Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Tercera rosa.

Emilia Montenegro no era una buena amiga, ni siquiera una compañera decente de trabajo, mucho menos se esforzaba en serlo, ella estaba complacida con el tipo de persona que era. A pesar de ello, era la única conocida con la cual Bianca podía salir a almorzar todos los días, con quien se sentaba frente a frente durante una hora, mientras escuchaba a la susodicha contarle sus desventuras con hombres de dudosa procedencia en un bar voyerista en la zona rosa de la ciudad.

Emilia practicaba el BDSM como ama, además disfrutaba de observar a sus parejas sexuales intimando con otros y de vez en cuando se llevaba al éxtasis dejando que se apoderaran de su cuerpo, en limites que la mayoría de las ocasiones trascendían el dolor físico.

Emilia se agasajaba todo lo que podía durante el almuerzo, sus pláticas las aprovechaba al máximo con una copa de vino tinto en la mano y una sonrisa prepotente en sus labios, como burlándose de la «pobre virgen», así como llamaba a Bianca, a quien contaba la alta sociedad nunca se la había visto relacionarse de manera romántica con ningún hombre.

—Deberías traer a tu hermano a nuestros almuerzos —soltó Emilia, sin un ápice de decencia, como lo hacía todos los días en cada almuerzo durante los últimos seis meses que llevaba en la empresa de su padre—. Él es un bombón, que me provoca comérmelo enterito, imagina ese cuerpo tendido en una cama de satín, con sus brazos esposados y su miembro sobre mis manos, mientras me atraganto de su...

Bianca tragó hondo, tratando de alejarse de esa fría conversación. Su estómago se había revuelto con su almuerzo y lo único que sentía eran arcadas que le provocaban salir corriendo de aquel lugar.

Emilia era bastante simple, en sus conversaciones Bianca solo procuraba asentir y sonreír, mientras ella se agasajaba con sus conquistes. Era tan egoísta y prepotente que no sería capaz de ver lo que ocurría a su alrededor, aunque estuviera al frente.

—Debemos irnos —soltó Bianca, pálida y con el estómago revuelto, llamando la atención de la otra mujer.

—Pero, aún es temprano —se defendió Emilia, llevándose la mano hasta su cabello rojo—. Tengo muchas cosas que contarte de mi fin de semana.

Bianca negó, levantándose de la mesa y con ayuda del chofer saliendo en busca del baño. Le señaló el camino al hombre, quien le ayudó cuidadosamente, debido a que, con su pie mal herido no podía movilizarse sola.

Bianca entró al baño, su cuerpo entero le dolía y pensó que quizás había contraído un virus estomacal, porque tan pronto pudo se tiró al suelo a vomitar todo lo que había comido. Arcada tras arcada, su cuerpo se sintió más débil, sus ojos soltando lagrimas a causa del esfuerzo y sus manos sosteniéndose a duras penas frente a la taza del baño.

Cuando terminó, se limpió las comisuras de los labios y sacó un cepillo y crema dental para poder alejar ese amargo sabor de la bilis en su boca. Se retocó el maquillaje y con mucho esfuerzo salió del baño.

—¿Se encuentra bien? —preguntó Eduardo, el chofer de la familia Novoa, tan pronto ella salió—. Si quiere pudo ir a dejarla a su departamento.

Ella negó y se apoyó en el hombro del hombre.

—Estoy bien —aseguró, sin creérselo ella también—. Tengo muchos pendientes en la oficina y no puedo darme el lujo de dejarlos atrás, estaré bien.

Cuando llegó a la mesa, Emilia la recibió con un mohín y rodando los ojos salió de la sala, de mala gana. Así era ella, su comportamiento a veces solo podía ser comparado con el de una niña mimada y superficial, tan egoísta para creer que solo era importante ella misma.

El camino a la oficina era corto, un tramo de unas cuantas calles en el transito del medio día, que Bianca siempre había dicho podía hacerse a pie, pero Emilia refutaba podía pelarle el cuero de sus zapatos costosísimos traídos de Europa.

El edificio Novoa era enorme, treinta y cinco pisos de oficinas donde funcionaban cinco departamentos que se encargaban de los medios audiovisuales, radio, televisión y el marketing digital de la nueva generación, todos ellos a cargo de Bianca, la heredera de la familia Novoa. Por otra parte, allí también se desarrollaba la administración del área petrolera y minera, que se habían subdividido en cuatro departamentos respectivamente y de quien era el encargado Jerónimo, quien también hacia sus veces de asesor jurídico de la empresa, debido a que, su carrera profesional era la abogacía.

Bianca se bajó cuidadosamente del auto y tomó el ascensor hasta el piso veinte donde estaba su oficina como directora de área. Emilia musitó algo, pero Bianca absorbida por las intensas ganas de vomitar que traía consigo, se olvidó de su presencia y la dejó atrás.

Las oficinas a esas horas siempre estaban vacías, así que ella se movió lo más rápido que pudo hasta los baños, mientras tecleaba un mensaje a su hermano Jerónimo, que solo decía la siguiente frase:

Llámame cuando puedas.

Jerónimo no vio ese mensaje hasta muchos minutos después, que absorto por el cansancio de revisar el papeleo, se levantó de su silla y alcanzó su teléfono en su mesilla. Había pasado más de media hora, estaba casi por finalizar la hora del almuerzo, así que sospechó que algo andaba mal.

Marcó el teléfono, pero este no fue tomado hasta la sexta llamada. Bianca se escuchaba acalorada, su aliento sobre el micrófono del teléfono y su voz ronca como si hubiera llorado. Tan pronto ella respondió, Jerónimo se puso en modo alerta.

—¿Está todo bien? —preguntó levantándose de su silla.

La chica dudó, su aliento acalorado sobre el teléfono.

—Estoy un poco enferma, el almuerzo me cayó mal, quizás muy pesado y no he dejado de vomitar —susurró bajito—. Estaré bien, solo quería escucharte, tu voz me hace sentir mejor.

Jerónimo sonrió.

—Te amo más que nada, mi muñeca —susurró—. ¿Estás segura que estarás bien?

La chica dudó.

—Yo te amo con mi vida, cielo —susurró con esfuerzo—. Tenemos reunión en unos minutos, cuando termine me iré a descansar, ¿está bien?

—Está bien —musitó renuente el chico, debido a que, Bianca se escuchaba demasiado mal al otro lado de la línea.

Ambos colgaron sin decir nada más y Jerónimo quiso seguir con sus pendientes, revisando el papeleo, pero su atención estaba dispersa, no era capaz de concentrarse en nada más que en su muñeca. Se levantó, caminó media sala, volvió a sentarse, pero no era capaz de enumerar los papeles que estaba firmando.

Sentado frente a su computadora, se fue hasta el área de las cámaras para buscar a Bianca, pero se sorprendió cuando las cámaras de todo el edificio estaban apagadas, hacía más de dos horas. Quiso volver a llamarla, preso de la preocupación, pero la llamada no fue atendida.

Jerónimo entonces se levantó de su silla y salió de su oficina, encontrándose con su secretaria en la entrada, una mujer rubia y delgada, con los ojos siempre tristes.

—Victoria, vamos a adelantar la reunión con los inversionistas —comentó el hombre, asustando a la mujer.

—Pero...

—¡No quiero peros! —gritó el hombre abandonando la sala y subiendo al ascensor con prisa.

Victoria tan solo le observó alejarse, comunicándose con la secretaria de Bianca, de quien repiqueteaba el teléfono, pero nadie contestaba, aún estaba en sus últimos minutos de descanso.

Bianca escuchaba el sonido del teléfono de su secretaria sonar, como el único ruido que irrumpía el silencio, pero era incapaz de moverse de allí, de alejar sus ojos de sus dedos temblorosos que sostenían aquella prueba de embarazo.

—Dos rayas son positivo —murmuró, mientras miraba la segunda raya clara en aquella prueba—. Dos rayas son positivas, dos rayas son positivas.

Bianca tragó grueso, incluso las náuseas se habían alejado de su cuerpo ante la inminente noticia de un embarazo. Ella se sentó de golpe en la taza del baño y de sus ojos brotaron lagrimas gruesas que rodaron por sus mejillas hasta caer en su falda lisa.

—Esto no puede ser posible —susurró.

Las pruebas no mentían, no cuando tres pruebas habían dado el mismo resultado. Bianca se cernió sobre su propio cuerpo en posición fetal y a sus lágrimas pronto se le unieron sollozos que provenían de las profundidades de su garganta.

—No puede ser...

Escuchó entonces el sonido de la puerta siendo abierta y se bajó de la taza del baño rápidamente. Parada frente al espejo del tocador, se echó agua sobre el rostro y con una toallita se removió el maquillaje manchado, dejando entrever sus pecas sobre su rostro.

Suspiró hondo, cuando escuchó la voz afuera.

—¿Muñeca?

—Estoy en el baño —contestó, mirándose en el espejo.

Sus ojos verdes cubiertos por ojeras y con los bordes rojos, apenas comenzando a hincharse por las lágrimas, sus mejillas acaloradas, su nariz irritada y sus labios hinchados.

Tomando aire salió de la sala, sorprendiéndose ante la cercanía de su olor, sus brazos recibiéndola como el hogar que siempre habían sido, sus labios impactando sobre los suyos de manera brusca, socavando en sus profundidades, robándole el aliento, abriéndose paso entre sus tristezas y haciéndole sonreír sobre sus labios.

—¿Me extrañaste? —susurró ella, mientras él volteaba su cuello, para poder profundizar su beso.

Las manos de él tomando sus caderas, subiendo lentamente su falda hasta el borde de sus nalgas, mientras le apretaba tan fuerte contra la pared del baño que podía sentir su erección punzando sobre su intimidad.

—Estaba preocupado por ti —musitó con una necesidad intensa, casi como si aún fueran unos niños, que se daban besos escondidos en el bosque, a las espaldas de sus padres.

Jerónimo le alzó por el culo, rozándole la erección por encima de las ropas, provocando que ella soltara un gemido, mientras les guiaba hasta el sillón a un lado de la habitación. El muchacho la dejó caer con lentitud sobre el sillón, su espalda contra aquel, mientras subía lentamente su vestido y la miraba extasiado por el placer de tenerla tan cerca, a centímetros de poseerla, sucumbiendo a un deseo que no habían sido capaces de escapar incluso siendo unos adolescentes y que ahora era tan adictivo como moralmente prohibido.

—¿Estas bien? —musitó despacio desabotonando su camisa, disfrutando la vista de sus senos expuestos frente a sí—. Si quieres podemos parar...

Bianca había alejado cualquier pensamiento que le abrumara en aquel momento, mientras su miembro rozaba su entrada, deseosa de tenerlo entre sus piernas, de que la hiciera suya, de sentirlo tan cerca que podían ser uno solo.

Ella era incapaz de rechazar cualquier orden por parte de él, desde que habían sido unos niños había sido así. Ella le había entregado todo de sí misma, le pertenecía en cuerpo y alma a esos ojos verdes picaros que siendo unos jovenzuelos apenas comtemplando el mundo, se escabullían entre sus sabanas en las noches y le hacían completar las estrellas cuando se colaban entre sus piernas.

Bianca era completamente suya.

—Te quiero aquí —susurró ella, tomando sus manos entre las suyas y haciéndole tocar su intimidad expuesta ante sí—. Poséeme...

Jerónimo le sonrío, besando sus labios profundamente, sus lenguas danzando en un baile conocido para ambos, en una coreografía que les pertenecía solo a los dos.

Los labios de Jerónimo pronto se alejaron de los de Bianca, perdiéndose en su cuello, dejando besos regados en lo alto de su cuello, en los picos de sus senos, en sus costillas y su abdomen.

Bianca cerró las piernas del placer, mientras Jerónimo la recorría entera, con sus manos, con sus labios, su cuerpo sobre sí y sus gemidos llenando la habitación que por suerte no trasmitía los ruidos al exterior. Al llegar a su destino, Jerónimo separó lentamente sus piernas, encontrándose con su intimidad palpitante sobre su ropa interior.

Bianca deseaba ser poseída por su cuerpo, sentirlo tan suyo, como ella le pertenecía a él.

Jerónimo acercó sus dedos, su aliento sobre sus piernas, mientras removía con sus dientes su ropa interior y ella gemía complacida.

Estaba a segundos de probar su sabor, ese que le encantaba y le volvía loco, cuando alguien gritó.

El gritó atravesó toda la sala, el sonido de los alaridos resonando por las todas las habitaciones, mientras más personas se unían a aquella conmoción, llenando de pánico toda el área.

Jerónimo y Bianca se alejaron como una rapidez impresionante, ella subiéndose las ropas con torpeza, mientras Jerónimo intentaba calmar el palpitar de su miembro, lo suficiente para poder abrir la puerta que tocaban con efusividad.

—¡Doctora, doctora! —gritaba la secretaria de Bianca al otro lado de la puerta, desesperada.

Bianca se alejó corriendo de la sala, escondiéndose en el baño con sus ropas a medio poner y haciéndole una seña a Jerónimo para que se quitara el labial de los labios, antes de abrir la puerta.

—¿Qué quieres?

La secretaria ni siquiera disimuló la sorpresa que le embargó encontrarse con el jefe en aquella oficina.

—Bianca, mi hermana se encuentra indispuesta —murmuró, cuando la mujer intentó asomarse por encima de sus hombros—. ¿Qué quieres? ¿Qué es ese alarido?

La mujer le miró largo y tendido antes de contestar.

—Necesito que vea esto, señor —murmuró la mujer, saliendo de la oficina y guiándolo por el departamento hasta la oficina de reuniones generales de marketing.

Al menos veinte empleados se encontraban arremolinados en la puerta, tratando de ver por ella. Jerónimo supuso lo peor, pero ni siquiera estuvo cerca de imaginarse lo que sus ojos verían, después de que la secretaria removiera la gente de la entrada.

Era el cuerpo de Emilia Montenegro, en una cruz, con un golpe brotando un torrente de sangre de su cabeza, sus extremidades esposadas a la cruz sobre la mesa de conferencias y su cuerpo sin vida, cubierto de moretones.

Jerónimo ni siquiera fue capaz de procesar la escena cuando Bianca lo haló de la entrada y llevándole consigo, le mostró su celular.

Era un video íntimo de Emilia, mientras esposaba a un hombre de la misma manera en que estaba ella, la mujer se acercaba, velas en sus manos y una sonrisa en ella. El hombre gritó de dolor cuando Emilia subió sobre su cuerpo tendido en una mesa, dejando caer la cera de las velas sobre su intimidad expuesta.

No hay inocentes, solo pecadores.

Todos ustedes se han clavado su propia estaca.

Fieles pecadores, amantes de lo prohibido.

Pronto vendré por ustedes...

Espérenme.

Y sin una sola palabra más, la pantalla se oscureció, dejándole en ascuas, con un cuerpo tendido sobre la mesa y un culpable en la sala.

¿Quién sería el siguiente?






¡Dios ve todo lo que leen, seres angelicales!

Les traigo el capitulo del lunes que me olvidé de actualizar.

Si no me quemo los dedos, no me corto, destruyo cosas a mi paso o se va la energía en mi casa como me ha pasado últimamente XD tendremos nuevo capitulo mañana XD.

¿Qué les ha parecido la novela hasta aquí? ¿Les gusta? Aprecio mucho sus comentarios bonitos y espero estén junto a mí en ascuas, esperando que será lo siguiente que sucederá. Les mando mucho LOVE, XOXO, nos vemos mañana.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro