Segunda rosa
A Bianca le gustaban las rosas rojas y a Jerónimo le gustaba verla cultivarlas.
Bianca se sentaba todas las mañanas en el jardín trasero, con su pala y las manos sucias, hablándole a sus plantas como si la escucharan, mientras les daba agua y cortaba las ramas secas con su tijera.
Jerónimo permanecía leyendo su periódico como todos los días, con las piernas cruzadas y un café negro sobre la mesa, cuando una carta se posó sobre el comedor junto a su desayuno.
—¿Tienes correspondencia tan temprano? —preguntó su padre, mientras miraba la carta que la empleada había dejado sobre la mesa del comedor.
—El trabajo nunca nos abandona —musitó Jerónimo, mirando de soslayo la carta. Pero, siguiendo su desayuno como todos los días, sin perder de vista a su hermana —Pero, el trabajo que espere por lo menos a que me tome mi primera taza de café de la mañana.
Su padre le sonrió, pero poco le prestaba atención, mientras subía el volumen del televisor de la sala, para escuchar las noticias.
«La muerte de Miriam Umaña, la hija de Rafaela Umaña aún sigue siendo un escandaloso dilema que acongoja a una de las familias más poderosas de la nación. A pesar de las semanas de su deceso, familiares y amigos aún siguen buscando una razón para su trágica decisión de quitarse la vida al lanzarse de un edificio el ultimo día del mes de junio.»
—Esperaba un fuerte escandalo con su muerte —susurró Jerónimo dando un sorbo a su café—. Me decepciona la piedad que le tienes a esa familia.
Rafael le miró de reojo y suspiró antes de hablar.
—Eres extremadamente hábil para las finanzas, pero te falta algo que a mí me sobra —susurró Rafael, cambiando de canal de televisión.
—¿Y eso que es?
—Poder de estrategia —confesó—. Esa niña se crio en una cuna de lujos a la cual a ti y a mí nos costó demasiado poder ascender, e incluso teniendo tanto dinero no somos capaces siquiera de pararnos en la misma sala donde ella nació. Nos miran como mierda, porque ganamos con suerte y esfuerzo lo que a ellos nunca les costó.
Rafael dejó el café a un lado y se sirvió un vaso de whisky puro sin hielos y le entregó uno a su hijo. Después de tomarlo de un trago, le sonrió.
—Si divulgo en mi noticiero la íntima relación que la muerta poseía con su padrastro, si saco a la luz que quizás alguien la mató y ese alguien sabe todos nuestros secretos, ¿qué emoción tendría eso?
Jerónimo tomó lentamente un trago de su whisky.
—Vamos a dejarlos pensar que estamos de su parte, hagámosle creer que nos conmueve su tragedia, que les tenemos piedad —Rafael llenó su vaso de whisky una última vez antes de caminar escaleras arriba—. La gente nunca sospecha de sus amigos ni que quienes creen más débiles que ellos mismos.
—¿Así ascendiste tú?
Rafael soltó una carcajada desde el umbral de la escalera.
—Nadie creía que el pobre minero que compró unas tierras donde brotó por suerte petróleo iba a ser el dueño de medio país, hijo —soltó—. A veces nos queda renegar de nuestra mala suerte o usarla a nuestro favor. Quien no sepa el poder que tienes, jamás te verá como un rival, esa es la clave del éxito.
Jerónimo tragó grueso, antes de preguntar.
—Tu no serías capaz de vendernos por alcanzar tu propio éxito, ¿cierto, padre?
Rafael reapareció al borde de las escaleras, con su bata verde esmeralda rosando la escalinata. Sus ojos bicolores brillando con un gesto pícaro en el rostro que Jerónimo reconocía a la perfección.
—Jamás podría hacer eso...
—Porque nos amas —interrumpió Jerónimo.
—Porque sin ustedes moriría mi linaje —terminó Rafael soltando una carcajada, mientras se alejaba alegremente de la sala.
Jerónimo siempre se había preguntado por qué su padre nunca buscaba la aprobación de esa gente ajena, incluso había llegado a admirar como permanecía siendo sí mismo, con sus trajes raros, su forma de hablar y de comportarse, a pesar de su notable cambio de vida. Jamás se le había cruzado por la mente que todo se tratara de una estrategia para salvarse a sí mismo, para ascender en medio de la opulencia y ser más que un caso de mera suerte.
Sin duda tenía mucho que aprender de él.
El muchacho volvió la mirada hacia la ventana aun pensando en su padre, percatándose como la mota de cabellos negros se perdía en medio del bosque. Su hermana caminó despacio con unas rosas en sus manos y mientras se perdía Jerónimo se preguntó que otros secretos escondería su padre que tuviera que orillarlo al igual que todos los de la alta sociedad.
El conocía muy bien su propio secreto, pero sin duda, le intrigaban más los ajenos.
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Una vez a la semana se quedaba en casa para terminar sus pendientes de manera remota, aunque fuera domingo, el trabajo siempre lograba juntarse sin piedad sobre su escritorio.
Jerónimo era la cara amable de la empresa de su padre, quien recorría las salas, quien salía en anuncios, quien daba cheques a las fundaciones y fungía como gerente general de las empresas Novoa. Sin embargo, no era más que una fachada, una forma de ganar empatía con los poderosos de la nación con quien tenía que relacionarse y de quien debía ganarse un respeto que su padre nunca había logrado poseer al no ser criado en la alta sociedad.
Jerónimo, en cambio, había asistido a los mejores colegios militares de la nación, se había relacionado con astucia siendo un niño con los hijos de quienes poseían el poder de sostener todo un país con su dedo índice. Ese detalle había permitido que las nuevas generaciones lo respetaran y lo vieran como un igual, como un amigo en quien confiar, como un buen prospecto de novio y un empresario con quien valía la pena hacer negocios.
Al final del día quien tomaba las decisiones era Rafael, pero quien siempre pretendía hacerlo era Jerónimo.
El muchacho se levantó de su silla en su estudio y se estiró los brazos y las piernas, caminando hasta la planta baja de la casa de su padre. Buscó un jugo de naranja en la nevera y no fue hasta que pretendía salir de la sala que recordó la carta en la mañana.
Se sentó en el comedor a leerla, inquieto del porqué había llegado a su nombre, cuando siempre llegaban a nombre de la empresa Novoa. El sol del mediodía se colaba por las ventanas de piso a techo y Jerónimo observó el jardín desolado, sin rastro de su hermana.
Debe estar nadando en la piscina, pensó, mientras desdoblaba el papel.
Al abrirla, una rosa cayó sobre el suelo.
Jerónimo la tomó con cuidado del suelo, la carta en que venía envuelta estaba en blanco y la rosa no traía tallo.
Un pequeño papel estaba en medio de sus pétalos.
El muchacho lo sacó con cuidado, antes de sentir como escalofríos bajos recorrían el inicio de su espalda y su cuero cabelludo picaba en su cabeza.
«Entre cielo y tierra no hay nada oculto y yo sé cuál es tu secreto enterrado tres metros bajo el suelo»
Jerónimo soltó el papel entre sus dedos, sus manos temblaban mientras miraba la rosa roja, mientras miles de veces aquellas palabras se repetían en su cabeza.
—¿Está bien, niño? —preguntó Tomasa, la empleada, tomándole por el hombro.
El joven se recompuso, en seguida, cambiando su cara alerta por una sonrisa, mientras acariciaba sus dedos con su mano libre y fingía nada había pasado.
—Súper —murmuró—. Con algo de hambre, ¿puedes llamar a mi hermana para tomar el almuerzo de una vez? Tenemos que viajar pronto a la ciudad... tengo muchos pendientes.
Tomasa le sonrió.
—Niño, su hermana aún sigue en el bosque...
—¿Aun?
Tomasa asintió.
—Me dijo que quería dar un paseo en la mañana —explicó.
Jerónimo se levantó, en seguida, de la silla.
—Iré a buscarla —murmuró, alarmando a la empleada—. Ya sabes cómo es... le pueden dar sus ataques en medio del bosque y sin ayuda podría ser peligroso.
La mujer asintió, mientras el joven salía de la casa con prisa.
—Dile a mi padre que estamos en el bosque, por favor.
Sin decir una cosa más, Jerónimo salió de un salto de la casa, mientras caminaba a paso firme, perdiéndose en medio del mismo bosque donde había visto a su hermana caminar hacia varias horas.
El bosque era un terreno irregular que cercaba sus tierras, pinos por doquier en un pequeño camino de piedra que habían hecho una vez hacia años y ya no se veía bien. Jerónimo no le preocupaba que se perdiera, Bianca conocía a la perfección aquel terreno, pero ella tendía a ser asustadiza, cualquier mínimo ruido le tensaba los nervios a un punto en que su cuerpo se desmayaba sin premeditarlo.
Los médicos decían que era un mal de los nervios, pero solo su familia era capaz de saber el verdadero motivo de sus insólitas crisis.
Caminó varios minutos sin dar con ella, aventurándose más y más en medio de los pinos altos, las ramas secas y los zancudos que a pesar de la hora eran su única compañía. Había comenzado a estresarse, calculaba más de media hora de recorrido sin dar con ella, sin saber de su paradero.
Estaba a punto de darse por vencido, cuando la encontró recostada sobre un pino caído, con la falda hasta la cintura, sosteniéndose la pierna y mirando algo sobre ella.
—¿Estas bien? ¿Qué te pasó? Que...
Jerónimo corrió hasta su encuentro, agachándose a su lado, mientras miraba su pierna. En ella tenía una cortada que recorría desde su muslo hasta su rodilla, al chico intentar tocarle, la muchacha gimió del dolor.
—No...
—¿Qué te pasó?
La chica negó, intentando levantarse, pero al hacerlo, su cuerpo se tensó del dolor y volvió a su sitio de inmediato. Ella negaba efusivamente a su hermano, quien observaba sus heridas en sus codos y muñeca.
—Es... estaba visitando a mamá —murmuró señalando la pobre tumba donde en medio de las ramas una placa con su nombre alumbraba—. Y a Mati...
Al lado de la tumba de Susana, su madre, alumbraba una pequeña placa, con rosas rojas sobre ella. Encima de la placa un juguete de bebé relucía.
—No quiero que vengas acá sola.
—No puedes pedirme eso —masculló la muchacha molesta.
—Vas a hacer lo que yo te diga, Bianca —sentenció el chico con el ceño fruncido y los ojos furiosos. De un movimiento y ante las quejas de la muchacha, estaba alzando a Bianca entre sus brazos, mientras se hacía camino a la casa nuevamente.
Jerónimo llevaba una mueca de enojo en su rostro y el ceño fruncido, a lo cual la muchacha pasó un dedo sobre su arruga. El chico no dijo nada, mientras la muchacha bajaba su mano por sus mejillas, acariciándole con cuidado, mientras recorría su mandíbula y terminaba sobre sus labios, los cuales recorrió con su dedo índice.
—Solo quería ver a mi bebé...
—Me ha llegado una de esas cartas, Bianca —confesó él—. Una de esas rosas venia en la carta y una nota.
—Nadie sabrá nuestro secreto... ni el de papá.
—¿Cómo lo sabes? ¿Y si lo averigua?
La muchacha negó, acercándose a su oído.
—Es un secreto que solo sabemos nosotros, nadie más.
Jerónimo negó rotundo, mientras la chica dejaba un beso sobre su cuello, bajando sus manos por su pecho, soltando unos cuantos botones de su camisa, mientras recorría su camino.
—Alguien podría vernos... —soltó, ahogando un grito, cuando la muchacha mordió efusivamente su cuello—. Aquí no...
—Aquí sí —murmuró Bianca, logrando que el muchacho le bajara de sus brazos—. Tenemos días sin estar así, ven vamos, aquí.
La chica caminó con ayuda de Jerónimo hasta un tronco viejo donde se recostaron ambos. Sus alientos mezclándose ante la cercanía de sus cuerpos, sus labios a escasos centímetros, sus frentes juntándose y las manos de la chica llevando las del chico hasta su falda, subiéndola lentamente hasta encontrarse con sus delgadas bragas de encaje.
—Te quiero aquí —susurró la muchacha, mientras llevaba a su hermano al límite, rozando lentamente la liga de sus bragas.
—Eres mi perdición —susurró Jerónimo, deslizando lentamente sus dedos hasta la intimidad de Bianca, hasta hacerla gemir solo con el roce de sus dedos sobre su sexo.
El muchacho deslizó sus dedos arriba y abajo lentamente, mientras hundía la cabeza en el cuello de Bianca y susurraba lentamente:
—Eres mía, eres absolutamente mía, mi muñeca...
Antes que Bianca pudiera responderle, un grito se escuchó por toda la estancia a lo lejos.
—¡Hijos!
Bianca y Jerónimo se separaron de manera inmediata, como dos resortes tomaron posiciones totalmente alejadas en cuestión de segundos; así, mientras la chica se acomodaba la falda, el muchacho corría detrás del tronco. Al salir detrás de su escondite, Jerónimo se encontró con su padre a lo lejos, quien le sonría animoso.
—¿Qué hacen acá? —gritó a varios metros.
Bianca salió detrás del tronco, con ayuda de su hermano, quien le sostuvo para que caminara.
—Bianca se cayó.
—Pero, ¿estás bien, cariño? —preguntó el hombre apresurándose y tomándole entre sus brazos, revisando sus heridas en los codos.
La muchacha le asintió.
—Mi hermano me cuidó, estoy bien.
Los dos en aquel instante miraron al muchacho, quien les sonrió, apenado.
—Eres un hermano ejemplar, siempre cuidando a tu hermanita pequeña —susurró su padre dándole un golpe en el hombro.
Jerónimo le sonrió y tomó en sus brazos a su hermana, al notar que se le hacía difícil caminar. La muchacha encantada se recostó en su pecho y suspiró aliviada cuando siguieron caminando charlando lentamente, mientras regresaban a casa.
—Siempre te cuidaré con mi vida, muñeca.
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Nuevo capitulo mañana, porque se me olvidó el lunes.
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Feliz noche.
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