Capítulo 39 - Cegado
Brain me había dado cada detalle del lugar en donde se encontraría Vincent Hayden junto a sus colegas en una reunión de negocios. Era un restaurant prestigioso y ni siquiera le pregunté a Brain como había conseguido un cupo para mí esa noche como mesero.
Llegué al lugar por la puerta trasera del restaurant y en un colgador había algunos uniformes con nombres, me acerqué a paso firme y entre todos los que habían, ahí estaba mi nombre. Brain era un genio. Rápidamente me vestí y cuando salí del camarín me di cuenta de que estaba lleno de meseros hablando unos con otros, hasta que finalmente una mujer nos reunió a todos.
—Todos saben sus mesas, así que no hay problema con eso ¿no? —habló fuerte, todos asintieron, excepto yo. Ella se quedó fijamente mirándome —Tú debes ser nuevo —buscó en su lista, hasta que se detuvo —Damián ¿cierto? —asentí —Estás en la mesa 16, son unos empresarios que estarán en reunión así que probablemente les ordenen muchísimas cosas.
La mujer continuó hablando hasta que finalmente los chicos que ahí había se dispersaron y comenzaron a hacer su trabajo. A ratos miraba por la puerta para saber si había llegado el puto de Vincent, hasta que finalmente lo vi, con un traje sumamente elegante caminaba tranquilo hasta la mesa 16 junto a algunos socios.
—Es tu turno —una chica me habló y me guiñó un ojo.
—¿Alguien estará conmigo? —pregunté.
—Sí, son dos por mesa —comentó.
—Bien.
Salí con mi libreta en la mano y a paso firme me dirigí a la mesa en donde estaban los empresarios. Me aseguré de que mi camisa estuviese en orden, mi cabello también y luego me puse en frente a la mesa.
—Bienvenidos al Rincón de la mancha, les facilito de inmediato los menús para que puedan escoger con tranquilidad lo que comerán esta noche —hablé.
Todos me sonrieron, excepto Vincent Hayden, quien, al escuchar mi voz, se volteó a mirarme enseguida con odio en sus ojos, pero no se atrevió a decirme nada.
Así transcurrió toda la noche, les serví vino, comida, bebidas, agua. Los escuché hablar un sinfín de cosas irrelevantes y también me dediqué a observar fijamente a Vincent a los ojos, para que se diera cuenta que estaba mirándolo, pero él solo desviaba su mirada hacia sus colegas.
—Señor —me dirigí a Vincent, él levantó su mirada —Creo que no le he traído nada para cortar, tenga usted —tomé el cuchillo entre mis manos, y mientras los colegas de Vincent conversaban sin percatarse de la situación, deslicé el cuchillo por la servilleta rápidamente y luego lo dejé con fuerza sobre la mesa. Vincent me observó fijamente.
—Gracias.
—Cuando guste puedo traer otro.
Y enterrárselo justo en la garganta, pensé.
Mis días comenzaron a pasar rápido, ya que me levantaba temprano para ir al trabajo en la cafetería de la universidad y por las noches me dedicaba a extorsionar a Vincent. Comencé con ese pequeño trabajo de mesero, pero luego a todos los lugares que iba se encontraba conmigo. Parques de diversiones, de compras al supermercado, arreglos de su coche. Hasta me atreví a recortar papeles y escribir "Vincent Hayden es un violador" en la entrada de su empresa. También rayé el muro de su gran mansión y, por supuesto, su lujoso auto no podía quedar atrás, con lápiz permanente escribí en su auto "Vincent Hayden = Rico abusador". Creo que esa fue la gota que rebalsó el vaso porque dejó una nota en mi moto para que fuera a su casa a hablar con él, por supuesto que no fui, pero no fui el día en que me lo pidió. Fui otro día y me encontró de sorpresa adentro de su oficina con todas las luces apagadas.
—¿Ya te has cagado en los pantalones? —le pregunté en cuanto entró en su oficina.
Él cerró la puerta a su espalda.
—¿Qué demonios quieres, Damián? —se acercó a mí.
—Ya sabes lo que quiero, no me hagas repetírtelo una vez más.
—¿Cómo quieres que saque a Bianca de ese lugar cuando en realidad está completamente loca? ¿Cuándo se está inventando historias acerca de mí que tú le crees?
—¿Hasta cuándo vas a mentir? Te vi, Vincent, te vi abusando de ella y aun así lo estás negando ¿qué tipo de ser humano eres?
—Quiero que me dejes en paz —exigió.
—Claro que no lo haré —reí.
—Lo harás porque si no tu pequeña Bianca sufrirá las consecuencias.
Me quedé en silencio.
—Luego de soportar todo este mes con tus extorsiones baratas, siguiéndome a todos los lugares que voy y amenazándome. He decidido hacer algo, que Bianca pague por todo el daño que tú estás haciéndole a mi imagen.
—¿De qué hablas?
Lo vi sacar su teléfono, apretó un botón y una pantalla apareció en el proyector de la sala. Era un video de la sala en que se encontraba Bianca. Mi estómago se apretó con fuerza. Seguía amarrada, pero ésta vez de una mano y de ambos pies. Lloraba a gritos para que la soltaran, y cuando llegan las enfermeras, ella se niega a tomar las pastillas. En eso comienzan a golpearla y a torturarla hasta que logran su objetivo, hacerla dormir.
Tragué saliva. Respiré profundo e intenté respirar.
—Vas a dejarme en paz o Bianca seguirá ahí y seguirán maltratándola así.
—Hijo de puta —lo miré fijamente.
Me acerqué a él y con mi mano empuñaba lo golpeé directamente en la nariz, él se desequilibró, pero con el segundo golpe que le di logré tirarlo al suelo. Lo golpeé tanto hasta que me cansé, pero él no se defendía, sólo se reía como un enfermo bajo mi cuerpo. Estaba ensangrentado.
—Mátame, Damián. Hazlo —decía apenas —Bianca nunca saldrá de ahí, irás a la cárcel, no podrás ayudarla.
Mis nudillos ardían, tenía tanta rabia que me tiritaba todo el cuerpo. Lo golpeé una vez más y me puse de pie intentando razonar. Intentando pensar claro y de manera objetiva, aunque eso me costara de sobremanera. Mi mandíbula estaba tan apretada que podía sentir como mis dientes crujían. Volteé su mueble, rompí su notebook y destrocé todo lo que había a mi paso, papeles y demás. Sabía que a él no le interesaba lo material, pero debía desquitarme con algo antes de matarlo a golpes en las bolas.
—Voy a matarte —lo señalé —No ahora, pero lo haré. Y sufrirás tanto que te arrepentirás de todo lo que has hecho.
Él no dijo nada y yo sólo me marché.
Aparqué la moto en donde siempre, me bajé y lancé el casco al cemento como si tuviese el suficiente dinero para comprar diez más. Caminé de un lado a otro, apreté mis puños, grité con fuerza y aun así la rabia no salía de mi tórax.
Tomé el teléfono que estaba en mi bolsillo.
—Lo voy a matar, te prometo que lo voy a matar —solté con rabia.
—¿Qué? Cálmate ¿dónde estás?
—Lo detesto, me da asco sólo pensar en que existe en realidad.
—¿Dónde estás?
—¡¿Qué mierda importa eso, Brain?!
—Te dije que me llamaras cuando fueras a actuar ¿no?
—Te estoy llamando.
—¿Entonces nos juntamos afuera de la casa de Vincent Hayden?
Cuando escuché eso salir de su voz, volví a sentirme en el planeta tierra. No. Estaba mal. No podía ser tan estúpido.
—Olvídalo.
—¿De qué hablas?
—Tenemos que ser más inteligentes, Brain.
—Si quieres que lo asesinemos sin dejar rastros, déjamelo a mí.
—¿Cómo puedes hacer eso?
—Veneno.
Colgué.
——
Trabajar cada día en la cafetería me hacía sentir un poco más paranoico de lo normal. Miraba las mesas en donde los compañeros de Bianca conversaban, en donde seguían su vida con normalidad y yo no podía entender cómo todo estaba tan normal cuando Bianca estaba encerrada en un hospital psiquiátrico. Paige se había acercado en cientos de ocasiones para hablar conmigo, pero la evité a toda costa. No quería entrometerla y que luego Daven me colgara de las pelotas por eso, menos su padre, que era un narcotraficante.
—Si sigues haciendo como que no existo, será muchísimo peor. Te conviene decirme la verdad, Damián —escuché su voz aguda. Luego la observé, su cabello rojo estaba en una coleta alta y sus pecas conseguían que su rostro no pareciera extremadamente amenazador. Claro que su voz sí.
—Te dije que no quiero que te entrometas.
—Me estás obligando a ir a casa de Bianca para preguntar directamente qué demonios ocurrió.
—Paige...
—¡Damián, Damián, Damián! —la voz de Dayanne interrumpió mi explicación.
Paige y yo la miramos en silencio.
—Ya acabó todo con Bianca ¿no?
—¿Quieres comprar algo, Dayanne? —Alcé las cejas. —Estoy trabajando.
—¿Te costó darte cuenta que Bianca Morelli estaba completamente loca? Mi padre me ha contado que Vincent tuvo que encerrarla en un hospital psiquiátrico —rio —Y tú, dándolo todo por ella en ese aeropuerto.
—Más vale que te calles —escupió Paige.
—¿Por qué te metes tú? Gnomo pelirrojo.
—¿Qué demonios quieres? —continuó Paige.
—Definitivamente no hablar contigo —contestó Dayanne y luego continuó dirigiéndose a mí. —¿Cómo es eso de que Bianca se ha inventado que Vincent es un abusador?
—No son temas que te incumban, la verdad.
—Por supuesto que no, pero Bianca era mi amiga y me gustaría saber acerca de su grado de locura —soltó una carcajada.
Paige se dirigió rápidamente a mi vista.
—Si no vas a comprar nada, en serio, te pido que te vayas —dije mirando a Dayanne.
—¿Ahora si podemos tener una cita? —Me preguntó ella apoyándose en el mesón. —Digo, ahora que se supo que Bianca se le zafó un tornillo.
No esperé que ocurriera demasiado, pero Paige de un puñetazo botó a Dayanne al suelo. Dayanne gritó, pero Paige la miró hacia abajo, acomodó su cola de caballo y se largó de la cafetería. Por protocolo de la universidad, tuve que ayudar a Dayanne a ponerse de pie y darle un vaso con agua.
—No sé por qué estas chicas resuelven todo a puñetazos —decía mientras se peinaba el cabello con la punta de sus dedos.
—Siempre estás hablando demás, Dayanne.
—Sólo digo las verdades en la cara de las personas y los cavernícolas resuelven todo a grandes puñetazos.
La miré por unos segundos más. Tenía suficientes cosas en mi cabeza como para estar escuchándola. Aunque a veces me causaba lástima, ya que cuando una persona grita por atención es porque probablemente jamás la tuvo, además, siempre salía amoratada y ensangrentada de las peleas en la Universidad.
Por la noche Paige volvió a llamar y no tuve más remedio que contarle todo lo que le estaba ocurriendo a Bianca. Ella solo escuchaba paciente y creo que, jamás, había hablado 30 minutos con una persona por teléfono. Paige mantuvo la calma, aunque mantener la calma en las personas con su apellido siempre significaba asesinar a alguien, suponía, de ante mano, que Vincent Hayden se había ganado un enemigo más.
——
Carta 3: Estoy muy molesto. Creo que nunca había sentido tanta molestia en mi vida ¿la has sentido alguna vez? ¿se ha calado por tus venas? Esa sensación que todo tu cuerpo tiembla, tus dientes crujen y de pronto todo se vuelve negro. No razonas. Gritas. Golpeas con fuerza. Rompes todo a tu paso. Dios. Lo estoy sintiendo tanto, Bianca. El odio está haciéndome sentir que soy invencible, y, cuando me calmo, sé que soy sólo huesos que pueden romperse con facilidad. ¿Me perdonarías si cometo una locura? ¿Me perdonarías si te saco de ahí pero ya no estoy más a tu lado? ¿Serías capaz de perdonarme por querer verte libre, pero sin mí?
——
El plan ya estaba hecho y la única persona que podría arruinarlo era yo. Le serviría una copa exclusivamente a Vincent Hayden, la tragaría y quemaría todo su esófago y sentiría tanto dolor que apenas iba a recordar su nombre. Le iba a faltar tanto el aire que se acordaría de que Dios existe y que, probablemente, no lo ayudaría.
No podía mirarlo sin querer verlo muerto. Estaba sintiendo tanto odio que no podía disimular. Brain me explicó que debía ser un buen mentiroso, mirarlo casi con amabilidad, él sabía que Bianca podría ser una buena mentirosa, y claramente estaba seguro de que yo prefería matarlo a golpes antes de ocultar el odio que sentía en contra de él.
Brain se encontraba afuera del restaurant y yo intentaba con todas mis fuerzas parecer feliz de atender a empresarios del nivel de Vincent Hayden.
—¿Estás bien? —me preguntó una chica.
No sé qué expresión tenía para que ella se preocupara por mí. Probablemente mi mandíbula inferior estaba haciendo tanta presión que podía oír los chillidos de mis dientes, pero luego aseguré que eso era una estupidez.
—Estoy bien —contesté sin más. Esbocé una sonrisa sin dientes y ella pareció conformarse con mi minúscula respuesta.
En cuanto llegaron los empresarios para tener su fabulosa cena, puse mi plan en marcha. Vincent Hayden observaba todos mis movimientos, podía sentirlo e intenté que no notara mi notable desagradado.
—¿Más vino? —pregunté, todas las personas sentadas en la mesa aceptaron y así fue como regresé a la cocina.
Serví copas de vino, una a una y derramé el líquido en la copa que sería de Vincent. No dudé por ningún segundo lo que estaba haciendo.
Cada paso que daba hacia la mesa una imagen nueva se aparecía en mi cabeza. Bianca, sus ojos azules, el callejón oscuro, su rostro ensangrentado y sus llantos por las noches. Su rostro de terror cuando Vincent estaba en su espalda y sus ojos ilusionados cuando creía que nos iríamos lejos. Cada imagen me hacía sentir cada vez más convencido de lo que estaba haciendo.
Llegué al lugar y serví copa a copa, persona a persona, hasta que finalmente se la tendí a Vincent. Me quedé de pie por unos segundos sólo por el hecho de que quería que me observara cuando se estuviese quemando su esófago y garganta. Levantaron sus copas en el aire, un hombre dijo unas palabras, hubo risas y luego brindaron, pero antes de beber, los ojos de Vincent se quedaron fijamente en los míos, la copa se fue a su boca y cuando pensé que iba a beber, el vidrio se deslizó por su mano y luego se estrelló contra el suelo rompiéndose en mil pedazos y dejando el vino esparcido por el suelo del restaurante.
Mi boca se secó. Mi corazón dejó de latir y fue como si todo se hubiese vuelto oscuro. Se había dado cuenta. Por un momento sólo podía verlo a él, sonriendo victorioso, mientras sus colegas intentaban llamar a los camareros para que limpiaran el desastre. Vincent se disculpaba amablemente con las personas que limpiaban el suelo y luego, al ver que su vestimenta de millones de dólares estaba sucia, intentó despedirse.
Tomé mi teléfono y comencé a teclear:
"Lo mataré, lo mataré".
No esperé que Brain me respondiera, mi teléfono comenzó a vibrar en mi bolsillo, pero sólo lo silencié. Entré al camarín, me saqué el delantal que traía puesto y salí del restaurante directamente a los estacionamientos. Me quedé silencioso, esperándolo, pensando en los mil y un golpes que debía darle para que muriera de una vez. No podía pensar, ni tampoco respirar como lo haría una persona con sus cinco sentidos bien puestos.
Divisé a Vincent caminando hacia su camioneta, estaba hablando por teléfono y en cuanto colgó me dirigí hacia él. Ni siquiera tuvo tiempo de decir algo porque rápidamente mi puño se estampó en su rostro. Me cegué completamente y casi no podía ver nada más que el hijo de puta que estaba destrozando más de una vida. Golpeé y golpeé sin cansancio.
Un hombre, hace años, había muerto de un pelotazo en la cabeza. Y según los expertos, el cuero cabelludo estaba hecho para rebotar como una esponja mientras se recibían golpes, pero, golpes con una intensidad de fuerza mayor podían provocar la muerte. Preocúpate cuando comiences a dormirte, preocúpate cuando pierdas el conocimiento y no sepas qué está ocurriendo, cuando tu vista pese mucho más que tu mismísimo cuerpo.
Vincent no respondía con golpes y probablemente tenía sus ojos cerrados, no lo sabía, pero ya en el suelo, golpeé hasta lo más profundo de sus testículos y cabeza. Y cuando pude darme cuenta de lo que había hecho, por fin pude sentir los brazos que me tomaban y me corrían hacia atrás.
—¡Damián! —escuché una voz a kilómetros de distancia, pero cuando pude regresar mi mirada, estaba a mi lado, era Brain. —Damián —continuó —¿Qué demonios has hecho?
***
¡Muchísimas gracias por leer! Nos vemos en el siguiente capítulo. No olviden dejar sus comentarios y sus votos.
BESOPOS
XOXOXO
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