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III

Cuando la petunia se desperezó, y los rayos del sol la bañaron con su sutileza, Valentina despertó. Al verse dentro de la flor, cayó en cuenta que no estaba soñando, ahora en verdad era un ser diminuto. Se envolvió con los pétalos, y comenzó a gritar tratando de atraer la atención de alguien. Un montón de seres en miniatura se acercaron volando hacia ella.

—¿Qué les pasó a tus alas? —preguntó una de ellas.

—¿Alas? —respondió Valentina, sorprendida—. No sé, jamás he tenido alas.

Una de las sílfides se acercó a la muchacha con total desconfianza. La mariposa les había dicho que esa niña, indefensa como veían, era la más fuerte de las sílfides porque logró sobrevivir al arranque de sus alas. Todas estaban sorprendidas de tal acontecimiento, pero, al parecer se trataba de un simple mal-entendido. La niña explicó que ella era una niña humana y que fue transformada en esa miniatura a causa del rey ratón.

—Es que lo hice enfadar —recalcó.

Todas las sílfides quedaron sorprendidas. Se suponía que el rey ratón debía morir a manos del Cascanueces, el suponer que este fue derrotado, causó una impresión enorme. Comenzaron a hacer conjeturas sobre lo que podría haber sucedido, pero no se les ocurrió nada. Un silfo mencionó que quizá se precipitaron al hacer conjeturas, pero otra pequeña interrumpió argumentando que eso carecía de sentido. Es que el rey ratón debe ser derrotado sí, o sí. Él rey ratón representaba, no solo un peligro para el mundo de Cascanueces, sino también para todos los reinos de imagilandia. Eso afectaría a las sílfides, a las wilis, a Fausto, y a todos los reinos que se habían creado en base a la imaginación de los artistas que perduraron en el tiempo.

Mientras las demás discutían, una sílfide llamada Aerdel se acercó a Valentina y le ofreció su libélula para que esta pudiera volar y recorrer la zona. Se ofreció a cuidarla, a protegerla y a mimarla como si fuera su hermana menor.

—Pero, eso sí, no te alejes del jardín de las sílfides. Fuera de este perímetro difícilmente podrán ayudarte.

Sonrojada, Valentina bajó la mirada y observó que las sílfides tenían zapatillas de ballet. Entusiasta preguntó sí podían bailar al ritmo del ballet clásico, y ella respondió que la danza era la esencia de su propia vida. Aerdel alzó sus manos, y todas las demás dejaron de discutir para poner atención. Al ritmo de una música obsequiada por las flores, empezaron a bailar hasta el cansancio. 

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