Capítulo 46 - Croissant, baguette y teorías ridículas.
A pesar de todo lo que habíamos hecho por Bianca, ella no se sentía preparada para contarle a la policía lo que había ocurrido. Estaba llena de angustia y miedo por perder todo de nuevo, además no sabía si podía ser tan fuerte para enfrentarse una vez más a Vincent Hayden, menos frente a un tribunal y con los ojos del país puestos en ella. No quería ser la voz de nadie. Quería solo arrancar de donde estaba parada, pero insistí en que siguiera con sus terapias, y así lo hizo. Y día tras día su ánimo parecía mejorar, pero no quería hablar sobre el tipo que le había quitado la mitad de su vida.
Vincent se había mantenido oculto en su nueva mansión, pues se había percatado de que habíamos sacado todas las cámaras y lo sabíamos todo. No siguió molestando a Bianca, pero de ante mano, sabía que planearía en algún momento algo para seguir llenándole de mierda la vida a su hijastra o incluso a mí.
Quería parecer un pilar fuerte y grande al lado de Bianca, pero Vincent había calado tan al fondo de mi cuerpo con todas sus porquerías que no había día que no deseara que Bianca se despertara y me dijera "Hoy si, Damián, hoy estoy lista para ir con la policía", pero había prometido no obligarla, no hablarle del tema si ella no quería y no pasarla a llevar en sus decisiones. Jamás sería capaz de exponerla frente al mundo cuando ella no quería ser expuesta.
No obstante, los últimos días habían sido tranquilos y llenos de una armonía que nos parecía ajena. No me costó demasiado encontrar trabajo en una cafetería y Bianca, en su mayoría de edad, había dejado completamente la carrera que tanto la hacía padecer y odiar. También había encontrado un trabajo esporádico mientras se decidía a qué hacer. Además, se encontraba mucho mejor, pues había comenzado nuevamente a dibujar. Seguíamos adelante, todo parecía ir viento en popa, pero no podíamos fingir para siempre que nada había ocurrido y ella lo sabía muy bien.
——
Preparé la cena antes de que Bianca llegara, los días miércoles ella siempre llegaba muy cansada. Bianca no estaba acostumbrada a trabajar y ahora que lo estaba haciendo parecía que le pasaba un camión por encima, aunque siempre la molestaba porque su trabajo consistía en colgar cuadros en una pared. Trabajaba en un museo, y lo adoraba completamente.
—¡Llegué! —escuché su voz, luego la puerta se cerró.
Caminó hasta llegar a la cocina, me sonrió y luego besó mis labios.
—¿Por qué preparas la cena antes de que yo llegue? ¡Me encanta cocinar!
—¿A quién quieres engañar? —rodé los ojos.
—Pues a ti.
—Ya no caigo en tus juegos, estoy seguro que prefieres comprar una pizza antes que tomar una cuchara y revolver lo que sea —solté y ella rio.
—Damián 1, Bianca 0 —dijo y luego comenzó a poner las cosas sobre la mesa para que comiéramos.
—Vienes de muy buen ánimo.
—Sí, es que te tengo una sorpresa.
—¿Cuál?
—Cierra los ojos —se puso frente a mí.
Cerré los ojos y sólo pude oír que deslizó el cierre de su bolso.
—Ábrelos.
Los abrí lentamente y vi sus brazos estirados frente a mí con un sobre blanco. Fruncí el ceño mirándola, ella sonreía como una niña totalmente emocionada.
—¿Me estás regalando una carta? Uf, gracias Bianca —sonreí tomando el sobre entre mis manos.
Mientras abría el sobre, Bianca se movía de un lado a otro como si sus pies tuviesen hormigas. Lo abrí completamente y saqué el papel que había adentro.
—¿Recuerdas el viaje que habíamos planeado y nunca resultó? —escuché su voz mientras mis ojos estaban leyendo el papel.
—Bianca...
—¡Si Damián! ¡Nos vamos a Francia!
Levanté mi mirada y sólo pude sonreírle. Ella se veía tan feliz por lo que estaba ocurriendo, y no podía quitarle ese destello de felicidad que había nacido completamente de ella. Se lanzó a abrazarme con fuerza y comenzó a besar mis labios rápidamente.
—¿Cuándo se te ocurrió esto?
—Hace un par de días.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—Quería que fuese una sorpresa ¿te ha gustado? Estoy segura de que lo pasaremos genial.
—¿Esta vez hay pasaje de regreso?
—Si —sonrió —, porque esta vez no estamos arrancando.
—Así que nos vamos... —miré el papel —El próximo sábado.
Ella asintió con entusiasmo.
Esa noche hasta pareció que el espagueti estuvo más rico que cualquier otro día.
Durante los siguientes días estuvimos haciendo maletas, buscando ropa y también juntando dinero que habíamos ahorrado. Hicimos una lista de cosas que haríamos, a donde iríamos, qué comeríamos y qué locuras debíamos si o si hacer. Pasábamos largas noches planeando lo que haríamos y también preguntándonos si las noches de Francia eran iguales a las de aquí. Si el cielo era el mismo o si había estrellas diferentes allí.
Cuando llegamos al aeropuerto, todo parecía ir a favor de nosotros. Los trámites para entrar fueron rápidos y nadie nos preguntó más de lo indicado en las reglas. Teníamos una carga menos en nuestros hombros y sólo queríamos marcharnos de este lugar y olvidarnos por dos semanas de dónde veníamos.
Mamá no entendió demasiado con quien me iba a otro país, pero estaba feliz por mí. Ella no conocía demasiado a Bianca, pero la primera vez que la había visto en un estado sobrio habían bebido café juntas y hablaron de cosas que no entendí demasiado. Creo que se cayeron bien mutuamente, pero mi madre todavía no entendía, ni sabía, todo lo que nos había costado estar juntos ni menos cómo habíamos logrado construir en medio de ruinas éste amor tan extraño y fuerte.
—Creo que esto es innecesario —opinó Bianca mirando nuestra lista de cosas que hacer.
—¿Qué cosa? —observé por encima de sus brazos la agenda.
—¿"Hacer del dos en el aeropuerto de Francia"? —leyó y luego me observó fijamente —Esto lo has escrito tú ¿no?
—Uno nunca sabe si el agua irá hacia la derecha o a la izquierda, Bianca.
—Saquémoslo.
—Estará en mi lista mental.
—Pero no aquí —frunció el ceño y con un lápiz lo tachó.
El viaje en avión para mí era algo completamente nuevo, pero para Bianca era como andar en bicicleta. Ella se puso audífonos, me ofreció uno y me negué, además de que le había pedido ir a la ventana y ella aceptó. La vi seleccionar una canción en su teléfono (que se encontraba en modo avión) y cerró sus ojos para dormir. En cambio, yo no podía dejar de mirar las nubes a que se encontraban a mi costado. Estaba mareado a ratos y debía comer dulces, pero por ningún motivo me perdería el detalle de ir viajando a través de las nubes.
BIANCA
En cuanto llegamos al aeropuerto de Francia, fuimos por nuestras maletas, era gigantesco e intentamos no marearnos demasiado con las tiendas de dulces o de ropa. Caminamos por los largos pasillos que se encontraban infestados en personas de todos los países.
—Iré al baño antes de que tomemos el taxi —informó Damián, asentí silenciosa y me quedé con ambas maletas sentada para esperarlo.
Comencé a pensar que Damián, tal vez, estaba tardando demasiado en el baño y automáticamente recordé lo que había escrito en nuestra lista, reí en silencio y a los minutos lo vi salir del baño con una sonrisa en su rostro, se dirigió hacia mí y alzó sus cejas.
—¿Nos vamos?
—No creo que lo hayas hecho, Damián —le dije y él de inmediato soltó una carcajada.
—Al menos lo cumplí en mi cabeza.
Abordamos el taxi justo afuera del aeropuerto, le dimos la dirección del hotel al cual nos dirigíamos y efectivamente nos cobraron lo que suponíamos. Nos quedamos de pie frente al hotel que habíamos escogido por internet, nos miramos el uno al otro casi preguntándonos si entrabamos o no.
—¿Habías estado antes aquí? —me preguntó Damián.
—Un par de veces cuando era pequeña, pero nunca en este hotel.
—Al menos pinta bien.
—¿Tú crees?
—Su entrada es negra, todo lo negro está bien —sonrió.
En la calle, al menos, había un gran tránsito de personas y eso hacía referencia a que a un costado del hotel había una cafetería y el hotel estaba a sólo 500 metros de la torre Eiffel, y suponía, por la cantidad de tránsito, que también se encontraba cerca de un algún tren o metro.
Damián se me adelantó, tomó su maleta y caminó hasta estar adentro. Una chica de coleta y bien arreglada nos sonrió con entusiasmo. La entrada era demasiado pintoresca, con sofás negros y combinaciones rojas. También era un lugar acogedor y familiar. No podía dejar de mirar los muebles y cómo estaban acomodados para lucir tan ordenado.
—Buenos días, bienvenidos al Hotel Eiffel Seine —dijo, en un acento que entendimos muy bien, Damián se sentó en la silla que estaba frente al escritorio, que, por cierto, era rallada y amaría tenerlas en mi departamento. —¿En qué los puedo ayudar?
—Hola —comenzó Damián con amabilidad —, hemos pagado alojamiento durante 9 noches y 10 días aquí, pero hemos hecho el trámite por la página web.
—Dígame sus datos.
El anuncio de llegada al hotel fue lo suficientemente rápido para que nos invitaran a desayunar al buffet, yo tenía demasiado sueño, pero Damián insistía en que debíamos ir, pues no podíamos perdernos nuestro primer desayuno en Francia.
La habitación en la que estábamos tenía una cama doble, toallas limpias, un vino blanco de regalo y dos copas. Había también una televisión enfrente y almohadas a las cuales debíamos ponerles la funda. Damián daba vueltas por la habitación revisando cada detalle, hasta revisó la ducha y se aseguró de que todo estuviese bien con el agua caliente.
—De verdad creo que es una buena idea dormir y luego ir a almorzar por ahí —dije y Damián rodó los ojos.
—Bianca, estamos en París ¿realmente quieres ir a dormir?
—Mmm, sip —sonreí.
—No lo acepto —se cruzó de brazos.
—Está bien, pero luego de desayunar vendremos aquí y dormiremos.
—Hecho —asintió.
Ni siquiera deshicimos nuestras maletas, sólo alcancé a quitarme la chaqueta y a sujetar mi cabello en una coleta. Damián sacó sus cigarrillos y un encendedor, para luego abandonar la habitación. Caminé detrás de él casi como una niña de 6 años que no quiere hacer algo, bajamos al primer piso, había algunas personas sacando un par de cosas, todavía quedaban muchísimas. El desayuno se extendía desde las 6AM hasta las 11:30AM. Damián tomó mi mano y caminó con seguridad hasta el mesón con comida, miró en silencio las cosas y luego me observó por el rabillo del ojo.
—Ayúdame —me observó, le sonreí enseguida.
—Sólo elige.
—No quiero comer algo que luego deba ir a botarlo —susurró.
—Está bien.
Cogí dos tazas mientras Damián me seguía el paso, les puse café y el mío lo combiné con leche. Él alzó ambas cejas cuando se acercó a los comestibles, sacó dos platos y ahí puso un croissant para él y otro para mí, además de un pan baguette. Acercó a la mesa una mantequilla y una mermelada. Y yo detrás llevé un frasco con Nutella.
—¿Por qué tu café tiene leche y el mío no? —me preguntó cuándo estábamos sentados ya desayunando. El tono de voz que usó me causó gracia, pues parecía un chico que sólo quería probar todo lo que le pusieran en frente.
—Pensé que no te gustaba el café con leche.
—Por supuesto que no, pero el de aquí puede ser diferente —se encogió de hombros.
—El café cortado es igual aquí y en cualquier parte del mundo —fruncí el ceño.
—Estoy seguro que el café no es igual aquí que en Turquía.
Rodé los ojos.
—Ponle nutella —sugerí cuando tomó el croissant.
—Nadie está comiendo Croissant con nutella —bajó la voz.
—Todos tienen costumbres diferentes.
—Quieres que quede como el ridículo ¿no?
—Dios...
—Está bien —sonrió.
A ratos, las personas que estaban desayunando en las otras mesas, no dejaban de mirarnos porque reíamos a carcajadas de lo que hablábamos o hacíamos. Damián tenía unas ocurrencias extrañas acerca de todo lo que veía, como, por ejemplo, ¿Por qué el café lo servían en una taza tan pequeña? Se preguntaba cada cinco segundos. Su teoría era que no podían darles tanta cafeína a las personas o probablemente su negocio se iría a la ruina, ya que, las personas no podían estar tan despiertas o nadie dormiría en su hotel. Teoría barata, teoría de mierda, teoría ridículamente dicha por Damián Wyde.
—¿Descubriste si el agua de va hacia la derecha o a la izquierda en el retrete? —pregunté.
Ya estábamos nuevamente en la habitación, Damián estaba cepillando sus dientes en el baño con la puerta abierta mientras yo me ponía frenéticamente el pijama para dormir unas cuantas horas antes de comenzar.
—Derecha.
—¿Seguro?
Silencio.
—Pronto lo sabré —continuó.
——
Desperté cerca de las 9 de la mañana, Damián seguía durmiendo a mi lado. Era increíble la forma en cómo Damián me hacía olvidar el caos que ocurría en mi vida, en mi cabeza, en mi corazón. Él no me presionaba, incluso me daba la libertad que siempre había necesitado.
Me senté en la cama, mirando el televisor que se encontraba apagado y ahí podía ver mi reflejo.
En ese preciso momento me sentía bien, pero no quería calar a profundidad cómo en realidad me sentía, ya que no dejaba de percibir la culpabilidad por no hablar, no dejaba de sentirme una cobarde por no enfrentar mis problemas. Había intentado, durante todas estas semanas en donde regresó Damián, de cubrirme lo que más pudiese para que nada me atravesara ni nada me hiciera daño. El tema era delicado para mí porque significaba salir de un miedo que me había estado atacando durante años, y también vivía con el pánico de abrir la boca y perderlo todo de la noche a la mañana como ya lo había hecho una vez. No sé cómo perdí a mi padre, porque todavía no había sido capaz de llamarlo. Perdí a mi madre, también había sentido a flor de piel cómo era perder a Damián, la única persona que me mantenía prácticamente de pie.
Las demás personas que se encontraban en mi vida, como Paige y Julie, eran buenas, inquebrantables e importantes para mí, pero había descubierto, en mi peor momento, que yo no era capaz de quererlas al punto de mantenerme viva por ellas. Y no sabía si estaba bien o mal apoyarme en Damián de tal forma que sólo él podía ayudarme a reconstruirme. Me hacía sentir dependiente, protegida e intensamente amada, pero no podía definir el límite al que debía llegar.
—¿qué hora es? —escuché su voz a mi lado. Todavía tenía los ojos cerrados, acaricié su cabello con la punta de mis dedos.
—Temprano, me iré a dar una ducha para que luego comencemos nuestra aventura —dije y él sonrió, abrió sus ojos y me observó.
—¿Hace cuánto estás despierta?
—Unos minutos.
—¿Estabas observándome dormir?
—Si.
—Siempre he pensado que eso no es romántico —sonrió.
—¿Cómo qué no? —reí. Me puse de pie y comencé a buscar ropa.
—Imagínate, estás durmiendo tan bien y de pronto tu subconsciente te dice "hay alguien mirándote" "Te mira muy de cerca" y entonces despiertas y ves los ojos de otra persona completamente abiertos y mirándote con una obsesión indescriptible.
—Dios, Damián —reí. —¿Acaso tu nunca me has observado dormir?
—Claro que lo he hecho.
—¿Entonces?
—¿En qué momento mencioné que no estaba obsesionado contigo? —frunció el ceño.
Se me escapó una sonrisa, y esta vez, me fui a dar una ducha.
Cerca de las 11 de la mañana salimos del hotel para dirigirnos a nuestra primera parada: La torre Eiffel. En la calle seguía habiendo muchísimo tráfico, pero como no estábamos apresurados como la mayoría de los que caminaban y conducían, "desayunamos" en un café que estaba cerca al hotel, la verdad no era un desayuno, más bien le llamaban "brunch", algo así como una comida después del desayuno y antes del almuerzo.
Un chico nos tendió la carta y escogimos cosas completamente diferentes, idea de Damián, no mía. Él quería probar de todo, por lo que, si yo pedía un jugo de naranja, el pedía una coca-cola. Aunque la coca-cola tuviese el mismo sabor en todo el mundo.
—Debemos guardar todos estos momentos —dije, saqué mi teléfono y nos tomé una selfie en el local.
Él sonreía, hacía muecas y también conejitos con sus dedos.
—No puedo creer que hayas pedido eso —comenté y él rio. El mesero también sonrió al vernos.
—Estaba todo en la promoción —se defendió Damián.
Era un jugo de naranja, un cappucino, un baguette relleno con tomate, queso y jamón. Además de tres croissants rellenos de nutella. Cabe destacar que el baguette medía 25 centímetros. La promoción que yo había escogido traía un jugo de naranja también, un chocolate caliente, frutas y muffin de frambuesa. Además de un baguette relleno con un queso extraño y jamón que jamás había probado. Esta baguette sólo medía 15 centímetros.
—No te quedas atrás con todo eso —rodó los ojos.
—Te dejo probar mi muffin si me das un croissant —negocié, él lo pensó unos minutos y accedió.
Luego fotografías.
Bianca comiendo, Damián con la boca abierta y el baguette. Bianca quemándose con el chocolate caliente. Damián arrugando la nariz porque había detestado el queso de mi baguette. Bianca robando un croissant más. Y así todo hasta que prácticamente rodamos a la torre Eiffel.
—Cuando lleguemos allí —dijo Damián mientras íbamos caminando hasta la famosísima torre —. Te reto a algo.
—¿A qué?
—Te reto a decirle a un francés que necesitas usar el baño porque estás enferma del estómago y si conoce alguno.
—¡Damián!
—Eres una cobarde, entonces.
—Tú también deberías hacer algo.
—Está bien ¿qué?
—Si yo hago lo del francés, tú debes pedirle un tampón a una chica para tu novia.
—¡¿Qué?! —soltó una carcajada —Eres mala de corazón, Bianca Morelli.
—Y yo debo elegir a la chica.
—Estás loca.
—Claro que no, debe ser la chica francesa más hermosa.
—Trato hecho —sonrió.
—Debes actuar bien.
—Tú también —expresó.
***
Esta semana estaré llena de pruebas de lunes a viernes, por lo que no subiré capítulos ni tendré tiempo de escribir, así que les dejo este capítulo feliz. Pronto avisaré por mis redes sociales cuánto tiempo le queda en realidad a la novela, ya que he estado alargandola un poco para que conozcan mejor la relación que pueden tener Damián y Bianca.
No olviden dejar sus estrellitas y comentarios!!!
BESOPOS
XOXOXO
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