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Capítulo 47 - Un gato gris

—Ahí está, debes decirlo —dijo Damián, lo miré de inmediato, ni siquiera sabía que estaba hablando en serio hace unos minutos.

Había una pareja, de nuestra edad, que disfrutaban un día de fotografías frente a la torre Eiffel.

—Primero saquémonos fotos, Damián.

—Claro que no —sonrió

—No me hagas hacer esto.

—Es la única manera de decidir si subimos o no a la torre.

Me quedé en silencio por unos segundos mirando a la feliz pareja francesa, que suponía, jamás habían visitado París. Pensé en los distintos escenarios que podría sufrir al decirles lo que había planeado Damián y ninguno me favorecía, además, Damián me pedía que actuara bien, que debían creérselo. Lo único que me consolaba luego era que él debía ir a pedirle tampones a una francesa guapa y de la manera más creíble posible.

—¿Y si no me entienden? —le pregunté, él se encogió de hombros en sinónimo de "ese es tu problema, Bianca". Sabía que lo hacía para molestarme.

—Está bien, iré —dije y él me observó rápidamente, anonadado.

Comencé a caminar con seguridad hacia la pareja, Damián estaba apoyado en una baranda fingiendo beber un café vacío y fumando un cigarrillo, además de fingir, por supuesto, que no me conocía en lo absoluto.

Cada paso que daba me hacía pensar "¿por qué demonios caigo en los ridículos juegos de Damián?" Lo miré hacia atrás y él estaba haciéndome señas de que actuara bien. Dios.

Puse una mano en mi estómago fingiendo que tenía un dolor horroroso. La chica con la que estaba el tipo había ido por un recuerdo y él se encontraba mirando algo en su teléfono. Me acerqué lentamente y él de inmediato levantó su mirada. Dijo algo que no entendí demasiado, y no sé qué cara estaba actuando que tenía, pero se notó preocupado.

—¿Sabes dónde puedo encontrar un baño? —le pregunté de la mejor forma en francés, él iba a hablar, pero debía completar mi misión, no era una mentirosa con Damián —Estoy muy enferma del estómago y creo que me haré aquí mismo.

El alto y apuesto chico francés soportó una carcajada en su garganta, intentó ponerse serio, ya que mi rostro decía "no estoy jodiendo, me duele en serio".

—Ahí hay baños públicos —me dijo con amabilidad, señaló una caseta azul y había una fila afuera. Y cuando iba a voltear, él se preocupó aún más —¡Francesca! —llamó y yo me quedé por unos segundos sin respiración —¡¿Sabes dónde hay un baño con menos fila?! —le preguntó a gritos, y por lo que no entendí después, creo que le dijo algo como "Esta mujer está que se caga". La chica se preocupó tanto que quería llevarme a la casa de su tía que se encontraba cerca, pero rápidamente le dije que no, que me disculpara, pero que podía esperar en la fila.

Ellos asintieron y continuaron con su vida, y lo más probable era que estaban burlándose de mí en secreto. Al menos sería una anécdota en sus vidas "una chica extranjera se acercó a nosotros porque estaba que se cagaba en los pantalones y necesitaba un baño".

Volteé a caminar hacia Damián, él estaba con su teléfono en su mano y no podía dejar de reírse ¿Acaso lo había grabado todo? Llegué a su lado y él no podía dejar de apretarse el estómago riéndose de mí, incluso puedo decir que le agarró un ataque de risa y estaba llorando frente a mí. No podía creer que la chica quería subirme a su auto para llevarme al baño de su tía.

—Al menos fue amable —dije.

—¡Le gritó! —rio con más fuerza —¡Hey Francesca, ella está que se caga! —alzó la voz y continuó con sus carcajadas.

Esperé en silencio y algo contagiada por su risa que se calmara para que por fin pudiéramos disfrutar de la torre Eiffel. Y así fue, nos tomamos fotos en la torre y también le pedimos a algunas personas que nos fotografiaran juntos. Caminamos a lo largo del parque fumándonos un cigarrillo y cuando comenzó a atardecer, quisimos subir a la torre. Hicimos la larga fila, y gastamos casi una fortuna, como lo nombró Damián, en pagar para subir alrededor de dos pisos.

—Creo que hicimos una mala inversión —dijo Damián mientras estaba apoyado en una de las barandas. Miramos al horizonte, en donde se veía que cada vez se encendían más luces en edificios y casas —. Es como la vista que tienes en el departamento, incluso, me atrevería a decir que la del departamento es mejor.

—Hay una diferencia —moví mis cejas de arriba hacia abajo. Él se acercó a mí y me abrazó —. Estamos en París —sonreí y luego él besó mis labios —¿Cuándo más podrás contar que besaste a una novia en la torre Eiffel?

—Se lo contaré a mis seguidores de Instagram —opinó convencido de que era una buena idea.

—Ni siquiera usas esa mierda —reí.

—Prefiero lo antiguo —se encogió de hombros —. Una carta, mensajes de texto o mensajes en el buzón de voz. O tal vez más antiguo, un fax, una carta en máquina de escribir —comentó —¿Qué es esa mierda de redes sociales? Sólo te hace enfadarte porque no te responden rápido, prefiero esperar, y esperar. Si llega algo devuelta sabes que le importas, si no llega probablemente se quedó atascado por ahí.

—O no llega porque no envió nada.

—Prefiero la ilusión de la antigüedad.

—Pero si cambiarías tu moto por una más moderna —comenté y él sonrió.

—Bianca 1, Damián 1.

—¿Por qué 1 tú también?

—Acabo de hacer que le digas a un francés que te harás del dos.

Golpeé su estómago suavemente y él exageró su dolor.

Bajamos de la torre y nos quedamos mirando por unos segundos más cómo la encendían.

—Ya la encontré.

—¿A quién? —me preguntó dirigiendo su mirada a la mía.

—A la chica.

—¿Qué chica?

—¿Creías que íbamos a volver al hotel sin hacer tu parte del trato?

—Bianca...

—Es ella, la que viste una falda roja.

Damián alzó la vista.

DAMIÁN

Era una chica delgada, con una nariz respingada y con el cabello tomado en unas trenzas. Se veía sencilla, pero estaba sola. Y que estuviese sola me ponía más nervioso.

—Está sola.

—Y está leyendo.

—Ni siquiera sé hablar francés.

—Sé que te saldrá bien —aseguró Bianca.

Me había reído en demasía con Bianca durante la tarde y su "dolor de estómago", no podía fallarle en esta broma.

Comencé a caminar hacia ella, la chica que Bianca había seleccionado con pinzas. Su cabello rubio era casi dorado, y cuando estuve cerca ella alzó la vista para mirarme. Unos ojos celestes me observaron con desconfianza, me recorrió de pies a cabeza, y luego cerró el libro con rapidez.

—Hola —solté y ella de inmediato se dio cuenta de que no era francés, lo supe porque sonrió con gracia cuando hablé —¿Hablas inglés? —reí.

—Algo —contestó.

—Por casualidad ¿tendrás un tampón? —solté y ella se sorprendió.

—¿Qué?

—Un tampón, buffer —intenté buscar sinónimos. —Lo que usan las mujeres cuando están en su periodo —comenté y ella cada vez fruncía más el ceño —. Cuando sangran por... —indiqué con mis dedos y ella rio, yo también, pero estaba sumamente avergonzado por eso.

—No, no tengo —contestó y yo bajé los hombros —¿Es para...

—No, no es para mí —contesté de inmediato —, es para mi novia que está algo desesperada.

—No tengo aquí, lo lamento —dijo.

No había sido tan terrible.

Regresé con Bianca con la mirada de la chica puesta en mí. Bianca estaba riéndose de mí porque no podía creer que le haya indicado por donde sangraban las mujeres y que además haya tenido que explicar que no era para mí.

Y, mientras íbamos de camino al hotel, escuché un grito detrás de nosotros. Ambos volteamos a mirar, era la misma chica y venía con un sobre rosado en su mano. Alcé las cejas y Bianca comenzó a reír.

—¡Conseguí un tampón para tu novia! —alzó la voz y Bianca se ruborizó incluso más que yo.

—Dios —soltó por lo bajo.

—Sé lo que es andar así y no tener nada, ten —le entregó el sobre a Bianca.

—Gracias —dijo ella.

—Tienes un novio muy considerado —opinó la chica antes de marcharse.

Reí al escuchar eso y Bianca me dio un codazo en la costilla. Estaba celosa, lo sabía.

—Lo sé —le respondió ella —. Lástima que no pueda estar con todas —fingió una cara comprensiva y la chica se marchó rápidamente.

—¡Fuiste grosera! —le reclamé.

—Ya cállate, no puedo creer que haya venido hasta aquí a pasarnos un tampón.

Cuando llegamos al hotel, Bianca lanzó el sobre rosado a la cama y yo de inmediato lo inspeccioné. Había un tubo y afuera un papel pequeño con un número de teléfono, solté una carcajada y Bianca de inmediato rompió el papel y lanzó todo al retrete.

—¡Encima te da su número de teléfono! —reclamó desde el baño.

—Tú me hiciste interactuar con una chica francesa ¡Y guapa!

—¡Ya cállate Damián Wyde!

Luego de un rato, nos dimos una ducha y ayudé a Bianca a secarse el cabello. A veces sólo me quedaba mirándola y pensaba en que cómo podía tener tanto cabello negro en su cabeza, se lo dije y ella sólo se encogió de hombros. "genética" dijo.

Fuimos a la cama y antes de entregarnos completamente a las noches de Francia y dormir plácidamente, Bianca me abrazó de costado y me observó fijamente, tanto que tuve que preguntar por qué estaba mirándome así, ella sonrió y luego desvió su mirada.

—Por nada —soltó.

—Dime.

—Es sólo que tengo una pregunta.

—¿Cuál?

—¿Me cambiarías por una chica de cabello dorado que esté leyendo y que use una falda roja? —me preguntó y no pude evitar soltar una carcajada.

—¿francesa?

—Lo que sea.

—Pues claro —respondí y ella golpeó levemente mi estómago.

—No sé para qué te lo pregunto si sé lo que vas a responderme —bufó y luego se volteó para darme la espalda. De inmediato la abracé y besé su cuello.

—No existe nadie más en mi vida que tú, Bianca —le dije, y sí que era cierto.

Creo que de todas las libertades que tenía Bianca para escoger, yo mismo no le permitía que pensara que yo pudiera estar con otra chica. No, por supuesto que no. Bianca se había convertido en lo más importante que tenía y por ningún motivo le permitía eso, que pensara que podría haber alguien más importante que ella.

Por mucho tiempo Bianca pensó que no era importante para nadie, incluso que no era importante para su madre y probablemente todavía lo piense así, y no quiero que ella se convenza a si misma que no es importante en la vida de nadie ni tampoco indispensable, porque en mi vida era una persona que debía estar, que por ningún motivo podía faltar y que elegiría una y mil veces en cualquiera de mis vidas.

Sabía, de ante mano, que las personas no debían ser indispensables en la vida de nadie porque claro, debemos saber cómo sobrevivir sin alguien y valernos por nosotros mismos, pero había decidido que no, con mi libertad como persona de decidir, había decidido que Bianca iba a ser el pilar de mi vida o la roca en la que estaba parado. Y punto. Nadie iba a cambiar eso.

——

Al día siguiente, Bianca tenía claro lo que haríamos y me di cuenta porque estaba con la hoja de cosas que hacer en Francia por toda la habitación mientras yo seguía en la cama. Guardó un mantel que se consiguió con las mucamas, hizo una lista de cosas que debíamos comprar e iba de un lado a otro casi saltando como una niña reuniendo cosas.

Pasamos por un supermercado y Bianca se metió como una ardilla en busca de comida, sacó snack y jugos, cosas dulces y saladas, la ayudé con el carro e intenté limitarle la compra porque claramente no íbamos a comer todo eso.

El plan de Bianca era un día de picnic, nunca habíamos tenido uno y probablemente fuese el día de picnic más extraño de los días de picnic del mundo, pero queríamos hacerlo.

Llegamos al parque, extendimos el mantel y pusimos la comida sobre él. Bianca traía la cámara junto a ella así que nos sacamos muchísimas fotografías. Ella sonriendo, juntos, comiendo y también fotos casuales, que, para mí, eran las mejores y para ella probablemente las peores de la historia.

—Esta noche debemos ir a una fiesta —opinó.

—¿Dónde encontramos una fiesta? No tenemos amigos aquí.

—Está bien, vayamos a un bar —se encogió de hombros —podemos beber algo y bailar.

—Definitivamente no, bailas muy mal —bromeé y ella me lanzó una galleta en la cara.

—Tu eres el que hace pasos que no deberían estar permitidos en el mundo —exageró la palabra "mundo".

—Pensé que te gustaban —fruncí el ceño.

—Que seamos novios no quiere decir que creamos que todo es bueno —rio.

—Tienes razón —reí y ella se puso seria.

—¿Qué crees que tengo malo? —alzó las cejas y me observó amenazante.

—Hablas dormida.

—¡Claro que no! —sonrió levemente.

—Si lo haces, lo juro —mostré las palmas de mis manos. —La primera vez me cagué del miedo.

—¿Qué digo?

—No lo sé, incoherencias. La otra noche hablabas de un gato, me decías "Damián, tráeme el gato" y yo "¿Qué gato? No tenemos un puto gato", "El gato gris" continuabas.

—Seguramente es porque quiero un gato gris —comentó.

—¿En serio?

—Si. Con muchísimo pelo y gordo.

—Podemos tenerlo.

—No sé si los permiten en el departamento.

—Pues me vale —reí y ella sonrió.

—Creo que a mí también me importa una mierda —opinó con una radiante sonrisa en su rostro.

BIANCA

El picnic no duró demasiado porque rápidamente nos aburrimos de estar sentados en el césped y nos dolía el trasero, así que guardamos nuestras cosas y nos dispusimos a averiguar si existían botes románticos como habíamos visto por internet, hasta que cerca de la torre Eiffel encontramos. Estuvimos un rato cotizando cuánto costaba y todos los demás gastos que teníamos que hacer hasta que, finalmente, nos subimos a uno de esos botes.

Había para todos los gustos, pero escogimos uno que iban tres parejas y un guía turístico. La verdad no hablamos demasiado ahí, ya que el guía nos contaba historias, además de que por un momento comenzaron a tocar música ahí, en vivo. Un violín para ser exacta.

A medida que el bote avanzaba por el silencioso lago, no podía dejar de mirar a Damián quien se encontraba maravillado a mi costado. Miraba las edificaciones, hacía preguntas, sonreía solo.

Me apoyé en su hombro y él acarició mi mano.

Sólo recordaba que una vez habíamos hablado de venir a Francia y comeríamos croissant, también que andaríamos en uno de estos botes novelescos. Y me parecía lejano ese lugar, ese callejón, esos problemas. Me parecía que estaba lejos o que jamás habían ocurrido mis viejos recuerdos. Sólo estábamos Damián y yo, en un atardecer en un bote novelesco escuchando un violín en directo frente a nosotros. Damián había cambiado por completo mi vida y sólo había pasado un poco más de un año.

Siempre me imaginé que con la vida que llevaba, terminaría lanzándome a un acantilado, o tal vez, me moriría en una ocasión siendo abusada por Vincent Hayden. En el mejor de los casos que alguna vez imaginé, fue que salía de la Universidad, me casaría con un imbécil con dinero y que viviríamos juntos por siempre, lo imaginaba así porque era casi mi única opción de escapar de las redes de Vincent Hayden. Pero luego pensaba en todas las veces que iba a tener que fingir yendo a su casa, sonreírle a mamá, llevarle a mis hijos; todo ese teatro me lo imaginaba y ya quería morirme.

Pero llegó Damián y no sé cómo el mundo conspiró a nuestro favor para que personas tan diferentes se unieran bajo la tenue luz de las estrellas.

La vida junto a él era muchísimo más fácil.

Y linda. 

***

Lamento mucho mi ausencia, pero ya saben que no es llegar y escribir cientos de palabras jijij 

Gracias por su paciencia y espero que estén disfrutando de los últimos capítulos de ésta novela. 

No olviden dejar sus votos y comentarios.

BESOPOS

XOXOXO

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