Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Escrito en las estrellas

Una fuerte luz golpea mis parpados y solo quiero que se aleje, trato de moverme para enterrar mi cara en la almohada y así evitar aquella luz, pero mi cabeza late con fuerza ante el mínimo moviendo. El dolor se expande por todo mi cuerpo y no me puedo mover, me duele incluso respirar. Mi estómago está algo revuelto y tengo un extraño sabor en mi boca. Llevo una mano a mi frente para sentir si tengo temperatura, pero no, mi malestar se debe a la cantidad excesiva de alcohol que bebí anoche. Flashes de la noche anterior vienen a mi memoria y no me gustan nada aquellos recuerdos. Recuerdo beber mucho, un bar karaoke, recuerdo haber cantado o eso creo, aunque lo dudo yo no canto y mucho menos en público, tal vez es solo un sueño y lo estoy confundiendo todo. De todas formas, todo está demasiado confuso ahora y el único pensamiento coherente que tengo en este momento es que no voy a volver a beber, nunca jamás.

En definitiva, el alcohol y yo no somos amigos.

Abro lentamente los ojos y parpadeo varias veces tratando de adaptar mis ojos a la luz, mi dolor de cabeza empeora cuando abro los ojos. Me cuesta un momento darme cuenta de que esta no es mi habitación de hotel. Asumo que es una suite por el tamaño, pero en definitiva no es mía. ¿Qué hiciste anoche, Julia Sullivan? Parpadeo varias veces antes de enfocar mis ojos en la habitación, veo que es de paredes blancas con filos dorados, la decoración y las lámparas son de cristalería muy fina. Hay un enorme sofá rojo cerca de una ventana y cuando miro hacia el otro lado veo a Damián Hessel que está sentado en un sillón café frente a una pequeña mesa cuadrada. Lleva un albornoz blanco y está leyendo el periódico, frente a él, está una humeante taza de café.

—Buenos días, mi dulce, Julia. —Hay un toque burlón en sus palabras.

Lo veo bajar el periódico y dirigirme una sonrisa llena de arrogancia y hay algo más en su sonrisa que no puedo identificar. Él deja el periódico sobre la mesa y toma la taza de café para darle un sorbo.

—Buenos días —le digo.

No tengo que ver debajo de las sábanas para saber que no tengo ropa, recuerdo vagamente eso y como prácticamente lo arrastre hasta esta habitación que asumo es de él. Tengo recuerdos borrosos y confusos, no están en ningún orden en particular y el tratar de ordenarlos solo aumenta mi dolor de cabeza.

—Hay una aspirina y otra pastilla que te ayudarán con tu malestar —me dice él sin dejar de sonreír.

Él parece fresco como una lechuga y no entiendo como lo hace, él también bebió anoche, no recuerdo si igual o más que yo, pero también bebió bastante. Me giro para mirar un vaso de jugo, un vaso de agua y dos pastillas. Tomo las pastillas y las paso con el agua para después beber el jugo. Vuelvo a recostar mi cabeza en la almohada y cierro los ojos tratando de pensar en una manera de salir de aquí sin tener que enfrentarme a Damián Hessel. Pero lamentablemente para mí, ninguna buena idea viene a mi mente.

—Me pregunto si yo no hubiera estado despierto, ¿hubieras huido de nuevo, Julia? Asumo que sí.

Él no se equivoca con eso, en este momento deseo tanto que él hubiera estado dormido como la vez anterior y así poder irme en silencio antes que él despierte y fingir que nada pasó. No puedo creer que fui tan débil de volver a tener sexo con él, aunque al menos esta vez puedo culpar al alcohol, pero eso no me da ningún consuelo porque soy consciente que en el fondo yo quería volver a tener sexo con él.

—Vamos, Julia, creo que ya es hora de despertar.

En mis veinticinco años de vida siempre he sido una persona reservada, siempre sobreanalizo una situación antes de tomar una decisión. No me dejo guiar por mis emociones y es algo de lo que siempre me he enorgullecido. Pero parece que todo pensamiento coherente deja mi mente cuando estoy cerca de Damián Hessel. ¿Qué tiene él que me hace perder la razón? Aún me sorprendo al recordar cuando en la fiesta de compromiso lo besé, yo no soy así, no voy por la vida besando desconocidos. Besé a Saúl por primera vez en nuestra quinta cita. Pero tuve sexo con Damián a solo horas de haberlo conocido.

—Estoy despierta —le digo de mala gana.

Paso una mano por mi cara antes de abrir mis ojos. Sujeto con fuerza la sábana blanca contra mi pecho mientras me siento en la cama para mirar a Damián.

—Creo que es hora de hablar sobre anoche —me dice él.

—Creo que es mejor no hablar sobre eso. Mira tuvimos sexo de nuevo, está bien, somos adultos y esas cosas pasan. No hagamos un gran alboroto sobre eso.

Él me mira con una sonrisa torcida, lo veo recostarse un poco en el sillón y pasarse su dedo índice por su labio inferior mientras me escucha. Hay una chispa de diversión en su mirada y me intriga saber a qué se debe.

—Oh, Julia, créeme que no podemos ignorar lo que pasó anoche.

—¿De qué estás hablando?

Él suelta una risa, divertido por el simple recuerdo antes de ponerse de pie y caminar frente a la cama. Se detiene cerca de la ventana y abre aún más la cortina.

—Bueno, vamos a hacer un recordatorio de todo lo que pasó. Primero estábamos en el bar del hotel y bebimos un par de copas, dijiste que tenías ganas de cantar y fuimos aquel bar karaoke. Te paraste en el escenario y cantaste, yo necesito un héroe y cuando terminaste de cantar me dijiste, bésame ahora, ya bebí la pócima. Cuando subí al escenario quisiste que cantemos You're the one that I want. Tienes buena voz, debo reconocer y fuimos un éxito en aquel karaoke.

Él se detiene y me mira. Hay algo en la forma que me mira que me dice que aquello no es lo peor de la historia y también siento que no me va a gustar en absoluto lo que va a decir a continuación.

—Pero nuestra noche no terminó ahí. Me dijiste y cito: no voy a dejar que Raquel se case antes que yo, así que tú y yo nos vamos a casar ahora. Debo reconocer que no fue la propuesta más romántica, pero no le podía decir que no a esa carita.

Muevo mi cabeza de un lado a otro sin importarme el dolor, él debe estar bromeando, seguro es solo una broma cruel para molestarme.

—No nos casamos. ¿Verdad? Por favor, dime que no fuimos tan estúpidos de casarnos en las Vegas.

Él me sonríe y señala mi mano. Mis ojos van hacia donde él está señalando y lo veo. Una elegante banda de oro de 17 quilates con un diamante de corte cuadrado y dos diamantes azules de corte redondo a cada lado parpadean ante la pálida luz. Hay otra argolla sencilla de oro blanco con filos de plata. Levanto mi mano para ver mejor los dos anillos que descansan en mis dedos.

—¿Cómo dejaste que esto pasara? —le pregunto con indignación.

—En mi defensa, cuando intenté detener todo, me dijiste que si no me casaba contigo te casarías con el primer hombre que veas y hablabas muy en serio, Julia.

Él me pasa un albornoz y yo me lo pongo antes de levantarme de la cama. Paso mis dedos por mi cabello y algunos mechones se enredan en los anillos. Yo no estoy acostumbrada a utilizar anillos y ahora llevo dos. ¿Cómo pasó esto? Jamás debí aceptar aquella copa, jamás debí quedarme con él, debí ir a esa estúpida despedida de solteras.

—Ya sé, podríamos conseguir una anulación. ¿Verdad? Sí, eso haremos, nadie tiene por qué saber esto —le digo.

—Lamento reventar tu burbuja, pero ya consumamos nuestro matrimonio, a menos que quieras mentir delante de un juez.

—No claro que no. ¿Por qué no estás perdiendo la cabeza ante esta situación?

Él se encoge de hombros y camina hasta la mesa donde dejo el periódico, lo vuelve a tomar y sonríe cuando ve algo ahí.

—En algún momento tenía que sentar cabeza, además, pudo ser peor. Me pude haber casado con tu hermana. En lo que a mí respecta estoy feliz con la esposa que tengo.

¡Dios mío soy su esposa! Estoy casada, me acabo de casar con un hombre que no conozco, que resulta ser el exnovio de mi hermana y como bonus es el primo de mi exnovio. Oh Dios mío. Mi vida tiene suficiente ironía dramática y metáfora situacional para impulsar una o dos novelas románticas.

—Vamos, melocotón, no es tan malo.

Me detengo y lo miro confundida ante aquel apodo.

—¿Por qué me llamas así?

—Ayer me dijiste que te encantan los melocotones y, ya que estamos casados, pensé que debía tener un apodo romántico para ti.

—¿Y se te ocurrió melocotón? Da igual, no me gustan los apodos.

—¿Por qué, melocotón?

—Por favor, no me llames así.

Me doy cuenta de que a él toda esta situación le divierte. Parece disfrutar gratamente de hacerme perder la paciencia. ¡Vaya esposo que me vine a conseguir!

—Ya verás, melocotón, con el tiempo te va a gustar.

Me cruzo de brazos y lo miro a los ojos.

—Entonces estaría bien si yo te llamo, no sé, terrón de azúcar. ¿Te gustaría eso?

Él se ríe.

—Tú puedes llamarme como quieras, melocotón.

—¡Ya te dije que no me digas así!

—Mira, nuestra primera pelea de casados.

—Algo me dice que no será la última.

Él se vuelve a reír. Damián no parece preocuparse por buscar una solución a esta situación. Nada de esto parece provocar un inconveniente en él. Pero esto es un gran inconveniente para mí. Mi familia no se puede enterar de esto o jamás me lo dejarán pasar. Lo menos que quiere mi madre ahora es un escándalo que manche el nombre de la familia Sullivan o algo que dañe su reputación en la sociedad. No quiero imaginarme como reaccionaria si se entera de que me emborraché en las Vegas y me casé con el ex de mi hermana. Bueno, ella se va a casar con mi ex, así que creo que estamos a mano. Pero dudo mucho que mi madre lo vea de esa manera. Tengo veinticinco años ¿Por qué me importa la opinión de mi madre? Al parecer hay algunos complejos y costumbres de la infancia que uno tarda en dejar atrás.

—Damián, no le podemos decir a nadie sobre esto. Tratemos de solucionar... ¿Por qué te estás riendo?

Él me entrega el periódico.

—Creo que ya es tarde para eso.

Ahí en el periódico está una foto de Damián y yo en la capilla donde nos casamos. Debo reconocer que, para estar borracha, salgo muy bien en la foto, luzco feliz y despreocupada, algo muy diferente a como en realidad me siento.

—Fue idea tuya. Querías y cito tus palabras de nuevo: que todos se enteren sobre nuestra boda y lo felices que estamos.

Hay un enorme titular sobre la boda y un Cupido al final de dicho titular. De alguna manera con mi mala suerte, creo que aquel periódico ya lo tienen que haber leído mis padres.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Desayunar. No sé tú, melocotón, pero yo tengo hambre.

—No me llames así. Además, como puedes pensar en comer en esta situación. ¿Pensaste que así sería tu boda? Pues yo no. Yo llevaba casi dos años con tu primo y jamás se me pasó por la cabeza que ya estábamos listos para casarnos. Y ahora estoy casada contigo después de haberte conocido hace semanas. Esto es una locura, creo que me voy a desmayar.

Dejo el periódico sobre la cama. Si aquella noticia se publicó en un periódico mi familia se va a enterar, no hay manera que eso no suceda. ¿Entonces que hago ahora? Mis opciones son limitadas ante esta situación. No hay mucho que pueda hacer. Mi madre va a enloquecer con esto, haga lo que yo haga. O tal vez las estrellas se alinearon a mi favor y nadie se va a enterar sobre la boda, Damián y yo tendremos un divorcio secreto y todo estará solucionando en poco tiempo. No soy alguien soñador o idealista, pero en este momento de crisis me permito soñar.

—No entiendo como dejaste que esto sucedería.

—Primero, fue tu idea ir aquel bar karaoke. Segundo, fue tu idea casarnos y también fue tu idea querer que se publique la noticia en aquel periódico y en otros más.

—Estábamos borrachos. ¿Por qué nos dejaron casar en ese estado?

—Estamos en las Vegas, la mayoría de las personas aquí se casan estando borracho —me dice él.

Cubro mi cara con mi mano y trato de reprimir un grito de frustración. Ya puedo imaginar la mirada de todos y los nuevos susurros a mi espalda. Como si no hubiera tenido suficiente con lo que estaba pasando, yo tenía que venir y agregarle más drama a mi vida.

—Creo que deberíamos pensar en cómo manejar el divorcio, melocotón.

—¿Y cómo sería eso? Damián, en serio no me digas así.

Nunca he sabido cómo reaccionar ante los apodos de cariño, nunca me gustó que Saúl me llame mi amor, mi vida, mi cielo, ni nada de eso. Me resulta extraño que en realidad no me molesta que Damián me llame melocotón, pero no es algo que vaya a admitir.

—Llamaré a mi abogado y le explicaré la situación, esperemos a escuchar lo que él tiene que decir y seguimos a partir de ahí —me explica él con mucha calma.

—Bien, hazlo, yo iré a tomar una ducha hasta eso.

Me levanto de la cama y recojo mi vestido del suelo antes de caminar hasta el baño. En el baño me permito soltar la máscara de compostura que he tenido y dejo que las grietas se abran. Suelto un fuerte suspiro y trato de evitar mirar mi reflejo en el espejo y entro en la ducha. Dejo que el agua caliente moje mi cuerpo y me quite algo de la tensión que he acumulado en estas horas. Cuando salgo de la ducha vistiendo el vestido negro que estaba utilizando anoche y con una toalla envuelta en mi cabeza, me siento mejor. Damián ha pedido el desayuno y me indica que me siente mientras me sirve algo de café, la escena en sí es algo doméstica y no dejo que mis pensamientos se desvíen en esa dirección.

—¿Qué dijo tu abogado? —le pregunto.

—Él llamará a un abogado de divorcios y tendrá listos los papeles para cuando aterricemos en Seattle. Debemos firmar y todo estará solucionando.

No me alegro porque mi vida estos últimos meses ha sido todo menos sencilla.

—Relájate, melocotón.

Y él empieza a cantar yo quiero un héroe y me dice que no puede quitarse aquella música desde que yo la canté anoche.

—Sabes, no creía que sería una persona divorciada a mis veinticinco años —le digo para cambiar de tema.

—Yo a mis treinta.

—Eres cinco años mayor que yo.

—Bien, sabes contar, eso es bueno, melocotón.

Ni siquiera me molesto en decirle que no me llame así porque eso solo parece alentarlo más. Así que lo ignoro y me dedico a comer el desayuno en silencio.

—Ni siquiera deberías preocuparte por el periódico, dudo que alguien de este viaje lo haya leído.

Me dice Damián cuándo estamos terminando de desayunar. Sé que él tiene razón y al revisar mi teléfono solo veo llamadas perdidas de hace un momento y un mensaje de voz preguntando si estoy bien, pero es de hace solo unos minutos. Asumo que mis primas recién se están despertando. Les mando un mensaje diciendo que estoy bien y que salí a desayunar, aunque el que tenga el mismo vestido de ayer no ayuda mucho.

—Yo también lo creo, es hora de irme, señor Hessel.

—¿Así que volvemos a Señor Hessel? Pensé que ibas a llamarme terrón de azúcar, melocotón.

Lo ignoro mientras busco mi bolso y camino hasta la puerta. Me despido de él antes de cerrar la puerta y empezar a caminar por el pasillo. Mi teléfono suena cuando estoy llegando al ascensor y me detengo en seco cuando veo que es mi mamá.

—Hola, mamá.

—Lo único que te pedí es que no avergonzaras más a esta familia, pero al parecer es algo difícil para ti. Casarte en las Vegas. ¿En serio, Julia? No podrías ser más hortera. ¿Por qué simplemente no pudiste hacer lo que te pedí? Nunca dejas de decepcionarme, Julia.

Tú tampoco dejas de decepcionarme mamá. Lo único que deberías hacer es estar ahí para mí, incluso sin decir nada, pero no lo haces, no haces nada por mí y estoy cansada de siempre tratar de hacerte feliz.

—Ya estoy hablando con un abogado para arreglar tu situación.

—No lo hagas, no hay nada que arreglar. Me casé porque quise hacerlo y planeo seguir casada.

Las palabras salen de mi boca con fluidez y me arrepiento después de decirlas, pero ya es tarde, no me pienso retractar ahora.

—Creo que podrás inventar una buena historia de portada. ¿No fue lo que hiciste con Raquel?

—¡Acabas de conocer a ese hombre! ¿Acaso has perdido la cabeza?

—Cuando lo sabes, lo sabes, ¿no fue eso lo que dijiste sobre Raquel y Saúl? Creo que podrás inventar una buena historia de portada para mí y Damián.

Sé que le acabo de vender mi alma al diablo al decirle eso, pero es un precio justo por la reacción de mi madre en este momento.

—Julia, el divorcio no es una opción.

Estoy cansada de que ella me haga sentir como una niña que no es suficiente y jamás lo va a ser, como alguien que no importa y siempre tiene que sacrificar su felicidad por la de los demás. Estoy cansada.

—No, mamá, tienes razón, no lo es porque no va a suceder. Estoy casada con Damián Hessel y me voy a quedar casada con él y no intentes ocultar la noticia, quiero que todo el país se entere de mi boda en las Vegas y lo feliz que estoy. Adiós, mamá.

Sí de todas formas me voy a ir al infierno, al menos lo voy a hacer a lo grande.

"La probabilidad es la característica de un evento que hace que existan razones para creer que inevitablemente este evento se realizará".

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro