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Capítulo 44 - Bienvenido a mi vida

Recomiendo volver a leer el capítulo anterior para continuar leyendo. Además de agregar a su lista de reproducción "Welcome to my life - Simple plan". 

***

—Sólo fue una crisis de pánico —escuché a la enfermera que estaba frente a mí.

Miré a mi alrededor. Estaba en una habitación del hospital, había suero inyectado en mi brazo y mi cuerpo se sentía pesado. Miré una vez más, estaba Paige ahí. Respiré algo más aliviada.

—Despertaste —la enfermera se dirigió hacia mí —¿Cómo te sientes?

—Mejor —contesté.

—Descansa un poco más y pronto te daremos el alta médica —informó, y yo asentí.

La chica verificó que todo estuviese bien conmigo y luego me dejó a solas con Paige, y en cuanto salió de la sala, me senté en la camilla.

—No te muevas tan fuerte —me regañó Paige.

—¿Tú me has traído?

—Si. Te vi caminar por la universidad llorando y te seguí al estacionamiento para hablarte, pero llegué demasiado tarde.

—Damián está muerto —solté y ella frunció el ceño.

—¿Qué?

—Vincent me lo dijo —le conté y de inmediato las lágrimas llegaron a mis ojos —. Mi madre me lo confirmó.

—No, no puede ser.

—¡Lo está! —alcé la voz.

Paige se puso de pie, y por primera vez, en todo el dolor y la angustia que había sentido, alguien me abrazó. Paige me abrazó con fuerza, conteniéndome. No sé si estaba llorando junto a mí, pero ahí estaba abrazándome, sosteniéndome para que no me cayera una vez más y, claro, diciendo un par de malas palabras que no comprendí demasiado.

Cuando intenté tranquilizarme, ella se quedó a mi lado. La doctora me pasó algunos medicamentos y también me indicó que debía pedir una hora para ir al psicólogo. Paige me obligó a hacerlo y luego me acompañó hasta mi auto. Le di las indicaciones para llegar al departamento y cuando llegamos, subimos en el ascensor en silencio y entramos al departamento. Miré en silencio las cartas esparramadas por la alfombra y me senté en el sofá con la espalda apegada al respaldo, como si éste me sostuviera también.

—Te prepararé una infusión para que te relajes un poco —la escuché.

Mi corazón parecía roto en miles de pedazos. Habían despedazado toda mi vida. No podía hablar, apenas podía oír lo que Paige me decía desde la cocina y no podía dejar de pensar e imaginar que sólo se trataba de una pesadilla. De una vil y cruel pesadilla. Todo me parecía que iba en cámara lenta dentro de mi cuerpo, hasta podía oír mi respiración, pero no, todo estaba demasiado rápido ahí afuera. ¿Así se sentía tocar fondo?

—Bianca, estás temblando —oí a Paige, la miré y luego me observé las manos que no dejaban de temblarme con agresividad. Apenas pude tomar el tazón que me había traído mi amiga —. Sé que esto es demasiado duro, pero debes relajarte o terminarás nuevamente en el hospital.

¿Cómo podía pedirme que me relajara?

—Paige, creo que necesito estar sola —levanté mi vista hacia la de ella. Paige me observó con nostalgia.

—No puedo dejarte sola justo ahora, Bianca.

—Entonces si vas a estar aquí, debes saber que no quiero hablar.

Ella asintió.

Me bebí el tazón completo de lo que sea que me haya hecho Paige, luego me levanté y me dirigí al baño. Encendí el agua de la ducha y me metí abajo la cascada de agua caliente, mis músculos dolían, y con la esponja intenté quitarme basura inexistente del cuerpo, como si quisiera quitarme todas las palabras y malas noticias que me habían dicho durante éste día de mierda.

Llené la bañera de agua y me senté en ella, mi mirada estaba clavada en un punto fijo que ni siquiera existía en la realidad. Mi cuerpo estaba temblando y mi consciencia lloraba a gritos, mientras que yo sólo podía sollozar en silencio todo el dolor que estaba quemándome las venas. Me tendí en la ducha, cerré mis ojos y me hundí. Ésta vez no quería oír a mis pulmones, no quería oír a mi tórax casi reventado. Sólo podía pensar en cuánto padeció Damián estando aquí afuera, enfrentándose a Vincent Hayden y yo no pude salvarlo. Pensaba en las estrellas que vimos desaparecer y en otras que nacían, noche tras noche. Mis pulmones comenzaron a doler. No, no saldría ¿para qué iba a intentarlo una vez más? Comencé a escuchar ruido, mucho ruido. Golpes, puñetazos y luego patadas. No saqué mi cabeza y ya mi cuerpo estaba temblando. No podía morir en una bañera, comencé a pensar, pero ya era demasiado tarde, no tenía fuerzas para salir. Dios ¿en qué estaba pensando? Damián odiaría esto. Abrí mis manos como pude e intenté levantarme, pero ya parecía estar en una bañera de dos metros de profundidad.

—¡Bianca! —escuché un grito. Luego sus manos me sacaron del agua.

Con dificultad, me sacó de la bañera estrellándome en la cerámica del baño y comenzó a apretar mi pecho. Hasta que finalmente pude respirar, vomité agua, agua y sangre. Comenzó a sangrarme también la nariz. Sentí cómo mis pulmones volvieron a llenarse de aire. Paige me había salvado, una vez más.

—Dios, Bianca —suspiró —¿En qué demonios pensabas? —decía mientras sacaba una toalla y me ayudaba a incorporarme.

Me senté en la cerámica y ella me envolvió. Me ayudó con la sangre de mi nariz y luego se quedó mirándome con sus hombros cansados.

—Lo lamento tanto —expresé —, perdón —continué.

—Ay Bianca, no llores —me pidió con sus ojos cristalizados.

Una vez más me abrazó conteniéndome. Ésta vez no pude sollozar despacio. Grité, golpeé la bañera, la cerámica que estaba debajo de mi cuerpo y luego comencé a sentir rabia conmigo misma, culpa, muchísima culpa. Paige lo soportó y me contuvo como si de un muro se tratase.

—Es que no puedo —lloré —no, no... Me han destrozado completa, Paige —la miré.

Paige estaba más que afectada, tanto que no podía consolarme con palabras. Además, ella sabía que no iba a decir nada que cambiara mis sentimientos, así que sólo esperaba que me desahogara, gritara y rompiera lo que se me diera la gana.

Paige me ayudó con mi cabello, lo secó y luego buscó mi pijama. Se quedó a mi lado, aunque no pudiese dormir. Sólo ahí, cuidándome como si fuera su hermana.

—¿cómo se lo diré a su madre? —le pregunté a Paige, quien hablaba por mensajes.

—No te preocupes por eso.

—¿Y a Evan? —bajé la voz.

—No eres la encargada de dar estas noticias, Bianca —me observó —. Yo me encargaré, ahora sólo intenta dormir.

—Me fumaré un cigarrillo y vuelvo a la cama —dije y ella asintió.

——

Una semana después

Sesión 1.

Se acomodó los lentes con la punta de sus dedos y luego miró su libreta. No hablé. Ella se acomodó en la silla y me sonrió con comprensión.

—Bianca, quiero ayudarte —expresó.

Silencio.

—¿Vas a la universidad?

—Si.

—¿Qué estudias?

—Arquitectura.

—¿Has ido durante ésta semana?

—No, ni la anterior.

—¿Quieres que hablemos de eso?

Me encogí de hombros.

—¿Por qué no has asistido a la universidad?

—No quiero seguir estudiando —alcé mi vista.

—¿Tal vez porque quieres otra carrera?

—Porque no quiero y ya.

——

Sesión 2.

—Veamos Bianca, ¿Has sentido la necesidad de acabar con tu vida durante el último mes?

—No.

Si decía que no, había un 70% de probabilidades de que dejáramos de hablar de esto.

—Haremos una temática hoy ¿te agrada? —sonrió, me encogí de hombros indiferente, no quería estar ahí. Sólo quería ir a casa y meterme debajo de las sabanas —Te diré nombres conocidos y tú los definirás, en una palabra.

Asentí.

—Claire Hayden.

Me quedé pensativa por unos segundos, luego comencé.

—Traición.

—Claire Morelli.

Mi corazón hizo un clic.

—Infancia.

—Paige Vicentino.

—Amistad.

—Vincent Hayden.

Sentí las uñas clavarse en mis palmas por mis manos empuñadas. ¿Cómo podía referirme a Vincent Hayden? Cuando oía su nombre se metía por mis oídos y ya no lograba pensar en otra cosa que en todo lo que me había hecho y lo que continuaba haciendo conmigo. En sus manos, su risa morbosa, su rostro. No podía dejar de pensar en cuánto lo detestaba, en todas las noches que me levanté corriendo de la cama para esconderme o simplemente a vomitar por una pesadilla. Sólo quería asesinarlo o que se fuera muy, muy lejos. Pero, a todo lo que pensaba, sólo pude articular una vana palabra, que no demostraba en absoluto todo lo que estaba pensando:

—Asco.

Ella alzó su mirada, se quedó mirándome unos segundos y luego regresó a su libreta.

—Dayanne Campbell.

—Indiferencia.

—Stefano Morelli.

Papá.

—Nadie.

—Debes definirlo, en una palabra —me observó la psicóloga.

—Regalos.

Ella frunció el ceño, pero continuó.

—Damián Wyde.

Mi corazón latió con fuerza, alcé la vista y ella me estaba mirando fijamente. Tragué la saliva de mi boca, mis ojos una vez más se empañaron. No podía oír nada sobre Damián sin sentir culpa, molestia y dolor. Mucho dolor.

—Damián Wyde —repitió.

—Serendipia.

—¿Serendipia?

—Si.

Ella anotó un par de cosas nuevas y continuó.

—Julie Williams.

Tragué saliva. Hace muchísimo tiempo que no hablaba con Julie, de repente todo a mi alrededor desapareció de un momento a otro y no tenía idea de cómo regresarlo a la normalidad. Julie había sido parte de mi vida por muchísimo tiempo y no había dimensionado cuánto la extrañaba.

—Mamá.

La psicóloga sonrió sin darse cuenta, pero no continuó preguntándome más nombres. Me habló acerca de las cosas que veía en mí, como mis atributos, pero yo no quería oírla. La verdad no estaba para nada bien con la decisión de estar en una sala contándole mis problemas a una extraña, pero Paige insistía en que debía ir.

—¿Has hablado con Claire? —me preguntó como un tema cotidiano, no sabía cómo los psicólogos hacían su trabajo ni menos cuáles eran las preguntas claves para sacarme información, así que no podía ser detallista ni minuciosa con mis respuestas.

—No.

—¿Te ha llamado?

—Cientos de veces, pero no quiero hablar con ella.

——

Sesión 3

—¿Te has hecho daño durante la última semana? —preguntó.

No, pero he ideado mil formas de hacerlo. Paige está vigilándome diariamente para que no haga nada estúpido. Va a mi departamento en cuanto despierto y se va cuando ya las pastillas me han hecho efecto. He calculado día tras día la distancia de mi balcón al cemento y he pensado en si moriría enseguida, en el aire, o cuando me estrelle con el cemento ¿si me lanzo de cabeza será más rápido o sólo quedaré en estado vegetal? He dejado unos días el auto y he andado en metro, he calculado a la velocidad que viene, también me he parado al final de los andenes y he calculado la diferencia de velocidad cuando se detiene y cuando llega a la estación. Pero los trenes son algo más rápidos y pesados, también lo averigüé. Como Paige está todos los días conmigo, he calculado cuánto tiempo le bastaría llevarme al hospital luego de que me corte de forma vertical los brazos o me entierre en el cuello alguna cosa por "accidente". Pero no, no me he hecho daño.

—No —contesté.

—¿Has asistido a la universidad?

—No, recibí una carta. Dicen que si no me presento pronto dejarán mi año como perdido, y probablemente me expulsen para siempre.

—¿Estás bien con eso? —alzó la vista.

—Creo que sí.

—¿Estás haciendo alguna actividad extra? —me sonrió.

—Dibujaba, pero no lo estoy haciendo mucho. De hecho, hace semanas que no lo hago, no estoy concentrada en eso ahora.

—Quiero hablar de algo en específico contigo, Bianca —ésta vez ella se acomodó en el sofá y subió sus anteojos con la punta de su índice. Me observó fijamente a los ojos. —Quiero ayudarte, realmente quiero hacerlo y necesito que seas honesta conmigo.

Sentí que estábamos hablando el mismo idioma por un minuto y también sentí que quería decirle todo lo que estaba ocurriéndome y caí en la realidad de que quería pedirle a gritos que me ayudara a encontrarme conmigo misma porque no sabía a dónde dirigirme. Pero, luego imaginé lo tortuoso que era expresar todo y lo mal que me sentía luego.

—Cuando era joven —me contó —. Me parecía muchísimo a ti y sentía que mis problemas eran tan grandes que apenas podía respirar, pero encontré la manera de focalizar todo lo que sentía con cosas que me hacían bien...

—¿Cómo hizo eso?

—Busqué en lo que era buena, lo que me hacía sentir bien conmigo misma.

—¿Y si todo ha salido mal?

—Te aseguro que llegará un momento en donde valdrá la pena.

—Dios... —respiré profundo.

—Quiero que hablemos de Vincent Hayden.

Sentí mis músculos tensarse.

—Pensé que esto era para ayudarme —mi voz fue tan baja que ella se acomodó un poco más cerca de mí.

—Estoy sintiendo que no estamos avanzando y estoy poniendo todo de mi parte para salvar tu vida —expresó.

—No quiero que me salve la vida, estoy bien así.

—Vincent Hayden es un empresario multimillonario, con una mansión soñada, autos por doquier, empleadas, una familia feliz a la vista del público —comenzó a decir —. Seguramente su trabajo cuenta con sentarse detrás de un escritorio y firmar papeles o ir a restaurantes a cerrar tratos de negocios. El típico hombre rico de la ciudad ¿no?

Asentí.

—Pues para mí, es sólo una persona más en este mundo —explicó.

—¿A qué quiere llegar con todo esto?

—En cada sesión, desde ahora, hablaremos de una persona de tu vida. Lo que representan para ti y su parentesco.

—¿No podíamos comenzar con otra persona?

—No, Bianca —dejó la libreta en sus piernas y me observó con empatía —. Estás en un lugar sin cámaras, sin grabadoras, nadie te está escuchando más que yo. Y créeme que yo siempre intentaré ayudarte.

Asentí silenciosa.

—Así que vamos, algo fácil. ¿Cuándo fue la primera vez que viste al esposo de tu madre?

Así fue cómo comencé a hablarle y a contarle quién era Vincent Hayden y cómo lo había conocido. No hablamos acerca de lo que me hacía ni de por qué sentía tanto asco o miedo por él y ella no me presionó. Le conté que la primera vez que lo había visto no habíamos hablado demasiado, pero que, había sido relativamente amable conmigo. Mi relato se extendió por largos minutos, y cuando llegué a la parte en donde nos íbamos a vivir junto a él a su gran mansión, me detuve.

Salí de la sala con un peso menos en mis hombros, pero, aun así, sentía que iba a caerme de frente al cemento.

Me subí al auto y me dirigí al lugar que debí haber ido desde que comencé a sentir ganas de acabar con mi vida: Julie.

Ella en cuanto me vio, me abrazó con fuerza por largos minutos y yo intenté no quebrarme frente a sus ojos.

—Bianca, estás delgadísima —me observó de pies a cabeza y tomó mi rostro con ambas manos — ¿Cuándo saliste de aquél lugar?

—Hace algunas semanas.

Me quedé junto a Julie gran parte de la tarde, almorzamos juntas, aunque en realidad no tenía demasiada hambre. Me contó acerca de su nuevo trabajo y también quiso indagar en lo que se había convertido mi vida luego de salir de ese caótico lugar. Le expliqué muy poco, ni tampoco me atreví a contarle la mala noticia que tenía de Damián porque, aunque habían pasado algunas semanas, seguía sin aceptarlo y si lo decía en voz alta, se volvería real ésta pesadilla una vez más.

Por la tarde llamé a Paige y fuimos por un café. Me contó acerca de la universidad, también de algunas notas en sus trabajos y alguno que otro problema que había tenido con Daven. Todavía no entendía cómo Daven y Owen no habían preguntado por su amigo o, al menos, dar con su paradero.

No llamé a mamá. No llamé a papá.

Por la noche fui a serendipia a fumar un par de cigarrillos. Mi mente estaba completamente en blanco, sólo podía pensar en lo que estaba completamente decidida a hacer. Pensé en los ojos de Damián, en su risa, en las locas conversaciones que inventaba y también en las carcajadas a las tres de la madrugada que, suponía, despertaban a todo el vecindario.

Todo el día estuve prácticamente despidiéndome de las personas que consideraba importantes para mi vida, incluso Damián en ese callejón vacío que habíamos nombrado como el planeta de serendipia.

Todo había pasado demasiado rápido y yo no había sido capaz de detener el tiempo. No había sido capaz de encontrarme conmigo misma y decirme "Hey Bianca, tú vales, vales mucho más de lo que crees" No había sido capaz de buscar cosas positivas en mi vida ni menos atributos que me convencieran de vivir una vida feliz, o al menos, simplemente vivir. Me había negado completamente a recibir algún tipo de ayuda, luego llegó Damián a voltear todo lo que estaba sintiendo y pensando, a luchar conmigo y por mí. Y lo dejé caer. Nuevamente me cegué, pero durante los últimos días prometo que lo intenté. Intenté mirarme en el espejo y decirme lo afortunada que era de poseer una vida, de tener un techo en donde refugiarme y también una tan buena amiga. Además de Julie que se asemejaba a una madre. Intenté escuchar a la psicóloga y no pensar constantemente en cómo acabar con mi vida. He tomado todos mis medicamentos al pie de la letra, pero no, a pesar de todo, no creo poder seguir adelante.

Encendí la radio y subí el volumen al máximo. Allí comenzó a sonar una canción que erizó mi piel por completo "Welcome to my life – Simple Plan" Deslicé el vidrio y me acerqué lentamente al balcón. El aire frío chocó con mi rostro, podía sentir mi nariz congelándose, pero seguía de pie mirando a la nada. 2:46AM marcaba mi teléfono. Detrás de mí sólo podía oír la letra de la canción desgarrando cada parte de mi cuerpo.

"¿Alguna vez te sentiste como si te estuvieras derrumbando?

¿Alguna vez te sentiste fuera de lugar?

Como si de algún modo no encajaras y nadie te entiende

¿Alguna vez quisiste escapar?

¿Te has encerrado en tu habitación?

Con la radio encendida tan alto para que nadie te escuche gritar.

No, no sabes lo que es cuando nada se siente bien.

No sabes lo que se siente ser como yo."

Apoyé un pie sobre la baranda del balcón y mi corazón comenzó a latir con fuerza, tanta fuerza que lo sentía en mi cabeza.

"Ser herido

Sentirte perdido

Ser abandonado en la oscuridad

Ser pateado cuando estás deprimido

Sentir que has sido empujado

Estar al borde de romperte

Y que nadie esté ahí para salvarte

No, no sabes lo que es

Bienvenido a mi vida"

Cerré mis ojos con fuerza.

Pero alguien comenzó a golpear la puerta principal con fuerza indescriptible, respiré profundo intentando ignorar el sonido de la música además de los golpes en la puerta. Se fueron intensificando de sobremanera, de seguro venían para decirme que bajara el volumen.

Acomodé mis pies, miré las estrellas una vez más, que brillaban con fuerza. Y, antes de que decidiera balancearme hacia adelante, escuché un estruendo en la sala del departamento, me afirmé con fuerza de la baranda, y aterrada caí en la realidad de lo que estaba haciendo.

—¡Bianca! —escuché su voz por encima de la música. 

***

Muchísimas gracias por la paciencia, estoy escribiendo mucho, me bajó la inspiración, así que nos volveremos a leer más pronto que tarde. 

¡No olviden dejar sus opiniones y sus votos!

BESOPOS

XOXOXO

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