Harry
—¿No vas a decirme a donde me estás llevando? —Stella me mira con curiosidad, tiene el cabello recogido en una coleta alta, y un par de mechones caen por los costados de su rostro, enmarcándolo a perfección.
—Si te lo digo, ya no sería una sorpresa —le dedico una sonrisa —no comas ansías.
La escucho resoplar y eso hace que mi sonrisa se ensanche, pasé horas pensando el sitio al cual quería llevarla, no suelo ser afecto a las primeras citas porque las que he tenido en mi vida, han resultado ser un desastre. Pero con Stella todo parece ser diferente. No quise recurrir a lo acostumbrado, cine, café, una cena...
Sino que quise algo más...peculiar. Algo que sé de sobra que Stella puede disfrutar.
Y que Dios me ayude si no es así.
—Debí de haberte dicho antes que odio las sorpresas —dice frunciendo los labios —no hay peor forma de tortura para un ser humano que la incertidumbre.
No puedo evitar que una corta risa abandone mis labios. La miro brevemente, descubriendo que ella ya se encuentra mirándome.
—Mi intensión nunca ha sido torturarte, Stella —objeto —pero pasé horas planeando esto así que no quiero arruinarlo antes de tiempo.
Frunce más los labios pero no sigue insistiendo, se acomoda en el asiento y yo le doy toda mi atención al camino. Reconozco el letrero anunciando la siguiente desviación, sigo el camino que ya me sé de memoria y bajo la velocidad en la siguiente curva, una sonrisa se apodera de mis labios cuando reconozco a unos metros el cartel de bienvenida.
No hay más autos, lo que me hace creer que elegí uno de los mejores momentos para venir. Cuando detengo el coche, Stella me lanza una mirada curiosa.
—¿Ahora si vas a decirme en donde estamos?
—Ven, es mejor si lo descubres por ti misma.
Bajo del auto, y rodeo con rapidez la parte delantera del auto para poder abrirle la puerta a Stella quien aguarda con una sonrisa tirando de los labios.
—Espera, tengo que bajar lo demás —le indico mientras voy hasta la cajuela del auto para poder sacar la cesta que he preparado.
Stella tiene una mirada curiosa mientras observa alrededor, a pesar de la oscuridad que nos envuelve, la belleza del sitio no puede ignorarse. Hay un camino de farolas que guían hacia la entrada, dándonos la bienvenida.
—Ven —extiendo la mano hacia ella, Stella no duda en tomarla mientras la guío hacia los escalones de madera, no hablamos mientras avanzamos por el camino que he recorrido tantas veces pero que por alguna razón me sigue resultando sorprendente.
—Oh —una corta exclamación brota de sus labios cuando terminamos de subir los peldaños.
—Bienvenida a Stellar Ridge, supernova.
En la cima de Stellar Ridge, la noche se extiende como un manto de terciopelo negro. Las estrellas parecen más cercanas, como si pudieras tocarlas con los dedos. La oscuridad se desvanece y el universo se despliega ante nosotros.
—Esto es...—la voz de Stella brota en un susurro —es impresionante.
Sonrío.
—Lo es —asiento mirando al frente —ven conmigo.
La guio unos metros más adelante, en donde se encuentran las mesas de picnic, talladas en madera antigua. El sitio está completamente vacío así que podemos elegir el mejor lugar, Stella se desliza en uno de los asientos mientras pasa la mano sobre los diseños tallados en la madera.
—¿Son constelaciones? —inquiere.
—Sí. Cada mesa tiene un patrón diferente de constelaciones grabadas en su superficie: Orión, Casiopea, Pegaso...
—Y esta es Orión —dice deslizando las yemas de sus dedos por el patrón. —Este sitio es precioso, ¿has venido antes?
—Suelo venir seguido, cuando necesito un momento de paz. Pero si te soy honesto, hace meses que no piso este lugar. Creí que sería una buena oportunidad enseñártelo, ya sabes, algo especial.
Una corta risa brota de sus labios, se inclina hacia adelante, apoyando los codos en la mesa.
—Tengo que admitir que esperaba cualquier cosa, excepto esto —confiesa.
—¿Te gusta? —inquiero rezando porque diga que sí.
—Me encanta —admite —es como si este sitio fuese absoluta tranquilidad. Es casi... mágico. ¿No te parece?
—Creo que es más que mágico —dejo la cesta en el centro de la mesa, saco la caja en donde he acomodado los pedazos de pizza, junto con el recipiente que se encarga de mantener el vino a una temperatura adecuada.
—¿Pizza y vino?
—Pizza de uno de los restaurantes más lujosos de la ciudad —aclaro —y el vino fue recomendación de una muy buena amiga que me aseguró que es excelente para una noche como esta.
Stella se ríe, el sonido es alegre, tan genuino que daría todo por escucharlo eternamente. Saco los dos platos de losa y coloco un par de rebanadas de pizza en cada uno. Luego deslizo a través de la madera para poder colocarlo frente a Stella, y me ocupo del vino, sirviéndolo en el par de copas que me he asegurado de traer.
—Tengo que admitir que estaba un poco preocupada por esta noche —centro mi atención en ella cuando rompe el silencio —no sabía que esperar. Y una parte de mí repetía que era una malísima idea.
—¿Sigues teniendo la misma percepción?
Sacude la cabeza en una negativa, sus ojos se centran en los míos y el alivio que siento en mi pecho me hace poder respirar otra vez.
—Creo que eres el hombre más peculiar que he conocido —admite tomando la pizza —nunca se me hubiese ocurrido cenar pizza y vino frente a una vista espectacular.
Le da un mordisco a la pizza, y deja de mirarme para darle su atención a todo lo que nos rodea.
—No pareces ser alguien a quien le guste mucho la atención —su mirada vuelve a mí —y no quería que nuestra primera cita fuese en un sitio lleno de gente, dije que quiero conocerte, creo que esta es una manera perfecta de iniciar con eso.
A pesar de la escasa iluminación, noto el rubor en sus mejillas. Trata de retener la sonrisa pero esta termina extendiéndose por sus labios.
—Es más que perfecta —susurra de vuelta.
El sentimiento que explota en mi pecho no parece ser capaz de ser descrito con palabras, es como una explosión extraña que no puedo descifrar, estar con Stella es similar a un misterio cósmico, es tentador, tan atractivo que quieres pasar horas estudiándolo para descubrir que hay en su interior.
Stella James es fascinante, y apenas conozco una minúscula parte de ella.
Mientras comemos, no hablamos demasiado, solo lo necesario, intercambiando escasa información el uno con el otro, pero que, a pesar de eso, resulta agradable. Los silencios que se producen no son incómodos, al contrario, nos permiten disfrutar de todo lo que nos rodea.
Cuando terminamos de comer, me incorporo extendiéndole la mano.
—Hay un pequeño mirador —informo mientras la guio hacia un costado del lugar, un telescopio se encuentra anclado a la barda, así que nos acercamos y no tengo que decir nada más para que Stella se acerque al borde, y se incline sobre el telescopio.
—Oh, mira, ahí está Orión —dice y es evidente el entusiasmo en su voz —es increíble lo nítido que se ve todo desde este sitio.
El recuerdo de nuestra conversación de la última noche que compartimos en el observatorio vuelve a mi mente.
—¿Alguna historia sobre Orión? —Se gira hacia mí, arquea levemente la ceja y permanece un momento en silencio antes de tomar una inhalación y elevar la mirada al cielo.
—Orión, el cazador. Los antiguos astrólogos creían que sus estrellas influían en el destino de las personas —dice casi en un susurro.
Se aparta, aún mantiene la mirada hacia el frente y antes de que pueda darle una respuesta, gira hacia mí.
—¿Crees en el destino? —inquiere suavemente.
—No lo sé —respondo —¿y tú?
Parece pensárselo un segundo, luego centra su atención en mí y asiente.
—Supongo que sí. A veces parece que todo está conectado de alguna manera.
Chasqueo levemente la lengua.
—No lo sé, es difícil pensar en que alguien está predestinado a ser algo, o alguien. —elevo la mirada hacia el cielo estrellado. —Creo en las decisiones que tomamos, en las acciones que nos definen.
Cuando vuelvo la atención a ella, está sonriendo, con la mirada iluminada.
—¿Pero no te parece que hay momentos en donde tojo encaja?
—Me gusta pensar que son coincidencias —sonrío levemente —me gusta pensar que el destino es el resultado de nuestras acciones y decisiones.
Me lanza una mirada curiosa.
—¿Realmente no crees que exista el destino?
—¿Tú sí? —inquiero —El destino suena como una excusa para no asumir la responsabilidad de nuestras elecciones. ¿Por qué culpar a las estrellas cuando somos nosotros quienes decidimos?
Algo en su mirada cambia, sé que he tocado una fibra sensible y maldigo por lo bajo. Stella da un paso hacia atrás y me obligo a reaccionar antes de que ella crea algo que no es.
—No quise que sonara de ese modo —me disculpo —lo lamento.
—No —dice brevemente —tal vez tienes razón.
Sacudo la cabeza.
—Es solo lo que yo pienso, no tienes que darme la razón —doy un paso hacia adelante, extiendo la mano alcanzando la suya, no hace nada por apartarse, se queda quieta, con su atención fija en mí. —Es solo que es complicado creer en un destino cuando las cosas salen mal, ¿no es cierto? Las cosas en mi vida no han salido demasiado bien últimamente, así que es difícil aceptar que tal vez las cosas que creía que eran para mí, en realidad nunca lo fueron.
La comprensión se filtra en sus ojos.
—Entiendo el sentimiento —susurra —últimamente estoy comenzando a preguntarme si realmente estuve equivocada por tanto tiempo, o si mis equivocaciones recientes forman en realidad parte de algo.
Ladeo la cabeza.
—¿Hablas del accidente de tu hermano?
Un suspiro entrecortado brota de sus labios. Rompe el agarre entre nuestras manos, se gira apoyándose contra el barandal.
—¿Cómo puede ser que algo en lo que creíste por tanto tiempo, de pronto te parezca una mentira?
El temblor en su voz está presente, una fragilidad que la envuelve y me obliga a acercarme.
—He sido testigo por años de la forma en la que las personas encuentran consuelo en el universo, yo misma he encontrado una guía en las estrellas, pero ahora todo eso me parece una ridiculez, pero al mismo tiempo es como si siguiera necesitándolo tanto. Es como si fuese una parte de mí que no puedo arrancar pero que necesito hacerlo para seguir existiendo, porque no sé de que otro modo aceptar lo que pasó.
—Tienes que aceptar que la culpable no eres tú —su mirada brilla cuando me mira —No eres culpable de lo que ocurrió, no importa si el mundo dice lo contrario, no sabes que fue lo que pasó en esos momentos, no sabes si Frank en realidad si tuvo la mejor noche de su vida, pero no alcanzó a decirlo.
Las lágrimas bordean sus ojos y la fragilidad la envuelve de tal manera que no puedo resistir más tiempo lejos, me aproximo, mis brazos la rodean mientras la apego a mi pecho.
—Le dijiste lo que estuvo a tu alcance, Stell. Frank tomó otras decisiones, y a veces, las decisiones equivocadas pueden llevar a consecuencias desastrosas. No hay un plan maestro.
—Esa noche en el puente...
Sonrío levemente.
—¿Destino o casualidad? —inquiero. A pesar de las lágrimas, sonríe.
Se forma un silencio, y luego susurra...
—Destino.
La luz de las estrellas parece concentrarse en ella, eclipsando todo lo demás. Su cabello cae en su rostro, y tengo que resistir la urgencia de apartarlo para ver sus ojos más claramente.
La misma sensación que me envolvió en el estudio de investigación vuelve ahora, más fuerte, más intensa, su presencia me atrae, como una fuerza gravitacional que me obliga a estar a su alrededor.
Esta vez no hay alumnos, ni nada que pueda romper el momento. Solo ella y yo.
—Destino —susurro de vuelta.
Su mirada se desplaza hacia mis labios, los míos viajan por su piel, recorriendo cada milímetro hasta llegar a su boca. Tiene los labios entreabiertos, me aproximo más, deslizando la mano por su cintura apegándola a mí.
Entonces me decido.
Me inclino hacia adelante, todo se esfuma en un chasquido, todo se va en el segundo en el que mis labios están sobre los de ella, en el instante en el que nos fundimos en un beso que parece encender todas las llamas de mi cuerpo.
Y mientras lo hago, mientras siendo todas esas emociones recorrerme, siento un atisbo de algo más. Tal vez no sea el destino, pero es algo. Algo que hace que el escepticismo se desvanezca, al menos por ahora.
Stella.
Me está besando, sus labios se han apoderado de los míos en un beso que me resulta parecido a una explosión. Cada fibra de mi cuerpo se enciende, cada terminación nerviosa estalla haciéndome sentir como si fuese un cumulo de dinamitas a punto de explotar.
Distingo el sabor de vino en sus labios, su mano ejerce un agarre muchísimo más firme en mi cintura y luego, tras un par de segundos, lo cálido de su palma me acaricia el costado del rostro.
Mi corazón late con fiereza, mientas cada célula de mi cuerpo se enciende, despierta como si llevaran años dormidas.
El beso es un torbellino de emociones. Cada roce de sus labios contra los míos es como una chispa que enciende todo mi ser. Hay una urgencia, una necesidad de estar más cerca, de fusionarnos hasta convertirnos en uno solo.
Santo dios, estoy muy segura de que nadie me ha besado de esta manera, deslizo las manos por su pecho, enroscando los brazos alrededor de su cuello mientras me coloco en puntillas sucumbiendo a la necesidad de sentirlo más y más cerca.
Me permito saborear cada instante, me concentro en todas las sensaciones placenteras que ha producido en mí con el roce de sus labios, que parecen encajar perfectamente con los míos, como si estuviesen diseñados para encontrarse en algún momento, sin ningún centímetro de distancia.
Estoy sin aliento cuando al fin sus labios se apartan de los míos, mantengo los ojos cerrados por unos segundos más porque no quiero enfrentarme a lo que puedo encontrar en sus pupilas, pero en cuanto el toque tierno me acaricia la mejilla, lo hago. Nuestros ojos se encuentran, y en su mirada veo la misma intensidad, la misma necesidad.
Harry se aparta lentamente, sus ojos aún fijos en los míos. Su aliento es agitado, y puedo ver la lucha interna que se desarrolla en sus pupilas, en el color verde que parece más vibrante ahora, más vivo. No dice nada, pero su expresión dice más de lo que las palabras podrían expresar
Toma mi mano y la aprieta con fuerza. No sé si es para tranquilizarme porque justo ahora mi corazón late con una fiereza que estoy segura de que no es sana, o para aferrarse a algo tangible en medio de la tormenta de emociones. Pero no me suelta, y eso me da esperanzas porque carajo, estoy colada por este hombre.
Tanto que me aterra el pensar que es lo que puede decir a continuación.
—Ha sido el mejor beso de toda mi puta vida —dice liberando la sonrisa en sus labios —dime que piensas lo mismo, supernova, o juro que voy a lanzarme colina abajo.
La tensión se va, un sentimiento cálido se extiende por todo mi pecho, la carcajada que se produce al fondo de mi garganta se libera flotando entre nosotros.
—Eso sería una pena, sería la última persona que te vio con vida, me haría sospechosa.
Harry sonríe, ladea la cabeza mientras su mano acuna el costado de mi rostro.
—Besarte se siente como tocar el maldito universo, Stell.
Hace mucho que nadie habla así de mí, muchísimo tiempo que no me siento tan alabada por alguien. Y la forma en la que Harry me mira es como si pudiera leer mi mente, como si supiera todo lo que he guardado bajo llave durante tanto tiempo.
Y me gusta.
Me gusta no ser invisible ante él, me gusta tanto que no me juzgue por el pasado, por mis acciones, me gusta muchísimo poder expresar lo que me aterra, y que él esté a mi lado validando cada sentimiento.
—Supongo que eso lo convierte en algo muy muy bueno —comento con fingida inocencia.
Se ríe, el sonido ronco brota de su pecho mientras coloca ambas manos a los costados de mi rostro.
—Más que bueno, es exquisito —susurra con su aliento chocando contra mí —me gustas mucho, supernova.
No pierde oportunidad, sus labios se apoderan de los míos y me dejo llevar por segunda ocasión. Me dejo llevar sin pensar en el pasado ni en el futuro. Solo en el presente, en este beso que me consume y me transforma. Porque, por primera vez en mucho tiempo, siento que estoy viva.
Es pasada la media noche cuando volvemos a la ciudad, Harry conduce en silencio, hemos charlado muchísimo, y también nos hemos besado en iguales cantidades. Pero es como si nada hubiese cambiado, y eso se siente tan bien.
Decido romper el silencio, porque reconozco las calles que nos acercan a mi hogar y no deseo que esta noche acabe.
—¿Por qué decidiste ser astrónomo? —me mira brevemente.
—Cuando era niño, mi abuela solía llevarme al campo, lejos de las luces de la ciudad. Nos tumbábamos en el césped y mirábamos las estrellas. Me contaba historias sobre constelaciones, planetas y galaxias. Para ella, el universo era un libro abierto lleno de secretos por descubrir.
Sonrío cuando pienso que su abuela y yo seríamos tan buenas amigas.
—Siempre fui un niño que quería tener todas las respuestas, así que luego de cada salida con mi abuela, cuando volvíamos a casa, pasaba horas frente a la computadora intentando investigar, encontrar respuestas, y es increíble que han pasado casi dos décadas desde entonces, y aún tenga muchas preguntas por responder.
—Así que, ¿decidiste estudiar astronomía para hallar la respuesta a misterios cósmicos?
—En parte —admite con una sonrisa ladeada —la otra fue que siendo científico impresiono más a las chicas.
Una carcajada brota de mis labios.
—No todos los científicos impresionan a las chicas, créeme, algunos son idiotas petulantes que creen saberlo todo.
Harry arquea una de sus cejas.
—¿Quién te hizo tanto daño? —inquiere reteniendo la sonrisa.
—Ugh, no quiero arruinar nuestra cita mencionando a un idiota que no vale la pena —sentencio —¿Qué diría tu abuela de saber que sales con alguien que lee las cartas y esas cosas?
Una ligera risa brota de sus labios.
—No diría mucho en realidad. —me mira brevemente —¿estamos saliendo?
Abro la boca para decir algo, pero vuelvo a cerrarla al no encontrar una respuesta adecuada. Harry vuelve a reír.
—No lo negaste, así que vamos bien —dice.
No tengo oportunidad de dar una respuesta, el auto estaciona delante de mi hogar y muy a mi pesar, tengo que aceptar que esto se ha acabado. Abro la puerta, cuando hago el ademán de bajar, su mano se envuelve alrededor de la mía.
—¿Esto significa algo? —inquiere en un susurro —porque tengo que admitir que voy a volverme loco si no vuelvo a saber de ti.
—¿Vas a lanzarte de alguna colina?
—Lo más probable —dice frunciendo los labios.
Me rio, lo hago en serio sintiendo de nuevo la calidez en el pecho.
—Significa algo, aún no sé muy bien qué, pero me gusta. Y no quiero que te lances de una colina.
Se muerde el labio inferior mientras asiente. Suelta mi mano solo para colocarla detrás de mi cuello y atraerme a él, sus labios chocan con los míos robándome un suspiro, el contacto es corto, pero no por eso carente de sentimiento.
—Buenas noches, supernova.
Me obligo a reaccionar, salgo del coche y cierro la puerta, me alejo un par de pasos mientras elevo la mano en señal de despedida.
—Buenas noches, chico de las estrellas.
Grabo su sonrisa espléndida mientras le doy la espalda y subo los escalones, abro la puerta y antes de cerrarla, lo miro por más tiempo del necesario solo para grabarme su expresión, lo iluminado de sus ojos y la sonrisa que no desaparece.
Una duda se siembra en mi pecho, así que retrocedo y la dejo libre.
—¿Por qué me llamas supernova?
Su sonrisa crece.
—Tal vez algún día lo sepas —me dedica un guiño y yo rio en respuesta.
Vuelvo sobre mis pasos, empujo la puerta y solo lo miro brevemente una última vez antes de cerrar la madera detrás de mí, cuando lo hago, sonrío como hace mucho no lo hago.
No mentí, no sé que es lo que esto significa. No sé si nuestro encuentro es destino, o casualidad, pero sé que por algo estamos aquí, y al menos por ahora, es suficiente para mí.
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