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5.- Suficientes estrellas.

Harry

Observo el lienzo en blanco, intentando encontrar alguna chispa de inspiración que me permita comenzar a colocar los colores, pero no hay nada. Absolutamente nada.

Es curioso como cuando algo no va del todo bien, todos los demás aspectos comienzan a fallar. Desde que mi vida había dado un giro de 180 grados, realmente no había podido pintar nada.

Uno de mis grandes pasatiempos es la pintura, desde nuestra infancia mi madre había procurado inculcarnos un pasatiempo relacionado con las artes, mi hermano se había rehusado pero yo elegí la pintura.

Y desde entonces, lo he usado como un método para canalizar todas aquellas emociones que no me permito expresar, pero desde que Oliver se adueñó de la dirección del observatorio, es como si no pudiera sentir nada.

Y como consecuencia, el color blanco es lo único que ha habido en el lienzo desde hace meses.

Dejo a un lado el pincel y me incorporo con un suspiro frustrado, ignoro el lienzo mientras me quito el mandil y vuelvo a cerrar los frascos de pintura que claramente no usaré. Tengo que encontrar una manera de olvidarme de toda la mierda antes de que comience a adueñarse de más aspectos de mi vida.

Vuelvo a la sala mientras considero si es buena idea sumergirme en el trabajo de la universidad, porque parece ser que a este punto es la única manera de mantenerme alejado de todos los pensamientos oscuros que no quiero tener.

El celular vibra en mi bolsillo, lo saco y el malestar se vuelve más fuerte cuando leo el nombre de mi madre. Quiero ignorar la llamada porque sé el motivo por el cual me llama, realmente quiero dejar que el teléfono suene pero cuando se trata mamá, no puedo hacer muchas de las cosas que realmente quiero.

—Hola ma —me dejo caer sobre el sillón intentando retener el suspiro.

—Hola, cielo —sonrío levemente al notar su tono cálido. —Espero no interrumpirte...

—Para nada, estoy en casa —miro hacia la ventana —¿qué ocurre?

—Solo quería asegurarme de que vendrás mañana —esta vez no retengo el suspiro —sé que tu hermano y tú han tenido ciertos roses, pero...

—Yo no los llamaría roses —objeto —y respecto a eso, probablemente esté ocupado.

Esta vez es el turno de mi madre de suspirar.

—Harry, por favor, no puedes estar enojado con él por siempre. Ya no soy unos niños, eres un hombre adulto, por Dios.

Aprieto la mandíbula intentando controlar mi boca y mis intenciones de decir todo lo que realmente pienso.

—Tu padre y yo nos sentiremos muy decepcionados si no vienes mañana —resoplo —es la comida familiar que organizamos anualmente, no puedes faltar solo porque tienes problemas con tu hermano que no puedes resolver.

Sonrío con ironía, para mis padres, Oliver jamás hará nada malo. Con los años aprendí que siempre sería así, sin importar lo que dijera, o las cosas que hiciera, nunca hay un problema, porque siempre soy yo quien termina exagerando todo.

—De acuerdo —concedo de mala gana —estaré ahí.

—¿Puedo confiar en ti? —inquiere.

—¿Cuándo te he defraudado?

Escucho la risa melódica de mi madre al otro lado.

—Nunca. Nos vemos mañana cielo.

—Adiós, ma.

La llamada se corta, echo la cabeza hacia atrás al mismo tiempo que lanzo el celular hacia un costado del sillón. No hay nada que pueda hacer para evitar la reunión de mañana, mis padres suelen esmerarse demasiado para realizar la comida anual, se preocupan hasta por el más minúsculo detalle.

Y tengo que admitir que es la única fecha en la que toda la familia deja a un lado las ocupaciones para poder convivir y ponerse al día con las noticias familiares. Lo que me quita más ganas de ir porque no creo poder tolerar a Oliver hablando maravillas de su nuevo puesto.

Pero hay cosas en la vida que no podemos evitar, y para mi mala fortuna, esta es una de ellas.

Decido no torturarme más por el inevitable encuentro con mi familia, y centro mis esfuerzos en avanzar los materiales para la clase del lunes. El tema que trataremos serán los agujeros negros, los chicos de la clase parecían tener bastante interés en eso y prefería darles algo con lo cual verdaderamente pudieran trabajar, y no mal gastar mis recursos en temas a los cuales ni siquiera les prestarían atención.

Es así que cuando la noche llega, he pasado horas preparando la presentación, por lo que decido dejarlo estar y prepararme algo de cenar. Coloco una sopa instantánea en el microondas y tomo una soda de la nevera.

Mi madre estaría bastante avergonzada si viera las cosas con las que me alimento.

Cuando la sopa está lista, me dirijo hasta el comedor. Enciendo la televisión y lo primero que aparece en una entrevista en un reconocido programa nocturno, reconozco al hombre que aparece en la pantalla.

Simón James.

—¿Qué opinas del artículo que tu hija, Stella, escribió en el Washington Post? ¿Alguien más de la familia comparte las opiniones?

—En lo absoluto, creo que Stella en realidad nunca fue apasionada a la astrología.

—Pero parecías un padre orgulloso de ella hasta hace unos meses.

Supongo que a veces los hijos no son las personas que creemos, nunca esperé que Stella pudiera hacer algo como eso, la astrología es más que una pseudociencia, ha ayudado a millones de personas en el mundo, lo que hacemos, las respuestas que damos, no pueden ser simples engaños y eso es algo que Stella sabe perfectamente.

Ruedo los ojos, fastidiado ante las palabras del hombre. ¿Qué necesidad de hablar de su hija en cadena nacional?

Muchas personas encuentran consuelo en nuestras lecturas, o predicciones. La ciencia no lo explica todo, y hay personas que necesitan más que una explicación científica. Salir al mundo y decir que es un engaño, hablar sobre que los astrólogos no somos más que personas que se aprovechan de las debilidades de los demás es muy bajo, nunca creí que mi propia hija pudiera poner en tela de juicio lo que hacemos.

Apago el televisor, ¿Cómo es que este hombre tenga la capacidad de hablar de esa manera sobre su familia? Es cierto que el artículo de Stella es crudo, probablemente innecesario, pero no es una mentira.

Y cuando alguien habla con la verdad y es crucificado por ello, entonces tal vez el mal viene de la sociedad, y no de uno mismo.

Al día siguiente estoy entrando a la casa familiar, soy capaz de escuchar las risas que vienen el jardín de mis padres, reconozco a mis primos más pequeños corriendo de un lado al otro, y las dos mesas blancas que se extienden por el jardín están casi llenas.

—¡Pero miren quien nos honra con su presencia! —mi padre sonríe mientras se aproxima —me alegra ver que has decidido acompañarnos.

—Mamá me amenazó lo suficiente —bromeo —espero no llegar demasiado tarde.

—Para nada, tu hermano ni siquiera ha llegado así que está bien.

No digo nada, ignoro la mención de mi hermano y me aparto de mi padre excusándome con llevar las bebidas a la nevera. Permanezco más tiempo del necesario en la cocina, para cuando salgo cerca de unos diez minutos después, Oliver ha llegado.

Nos miramos sin cruzar palabra, es lo bastante inteligente para no dirigirme la palabra. No creo ser lo suficientemente paciente como para tolerar una conversación, pero cuando la comida empieza a ser servida y todos toman sus asientos, el sitio disponible que se me asigna es justamente delante de él.

—Quita esa cara de pocos amigos —mi abuela se desliza en el asiento del costado —¿acaso te obligaron a venir?

Me rio levemente.

—No voy a responder a eso, abu.

Ella sonríe.

—Escuché que tu madre mencionó algo de un nuevo trabajo —dice mientras se sirve un poco de carne, y coloca bastante en mi plato sin siquiera pedirlo. —¿Es eso cierto?

Me aclaro la garganta.

—Parece que mamá no es buena guardándose las cosas ¿no? —inquiero.

Antes de que pueda decir algo, mi padre se incorpora. Sostiene una botella de lo que creo es vino, y golpea levemente el cristal consiguiendo la atención de la mesa.

—Me alegra que toda la familia esté reunida hoy, así que quiero aprovechar este momento para decir algo.

Mi madre se incorpora también.

—Queremos aprovechar este momento para decir lo orgulloso que estamos de Oliver, y de su nuevo empleo como director de una de las instituciones más importantes del país.

La amargura vuelve, joder, ¿por qué no solo podía pasar un momento familiar sin que el tema surgiera?

—Papá, no es necesario... —Oliver intenta hablar.

—¡Pero claro que lo es! —exclama mi madre —¡Brindemos!

Mi abuela me lanza una mirada.

No es capaz de decir nada porque pronto los vítores empiezan, me obligo a ser lo suficientemente maduro para aguardar hasta que mi padre llena mi copa y me la acabo de un trago, pero es todo.

—Harry...

—Despídeme de todos abu, tengo que irme.

Mis padres ni siquiera se dan cuenta que me deslizo fuera de los asientos, siento la amargura llenarme de nuevo mientras me alejo de toda la familia, la decepción, la frustración, absolutamente todo se combina dentro de mi pecho y me arrastra hacia un sitio que conozco bastante bien.

—Harry, espera —no me detengo porque sé perfectamente quien me llama.

Continúo mi camino hasta que un tirón en el brazo me hace detenerme.

—Joder, detente —Exige Oliver —¿hasta cuándo pretendes ignorarme?

—Vuelve a tu fiesta —espeto.

—Maldición Harry, no es mi maldita fiesta —gruñe —¿Qué mierda te pasa? No es mi culpa...

—¿No es tu culpa? —lo encaro —claro que es tu puta culpa, Oliver. No intentes jugar a ser el santo conmigo, puede que con nuestros padres funcione, pero no conmigo.

Mi hermano sonríe.

—Dios, eres tan infantil. ¿Toda esta mierda es por el puesto?

Me repito que no debo armar un escándalo en casa de mis padres, no cuando distingo a lo lejos que ahora sí que se han dado cuenta de donde estamos.

—Jódete.

Me doy la vuelta dispuesto a irme, pero su voz me detiene.

—No es mi culpa que decidieran darme el puesto a mí y no a ti —dice —supéralo de una maldita vez. Yo no te obligué a renunciar, fuiste tú quien decidió abandonarlo todo. No me culpes por eso.

Esta vez es mi turno de sonreír.

—Tenías que venir por lo mío, ¿cierto? —inquiero con decepción —te llamé, te conté lo emocionado que estaba por el maldito puesto, por la oportunidad que iban a darme, y tuviste el descaro de decir que estabas feliz por mí. Y lo siguiente que sé, es que te has mudado de ciudad para solicitar el puesto que sabías que quería. Que eras consciente que merecía.

—Harry...

—Pasé diez años de mi vida en ese lugar, luchando por una oportunidad que tú me arrebataste. Así que no, Oliver, no voy a jodidamente superarlo. Por mí puedes irte a la mierda.

Esta vez si que me marcho, y él no me detiene. Así que me alejo dejando atrás la calidez familiar que una vez fui capaz de sentir.

No vuelvo a casa de inmediato, al salir de la casa de mis padres simplemente tomo el auto y conduzco, lo hago por las siguientes dos horas, moviéndome entre las calles de Washington intentando calmar a todo el huracán de pensamientos que me llenan la mente ahora.

La soledad nunca es buena cuando la mente no se calla.

No he comido nada desde que salí de casa así que mi estómago comienza a protestar, por lo que decido aparcar cerca del centro para encontrar un sitio donde comer. Mientras avanzo hasta la calle en donde se encuentran todos los restaurantes, comienzo a preguntarme si alguna vez seré capaz de recuperar la vida que poseía antes.

Si alguna vez volveré a sentirme del modo en que solía hacerlo.

Es curioso como a veces solemos extrañar a nuestro viejo yo, a ese que no valoramos e intentamos cambiar innumerables veces, pero que cuando lo conseguimos, de alguna forma siempre deseamos volver a la versión anterior.

Termino entrando a una cafetería con aspecto rústico que promete bastante, no hay muchas personas en la fila para ordenar así que me formo. Cuando mi turno llega, pido un sándwich de pavo con vegetales y un café americano helado.

La chica me indica que puedo tomar asiento, y que me llevarán mi orden en un momento. Mientras busco un sitio vacío, reconozco un cabello rojizo que no pasa desapercibido.

Está de espaldas, así que me aproximo con cautela, rodeo la mesa y quedo de frente, una sonrisa crispa mis labios cuando me aseguro de que es ella.

—Vaya, ¿parece que el universo quiere que nos encontremos siempre? —ella eleva la vista con el ceño fruncido, sin embargo, el gesto se va cuando me reconoce.

—Hola —dice con una leve sonrisa —¿debo comenzar a preocuparme por encontrarte en cada sitio al que visito?

Me río levemente.

Señalo el asiento libre, y ella asiente. Me deslizo quedando frente a ella. Esta vez tengo más oportunidad de fijarme en su aspecto, su cabello rojizo contrasta bastante bien con su tono de piel, demasiado claro, casi pálido. Tiene pecas esparcidas por el rostro, y sus ojos ahora lucen más llenos de vida que en el par de veces anteriores que nos hemos encontrado.

—¿Esperas a alguien? —inquiero.

—No, estoy disfrutando de mi soledad. O eso es lo que intento —sonrío un poco más —¿qué hay de ti?

—Mi estomago comenzaba a pedir alimento y este parecía un buen lugar.

—No es por nada pero es uno de los mejores que he probado —admite con una sonrisa —suelo venir seguido, así que sé de lo que hablo.

—Confiaré entonces en tu criterio —concedo.

Hay un corto silencio entre nosotros antes de que ella hable otra vez.

—La otra noche mencionaste que eres astrónomo, ¿cierto? —asiento levemente —tengo que admitir que me sorprende que no seas la clase de científico que se cree superior a todos los demás.

Una sonrisa ladeada aparece en mis labios.

—Bueno, suelo respetar las creencias de las demás personas. Tú y yo tal vez tengamos ideas contrarias, pero vaya que nos llevamos bien, ¿no lo crees? sería una pena arruinarlo solo porque en lo que tú crees, no es una ciencia, pero...

—Ya no creo en eso —la rapidez con la que responde me toma desprevenido.

Su semblante ha cambiado, ya no luce relajada y sus ojos han perdido el brillo entusiasta que poseían a mi llegada.

—En las estrellas y esas cosas, quiero decir —añade.

Muevo la cabeza lentamente en un asentimiento.

—Supongo que está bien, Todos tenemos derecho a cambiar de opinión, nadie dijo que tengamos que quedarnos con lo primero que se nos enseña, ¿no es cierto?

No responde, su mirada está fija en mí como si quisiera descubrir un gran secreto. Luego, baja la vista lentamente hacia su café y el pastel a medio comer.

Si tiene intención de decir algo, no me entero porque mi orden llega. La mesera trae mi comida directamente a la mesa y la coloca sobre la superficie mientras me indica que si requiero algo más se lo haga saber.

—¿Puedo acompañarte? —señalo mi comida.

—Sin problema —dice tomando el tenedor para clavarlo en el pastel pero sin tener intenciones de comerlo.

El silencio cae sobre nosotros, me concentro en mi comida sin intenciones de decir algo porque no sé si ella quiere continuar conversando o prefiere que cierre la boca.

—¿Sabes? Creo que eres una de las pocas personas que no me juzga por ese artículo. La gente suele decirme muchas...opiniones. No todas son amables. Me sorprende que tú...—no logra terminar la frase.

Le doy una mordida a mi sándwich mientras la observo.

Esta chica parece una encrucijada, es como si pudiera sentir demasiadas emociones, saltar de una a otra sin problema. Sus ojos son tan expresivos que por un segundo me pierdo en el color verde de sus pupilas.

—¿Te sorprende que no haya juzgado tu actuar? —asiente —¿Quién soy para juzgarte? No conozco tu vida, ni los motivos que te orillaron a tomar las decisiones que tomaste, sería injusto juzgar algo que no he vivido, y de lo que no tengo ni puta idea.

Me encojo de hombros. Stella se queda seria por varios segundos, pero luego una sonrisa suave se filtra en sus labios. Y ahí está de nuevo la vida en sus ojos, la chispa que hace que su mirada brille.

—Ojalá todos pensaran como tú. El mundo sería mejor.

Baja la mirada de nuevo.

—Escucha, Stella, no sé qué es lo que te haya llevado a publicar ese artículo, pero creo que, si lo hiciste, fue por algo, por algo realmente valioso. Sin importar lo que las personas opinen, ten presente por qué lo hiciste, eso lo hará más fácil.

Por una fracción de segundo, sus ojos se humedecen, parpadea con rapidez y se queda con la cabeza agachada por largos segundos que temo haber hecho una idiotez y haber jodido todo en vez de mejorarlo.

—Ese es el problema —dice en un susurro —que comienzo a creer que los motivos por los que lo hice no son correctos. A veces siento que cometí un error y me angustia tanto no saber cómo repararlo.

La miro, luce tan frustrada, tan angustiada por lo que sea que la orilló a tomar ciertas decisiones. Se deja ver por completo y no sé cómo sentirme al respecto de que ella esté diciendo algo como eso.

—A veces no tenemos que reparar nada, a veces simplemente tenemos que aprender a vivir con las consecuencias de nuestras decisiones. No hay reparación, eso es todo.

Sonríe levemente.

—¿Siempre sueles hacer todo tan simple?

—Soy más complicado de lo que aparento —admito —mi propia vida es un desastre, pero heme aquí, dando los mejores consejos que creo que jamás he dicho. Eres afortunada.

Ella se ríe, lo hace de verdad. Le doy una nueva mordida a mi sándwich justo cuando su celular suena. Lo mira, soy consciente de como su sonrisa decae levemente, pero consigue recomponerse, fingiendo que nada ha pasado.

—¿Algo importante?

—No, quiero decir, sí —suspira —me requieren, debo marcharme.

Toma la taza para acabarse el resto del líquido y se incorpora. La observo rebuscar algo en su bolso y luego toma una de las servilletas. Garabatea algo en el papel y lo desliza hacia mí.

—Es mi número —me quedo petrificado por un segundo ante de reaccionar —por si algún día quieres hablar de estrellas y eso.

Se encoje de hombros.

—Lo tendré en cuenta.

Asiente.

—Adiós Harry.

—Hasta pronto, Stella.

Me da la espalda, pero luego vuelve y se inclina hacia mí. Arqueo la ceja y luego ella dice algo que no me espero en lo absoluto.

—Esa noche en el puente, no iba a saltar.

No sé por qué, pero el hecho de que ella dijera eso, quita un peso de mi pecho. Uno que cargaba inconscientemente.

Dejo el sándwich contra el plato y sonrío.

—Es bueno saberlo —susurro —porque el cielo ya tiene demasiadas estrellas.

Sus ojos se iluminan, me dedica una sonrisa sincera y se aparta.

—Si —susurra dando un paso hacia atrás —las tiene.

Y luego, se va. Dejándome con una nueva y extraña sensación que no soy capaz de ignorar. 

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Hola hola!

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