🦋 Miedos 🦋
Ian se encerró en su cuarto luego de que Paloma le deseara buenas noches e ingresara al suyo. Sus palabras daban vueltas en su cabeza y lo hacían plantearse cosas que ni siquiera había pensado. Él sabía muy bien que ella tenía razón y que su relación con Isabella pendía de un hilo, un hilo que él debía cortar en algún momento, pero que se limitaba a estirar y a estirar mientras intentaba convencerse a sí mismo de que ella cambiaría alguna vez.
¿Por qué lo hacía? Por su gran secreto, su enorme temor, el gran monstruo que se escondía bajo su cama o dentro de su armario desde que era un niño.
Se dio media vuelta sobre sí mismo y abrazó su almohada, fijó la vista en la pared y comprendió que Paloma tenía razón y que era el momento de hablar con Isa y aclarar las cosas, aprovecharía el fin de semana e iría a su casa. Toda la semana había estado bastante distante, casi no le respondía los mensajes ni atendía las llamadas, decía que estaba ocupada, pero él sabía que era solo una estrategia, estaba enfadada por la presencia de Paloma en su casa y le estaba dejando en claro que no iba a ceder con facilidad y que, como siempre, tendría que ser él quien diera el brazo a torcer.
Y él estaba cansado de aquello, de esa vida a medias, de tener miedo y aguantarse todo por no perderla, de sentirse frustrado y mal consigo mismo por no animarse a aceptar y decir las cosas como eran. De perderse a sí mismo por no perderla a ella, o, mejor dicho, lo que ella representaba en su vida. Quería ser más como Paloma, más libre, más directo, más valiente.
En algún momento entre sus cavilaciones se quedó dormido, y de pronto, estaba en un sitio muy frío. La lluvia caía con intensidad sobre él y le congelaba el cuerpo. Había un silencio ensordecedor y él no podía abrir los ojos, lo intentaba, pero nada de su cuerpo le respondía. Sentía que temblaba, como una hoja al viento, era un movimiento que no podía controlar por más que procurara, su cuerpo se sacudía en espasmos que no sabía si eran de frío o de miedo. Sus dientes castañeteaban y el pecho le ardía en una sensación de malestar que lo llenaba todo. Quería levantarse y huir, quería salir de aquel estado, pero no podía.
Comenzó a gritar pidiendo ayuda, necesitaba a su mamá, pero nadie le respondía.
—Tranquilo, Ian, despierta... —Una voz femenina lo llamaba—. Es solo una pesadilla.
Ian abrió los ojos y la vio, Paloma estaba sentada sobre su cama, enfundada en su pijama rosa de unicornios y lo miraba asustada.
—¿Estás bien? —preguntó.
Él asintió.
—Estabas gritando y llamabas a tu mamá —susurró la muchacha—, me asusté mucho. Estabas teniendo una pesadilla.
Ian volvió a asentir.
—¿Quieres un vaso de agua? —preguntó la muchacha—. No, mejor, te traeré un vaso de leche —Ian sonrió—. Mel dice que...
—Espanta a los monstruos que se cuelan en los sueños —completó él. Ella sonrió y fue a la cocina en busca de aquello.
Cuando regresó, Ian se sentía confundido, hacía muchos años que no tenía esa pesadilla.
—¿Estás mejor? —preguntó la muchacha.
—Sí, gracias...
Paloma lo miró con una dulzura que él no había visto antes y sus labios se curvaron en una media sonrisa, luego, levantó la mano derecha y ordenó algunos mechones de su pelo que se le habían pegado por el sudor a la frente. Ian cerró los ojos y sintió un calor en el pecho, en el mismo sitio donde hacía unos instantes había tenido frío.
—Descansa —murmuró ella y se levantó para salir.
—Tú también, y de nuevo, muchas gracias...
La vio salir de su habitación y se acomodó para intentar volver a dormir, pero el sueño tardó en llegar, se sentía inquieto y aturdido, se sentía alerta y no sabía bien por qué.
Por la mañana siguiente, cuando fue a preparar el desayuno, la encontró vestida con un enterizo corto de jean y un top verde, estaba comiéndose una manzana.
—¿Madrugando? —preguntó.
—Voy a salir con Carmiña y Flavia, iremos a ese tour por la ciudad, volveré por la tarde, o quizás en la noche.
—Me parece bien —respondió él—. Aprovecharé para hacer limpieza profunda del departamento y luego iré a casa de Isabella —explicó mientras ponía a preparar café en la cafetera.
—Estaba pensando... ¿no viene a tu casa? Es fin de semana... o si quieres ir, no te preocupes por mí... digo, si quieres quedarte con ella y todo eso —añadió.
—A veces viene ella o a veces voy yo, pero está enfadada. En esos casos siempre soy yo el que la busca —comentó y la vio poner los ojos en blanco—, pero esta vez será distinto.
—¿Qué quieres decir? —inquirió ella mientras buscaba un par de tazas en el armario para servir el café.
—He estado pensando sobre lo que hablamos... Hace tiempo que sé que no está funcionando, ella también lo sabe... Yo me aferro, pero lo único que logro es hacernos más daño, desgastarnos aún más. Estoy atrasando lo inevitable y cada vez es peor —comentó, Paloma asintió—, no hay un futuro con ella, no hay una historia después de las mariposas... —admitió.
—¿Estás seguro?
—Sí...
Ella suspiró.
—Lo siento —se encogió de hombros y luego lo miró a los ojos—. Tú quieres esa historia, ¿verdad?
—Claro, pero me has hecho pensar. Claro que quiero esa historia, pero no a cualquier precio... Y no me gusta la persona que soy cuando estoy con ella, no me gusta sentir que siempre lo estropeo, que siempre me equivoco, que algo anda mal en mí —comentó mientras preparaba la masa para hacer panqueques y Paloma exprimía un par de naranjas—. Es frustrante, y tú lo has dicho, si alguien te ama debería aceptarte como eres y respetarte, ¿no?
—Ajá.
—Pues estoy agotado... supongo que es momento de dejar ir...
Paloma solo asintió y sirvió el jugo en dos vasos que depositó en la mesa.
—Yo creo que Mel tiene razón —comentó Paloma—, vales demasiado, eres un chico de un corazón enorme y noble, deberías estar con alguien que te sepa ver, que se sienta afortunada por estar con alguien como tú.
Él la observó con ternura tras aquellas palabras y sonrió.
—Yo creo que tú mereces lo mismo, estar con un chico que te ame tanto que borre todos tus miedos con un solo beso.
Ella lo miró con sorpresa y una emoción le aleteó en el pecho tras oír aquellas palabras que le parecían tan lejanas, irreales y poco probables. Luego negó.
—Eres muy valiente, ¿sabes? Y creo que me has contagiado un poco de ese coraje, lo usaré antes de que se me vaya —bromeó al darse cuenta de que la había dejado sin palabras.
—¿Valiente? Pero si te dije que tengo terror a enamorarme...
—Por eso mismo, solo alguien valiente es capaz de aceptar con tanta naturalidad sus más grandes temores. La mayoría, solo los ignoramos y fingimos que no existen, o nos convertimos en alguien que no somos para intentar lidiar con ellos.
Paloma sonrió, le gustaba la idea de ser valiente.
—Me encantaría que Mel estuviera aquí, tú y ella entrarían en una discusión sobre si soy o no valiente. Ella diría todo lo contrario, te aseguraría que soy una cobarde porque huyo siempre antes de siquiera intentarlo...
Ian sonrió.
—Pero hay un refrán que dice que huir a tiempo no es cobardía, ¿no?
Ella sonrió.
—Tú también eres valiente...
—No lo creo, me dejo manipular por la mujer que dice amarme solo por no perderla y quedarme solo...
Paloma negó y lo miró con dulzura.
—Ian, has salido adelante por ti mismo desde los dieciocho años solo para no ser una carga para tu hermana que te ama con locura... ¿Qué tan valiente te parece eso?
Él la observó, nunca lo había visto de esa manera, pero era cierto y no había sido fácil. Nada en su vida lo había sido, y aun así lo había logrado.
—Me gusta la manera en que siempre le das vueltas a las cosas, por momentos siento que me conoces más de lo que creía.
Ella sonrió.
—Es culpa de Mel, que habla y habla de ti hasta el hartazgo —comentó con sorna.
—Lo mismo digo —respondió él con diversión.
Ella le guiñó un ojo y él supo de inmediato que aquella sensación de comodidad que los rodeaba, esa sensación de que ella lo conocía, y, sobre todo, lo comprendía; no tenía que ver con Camelia, sino con algo más grande, algo que no lograba dilucidar, pero que lo llamaba a una aventura que, a pesar de todas las alarmas que se encendían en su interior, tenía ganas de experimentar.
Paloma también lo supo, pero ella lo sintió al revés, era la primera vez que algo le producía cierto temor, y no se trataba de un miedo que le incentivara a adentrarse en él, como el vértigo de un nuevo viaje, sino uno que la mantenía alerta. Ian le resultaba conocido, fácil de comprender, de descifrar, de querer... y eso no podía ser bueno. Sus sensores de alerta se activaron y la llamada a la huida se encendió en su interior.
—Debo irme, deja todo allí yo lavo al volver...
—Lavo yo, anda tranquila... Ah, y una cosa —dijo y la miró.
—¿Qué? —preguntó ella ya en la puerta.
—Ten cuidado con los vendedores ambulantes, no olvides regatear...
—Soy experta en negociaciones, no te preocupes —rio divertida antes de salir.
Una vez afuera, sacó todo el aire que se había retenido en sus pulmones y sintió su pulso acelerado.
¿Qué era eso que le gritaba en su interior? ¿Por qué sentía miedo?
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