–El cuerpo responderá al tratamiento –le comentaba el médico a la mamá de Holly, quien se encontraba acostaba, al lado, en la camilla del hospital.

Su madre estaba muy preocupada, su hija no quería salir de su habitación, no quería comer, no quería juntarse con sus amigos y a duras penas iba al instituto. Apenas llegaba del colegio, dejaba su mochila al lado de su cama y se acostaba en esta, a dormir. Dormía durante horas, y con mucha suerte lograban convencerla de que debía comer algo.

Su cuerpo estaba cansado, y no sabían que su energía estaba siendo succionada por una mariposa responsable de regular sus estados de ánimo, su metabolismo y su memoria.

Día tras día hacía lo mismo, la misma rutina que la alejaba de su vida. Su madre, ya no sabiendo qué hacer, decidió llevarla con un médico. Pasaron por tres manos antes de toparse con quien sería el indicado para diagnosticarla.

–Su tiroides debería empezar a producir más hormonas, de esta manera los síntomas disminuirán –comentaba con una media sonrisa–. Pero quiero dejarle claro que la enfermedad y el medicamento son de por vida.

Fue como tirarle un balde de agua fría a la pequeña Holly que hasta hace unos meses su día a día estaba cargado de buenas emociones que la hacían hacer mil cosas sin siquiera cansarse.