Capítulo 67
El aire gélido estaba saturado de una humedad sofocante que parecía pesar sobre sus hombros. Unas horas antes, los primeros tímidos copos de nieve del invierno habían caído con suavidad, si bien no habían llegado a vestir el suelo convirtiendo los vastos bosques que lo rodeaban todo en una postal navideña.
Con el cuerpo crispado por el frío implacable, Naiym se abrochó la chaqueta mientras el vaho blanco de su respiración se alzaba a su alrededor, envolviéndolo como un susurro fantasmal antes de desvanecerse en la profunda oscuridad de la noche.
Frotándose las manos para hacerlas entrar en calor, abrió el maletero del coche mientras su hermana se apoyaba en el lateral del vehículo, ajena al frío, y consultaba un mapa de del complejo industrial para familiarizarse con las callejuelas de los alrededores y comprobar la presencia de corrientes telúricas.
—Cuatro. ¿Te puedes creer que haya cuatro en apenas dos quilómetros cuadrados? —preguntó con un cierto hastío en la voz—. No acabo de entender por qué pasan tantas por aquí si no hay ab-so-lu-ta-men-te na-da.
Jazeera nunca había sido fanática de las zonas rurales. Hacerla feliz pasaba por día de compras en la ciudad y una noche de fiesta salvaje. Alejarla de las grandes metrópolis la sumía en un estado de apatía y amargor que se aseguraba de señalar cada dos por tres por más bonito que fuera el paisaje.
—No habrá nada —afirmó Naiym—, pero todo está pasando aquí —le recordó. Un trabajo que diera de qué hablar en casa solía ser suficiente para animarla. Más todavía si no tenían permiso para meterse de lleno en él. Como era el caso.
Su hermana rodó los ojos antes de dejar el mapa en la bandeja cubre equipajes del maletero e inclinarse hacia Naiym para que este pudiera dibujarle, con dedos entumecidos, el glifo de sangre en la frente. Al terminar, fue ella quien sumergió el dedo en el vial de sangre y trazó el mismo símbolo en la piel del chico.
—¿Entonces el plan vuelve a ser esperar? —preguntó la chica limpiándose el índice con un pañuelo que se tiñó de rojo. Se lo guardó en uno de los bolsillos de los pantalones y se colgó al hombro la bandolera cruzada, con todo lo necesario, que había preparado en el motel donde se estaban alojando. Un auténtico cuchitril.
Soñaba con el día en que su misión fuera tan importante que les dieran un presupuesto digno que garantizara un poco de comodidad, tampoco pedía mucho, y, sin embargo, sabía que probablemente ese día nunca llegaría. Menos todavía si la llevaban a cabo a escondidas porque no tenían autorización para hacerlo y, por tanto, nadie conocía su trascendencia.
Bufó entre dientes.
Su hermano le dedicó una ceja alzada, pensando que era debido a la idea de esperar, mientras se abrochaba la falquitrera alrededor de la cintura y enfundaba dos dagas adicionales. Le pasó a Jaz uno de sus estiletes favoritos. La chica lo ocultó con habilidad en su bota derecha.
Tras comprobar que lo tenían todo, Naiym cerró el maletero y se apoyó junto a su hermana, a la espera.
—¿Se acordó un lugar específico? —Fue una pregunta retórica.
—No.
—¿Tendría lógica que, habiendo tantas líneas ley, hubieran escogido un punto concreto?
—Claro —afirmó Jaz con fingida convicción. Naiym le dio un empujón.
—Muy graciosa.
» Y, además, los demonios son muy puntuales —añadió unos segundos después poniéndole un gran énfasis al adverbio intensificador.
—Ahora el graciosillo eres tú. Me saca de quicio que nunca aparezcan cuando...
Dejó que la frase muriera en sus labios. Ambos hermanos se incorporaron a la vez. Las luces del vehículo, dejadas encendidas expresamente, habían empezado a parpadear.
—Al final no tendremos que esperar demasiado —comentó Naiym. Dio un par de saltos para entrar en calor.
Jaz sonrió sin mirarlo y se acercó hasta los faros delanteros, que volvían a emitir una luz constante. Examinó la callejuela con atención.
Nadie se había molestado en instalar un par de farolas, así que las luces del coche y las de la carretera principal, a unos doscientos metros, eran las únicas fuentes útiles de iluminación del lugar. Los letreros brillantes de los almacenes y fábricas apenas proporcionaban una mínima visibilidad en una oscuridad sin luna, pero, sin lugar a duda, se convertirían en su mejor aliado esa noche.
Entrecerró los ojos, esperando.
—¡Allí! —exclamó—. Pillado.
Se mordió el labio con satisfacción y echó a correr hasta la intersección para internarse en un nuevo callejón. Escuchó a su hermano moviéndose detrás suyo. Frenó el ritmo para poder cubrirse de un velo de silencio mientras se acercaba al cartel que había parpadeado.
No había nadie en las inmediaciones.
Ambos hermanos volvieron a estudiar el entorno en búsqueda de errores de corriente. Aunque un lector de ondas electromagnéticas no sería suficiente para detectar a un solo demonio en un espacio tan amplio, era de agradecer que la zona contara con tantísimas señales luminosas que alterarse con su mera presencia.
Naiym cogió a su hermana del brazo y señaló un rótulo azul apuntalado encima de una asta que había empezado a titubear.
Se dirigieron hacia allí pegados a las puertas y paredes de los almacenes para mezclarse con las sombras y evitar ser vistos.
Tras unos cuantos minutos siguiendo las luces llegaron a un callejón no diferente de los anteriores. Una de las líneas ley pasaba cerca de allí, por lo que el demonio contaría con una fuente de poder extra. Probablemente era el motivo por el cual había ido a parar allí.
Vigilando de no hacer el más mínimo ruido ni movimientos bruscos que alertaran de su presencia, Naiym y Jazeera se internaron en la callejuela y se ocultaron detrás de unos contenedores antes de ser vistos por sus ocupantes.
El demonio no estaba solo.
Tras semanas de búsqueda habían dado al fin con ella.
Los hermanos compartieron una mirada. En los ojos de Jaz chispeaba orgullo, satisfacción y confianza. Naiym procuró enterrar esos sentimientos y centrarse en la cautela y la concentración. A pesar de sus diferencias, los corazones de ambos latían con fuerza a causa de la expectación y el nerviosismo. No importaba cuántas veces lo hubieran hecho; cada ocasión era diferente, cada ocasión podía ser la última.
Eran demasiado conscientes de ello.
Naiym se señaló a sí mismo y con gestos indicó el otro lado del callejón. Jaz asintió en respuesta mientras empezaba a dibujar los símbolos en el contenedor. Al verla, el chico se incorporó y volvió a la calle por la que habían llegado fundiéndose con la noche.
A su espalda, el intercambio continuó sin interrupciones.
Cuando se hubo alejado unos cuantos metros y estuvo demasiado lejos para ser oído empezó la carrera que le llevó a rodear dos bloques antes de poder acceder al otro lado del callejón.
En ese extremo no había dónde esconderse.
Sabiendo que cada segundo era vital y que su hermana lo estaba esperando a él, se apresuró a dibujar los símbolos en la pared de la esquina. No sería suficiente.
Echó un rápido vistazo al trueque que se estaba llevando a cabo.
El demonio había tomado el cuerpo de un hombre trajeado de mediana edad. Atlético, fuerte, bien cuidado y, en apariencia, adinerado. Se enfrentaban a un demonio de un rango considerable: eran los únicos que permanecían en el plano mortal durante cortos períodos de tiempo antes de volver voluntariamente a las dimensiones infernales para continuar con sus quehaceres, y, si la posesión se alargaba, se preocupaban de presentar una apariencia digna de su rango.
Los demonios inferiores no se molestaban con tales detalles, disfrutaban de los cuerpos sin preocupaciones hasta que algo les obligase a abandonarlos, por lo que las barbas descuidadas, las ropas sucias y arrugadas y el mal olor solía ser habitual.
Aunque realizar un exorcismo siempre era una tarea importante, y no desaprovecharían la oportunidad, no habían venido de manera expresa por él.
Sino por ella.
Lilia Alaire.
Después de semanas de persecución, de localizarla y perderle la pista una cantidad exasperante de veces, habían dado con ella. Y si conseguían atraparla antes de que consumiera la sangre, no volvería a escapárseles.
Durante ese tiempo, su piel había adquirido un tono ceniciento, acentuando las profundas ojeras bajo sus ojos y dándole un aspecto enfermizo que se veía agravado por la maraña de cabellos enredados y el vestido de época sucio y rasgado.
Estaba al borde de un abismo sin retorno. Naiym apretó la mandíbula: no podían permitirse volver a fallar.
Esperando que el ruido de la negociación que se estaba llevando a cabo y la oscuridad lo ocultaran, cruzó hasta el otro lado del callejón con el corazón martilleándole las costillas a toda velocidad. Comprobó no haber sido visto antes de iniciar un nuevo conjunto de símbolos en la segunda esquina.
Cuando terminó sacó la cabeza y buscó a su hermana. Jazeera asintió desde su escondite tras el contenedor. Estaban listos.
Ambos desenfundaron sus respectivas dagas y trazaron un conjunto de signos en las hojas con la misma sangre que marcaba sus frentes y las paredes. El plan era simple aunque no sencillo de llevar a cabo: tenían que conseguir herir al demonio con los puñales sin provocar heridas letales para el recipiente. El poder de la sangre lo debilitaría lo suficiente para evitar que pudiera teletransportarse y los símbolos a ambos lados del callejón actuarían de barrera impidiéndole huir. Una vez atrapado no podía escapar del exorcismo.
Mientras tanto también tenían que asegurarse de que Lilia no tomara la sangre ni escapara y de que ninguno de los dos los matara en el proceso.
Simple pero no sencillo.
Naiym inspiró y expiró y encontró los ojos de Jaz una última vez.
Compartieron el asentimiento de cabeza definitivo y el chico se lanzó hacia el callejón salmodiando el exorcismo con todas sus fuerzas para atraer la atención de Lilia y el hombre. Las palabras, antiguas y poderosas, brotaron de sus labios con urgencia y rabia rompiendo la quietud de la noche en la que habían estado refugiándose.
Cumplieron su función: ambos se giraron hacia él sorprendidos por su repentina aparición y no repararon en Jazeera hasta que, deslizándose por el suelo como una sombra, su estilete se tiño de sangre demoníaca.
Todo sucedió muy deprisa.
El hombre soltó un estallido de fuerza telequinética que lanzó tanto a Lilia como a Jaz por los aires. En ese momento Naiym saltó sobre él y consiguió infringirle una nueva herida antes de ser golpeado con una fuerza sobrehumana y salir despedido hacia un lado.
El impacto contra la pared le cortó la respiración y con ella sus palabras quedaron atrapadas en su pecho.
También desde el suelo, Jaz continuó el exorcismo mientras su hermano recuperaba el aliento.
Inmediatamente el hombre comprendió que no podría desmaterializarse y, en vez de intentar huir por uno de los lados del callejón, se lanzó hacia la cazadora, furioso, mientras sus manos se convertían en unas garras antinaturales.
De puro milagro, su hermana consiguió esquivar el golpe que iba dirigido a su pecho, pero un segundo zarpazo se aproximó por el otro lado y desapareció dentro de su pierna.
Su intenso chillido de ira y dolor ocultó el avance de Naiym, que se lanzó hacia la espalda del hombre para darle tiempo a Jaz a arrastrarse tras la barrera que el demonio no podía traspasar.
El puñal atravesó el omoplato del hombre y un nuevo estallido de fuerza volvió a lanzarlo por los aires en dirección contraria.
Chocó contra el suelo con un crujido de huesos y dolor.
Consiguió incorporarse solo para ver como su hermana traspasaba la barrera antes de que el demonio la alcanzara. La chica se dejó caer sin fuerzas mientras se obligaba a seguir entonando el exorcismo con la voz rota por el dolor.
El hombre retrocedió hacia atrás al colisionar contra la pared invisible. Inmediatamente se giró hacia Naiym.
El chico logró levantarse de manera tambaleante y echó a correr hacia la barrera más próxima, opuesta a la de su hermana.
Se tiró hacia el suelo con todas sus fuerzas para traspasar la línea. No fue hasta que estuvo a salvo tras ella que comprendió porque el demonio no lo había alcanzado.
Había empezado a convulsionar.
Ponto abandonaría el cuerpo.
Naiym fue a sumarse al exorcismo cuando reparó en una pequeña figura que se internaba en la noche.
—¡Mierda! —exclamó volviéndose a poner de pie con un gemido de dolor. Lanzó una rápida mirada hasta Jaz, al otro lado del callejón. Había logrado sentarse y se rodeaba la pierna con un vendaje improvisado y una mueca en el rostro.
Su hermana interrumpió momentáneamente el cántico que seguía saliendo de sus labios.
—¡Ve a por ella! —gritó. Seguramente habría añadido que tenía la situación bajo control si no hubiese tenido que volver a la recitación para que el demonio no tuviese oportunidad de recuperarse y conseguir escapar de un modo u otro.
Apretando los dientes ante la idea de dejar a su hermana atrás, sola y herida, Naiym se lanzó en persecución de Lilia.
Esta vez no había luces parpadeantes que lo guiaran, no podía perderla.
Giró en la intersección por la que había desaparecido la bruja con un sudor creciente empapándole la ropa.
Maldiciendo a la misma oscuridad que lo había ocultado a él unos minutos antes, Naiym llegó a una nueva encrucijada. ¿Por dónde había ido?
—¡Mierda! —murmuró frenando la carrera. Dio un par de vueltas sobre sí mismo examinando los distintos callejones. No se veía movimiento en ninguno de ellos, aunque... siendo tan menuda y encontrándose en un estado físico tan lamentable ¿cómo podía haber logrado dejarlo atrás?
«Qué astuta».
Semana tras semana de persecución le habían permitido llegar a conocerla lo suficientemente bien como para ir descubriendo sus capacidades y puntos débiles. Era ágil de mente, cuidadosa y perspicaz, pero la consumía la necesidad de la siguiente toma. Esa desesperación era el único motivo que la llevaba a cometer errores. También lo que le incitaba a continuar y la hacía imprevisible y despiadada a pesar de su corta edad.
¿Cómo había aprendido a desenvolverse por el mundo sobrenatural con esa soltura? ¿Y dónde había estado todo esos años? Naia le debía muchas respuestas.
Temiendo estar cometiendo un error, se decantó por la calle lateral que se estrechaba con un ángulo más cerrado respecto a su posición y fingió emprender la carrera hacia esa dirección. Su respiración controlada, el ritmo de sus pasos medido al milímetro para imitar una carrera frenética. Sabía que el menor desliz podría alertarla.
En el callejón que acababa de dejar atrás, el silencio fue roto por un leve crujido.
Naiym retrocedió cuidadosamente y consiguió ver como la tapa de uno de los contenedores de basura se abría con lentitud. Tal como había supuesto, una pequeña figura emergió del interior, y, sin perder el tiempo, echó a correr por donde había llegado.
Demasiado impaciente. Si hubiera esperado unos minutos más, el cazador habría creído que se había equivocado. La prisa de la desesperación la había delatado.
Naiym contuvo un destello de satisfacción y salió tras ella, acortando la distancia que los separaba a cada paso, a cada giro que Lilia intentaba desesperadamente.
La tenía. Esa vez, finalmente la tenía.
La bruja de sangre cruzó una esquina y se lanzó hacia un aparcamiento de camiones escabulléndose entre las sombras que proyectaban los vehículos. Naiym no se dejó intimidar. Aceleró su ritmo sintiendo cómo su cuerpo respondía al desafío, a las horas y horas de práctica, a todas las persecuciones menores que había llevado a cabo junto a su hermana.
La vio deslizarse entre dos camiones, su pequeña silueta casi imperceptible. Primero su cuerpo desapareciendo en la oscuridad, después el destello de su cabello anaranjado que surgía por un rodeo inesperado, y más tarde, apenas unas piernas fugaces bajo la carrocería de un camión.
Luego, nada.
El sonido de las pisadas del cazador resonaba en el asfalto húmedo cuando se detuvo en seco, casi con violencia. Su respiración se estabilizó en cuestión de segundos, acostumbrado a la tensión de la persecución, sin embargo, en ese momento el silenció le pareció más ensordecedor que cualquier grito.
Giro sobre sí mismo, con los sentidos alertas, buscando algún indicio, algún sonido. No encontró nada.
¿Dónde se había metido?
El eco de su propia pregunta resonó en su cabeza mientras escrutaba el espacio a su alrededor, cada sombra, cada rincón entre los vehículos buscando algún rastro de movimiento, un brillo anaranjado, pero Lilia parecía haberse desvanecido en el aire como si nunca hubiera estado allí.
Naiym maldijo en voz alta. Sus palabras resonaron en la oscuridad como si la propia noche se burlara de él. Sus manos se dirigieron hasta la linterna que colgaba de su falquitrera y al encenderla, el débil haz de luz rasgó la penumbra.
Se apresuró a revisar cada remolque, cada hueco por pequeño que fuera, cada sombra que pudiera ocultarla.
No podía haber desaparecido. El demonio no había llegado a entregarle el vial con la sangre demoníaca y era imposible que una bruja de sangre hubiese logrado contener su ansia como para mantener una reserva sin consumir. ¿O no? La posibilidad lo golpeó como una daga fría de incertidumbre calvándose en su mente.
Las dudas comenzaron a asaltarlo con furia: ¿Cómo había llegado Lilia hasta allí en primer lugar? ¿Se había materializado? ¿Le quedaba aún sangre demoníaca corriéndole por las venas?
¿Podía ser que realmente se hubiera desvanecido en la nada?
Alejó los interrogantes sin respuesta con un gruñido y se obligó a inspeccionar cada remolque, atento a cualquier ruido a su alrededor que alertara de su presencia.
A medida que pasaban los minutos, con cada vehículo que dejaba atrás, el peso de la derrota empezó a caer sobre sus hombros, aplastante y cruel.
La había perdido. Otra vez.
La rabia y la frustración se mezclaron con la impotencia. Sabía lo que eso significaba. La próxima vez que la encontraran, si es que volvían a hacerlo, ya no podían salvarla. Demasiadas tomas, demasiada corrupción en su cuerpo. Su alma se habría perdido.
Le habían fallado. Él le había fallado.
Con una mezcla de resignación y dolor, apagó la linterna y, con pasos pesados, volvió a internarse en los callejones. Tenía que volver con su hermana.
Se removió con incomodidad dentro de la chaqueta. El calor de la persecución que había estado manteniendo a raya el frío ya se había desvanecido y el sudor que le bañaba la ropa comenzaba a enfriarse rápidamente. Sentía las manos y la garganta entumecidas debido a las temperaturas gélidas.
Una corriente de aire helado lo golpeó con violencia, removiéndole la ropa como si quisiera arrancársela, mientras un trueno profundo y lejano resonaba en la distancia. Naiym alzó la mirada hacia el cielo, el ceño fruncido. ¿Una tormenta?
Tan pronto habían empezado a caer los primeros copos de nieve habían consultado la previsión meteorológica para averiguar el pronóstico. No se esperaban lluvias, y menos todavía una borrasca con actividad eléctrica.
Y sin embargo, un segundo estruendo rasgó el cielo, más fuerte, más cercano. Y luego un tercero. La tierra pareció estremecerse bajo sus pies.
Naiym se estremeció cuando otra ráfaga de viento, más fría que la anterior, le azotó el rostro, haciéndole apretar los labios y apresurar el paso. Se escondió dentro de la capucha y metió las manos en los mullidos bolsillos de su chaqueta en un intento de conservar la poca calidez que le quedaba. El vaho blanco de su respiración lo envolvió.
En cuestión de minutos, las rachas de aire se transformaron en un auténtico vendaval que aullaba entre los edificios al compás de los truenos. Una muralla de nubes agitadas y furiosas se alzó sobre el horizonte y avanzó con una velocidad antinatural como si una fuerza desconocida la guiara hacia él.
Apretó los pies contra el suelo para mantener la estabilidad y se encogió sobre sí mismo para seguir avanzando en contra de un viento salvaje que parecía querer ensordecer el mundo. Cada paso se convirtió en una lucha implacable.
Frenó en seco cuando lo escuchó. Más allá de los truenos, por encima del rugir del vendaval, más grave que el sonido de la tormenta, un cuerno resonó en la noche.
El sonido reverberó en su pecho, profundo y gutural, cargado de un poder inconmensurable. Latió en su cuerpo, con fuerza, erizándole cada centímetro de piel.
Cuando pensaba que sonido no podría ser más grandioso, una docena de voces se sumaron a la cornamenta. Aullaron al unísono, poderosas, profundas, antiguas. Antinaturales. Voces antiguas llenas de una fuerza que no pertenecía a este mundo. Y, sin embargo, sonaban tan cerca...
Entonces los vio.
Por encima de la muralla de nubes turbulentas emergieron doce figuras encapuchadas comandando la tormenta sobre unas colosales bestias de niebla, bruma y furia. Sus ropajes, grises y negros, se fundían con las sombras de la borrasca, volviéndolos indistinguibles del caos que los rodeaba como si hubieran sido esculpidos por los mismos elementos que rugían a su alrededor, por la misma fuerza de la naturaleza salvaje que no conocía la piedad. Los relámpagos encendieron las frías máscaras de plata que ocultaban sus rostros con un brillo tan cegador que quedó gravado para siempre en la mente del cazador. Eran inhumanas, desprovistas de toda expresión recognoscible. Terribles.
El profundo rugido gutural del cuerno volvió a resonar por encima de la tormenta arrancando a Naiym de una ensoñación en la que no sabía que estaba sumido. Estaba contemplando una fuerza ancestral, peligrosa hasta niveles que era su mente humana era incapaz de concebir. Un terror primitivo comenzó a reptar por su columna vertebral mientras su comprensión se aferraba a una única certeza: él estaba justo en su camino.
Antes de que pudiera reaccionar, el cielo se desmoronó sobre su cabeza. La lluvia cayó con golpes furiosos, como si el mismo mundo estuviera llegando a su fin. Naiym apenas notó el frío cortante de las gotas, finas como dagas que le laceraban la piel, mientras luchaba contra las fuerzas que colisionaban a su alrededor para alcanzar un refugio.
Se apretó contra la esquina del portal de un almacén intentando fundirse con las sombras, rogando ser invisible, mientras los doce jinetes pasaban por encima de él como heraldos oscuros.
Tiritando inconscientemente, los observó surcar varios callejones hasta que, como guiados por una señal invisible, los jinetes se separaron del cuerpo de la tormenta y descendieron en picado hasta perderse detrás de unos edificios lejanos.
¿Qué buscaban? La respuesta emergió, clara y cortante, antes de que pudiera siquiera procesarla. «Lilia». Estaban buscando a Lilia. Desconocía cómo lo sabía, por qué la querían o quiénes eran, pero en lo más profundo de su ser, lo supo. Venían a por ella.
Sin detenerse a reflexionar sobre lo que estaba haciendo, Naiym se lanzó hacia la dirección por donde los había visto desaparecer con el corazón latiendo al ritmo frenético de la tormenta que azotaba ese rincón perdido del mundo.
La furia de la lluvia se mezclaba con el rugido de los truenos, pero su mente estaba demasiado absorta para procesar el caos que lo rodeaba. No pensaba. Solo dejó que sus piernas golpearan el asfalto empapado, que sus pies lo impulsaran hacia delante en cada intersección, mientras sus pulmones se hinchaban y deshinchaban en una respiración profunda y controlada que nada tenía que ver con la vorágine que reinaba en su cabeza.
No se permitió pensar. Solo correr.
Nadie se fijó en él cuando llegó a una encrucijada más amplia que las anteriores. La tormenta ahogó sus pasos. El sobrecogimiento por la escena que se estaba desarrollando delante de sus ojos devoró el terror que la recorría la columna vertebral.
Impertérritos sobre sus corceles de bruma, los doce jinetes de la tormenta habían rodeado a Lilia con un medio círculo de pesadillas antiguas extraídas de los cuentos más oscuros.
La joven bruja alzó el mentón con una mezcla de desafío y miedo contenido mientras sus labios templaban visiblemente. Mechones de su cabello, del color del fuego en un paisaje gélido, caían empapados sobre su rostro, enroscándose como serpientes esperando para devorar a su presa.
Con la resolución escrita en la mirada, Lilia habló. Sus palabras se perdieron en el viento furioso. Aunque Naiym no pudo oírlas, el gestó de su rostro denotó una combinación de súplica y desafío, la negación a doblegarse.
La figura que había hecho retumbar el cuerno, situada en el centro de los jinetes, hizo avanzar a su montura hasta la bruja. La máscara de plata que ocultaba sus facciones reflejaba los relámpagos que atravesaban el cielo convirtiéndose en un brillo desalmado que parecía flotar en la oscuridad. Lilia tuvo que levantar el rostro para poder contemplar la fría presencia del ser que ahora la juzgaba.
—Lilia Alaire —su voz retumbó todavía más profunda que la tormenta, cada palabra cayendo como una sentencia—. Los juramentos sagrados han sido quebrados. La deuda sobre tu aliento sigue insatisfecha. Tu aliento, tu sombra, tu vida; nos pertenecen. La traición al pueblo se castiga con la muerte.
Naiym sintió como su corazón se detenía en su pecho. Las palabras del jinete resonaban con una condena inquebrantable, y, sin embargo, Lilia no vaciló. Alzó la cabeza hacia el cielo, cerrando los ojos por un momento como si quisiera saborear la tormenta. Las lágrimas se mezclaron con la lluvia que le recorría el rostro.
No sucumbió a ellas.
Con lentitud, volvió a clavar en el jinete aquellos ojos que ocultaban una determinación que solo aquellos que han tocado la oscuridad podían comprender. Unos ojos incongruentes con su edad.
Escupió unas palabras inaudibles.
La criatura inclinó la cabeza con un leve asentimiento.
—Tu valentía ha sido reconocida. Aun cuando la deuda que se cierne sobre tu aliento persiste, una voz se ha pronunciado. La soberana de la Ciudad de Cristal, protectora de las doce capitales antiguas y suma monarca de las Tierras Seelie, heredera del pacto, te extiende el lugar que La Que Desafió A La Muerte juró reclamar —su voz se volvió todavía más arcaica—. La Reina conoce los susurros de tu poder, y, solo ella, está dispuesta no solo a abrirte las puertas de tu derecho primigenio, sino a guiarte hasta el ápice de tu verdadero ser.
La oferta era clara. Naiym desconocía los detalles, pero el mensaje era inconfundible: Lilia estaba siendo llamada a algo mucho más grande de lo que cualquiera de ellos hubiera podido imaginar. Algo que escapaba del conocimiento de los cazadores, algo que marcaría el mundo sobrenatural de maneras que era incapaz de comprender.
— Su voluntad es clara: sométete al papel que el destino ha tejido para tu alma e inclínate hacia ella o acepta la represalia por la desobediencia de la Bruja Blanca.
Con los truenos retumbando a su alrededor, todo dependía de lo que Lilia hiciera ahora.
Pronunció sus palabras con decisión.
El capítulo más largo que he escrito en mi vida, y, sin lugar a duda, uno que se ha ganado un lugar destacado entre mis favoritos. ¿Qué creéis qué está pasando? ¿Quiénes son estos jinetes? ¿Y la Reina? ¿Qué lugar le ofrecen a Lilia?
#excited
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