendió por mi actitud —pensé que éramos amigos.

— ¿Amigos? Tú y yo no estamos cerca de ser amigos, Bianca.

—Pues entonces ¿Qué es esto?

—No estoy dispuesto a discutir contigo sobre esto, te estás comportando como una niña de cinco años.

—Entonces vete.

— ¿Encima me echas del único lugar que me recibe con los brazos abiertos?

—Si.

—Pues me voy —enarcó una ceja —, ¿Creerías que me quedaría aquí para que conversemos sobre esto? —sonrió con ironía. — ¿Sabes? No necesito que me controles, tú ni nadie. Yo hago lo que se me dé la gana hacer ¿está bien? Y si has tenido un día de mierda como yo, te enseñaré una cosa —se acercó lo suficientemente a mí —Yo no soy un saco de boxeo.

Apagó el cigarrillo que se encontraba recién encendido y lo guardó en su cajetilla, quise decirle que se detuviera y que lo sentía, pero mi orgullo era más grande. Se subió a la moto, se colocó su casco y se marchó. Él no podía ser así conmigo.

Me sentía molesta, cansada y confundida.

Quería escapar de la realidad y Damián se había ido, pero me había dejado algo a cambio, ¿qué tan malo podía ser ir a una carrera? Me dispuse a caminar, caminar en la dirección del amigo de Damián, Owen, para que me llevara o al menos me dijera en donde se encontraban estas carreras, supongo que las hacían en lugares diferentes.

Caminé recordando las calles por las que habíamos andado, algunas personas vagabundas me observaban y yo sólo me apresuraba para no salir de ahí sin nada. Hasta que llegué al bendito pasaje sin salida, busqué la casa intentando recordar hasta que finalmente vi la ventana en el segundo piso por la que había salido Owen. No había timbre y ese día Damián había hecho un silbido extraño, así que opté por lanzar una piedra al vidrio, la lancé y ésta rebotó, enseguida se encendió la luz y apareció Owen por ahí.

— ¿Bianca? —frunció el ceño.

—Así es.

—Quédate ahí, bajo enseguida.

***

Sé que es tarde, pero aquí estoy actualizando como día miércoles. Gracias por la paciencia, nos vemos en otra ocasión.

No olviden dejar sus votos y comentarios.

BESOPOS
XOXOXO

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