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CAPÍTULO 1

El día soleado se prestaba para salir a dar un paseo, pero Holly solo tenía un plan en mente: Dormir.

El cambio de horario de la facultad le había afectado el sueño, ya que el semestre pasado fue a la mañana, pero por causa de algunas citas con el médico, optó por tomar sus clases durante la tarde en este segundo semestre. Le pareció bien en el momento, pero ahora solo tenía ganas de mandar a la mierda todo estudio.

–Vamos... Tienes que levantarte –hace minutos que viene tratando de convencerse de levantarse del sillón y hacer algo productivo.

Desde que llegó de la facultad lo único que hizo fue prepararse la merienda, saludar a su perro, y tumbarse en ese sillón.

Escuchó unos pasos provenientes de la escalera, levantó la cabeza para mirar de quién se trataba, a pesar de saber quién sería.

–Voy al hospital, ¿quiéres acompañarme? –le preguntó su madre sin siquiera mirarla, estaba ocupada buscando las llaves en su bolso. Holly asintió en respuesta y a como pudo, se levantó de su cómodo lugar para dar camino hacia la puerta.

Cada ciertos días acepta ir con su madre al hospital en donde trabaja, le parece un sitio acogedor y tranquilo para despejarse, pero claramente no en su totalidad es así, depende de la sala en donde esté. Cuando iba, no se resistía a visitar la sala donde se encuentran los niños enfermos, una habitación llena de colores y juguetes.

Este día optó por visitar a una niña de ocho años que se encuentra en coma, a quien suele leerle un libro de poemas o alguno infantil; amaba hacer eso, ayudaba a su concentración y a la vez sentía que le hacía bien a la pequeña. El tiempo que estuvo en el hospital le ayudó a comprender que no es la única con una enfermedad que le quita sus días, sino que hay muchas personas con diferentes historias de recuperación que pueden hacerte abrir los ojos.

Cuando terminó de leerle el poema del día, se dispuso a marchar hacia la sala de rehabilitación, pero el ruido de la sirena le llamó la atención. Usualmente van hacia la clínica, pero esta sirena sonaba distinto, tenía un compás diferente al tradicional; y eso significaba que entraría un nuevo paciente a la sala común.

Antes de girar para uno de los pasillos, pasó una camilla con un hombre de unos sesenta y tanto años, realmente no se veía tan mal, parecía que solo lo iban a tener un día. Al intentar volver a girar hacia el pasillo, chocó contra un muchacho de altura promedio, quien llevaba una vestimenta bastante elegante y en su mano tenía una camisa llena de sangre. Por la mente de Holly pasó que quizás sea pariente del nuevo paciente que ingresó.

Sin poder disculparse por haberlo chocado, el chico le dedicó una mirada fría y sin expresión, que la hizo sentir incómoda. Luego de esa mirada, él siguió su camino sin siquiera voltear. Holly no tuvo más remedio que hacer lo mismo y continuar por el pasillo que la llevaba a la sala común, en donde se encontraba su madre ayudando a un señor a acomodarse en su cama.

Este lugar ya es como su segundo hogar. Solía venir de más pequeña debido a que su madre no tenía donde dejarla, pues su padre falleció cuando tenía dos años a causa de una enfermedad pulmonar, y no tenía más familia cerca de casa. Su actividad favorita era jugar a las escondidas con las enfermeras, y lloraba cuando no la dejaban esconderse en ciertas habitaciones que eran restringidas o que no podían entrar niños.

Mientras conversaba con una señora de la tercera edad, a quien consideraba como su abuela, ingresó un paciente nuevo, y para sorpresa de Holly se trataba del mismo hombre que vio minutos antes en el pasillo. Eso significaba que...

–Hola, Addam. Soy Emy, la doctora que atenderá a su tío –saluda formalmente su madre a quien parece ser el sobrino de dicho hombre–. Le aseguro que lo atenderemos de la mejor manera.

El chico solo asintió en respuesta y fue a sentarse junto al señor, mientras Holly observaba atenta aquella situación. Notaba que no era de muchas palabras, y tampoco tenía muchas ganas de interactuar con alguien. En ese momento tuvo, lo que sería para ella, una gran idea. No le gustaba ver a la gente amargada cuando no tenían porqué estarlo, ella estuvo mucho tiempo en depresión y sigue tratando de entender su enfermedad, a pesar de llevar años con ella, y se prometió a ella misma que sacaría una sonrisa a cualquier persona que esté pasando un mal momento.

Esto último puede verse contradictorio, considerando que ella misma necesita más de un incentivo para levantarse cada mañana, pero tiene claro que eso es por su enfermedad y no porque sea así. Las personas deciden ser amargadas con la vida porque piensan que su vida no vale nada, que no tienen nada bueno en ella, pero no se detienen a pensar que quizás no sea así, que quizás ellos tienen algo que a otros les falta.

Sus miradas se cruzaron, en un momento en que el chico levantó la vista para inspeccionar la habitación. Holly cortó contacto enseguida, aunque su sexto sentido le advertía que aquel muchacho seguía observándola, como si de una presa se tratase.

–¿Tengo algo en la cara? –se atrevió a preguntar cuando notó que, efectivamente, la seguía mirando. El chico parpadeó un par de veces, parecía que no esperaba alguna interacción de parte de ella; finalmente se atrevió a hablar.

–No –Es lo único que salió de su boca antes de cortar completamente el contacto visual con Holly, haciendo que esta última quedaba confundida.

«Qué raro es este chico » Pensó.

A pesar de la incómoda primera interacción entre ellos, detrás de la capa helada que cubría a Addam, se escondía una persona amable y llena de alegría reprimido. O al menos eso quería creer Holly, ya que se propuso encontrar al verdadero ser que hay detrás de esa mirada fría. 

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