Quinta rosa.
Durante su primera cita de chequeo, Bianca lloró al escuchar el sonido del corazón de su bebé desde aquel aparato.
«Pum, pum, pum»
Bianca sonrió tocándose el estómago, después de que la muchacha le quitó el gel que le habría esparcido. Tenía doce semanas de embarazo, un tiempo bastante avanzado para apenas haberse percatado de su estado, pero lo suficientemente adecuado para poder iniciar en la toma de suplementos y todos los chequeos requeridos.
Se bajó de la camilla con lentitud y se ubicó frente a la ginecóloga que la atendía aquel día. Se había cerciorado de que no fuera conocida, de que por ningún motivo el chisme de su embarazo se regara a voces como sabia tarde o temprano lo haría.
—Tu esposo debe estar encantado con la noticia...
—No tengo esposo —comentó la muchacha mordiéndose el labio inferior, bastante tensa—. Pero mi pareja estará... feliz.
Su voz temblaba al seguir con aquella conversación, así que la ginecóloga intuyéndolo, cambió de conversación.
—¿Quieres la foto de tu bebé?
Bianca asintió entusiasmada y pronto, la mujer le entregó la ecografía, donde apenas se lograba ubicar una pequeña bolita: ese era su bebé. Era un puntito en aquel papel, lo suficientemente grande para hacerle sentir angustiada y feliz al mismo tiempo, una sensación que no recordaba haber sentido jamás.
Bianca recibió las pastillas y las metió en lo recóndito de su bolso, mientras salía de la clínica. No estaba dispuesta aun a contarle a Jerónimo de su embarazo, quería procesarlo lo suficiente por si misma antes de ser capaz de compartirlo con alguien más. Además, le aterraba su reacción, si le alegraría la noticia o por el contrario le enfurecería que ella hubiera tenido un pequeño desliz con su método anticonceptivo.
Sabía a la perfección que día habían fecundado a su hijo, como si fuera ayer, recordaba aquella noche con locura y ansiedad. Ambos envueltos en medio de la gente, en una fiesta de disfraces, con sus máscaras cubriéndole el rostro y disimulando sus identidades, mientras se besaban con fiereza.
Él subiendo su falda, mientras ella enredaba sus piernas en su cintura bajando y subiendo, rozando sus intimidades sobre la ropa, recostados en un pasillo de una discoteca, en la oscuridad donde nadie pudiera verlos.
Él rozando su intimidad, mientras descubría que no llevaba ropa interior, gimiendo complacido de tenerla tan cerca, de sentir su pulso acelerado. Habían corrido a los baños, saciados de tanto placer, mientras él bajaba sus pantalones con rapidez, tomándola de un golpe por detrás, enterrándose en ella, penetrándola una y otra vez, mientras su mejilla golpeaba contra el aluminio de la puerta y sus piernas temblaban al llegar al éxtasis.
Él la había tomado con tanta fuerza, ansioso de tenerla, que no se había cansado hasta que semen corriera entre sus piernas y su intimidad roja y adolorida, palpitara ante su ataque.
Ella no había tenido tiempo de decirle con la mente nublada por el alcohol que no estaba tomando sus anticonceptivos porque había olvidado llevarlos consigo, ni en ese mismo instante, ni cuando al llegar a su departamento, él se hubiera montado encima de ella, a lamerla entera, a hacerla gritar mientras su barba incipiente rozaba sus labios vaginales, mientras la comía a mordiscos para luego empotrarla en cuatro, haciéndole repetir una y otra vez, que era suya, que le pertenecía más que nada, que nadie.
Bianca había olvidado por completo tomar una pastilla del día después, aun corriéndole el alcohol por entre las venas había pecado al seguir con su día normal, mientras algo se gestaba en su interior, un pequeño invasor que pondría su mundo de cabeza.
Pasó la puerta corrediza con pasos lentos, sorprendiéndose a sí misma al encontrarse con la camioneta de su hermano afuera, esperándola. Su chofer Eduardo le abrió la puerta tan pronto la vio y ella a regañadientes se subió a aquel, encontrándose con Jerónimo en su interior.
El susodicho ni siquiera levantó la mirada cuando ella se acomodó a su lado en la camioneta, su vista concentrada en unos papeles regados sobre su regazo.
—Me sorprende que no preguntes nada —soltó ella, quitándose un cabello del rostro y poniéndoselo detrás de la oreja.
Jerónimo detuvo el movimiento de sus manos un segundo, pero al siguiente ya estaba concentrado en sus papeles nuevamente.
—No quiero pelear contigo —susurró—. Estoy cansado de esto, nosotros no somos así.
—Exactamente, nosotros no somos así —respondió la muchacha—. Nosotros somos tan... tu vigilando cada paso que doy y yo pretendiendo que no pasa nada.
Jerónimo soltó los papeles que estaban en sus manos.
—No me voy a disculpar por siempre pretender cuidarte.
Bianca rio.
—Si, como digas.
Jerónimo volvió a su tarea, furioso.
—No voy a ceder a tus jueguitos, no voy a pelear contigo.
Bianca se sentó sobre sus tobillos de un movimiento.
— Entonces habla, ¡maldita sea! —gritó la muchacha—. Llevas una semana ignorándome completamente, solo te apareces donde quiera que esté, coges conmigo, pero cuando terminas no me hablas más y pretendes que no estoy ahí, que nada pasó. Dime, ¿quién es el infantil aquí?
Pronto, la camioneta se detuvo y en menos de dos segundos, Jerónimo ya estaba bajándose con sus papeles. Bianca gritó enojada y se bajó con pasos enfurecidos del auto, chocando la puerta con fuerza al salir.
Estaban en la mansión de su padre, reunidos para una cena de cortesía con los inversionistas de la empresa familiar. La fiesta era ostentosa, Rafael Novoa se encontraba en la entrada recibiendo invitados, mientras los choferes estacionaban los autos en la entrada y los meseros los guiaban hasta el jardín trasero.
Bianca se detuvo a saludar a su padre e ingresó al jardín trasero, decorado con arreglos florales, rosas blancas regadas por doquier y candelabros colgados en el interior de la sala de visitas del jardín.
Jerónimo saludó a quienes conocía por doquier, en su gran mayoría amigos de la escuela militar donde se había graduado, riéndose a carcajadas y contando anécdotas con sus invitados. Mientras tanto, Bianca se sentó en una silla corrediza frente a la piscina, mirando el sol proyectado en el agua, mientras se perdía en el cielo.
Bianca no era muy buena para hacer amigos, las personas a su alrededor siempre la habían visto como un escalafón débil en el juego de los negocios, una ficha más que no valía la pena agarrar. Era hermosa, sus ojos verdes llamaban la atención de los hombres, su piel morena y su voluptuoso cuerpo eran fenomenales, sin embargo, no lo suficiente para agarrarse a los golpes con Jerónimo, quien desde siempre la había vigilado como un halcón a su presa, escudando que nadie se acercara a su hermanita.
Tomó un poco de jugo de naranja y levantándose de su silla, corrió hasta el centro de la sala de eventos donde hablaban alegremente su padre, su hermano y unos cuantos invitados.
—Vamos a atrapar a quien sea que quiera jodernos —dijo un hombre rechoncho y bajito, a su padre—. No puede ser más que todos juntos.
—Así será —dijo su padre, soltando una carcajada, mientras tintineaban sus copas.
Bianca se acercó, tomando a su padre por el hombro, alejándolo levemente de sus invitados, hasta susurrarle despacio que declinaba la cena, porque se sentía enferma. Rafael le dedicó unas cuantas palabras preocupado y dándole un beso en la mejilla, la dejó partir hasta su habitación.
Jerónimo la observó irse, pero no dijo nada, mientras ella se alejaba del jardín hasta la entrada de la segunda planta de la mansión. Por su parte, Bianca estaba a punto de ingresar a la segunda planta cuando alguien le agarró por el hombro con fuerza.
Era Azucena Satisaval, quien le miraba con sus ojos desorbitados y su cuerpo tambaleante, mientras intentaba mantenerse de pie.
—Oye tú, niña bonita —chilló—. Dime cuál es tu secreto, tan solo uno, uno que me permita vivir...
—¿Vivir?
La chilla rio, levantando la botella de vino hasta que este corrió por su garganta. Sus manos temblorosas mientras el líquido corría en su interior.
—¿De qué hablas, Susana?
La mujer se limpió con el dorso de la mano los rastros de vino de su boca y le sonrió.
—Si no tengo un secreto para hoy a las doce de la noche, alguien vendrá a matarme...
—¿Qué?
La muchacha se recostó contra la pared, su espalda bajando lentamente contra esta hasta que sus piernas tocaron el suelo. Bianca se agachó junto a ella, mirándola fijamente.
—Repite lo que dijiste...
—¡Ya me escuchaste! —gritó—. Cuando una rosa llega a ti, tienes que revelar un secreto ajeno o ese alguien te matará y revelará tus secretos a todos.
—¿Cómo sabes todo eso?
Susana río.
—Yo lo sé todo, corazón —chilló—. ¿Quién crees que le contó acerca de Miriam?
La espalda de Bianca chocó contra la pared al escucharla.
—Ese sujeto tiene una ruleta y el primer nombre en caer fue el mío, no estaba a dispuesta a contarle al mundo mis secretos, nunca...
—¡Así que revelaste los ajenos!
Susana ni siquiera se inmutó al escucharlo, tan solo se llevó nuevamente la botella a los labios y bebió. Bianca no sabía porque Susana le contaba todo esto, ellas no eran amigas cercanas, solo conocidas de la escuela.
—Yo no sabía que él la mataría —chilló—. Pensé que revelaría su romance y todo pasaría, pero no...
—Tú la mataste —sentenció Bianca, mirando a sus ojos azules.
—¡No! —chilló la otra—. Yo no la maté, alguien más lo hizo, estoy segura que por encubrir sus secretos.
» Pensé que todo se acabaría si contaba su secreto, que no sería nuevamente mi turno, pero ahora lo es... —La muchacha la agarró de las manos con brusquedad—. ¡Dime tu oscuro secreto, Bianca! Tu eres un ángel, nadie dice nada malo de ti, tú no tienes ningún secreto que arruine tu vida, cuéntame algo, dime algo, sálvame...
Bianca se quitó rápidamente, alejándose de Susana.
—No —masculló.
—No me dejes morir de esta manera, Bianca —susurró—. Dime tan solo algo, así tendré como sobrevivir.
Bianca se levantó, tomando el pomo de la puerta entre sus dedos, a la vez, que la chica le halaba del pantalón.
—Bianca...
—¡Estas mal de la cabeza, Susana! —chilló—. Suéltame...
Bianca se alejó rápidamente de la escena, corriendo escaleras arriba y cerrando la puerta con seguro detrás suyo. Si lo que decía Susana era cierto, si ese alguien los estaba chantajeando para que sus secretos no fueran revelados, significaba que ya no había un solo villano, ahora todos eran villanos en busca de un secreto lo suficientemente grande para tapar los propios.
Bianca tragó hondo y corrió hasta su habitación, tirándose a la cama de un salto, cobijándose hasta el cuello y tratando de alejar aquellas palabras de Susana, mientras la frase que Jerónimo le había dicho hacía pocos días se repetía en su mente.
«Todos estamos al filo del infierno, Bianca, no lo olvides»
+++
Un ardor en sus piernas fue lo primero que la despertó, un calor que le provocaba cerrarlas con fuerza. Bianca abrió los ojos y ahí estaba Jerónimo, encima suyo, con su aliento sobre el interior de sus piernas con su intimidad expuesta sin ropa interior.
—¿Qué...?
Jerónimo no dijo nada, su cuerpo entero estaba desnudo, ella misma descubrió que los botones de su camisa habían sido descubiertos y sus pechos estaban a la vista. Intentó cerrar sus piernas, pero él la retuvo con sus manos y escaló hasta que sus ojos quedaron a la misma altura, que la punta de su miembro le rozaba los labios y su peso cayó encima de ella.
—¿Cómo llegaste aquí? —susurró, mientras él aprisionaba sus brazos por encima de su cabeza con una de sus manos.
Sus ojos brillaban picaros, perdidos por el alcohol que se notaba a leguas había consumido. Ni siquiera se sorprendió al verlo encima suyo, con su cuerpo expuesto ante él, había sido así desde que eran unos adolescentes, él le decía que ella era suya, que le pertenecía, así que consumaba su promesa tomándola en cualquier lugar donde le apeteciera, así ella se sintiera incomoda o no quisiera.
—Tú me odias, pero yo te extraño —susurró él, con voz bajita, mientras la penetraba despacio en movimientos lentos, bamboleando sus caderas con lentitud.
—Yo no te odio, no seas estúpido —chilló la muchacha cuando él aumentó el ritmo—. Jero...
—Dime que eres mía, dime que me perteneces.
Su miembro clavándose de una estocada en lo más profundo de su interior, con la misma rabia y furia que sus ojos borrachos brotaban.
Bianca no dijo nada, así que el comenzó a chupar sus pezones con fuerza, gritando su nombre, mientras arremetía con fuerza, clavándose en ella hasta que no podía sentirla más cerca, hasta que sus cuerpos perfectamente sincronizados chocaban y sus gemidos desesperados eran lo único que se escuchaba en la habitación, a la vez, que su cama rechinaba y sus cuerpos sudorosos llegaban al límite.
—Soy tuya, soy tuya —gritó la muchacha envuelta por el orgasmo, con sus dedos de los pies doblados del placer, liberándose del agarre de Jerónimo y clavando sus uñas en sus espaldas, mientras lo empujaba para sentirlo más adentro, más fuerte, con su peso cayendo sobre ella, ahogándola—. Soy toda tuya, hermanito.
—Mia, hermanita, mía, solo mía.
Mientras los dos se ahogaban en sensaciones, la puerta entreabierta escondía secretos, miradas furtivas y pecados que vender a cambio de la vida. Susana observaba la faena, la manera en que los mellizos Novoa se entregaban con placer al pecado, como Jerónimo le penetraba y Bianca respondía extasiada.
El celular los grababa, sus gritos mientras llegaban al orgasmo, sus movimientos fuertes, la espalda de Jerónimo con un tatuaje que decía «Muñeca» en su espalda y sus brazos llenos de tinta, la voz de Bianca chillando de placer y los cuadros de familia temblando, mientras el marco de la cama chocaba contra la pared.
Susana Satisaval había obtenido por fin un secreto que salvaría una vez más su vida, un secreto por el cual muchos matarían.
Bianca y Jerónimo habían caído al infierno, en las garras de un pecado que no podrían por mucho tiempo escapar... un secreto que abriría las puertas de salida del infierno a Susana.
Bueh... Aquí estamos de nuevo, con otro capítulo, lo adelante porque no podía con la ansiedad y si yo sufro ustedes también JAJAJA. Se está poniendo bueno y eso que aun no saben muchas cositas que tenemos escondidas bajo tierra.
Espero les gustara este capítulo, me trasnoche editándolo, valorenme V:
Dejen un corazoncito si quieren más capítulos, si les gustó, si quieren comentar sus hipótesis de que pasará. Recuerden que los avisos de nuevos capítulos los doy por mis redes sociales (Alejandra_Veleon) y por mi grupo obsoleto de whatsapp.
Se les quiere, bye!
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