🦋 Tonterías 🦋
Joao era guapo, no tanto como Ian, pero lo suficiente para entretenerla y sacarla de ese paréntesis extraño en el que se encontraba. Y a eso había que sumarle que estaba borracha, aunque no lo suficiente como para no querer ir con él a hacer lo que sabía que iban a hacer. Le molestaba que Taís hubiera acaparado a Ian toda la noche, y estaba segura de que terminarían igual que ellos dos en la casa de la muchacha, o quizá peor, en su habitación. Y ella no estaba dispuesta a escucharlo estar con una mujer, y menos bajo el mismo techo. Le molestaba también que él le hubiese advertido de que no era buen bailarín como si quisiese evitar bailar con ella, pero después haya terminado bailando con otra con la que parecía moverse con facilidad.
Estaba enfadada consigo misma por no ser capaz de manejar sus emociones, y con Ian, por ser el causante de cómo se sentía. Así que cuando Joao le propuso ir con él a hablar a un sitio más tranquilo, pensó que aquella excusa se usaba en todos los países y sonrió afirmativamente. Quizá le vendría bien para dejar de pensar y para recuperar el control sobre su vida y sus decisiones.
Se fue con Joao porque si no lo hacía haría algo peor, completamente irracional como ir a preguntarle a Ian si pensaba o no sacarla a bailar, o si no quería ir a terminar la fiesta en el condominio. Pero no podía hacerlo de nuevo, no podía ser tan tonta y volver a embarrar algo que le había costado demasiado componer luego de su episodio en la playa. Se suponía que tenían que volver a la normalidad, y no había nada más normal que ella yendo con un chico atractivo a pasar un buen momento.
Había decidido quedarse un poco más porque no quería irse aún, porque no podía apartarse de él y porque necesitaba seguir conociéndolo y compartiendo momentos con él, pero debía ponerle paño frío al tema, y eso solo lo lograría cortando por lo sano lo que sea que estaba creciendo entre ellos. Estar con otro chico era un mensaje que Ian sabría leer.
Por esa noche, sería Joao, y eso era fácil, porque solo era guapo, pero no generaba nada en ella, nada que no fuera físico y que ella no pudiese controlar si deseara. Llegó a su departamento y pasaron a lo siguiente enseguida. Él le dijo cosas en portugués que a ella le parecieron sexy, pero que no terminó de comprender, no le importó, lo dejó hacer. Él fue rápido, casi no se tomó su tiempo para excitarla, pero ella estaba acostumbrada a esa clase de chicos y a esa clase de relaciones, no necesitaba mucho, conocía su cuerpo y sus gustos y sabía cómo disfrutar. Paloma se concentró en su placer y se dejó ir y de esa manera olvidó, por un segundo, que el aleteo en su estómago esa noche se había intensificado demasiado, que el cosquilleo en sus dedos cuando le remangó la camisa le pedía que tocara más, que sus ojos mirándose luego de que ella hubiera acabado de arreglarle las mangas se decían cosas que sus bocas no podían pronunciar.
Apenas acabó, Joao se dio vuelta y se dispuso a dormir, ella se recostó en la cama y cerró los ojos, pero no pudo hacerlo. La imagen de Ian se le apareció en la oscuridad y se preguntó si acaso él estaría con Taís o qué pensaría de lo que ella estaba haciendo. ¿Le daría igual? ¿Se habría enfadado?
Entonces volteó a mirar a Joao, un cuerpo caliente sobre una sábana color beige, una aventura más de las muchas que había vivido, y por primera vez, se sintió vacía. Pensaba que había tenido el control de todo, creía que eso era lo que siempre había deseado, pero de pronto, nada tenía sentido. Aquello en vez de hacerla feliz, la confundió aún más.
Esperó a que amaneciera y se vistió para volver a su casa. Era sábado y sabía que él no iba a trabajar, fue al baño y se dio una ducha, se lavó los dientes y se preparó un café bien fuerte. Luego, fue a su cuarto para intentar volver a dormir, pero no lo logró. Entonces, se puso el bikini y fue a la playa, no había mucha gente porque era temprano por lo que aprovechó para trotar por la orilla hasta cansar su cuerpo y luego se dejó caer exhausta sobre la arena, en la orilla misma, mientras las olas la abrazaban con suavidad.
Algunas lágrimas cayeron de sus ojos, se sentía confusa, como si hubiese hecho algo mal, pero aquello no tenía sentido. Ella e Ian no tenían nada ni iban a tenerlo, lo mejor era cortar por lo sano cualquier cosa que los estuviera confundiendo así. Y se sintió sola, muy sola, muy perdida, muy pequeña, muy asustada.
Un rato después se levantó y buscó un sitio con sombra para recostarse, buscó un libro e intentó leer, pero no podía concentrarse. Repetía una y otra vez el mismo párrafo sin comprender nada de lo que allí decía. Era la primera vez que no se sentía bien luego de estar con un chico, nunca le había pasado porque esas relaciones no significaban para ella más que un momento de diversión o placer, pero algo había cambiado y sentir que había perdido el control sobre sus emociones le aterrorizaba. Cerró los ojos para tratar de pensar y aclarar su mente, debía encontrar calma, tratar de entenderse.
«Esta soy yo, salgo, me divierto y si se da la oportunidad y el chico me parece guapo voy a algo más, sin tabúes ni complejos, sin preguntarme si volveré a verlo ni cosas así. No quiero nada serio, no es eso lo que busco por lo que a la mañana siguiente solo me levanto y me marcho. A veces dura más, a veces menos, pero nunca significa más que eso». Repitió en su mente como si tratara de recordarse quién solía ser y buscar así lo que había cambiado.
¿Por qué sentía que se equivocada y que no debió irse con él? ¿Qué sentido tenía todo eso? Él no era nada de ella ni lo sería, ¿por qué le preocupaba tanto lo que pudiera pensar? A ella no le importaba eso en absoluto. ¿Por qué estaba tan enfadada porque él no bailó con ella? ¿Por qué volvió a dejarse llevar por el impulso y la rabia y fue con Joao?
Y llegó a la conclusión de que Ian la desestabilizaba y eso no le agradaba. Ella había construido la mujer en la que se había convertido a base de mucho esfuerzo, no le gustaba perder el control ni mostrarse vulnerable. No le gustaba sentirse mal por nadie, pero ahora no se sentía bien y ni siquiera sabía por qué. Algo había cambiado en ella y no le agradaba la incertidumbre de sentir que no se conocía a sí misma.
Cerca del mediodía regresó a la casa, pero Ian no estaba. Le dejó el almuerzo listo y una nota que decía: «Las palomas pueden trasmitir hongos, bacterias y parásitos».
Ella supo con eso que él estaba enfadado.
Se sirvió la comida y luego fue a su cuarto a intentar leer el manuscrito que le había pasado la editorial. Cada cierto tiempo se levantaba para mirar si había regresado, pero nada. No le escribió ni él tampoco lo hizo.
Cerca de las ocho de la noche regresó. Paloma lo escuchó llegar y oyó otras voces. Salió de la habitación y lo vio con Felipe. La saludaron con la mano y él ni siquiera la miró. Se sentaron a jugar con la consola mientras tomaron cervezas. Hablaban en portugués y ella se sintió tan fuera de lugar que regresó a su cuarto y a su trabajo.
Un buen rato después, cuando regresó el silencio, volvió a salir. Lo encontró cocinando
—Hola —susurró él al oírla ingresar a la cocina.
—Hola...
—Pasé por la pescadería y compré unos buenos, los sábados se consiguen los mejores —comentó como si nada—, espero que te guste.
—Seguro que sí —respondió Paloma.
—¿La pasaste bien anoche? —preguntó y ella buscó la doble intención en sus palabras, pero no la halló—. Joao es un buena gente...
—Sí —se encogió de hombros.
—No estoy seguro de que vuelva a llamarte —añadió—, no sé si es de esos...
—Lo sé, por eso me fui con él —respondió Paloma y se sentó sobre la mesa con las piernas cruzadas para observarlo y tratar de dilucidar su comportamiento.
—Ya...
—¿Estás enfadado? —inquirió al fin. Él negó.
—¿Por qué habría de estarlo? Eres libre, Paloma, estás aquí para pasarla bien y divertirte, ¿no?
—Sí... —respondió, pero no sabía qué más decir, su actitud la descolocaba—. ¿A dónde fuiste hoy?
—Salí con Felipe, fuimos a comprar algunas cosas para su casa y luego a la pescadería, después nos perdimos un poco por la playa... Pensé que estarías cansada y dormirías mucho...
—Bueno, he dormido algo —susurró—. ¿Anoche estuviste con Taís? —preguntó con temor a la respuesta, pero necesitaba saberlo.
—En la fiesta, sí, luego te busqué para venir, pero no te hallé, así que vine a descansar —respondió como si nada.
—Ya... —dijo Paloma confundida y algo avergonzada—. ¿Quieres que te ayude con algo?
—Sí, corta las verduras para hacer una ensalada, ya casi estamos —pidió y ella asintió.
Se bajó de la mesa y se dispuso a hacer lo que él le pidió, no volvieron a hablar y no sabía si era ella, pero el ambiente se sentía tenso por más que Ian parecía fingir que no estaba enfadado. La tensión crepitaba entre ambos y se mezclaba con el sonido del pescado mientras lo fritaban. La incomodidad se apoderó de Paloma y por primera vez se sintió culpable.
—Ya, dilo —dijo cuando al fin se sentaron a comer.
—¿Qué? —respondió Ian como si ni siquiera hubiese notado su presencia.
—Lo que te molesta —comentó ella y puso los ojos en blanco con impaciencia.
—Hmmm creo que lo saqué antes de tiempo —comentó y señaló el pescado—, pero la ensalada ha quedado deliciosa —sonrió.
—Ian...
—¿Qué? —respondió mirándola con indiferencia mientras se llevaba otro bocado a la boca.
—Dilo... ¿Te molesta que me haya acostado con Joao? —preguntó.
—No, ya te lo dije, puedes acostarte con quien quieras, no tengo por qué meterme en tu vida, además eres joven, estás en etapa de experimentar.
—Hablas como si fueras anciano —respondió ella enfadada, pero fingiendo normalidad y clavando un trozo de comida con el tenedor.
—No, pero ya he vivido bastante, también tuve veintidós alguna vez —bromeó.
—Eres un idiota, ¿lo sabes? —bufó al sentirse menospreciada por su edad. Él sonrió.
—Sí, a veces lo sé —respondió indiferente, pero no dijo nada más.
—No soy una niña.
—Lo has dejado en claro —añadió y Paloma supo que sus palabras tenían doble sentido.
—¿Te molesta que sea así? ¿Piensas mal de mí porque me he ido con un tipo que conocí en la misma noche? ¿Es eso? —preguntó.
Él negó e hizo un gesto como si le diera igual. A ella le molestaba su pasividad, la manera en que la trataba con condescendencia, como si fuera una niña diciendo tonterías.
—No, en realidad me da lo mismo, no soy absolutamente nadie para decirte qué debes hacer o cómo debes ser. Lo que no comprendo es por qué te molesta tanto lo que yo piense de ti, al final no eres tan temeraria como parecías, te dejas llevar por lo que los demás piensan, como cualquier ser humano normal —añadió.
—Estás imposible —zanjó ella con impaciencia y se levantó de golpe para regresar a su habitación.
—No sé qué es lo que esperabas que hiciera, Paloma. ¿Querías que me enfadara contigo por lo que hiciste? ¿Eso esperabas? —preguntó y ella volteó a verlo. Tenía razón, ¿qué era lo que quería? Negó—. Estoy tratando de ser una persona madura y de no meterme en tus decisiones, eres una mujer libre, amas tu libertad y eso es lo que más me gusta de ti, no seré yo quien te pondrá trabas.
Sus palabras la golpearon de una forma tan intensa que no supo explicar, solo pudo imaginar el sonido del agua del mar chocando con esas rocas sobre las que solían sentarse. Quería ir junto a él, abrazarlo y decirle que lo sentía, que no quiso lastimarle, que no quiso hacerlo, pero que no sabía cómo enfrentar todo lo que se movía en su interior, lo que la desestabilizaba le atemorizaba.
Pero no hizo nada, terminó por asentir y suspirar.
—Supongo que tienes razón, solo... siento que las cosas cambiaron entre nosotros —susurró con un hilo de voz y luego negó—, y me pregunto si es mi culpa o si... No me hagas caso...
Él no respondió, ella fue a su cuarto y se dejó caer en la cama para tratar de seguir con su trabajo y así no pensar más.
Ay, Paloma, Palomita...
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