3. Un respiro
«Dicen que después de una tormenta siempre llega la calma, y yo deseo que pronto encuentres la estabilidad que sé que me estoy llevando».
—.—
«—Ken... Despierta, Ken.
—¿Eh? ¿Qué pasa?
—Yo... he roto aguas.
—¿¡Has roto aguas!? Pero... aún queda casi un mes para que nazca el bebé.
—Lo sé.
—Está bien. Tranquila. Vamos a coger las cosas y te llevo al hospital.
Draken aún recordaba el gesto preocupado de Emma, el silencio en el coche hasta llegar al centro médico, la agitación de los primeros momentos allí y el miedo ante lo que podría pasar.
Sin embargo, y pese a haberse adelantado más de tres semanas, Touma nació fuerte. Era pequeño, pero milagrosamente llegaba a los dos kilos y sus pulmones estaban bastante desarrollados, lo suficiente para no necesitar incubadora, aunque sí un par de dosis de un medicamento para madurarlos y algo más de vigilancia en el hospital durante sus primeros días de vida.
Después de los controles necesarios tras el nacimiento, madre e hijo fueron trasladados a la habitación. Ken esperaba por ellos mirando por la ventana hacia el exterior, donde los primeros copos estaban empezando a caer.
—Parece que este niño no quería perderse la primera nevada del invierno.
Draken se giró al escuchar al celador y se encontró con la imagen de Emma, cansada pero sonriente, con su pequeño bebé en los brazos.
Aquella preciosa instantánea quedó grabada para siempre en su retina».
—Puedes volver ya a casa, Ken. —La voz de Shinichiro le trajo de vuelta de sus recuerdos—. Parece que va a seguir nevando y, por lo que dicen, puede que sea de forma abundante. —Se acercó a la puerta, colocándose a su lado y mirando la nieve caer—. Es sorprendente que lo haga en estas fechas, ¿verdad?
—Sí. No es muy normal ver nevar en marzo.
—¿Sabes? La nieve siempre me hace pensar en Touma. —Draken asintió. Iba a decirle que justo estaba recordando el momento de su nacimiento cuando Shinichiro volvió a hablar—: En serio, no sé en qué estaba pensando mi hermana.
En cuanto aquellas palabras salieron de su boca, Ken lo sintió tensarse. Sabía que había sido un comentario inconsciente pero no pudo evitar que se le encogiera el estómago.
Se hizo un silencio algo incómodo entre ellos mientras ambos seguían contemplando el blanco que empezaba a teñir el suelo. Tras un par de minutos, el mayor apoyó la mano en el hombro de Draken, apretándolo ligeramente.
—Venga, no pierdas más tiempo y regresa a casa antes de que se complique el camino.
—¿De verdad no quieres que me quede a ayudarte un rato más?
—No. De hecho voy a cerrar y también me voy a marchar ya. Quiero comprar algunas cosas para el abuelo antes de ir a casa.
—Está bien, entonces me voy.
Poco después, Draken se montó en su moto, se ajustó bien el cuello de la chaqueta y se colocó el casco. Luego puso rumbo a su hogar.
Condujo con cuidado, mientras los pequeños cristales de hielo chocaban con su visera y resbalaban por ella y el viento gélido se le colaba por aquella chamarra que no abrigaba lo suficiente —porque tampoco había previsto que le iba a hacer falta abrigarse mucho—, pensando en todo lo que había ocurrido en esa fría estación.
Y es que, pese a la inesperada e inusual nevada, el invierno estaba llegando a su fin, cosa que agradecía, pues no había sido la mejor época para él. Aunque podía decir que en el momento actual su vida por fin parecía estar en un punto más estable, dándole un respiro.
Tras la decepción de Thomas en su cumpleaños y después de unas largas y tristes navidades, Draken por fin se armó de valor para explicarle a su hijo la realidad de la ausencia de Emma.
Las lágrimas del niño fueron inevitables, así como sus preguntas —no solo en aquel momento, sino días y días después—. Sin embargo, el escenario no fue tan terrible como había imaginado.
Tal vez saber la verdad, y no esperar la llamada o la vuelta de su madre constantemente para luego decepcionarse al darse cuenta de que no iba a llegar, le permitió empezar a gestionar su dolor y su rabia de manera más sana.
No obstante, Draken decidió no confiarse y dejar ese proceso solo en manos del tiempo. Por ello, acudió al psicólogo del jardín para comentar la nueva situación por la que estaba pasando Thomas y lograr que recibiera ayuda profesional, mientras él le ofrecía todo el apoyo y el amor incondicional en casa.
También, desde principios de año y para no tener que ausentarse de su hogar durante varios días, había comenzado a trabajar en la tienda de motos de Shinichiro, al tiempo que enseñaba a Inupi los entresijos de las carreras para que el impacto de su marcha en el desarrollo del trabajo de Mikey fuera mínimo. Y ahora que estaban a punto de tener su primera competición oficial juntos iban a ver los resultados de su esfuerzo.
Thomas pasaba algunas tardes en el taller con ellos y hasta le habían preparado una zona en el pequeño despacho para que pintara o jugara mientras estaba allí. Aunque al pequeño lo que realmente le gustaba era sentarse junto a su padre o su tío y «ayudarles» con el arreglo de las motos.
Los días de más jaleo en el trabajo, Mana se encargaba de llevarlo al parque para que estuviera con sus amigos y algunas veces eran Hina y Take quienes lo acompañaban a disfrutar de una tarde de juegos.
Pero quien más se ocupaba de Touma cuando su padre estaba ocupado era Mikey. De hecho parecía vivir en su casa más que en la propia, regresando a ella casi únicamente para dormir.
Aquel día no era la excepción, y cuando entró en su hogar sacudiéndose la nieve que le había caído encima durante el trayecto, el olor que lo recibió le abrió instantáneamente el apetito y eso que él no era fan de los dulces.
Sin embargo, lo que vio al adentrarse un poco más le quitó el hambre de golpe.
—¿Qué ha pasado aquí?
Mikey se sobresaltó al escuchar la voz de su amigo.
—¡Papá! ¿Quieres? —preguntó inmediatamente el niño ofreciendo uno de aquellos pastelitos con forma de pez.
—¡Kenchin! Tú... lle-llegas pronto. —La mueca en su rostro, el inusual titubeo en su voz y el nerviosismo de sus manos, unidas a la harina salpicada aquí y allá por su cara y su ropa casi hicieron reír a Draken.
Casi.
Lo hubiera hecho si su cocina no se pareciera a un campo de batalla, con fuentes llenando el fregadero y restos de comida esparcidos por cada rincón de la encimera.
Sin embargo, antes de iniciar su perorata sobre el orden y la limpieza, se fijó en la genuina sonrisa que lucía su hijo comiendo un taiyaki casero de esos que había preparado junto a su tío.
Aquello compensaba con creces cualquier desastre, así que, para sorpresa de los presentes —sobre todo de Mikey, que ya esperaba una buena charla—, simplemente se agachó hacia su pequeño y lo estrechó con fuerza entre sus brazos, robándole un bocado del esponjoso pez, y sin importarle mancharse con la misma mezcla que cubría la ropa y el rostro de su hijo.
Manjiro se acercó con un paño húmedo y le limpió la cara.
—¿Qué haces, Kenchin? Te estás poniendo perdido.
—Es que quiero ir a juego con vosotros —bromeó al tiempo que le sostenía la mano para que dejara de limpiarlo y regalándole una hermosa sonrisa.
Mikey se mantuvo quieto un instante para luego dirigirse a él muy serio.
—Bueno, si eso es lo que quieres...
Entonces tomó un poco de harina de la encimera con la mano libre y se la pasó por la cara para volver a mancharlo. Soltó una carcajada al ver abrirse los ojos de Draken ante la inesperada acción.
Thomas se unió rápidamente al juego, ensuciando también parte del cabello y las mejillas de su padre, que fueron los sitios donde colocó sus manitas.
La risa del niño al verle tan embadurnado como ellos fue como música para los oídos del hombre, contagiándose enseguida de su alegría.
Y en ese momento fue consciente de que era la primera vez que reían juntos desde hacía meses.
Miró la cocina empantanada, a su hijo y a Mikey, y todo le pareció hermoso.
Murmuró un «gracias» dirigido a su amigo y estrechó nuevamente a Thomas con fuerza.
—.—
Un rato después, y tras haberse dado una ducha y vestirse con ropa cómoda, Draken bajó a la cocina para comenzar con la preparación de la cena. Al llegar se encontró el lugar mucho más recogido y limpio de lo que esperaba. Mikey estaba terminando de fregar unos cuencos mientras Thomas hacía un dibujo sentado en la mesa.
—¿Cómo habéis arreglado el desastre tan deprisa?
—Eso es porque Thomas y yo somos hombres de acción rápida —respondió Mikey guiñándole un ojo a su sobrino. El niño asintió.
—Está bien. Pues ahora a ver si sois igual de rápidos para el baño y acabáis antes de que yo termine de hacer la cena. —Touma frunció un poco el ceño. Estaba claro que prefería seguir pintando que bañarse, pero no rechistó. Draken se dirigió entonces a Mikey—: ¿Te importa?
—Claro que no. Venga Tom, vamos a demostrarle a tu padre nuestra súper velocidad.
Se agachó junto al pequeño y le tendió una mano. Este sonrió y se subió a la espalda de su tío y ambos se marcharon mientras Manjiro imitaba el sonido de una moto.
—.—
Tras la cena, que disfrutaron los tres juntos, Draken fue con su hijo al dormitorio del niño.
Como cada noche, se tumbó junto a él y le contó un cuento. Se mantuvo a su lado hasta que se quedó dormido y después lo arropó, le dio un beso en la frente y salió con cuidado de no despertarlo.
Al llegar a la sala vio a Mikey revisando su teléfono.
—¿Ya se ha dormido? —cuestionó levantando la cabeza al notar su presencia.
— Sí. Muchas gracias por todo.
—Deja de agradecerme por cada cosa, Kenchin. Es mi sobrino y tú mi mejor amigo, ¿con quién mejor pasaría mi tiempo?
—¿Con una hermosa mujer tal vez? —Levantó una ceja insinuante y se dejó caer en el sofá, soltando un suspiro de agotamiento.
Manjiro no respondió, guardó su teléfono en el bolsillo y se puso en pie.
—Bueno, tú también debes estar cansado. Me iré a casa y-
—¿Estás loco? ¿Has visto cómo está la calle?
—Solo es un poco de nieve.
—Nadie aparte de ti es tan bobo como para montar una moto con este frío sin necesidad. Además, es peligroso.
—Soy un piloto experimentado y la climatología adversa no me asusta.
—Deja de ser tan presumido. Sé mejor que nadie lo increíble que eres sobre una moto, pero los accidentes también les ocurren a los buenos pilotos. Así que hoy duermes aquí.
Mikey podía haber dado una réplica mordaz, algo del tipo «te recuerdo que soy tu comandante y no puedes darme órdenes», pero prefirió callarse. En el fondo, esa genuina preocupación unida al halago era suficiente para sentirse satisfecho.
—De acuerdo —dijo sentándose de nuevo.
—¿Te apetece una cerveza?
—Está bien, pero quédate sentado —le puso la mano en el pecho para evitar que se levantase—, yo las traeré.
Ryuguji aceptó la oferta y se reclinó de nuevo en su lugar.
Las cervezas acompañaron a una amena conversación; recuerdos del pasado, de la primera época de la ToMan, historias vergonzosas de Takemichi, anécdotas de peleas, excursiones a la playa en moto con los chicos y salidas nocturnas hasta el amanecer.
Aquello hizo que el tiempo se pasara sin darse cuenta, hasta que Draken miró por casualidad su reloj.
—Mikey, ¡es casi la una y tengo que ir a trabajar mañana!
—Llama a Shin y dile que no puedes.
El más alto le dio un golpecito en la cabeza.
—¿Hablar del pasado te ha hecho creer que somos unos adolescentes de nuevo y que podemos hacer lo que queramos? Somos adultos responsables ahora, Mikey, no haré eso.
—Eres aburrido, Kenchin. —Se puso en pie con rapidez y le dio un golpe en el brazo en respuesta al que había recibido. Después huyó hacia el cuarto de invitados mientras escuchaba refunfuñar a su amigo.
Sin embargo, se detuvo antes de entrar. A través de la puerta abierta se veían unos cuantos montones de ropa apilada sobre la cama y varias cajas ocupando el espacio alrededor.
—¿Cómo hemos podido olvidar que habíamos dejado las donaciones para los huérfanos de Izana aquí? —La voz de Draken sonó a su espalda—. Está claro que no podrás dormir en esta habitación.
Iba a añadir algo más, pero se detuvo de golpe antes de hacerlo.
Años atrás no hubiera dudado en ofrecer su propio cuarto para que su amigo durmiera con él, pero de alguna manera sentía que ahora no podía.
Era la habitación que había compartido con Emma y, desde que se había ido, era la única zona de la casa que guardaba con cierto recelo; el último vestigio de aquel matrimonio del que ahora no parecía quedar nada, como si nunca hubiera existido.
—No hay problema, puedo dormir en el sofá —dijo Mikey con total naturalidad, rompiendo así el hilo de sus pensamientos.
Y entonces se dio cuenta de lo estúpidos que eran esos pensamientos. ¿El último vestigio? ¿En serio? ¿Acaso la existencia de Thomas era «nada»?
Además, hacer de su habitación una especie de santuario para una persona que había decidido abandonarlo no tenía sentido.
Y no es que pudiera decir que se había dado ya por vencido, que no añoraba a Emma o que no quería que regresase. No había llegado aún a ese punto, y no sabía si llegaría. Pero ahora esa no era su prioridad.
Sacudió su cabeza avergonzado.
—Claro que no. Ese sofá es una tortura para la espalda y tu siguiente carrera está a la vuelta de la esquina.
—Entonces dormiré con Thomas.
—Su cama es pequeña y si saco el futón de su armario podría despertarlo —aclaró—. Duerme conmigo.
Mikey tardó unos segundos en aceptar —quizá porque conocía a Draken casi más de lo que se conocía él mismo e imaginaba por qué había tardado en hacer el ofrecimiento— pero acabó haciéndolo.
Para ser sincero, dormir en el lugar que había pertenecido a su hermana y que durante mucho tiempo —y de una manera que le hacía sentir culpable— le hubiera gustado ocupar, era algo perturbador, así que supuso que no sería fácil para él conciliar el sueño. Pero estaba equivocado y en apenas unos minutos descansaba plácidamente sobre el mullido colchón.
Aquella noche, sin embargo, fue a Draken a quien le costó quedarse dormido. Y, cuando por fin lo hizo, un montón de imágenes del pasado se proyectaron en su cabeza como si estuviera viendo una película grabada con una videocámara casera.
Soñó con su primer encuentro con Emma en casa de los Sano, con su primer beso una tarde de domingo y con el día en que les contaron a sus amigos sobre su relación. Podía ver en los ojos de Takemichi y Hina su felicidad compartida.
También pudo visualizar perfectamente el rostro de Emma, adornado con aquella hermosa sonrisa, y su pelo rubio ondeando al viento, cuando le pidió matrimonio. Experimentó nuevamente la sensación que lo invadía en aquel entonces de estar en el camino correcto, haciendo las cosas bien, tal y como debían ser.
Entonces, en su sueño, Emma se giró dándole la espalda un instante.
Cuando volvió a mirarle no era ella quien estaba allí, sino Mikey; ese Mikey adolescente al que acompañó en cada aventura.
Por un momento se sintió confundido con aquel cambio, pero rápidamente una nueva oleada de sentimientos lo embargó: orgullo, admiración, cariño, gratitud.
Nuevas imágenes —y las emociones que las acompañaban— se sucedieron una tras otra, esta vez con Manjiro de protagonista: su primera pelea juntos y la adrenalina de la victoria, su rostro relajado y su sonrisa despreocupada mientras montaban uno al lado del otro en sus motos, su espalda firme caminando ante él, su porte orgulloso y la enorme presencia que proyectaba dirigiendo a un «ejército de pandilleros».
Y después, una imagen extraña y borrosa de él mismo arropado por los brazos de su amigo, llorando, mientras su nombre era pronunciado en apenas un susurro.
Se despertó sobresaltado y la respiración que provenía de su lado le sorprendió. Tardó unos segundos en ubicarse y recordar que el Mikey real estaba junto a él en su cama.
Con la escasa luz de la luna que entraba por la ventana fue capaz de ver su perfil. El cabello negro, que tapaba parte de su rostro, contrastaba con el blanco de la almohada y sus labios ligeramente entreabiertos dejaban salir pequeños murmullos. Así, dormido, perdía ese porte altivo con el que le había visto en su sueño —y que aún hoy era capaz de sacar a relucir en ciertas ocasiones—, pero su aspecto relajado y tranquilo le trasmitía una agradable sensación de paz.
Estiró la mano hacia él para apartar el mechón que le impedía verlo en su totalidad, guiado por una necesidad que no sabía muy bien de dónde partía. Fue aproximando los dedos despacio, temeroso de despertarlo pero ansioso por alcanzarlo.
Apenas sus yemas rozaron la cálida piel, Mikey murmuró algo entre sueños, sobresaltándolo y haciéndole apartar la mano de golpe.
En aquella frase ininteligible creyó entender un par de palabras, pero lo descartó enseguida.
Se levantó de la cama, con el corazón latiendo raudo —seguramente por el susto— y fue a la cocina a beber un vaso de agua. Estuvo tentado de hacerse una infusión para relajarse, pero viendo la hora decidió que era mejor volver a acostarse cuanto antes.
En su camino de regreso pasó por el cuarto de Thomas y comprobó que seguía durmiendo plácidamente.
De vuelta a su habitación, y aún con una extraña agitación en el pecho, se acostó de nuevo esperando que esta vez el sueño fuera de verdad reparador.
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Tercer capítulo arriba y unos cuantos meses más transcurridos en esta historia.
La vida de Draken es ahora más estable, aunque aún hay cosas que lo perturban (nuevas y no tan nuevas). Esperemos que estas otras tormentas sean más cortas y de menor intensidad que la tempestad que provocó Emma.
Espero que os haya gustado. Si no, ya sabéis, quejas y reclamaciones a mi otro yo.
Nos leemos en el siguiente.
Ah, y aunque han pasado ya unos cuantos días... ¡Feliz año nuevo a todxs!
Un beso.
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