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CAPÍTULO 9. ESTA NOCHE EN EL WATERLOO (IV)


Aquella noche acompañé a Jason a casa. Después cogí la moto y me fui. Le dejé un mensaje a mi madre diciéndole que estaba bien, pero necesitaba estar solo, respondiendo a las interminables llamadas que me había hecho.

No me apetecía hablar con ella en ese momento. Ya se habría enterado de la muerte de Vlad. Y no podría sentirla como yo la sentía, aunque no podía culparla por ello.

Me senté en un banco en la universidad. Compré una cerveza en un bazar cercano, y dejé que el rugido del viento entre los árboles me sobrecogiera. Después de todo las fuertes corrientes agitan las hojas como el destino sacude las vidas de las personas.

Sujetaba en mis manos la carta de Vlad. Con las manos temblorosas, y magulladas de los puñetazos con los que le había partido la cara cuando aún estaba vivo, la abrí, y la aferré firme. Habría sabido distinguir que era su escritura a más de mil leguas. Pese a haber sido muy inteligente, la ortografía y la caligrafía nunca fueron lo suyo.

Hola, Roy,

Aunque cueste creerlo, siento lo que te he hecho. Últimamente estoy nervioso. Soy listo como para saber por qué me comporto de esa forma. También sé que tú eres más listo que yo. Y que entenderás que las cosas están complicándose.

Te escribo porque, después de pensar varios meses en lo que me dijiste, de verdad, había decidido cambiar de rumbo. Dejarlo todo atrás. Dejar a mi padre. Y marcharme. He decidido hablar con él. Siempre viene a supervisar la caja del Waterloo, ya sabes, cuando cierra. Le esperaré aquí. Aunque no sé cómo se lo tomará. Y preciJasonente por eso te escribo.

He guardado tus cincuenta libras en el bolsillo. Si todo sale bien las usaré para tomar un bus a Londres. Y desde allí veremos. Si las cosas no salen como espero Oswald te entregará esta carta. Porque, aunque nadie sepa nunca lo que pasó, quiero que tú sepas la verdad. Porque fuiste el único que intentó todo para que saliera de este pozo de mierda. Porque estuviste siempre, aun cuando yo no estuve a la altura.

Pero decirle a Iroslav Kokotska que le dejas solo con el negocio más comprometido de su carrera no es algo que uno intente sin saber si será lo último que haga. Por mucho que sea tu padre.

Yo sé secretos, Roy. Algunos morirán algún día conmigo. Pero dos de ellos merecen que alguien como tú los sepa. Y por eso te escribo esta carta.

El primero, y más personal, es algo que creo que ya sabes. Iroslav Kokotska mató a tu padre. Hace muchos años. Y aquí es donde todo se conecta. Porque para que entiendas por qué mi viejo cometió el peor error de su vida, debes conocer un secreto mucho más importante sobre su carrera. Uno que te dará las armas para destruirla.

Ellos me recordarán como un traidor por esto. Pero a estas alturas solo queda una persona en el mundo cuyo recuerdo me importe. Y eres tú.

Hace más de veinte años que todo empezó. Nosotros acabábamos de nacer. Kokotska y Brown se conocieron por pura casualidad. En un bar en donde proyectaban películas. Sabes que mi viejo siempre fue aficionado. Allí empezaron sus conversaciones. Y de esas conversaciones termina surgiendo el que es, sin duda, el negocio más terrorífico de esta maldita ciudad. Una fábrica de películas Snuff, que cuenta con distribuidoras online y con una cantera de clientes muy elitistas a escala global. No sé si sabes lo que es. Un género en el que se hace sufrir de verdad a las personas. Hasta matarlas. No son actores. Son personas, como tú y como yo, llevadas al límite hasta poner fin a su vida. Y su agonía recogida por una cámara.

A Iroslav le movía el dinero. A Brown un curioso nexo con la perversión de su padre, un viejo nazi que colaboró en los experimentos de varios campos de concentración y logró huir después de la guerra.

No sé si alcanzas a imaginar el alcance de todo esto. Sé que estabas detrás de recabar algún tipo de información sobre las desapariciones, y algunos cadáveres que no se ocultaron bien cuando yo empecé a trabajar, porque se habían quedado sin la persona que por mucho tiempo trabajó para ellos, yo no tenía experiencia. Lo sé porque colaborabas con el viejo John, y él era el único que seguía la pista a mi padre. Nunca se lo quitó de en medio porque era un borracho, y ya se encargó de tirar por los suelos su reputación como poli.

Aquí es donde entra tu padre. Él dio, por casualidad, con una serie de filmaciones en la biblioteca de mi viejo. Sabes que eran muy buenos amigos, y siempre andaba por casa. Tu padre sí que gozaba de la credibilidad y los contactos necesarios para meterlo en un brete. Así que mi viejo quedó con él en su coche, se suponía que iban a hablar de algunos asuntos. Nada serio. Entró al coche, sacó una pistola y le disparó en la frente a tu viejo. No hace mucho que me contaron la historia. Apenas unos meses. Sino no habría sido capaz de llamarme tu amigo.

Yo estaba empezando con lo mío, el tema de la coca. Necesitaba pasta porque la funeraria no me alcanzaba. Y las apuestas no me iban bien. Me ofrecieron hacer un par de trabajos para ellos. Tres veces al mes. Y acepté, sin saber dónde me metía. Luego me mantuve por lealtad y por miedo. No sé explicarte bien qué me pasó. El 90% de ingresos de mi familia vienen de este negocio. La funeraria y la droga son dos tapaderas, pero no dejan como para mantener el nivel de vida que llevamos. No quería que Freya o mi madre pagaran por echarlo a perder. Y al mismo tiempo quería terminar con todo. Solo iba a sacar los cadáveres, me los llevaba con el coche de la funeraria, y primero los abandonaba en lugares recónditos de la ciudad, en donde no había cámaras de tipo alguno. A las afueras. Después se me ocurrió esconderlos en los nichos del cementerio de Flicmond, con la carta te dejo una lista de las tumbas que he profanado para esto.

Pero hace una semana algo lo cambió todo. Entré a buscar a mi padre al estudio de mi casa. Siempre está cerrado con llave, desde que pasó lo de tu viejo, así que imaginé que estaba dentro porque la puerta estaba abierta. Pero no había nadie. Cuando atravesé la puerta me encontré con un video reproduciéndose. Y en el video salía ella, Hannah. No voy a decirte lo que le pasó. Porque ella no hubiera querido que alguien la pudiera imaginar de esa manera. Salí de allí y cerré la puerta. He evitado a mi padre todos estos días. Apenas paso por casa. Incluso he dormido en el Waterloo. No sé lo que podría pasar si lo tengo delante. No después de saber lo que le hizo.

¿Recuerdas el viejo almacén?, justo detrás de la fábrica. Allí es donde todo pasa. Tienen una zona de celdas, en parte insonorizada, en donde guardan a varias personas atrapadas de una vez. Un almacén de cámaras. Y un estudio, en el piso más bajo, en donde hacen con ellos toda clase de animaladas. Como podrás ver, junto a la carta te adjunto también algunas fotos que revelé con mi propia cámara. Mi padre no cuenta con que tú lo sepas. Yo era sus ojos y sus oídos en el barrio, y nunca le conté que andabas detrás de esto. Aunque creo que eso puedes sospecharlo, porque de lo contrario ya estarías muerto.

Entrega estas pruebas y la carta en alguna comisaría que no sea la de Dowtonw. Allí tienen hombres. Incluso uno de ellos, Bill Farrel, que colabora con nosotros sacando los cuerpos.

Es posible que nunca pueda disculparme por la situación en la que te dejo. Por todo lo que he hecho. Porque no tengo perdón. Porque yo mismo me he condenado. Pero si tengo una oportunidad, en esta, o en otra vida, pienso devolverte el favor.

Sé que harás lo correcto porque sé mejor que tú mismo de qué estás hecho. Siempre lo envidié. Siempre quise ser como tú. Está claro que fracasé.

Solo te pido que corrijas mi error. Si aún se puede. Que les hundas hasta los cimientos. Como si el mundo fuera a arder mañana.

Si salgo adelante, procuraré parecerme más a ti. Si no lo logro, sé que mi secreto se queda en las mejores manos.

Espero que tengas la vida que te mereces. La que a tu padre le robaron en Flicmond.

Adiós, Roy.

En ese momento me quedé solo frente al río. Guardé el sobre en mi bolsillo, con cuidado de no estropear las fotografías que no me atreví a mirar.

Observé el cielo.

Pasó una estrella fugaz.

―No necesitabas parecerte a mí ―murmuré, como ido―. Habría bastado con seguir siendo tú mismo.

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