Capítulo 56
El giro fue demasiado brusco, casi perdió el control. Apretó la mandíbula mientras se aseguraba de estabilizar el vehículo para no acabar empotrados contra alguno de los centenares de naves industriales que los rodeaban.
No pensaba morir de una manera tan triste. No todavía, al menos. No se había pasado tantos años empollando noche tras noche para no llegar a la universidad.
—¡Derecha otra vez! —chilló Áleix. El chico separó la espalda del respaldo del asiento del copiloto en un intento de ganar estabilidad ante las violentas sacudidas del coche apretando todavía con más fuerza el teléfono que mantenía fijo a unos pocos centímetros de su rostro. En la pantalla brillaba el GPS que los llevaría hasta el almacén que les había indicado Asia hacía apenas un par de minutos atrás—. ¡Después izquierda y ya estaremos!
Presa del nerviosismo, la chica asintió con la cabeza sin apartar la mirada de la carretera desértica que los aguardaba.
Con un nuevo movimiento de volante, volvieron a girar ganándose un cinturón clavado en el pecho y un par de exclamaciones inconscientes ante la falta momentánea de aire.
Sus manos apretaron aún más el volante. Sentía el corazón latiéndole como un martillo en el pecho, un nudo en la garganta. ¿Llegarían demasiado tarde? ¿Podrían ayudar a Isaac? ¿Dónde se había metido Nit? ¿Desaparecería como lo había hecho ella?
El giro final. Y lo vio.
El instinto tomó las riendas, suprimió el miedo, la vacilación al ver a Asia en su trayectoria, agilizó sus pensamientos y reflejos. Sin disminuir la velocidad ni un ápice, se aseguró de que Isaac no estuviera en la trayectoria. De que la bestia sí.
Pisó el acelerador a fondo.
En el último momento la criatura se desplazó unos metros y tuvo que dar un volantazo para asegurarse de embestirlo completamente.
Y entonces llegó el impacto.
Apenas fueron unas milésimas de segundo, y, aun así, fue consciente de todo lo que sucedió a su alrededor.
Su cuerpo se anticipó al golpe, tensándose involuntariamente para recibirlo. Sus ojos se cerraron. El cinturón se clavó firme sobre su pecho anclándola al asiento mientras sus brazos, piernas y cabeza salían despedidos hacia delante. El volante se escurrió entre sus dedos.
Se le cortó la respiración al mismo tiempo que un dolor agudo se expandía desde la franja que le cruzaba el torso hasta el resto de su cuerpo.
Notó perfectamente cómo el capó se comprimía delante suyo. Escuchó los huesos de la bestia romperse. Sintió como las ruedas pasaban por encima de varias de sus largas y nudosas extremidades.
Y el airbag explotando contra sus cuerpos con lo que se sintió como un puñetazo sin piedad contra el rostro.
Instintivamente sus manos golpearon la bolsa de aire para apartarla de su cara. Le salía sangre de la nariz. Sin duda, al día siguiente se despertaría con un gran hematoma a modo de máscara facial. Podrían jugar a adivinar quién había debajo.
—Áleix... ¿Áleix? ¿Estás bien? —preguntó. Parpadeó un par de veces para recuperarse a la impresión y al mareo. Al girar el cuello para comprobar el estado del chico, una punzada de dolor le recorrió el lado izquierdo del cuerpo.
—Estoy bien... estoy bien... —farfulló—. Dios... Mmm...
Volvió a mirar hacia adelante al escuchar su voz, aliviando así parte de los pinchazos que le torturaban los músculos ante el cambio de posición.
—¿Lo...? ¿Lo hemos matado...? —preguntó el chico.
—Creo que sí.
—Eso parece desde aquí —dijo una voz a su izquierda. La identificó sin necesidad de mirar, aunque el susto la llevó a volver la cabeza instintivamente. Asia.
Naia se permitió cerrar los ojos durante unos instantes masajeándose el trapecio izquierdo.
—¿Isaac...? —murmuró con un nudo en la garganta que amenazaba con impedirle respirar.
—Está bien, más o menos —afirmó Asia. Y con ello, desapareció la alegría y orgullo del fantasma, fruto de la adrenalina, que acababa de embriagarla y apareció la necesidad de regresar a su lado y asegurarse de que realmente estuviese bien—. Voy a.... Mierda.
Desapareció.
Naia tardó unos segundos en reaccionar.
—¿¡Asia?! —gritó. No hubo respuesta—. ¡¿Asia?!
Algo malo había ocurrido. ¿La criatura no había muerto? ¿Le pasaba algo a Isaac?
Presa del pánico buscó a toda velocidad la hebilla del cinturón de seguridad. Gracias a los dioses, ninguno de los dos tuvo problemas para soltarse, abrir sus respectivas puertas y bajar del vehículo.
Naia se tambaleó un poco al ponerse en pie, pero rápidamente comprobó que la bestia siguiera inmóvil en el suelo. Lo estaba, y, además, parecía bastante muerta en una maraña de extremidades rotas y de lo que parecía un líquido verdoso abundante. Supuso que era su sangre.
Del capó del coche, totalmente abollado y fusionado con la criatura, salía una columna de humo perezoso.
Habiendo descartado la posibilidad de que la bestia no hubiese muerto, buscó a Isaac con la mirada. Antes de encontrarlo, lo vio.
Un segundo bicho demoníaco acercándose hacia su amigo tendido en la parte baja de un camión de mercancías.
En un parpadeo, Asia se había materializado entre los dos.
Desde su posición en el coche la vio fruncir el ceño con furia y concentración mientras cerraba los puños con un movimiento brusco y airado, y, sin que aparentemente sucediera nada, sin que sus ojos captaran la más leve diferencia, la criatura se tensó y su cuerpo empezó a ser arrastrado hacia atrás mientras luchaba contra una ola de energía invisible.
Asia empezó a temblar manteniendo la misma postura tensa.
La criatura clavó los extremos de sus patas acabadas en garras en el asfalto provocando un chirrido agudo que le erizó todos los poros de la piel y la hizo finalmente reaccionar.
Salió corriendo en dirección a Isaac con Áleix pisándole los talones.
Fue al llegar a su lado que vio por primera vez la carnicería en la que habían convertido la pierna de su amigo. Se obligó a tragarse la arcada que amenazaba con vaciar el contenido de su estómago.
El médium apenas les dedicó una leve mirada de reconocimiento antes de volver la vista lejos de ellos. Aunque su expresión permaneció inmutable, prácticamente inexpresiva más allá del dolor que evidenciaban sus facciones, palideció.
Aterrada de lo que vería, Naia siguió su mirada.
Una tercera bestia había aparecido en el tejado de la fábrica de helados. Y una cuarta en el callejón que tenían delante.
—Tenemos que salir de aquí —balbuceó Naia incapaz de apartar la vista de ellas. Se obligó a mirar a su amigo solo para ver cómo formaba una sonrisa amarga. Parecía cansado, muy cansado
Aunque, de manera inexplicable, la sangre ya no manaba de su tobillo despedazado, se preguntó cómo era capaz de mantenerse consciente.
—Se me hace un poco difícil correr y dudo que el coche vuelva a arrancar —declaró con la mirada perdida hacia Asia y el bicho contra el cual seguía luchando.
» Tendríais que iros —añadió unos segundos después.
El cuerpo de Naia se congeló. ¿Estaba insinuando lo que creía que estaba insinuando? ¿Se estaba dando por vencido? Isaac, que siempre tenía un plan, cuya mente nunca paraba ¿no veía ninguna opción de huir? ¿Se estaba rindiendo?
Abrió la boca para decir algo, cualquier cosa, pero nada salió de ella. Ninguna palabra. Ninguna idea.
Contempló sus facciones impasibles, su cabello rubio enmarañado con sangre y grasa, una cicatriz en la frente que juraría no haber visto nunca, la chaqueta rota y manchada de escarlata justo encima de su corazón.
Parpadeó para alejar a las lágrimas que empezaban a nublar su mirada. ¿Se estaba rindiendo? Quería gritarle que se levantase, que no pensaban dejarlo ahí, que no podía rendirse así como así, pero, ante la mera idea de perderlo, se quedó en blanco.
De repente, un gruñido de dolor se escapó de la garganta del médium cuando Áleix lo sujetó de uno de los brazos. Naia corrió a cogerlo del otro, y entre los dos lo levantaron del suelo.
No pensaban dejarlo ahí. No.
Isaac no dijo nada. Parecía... desconectado del mundo que los rodeaba.
Aunque apoyó parte de su peso en la pierna buena, era un peso muerto. El dolor que debía estar sintiendo... ¿estaba en shock? ¿por eso apenas respondía? ¿por eso no parecía él?
Naia se obligó a centrarse meneando la cabeza. ¿Cuál era el siguiente paso?
Buscó a su alrededor. ¿Qué había? ¿Qué podían usar? ¿Cómo huían?
No había nada. No había nada.
La única opción parecía salir corriendo y esperar a que los alcanzaran.
Contuvo el pánico que amenazaba con invadir cada fibra de su ser.
Delante suyo, Asia cayó al suelo de rodillas a la vez que la bestia salía despedida hacia atrás y colisionaba contra una puerta de chapa con tanta fuerza que se abolló considerablemente, pero no fue esa la que aulló con un chillido metálico.
Naia alzó rápidamente la cabeza hasta el monstruo que los había estado contemplando desde la azotea.
Una gruesa flecha de madera con la punta metálica acababa de perforarle la cabeza de lado a lado. Cayó sin vida precipitándose hacia la calle momentos después.
A la vez, una figura encapuchada con una túnica marrón empezó a salmodiar en voz baja desde la oscuridad del callejón, mientras una segunda se lanzaba hacia la bestia que lo había estado guardando. Se deslizó entre sus extremidades empuñando una espada curvada de doble filo cercenándole las distintas patas y látigos hasta que cayó al suelo y pudo hundírsela en lo que era su corazón.
O eso supuso Naia.
El cántico cesó.
Las dos figuras abandonaron las sombras y permanecieron inmóviles con las manos sujetas delante del cuerpo mientras la criatura que había atacado a Asia se levantaba y se lanzaba hacia ellas.
Ya estaba a apenas un par de metros de ellas cuando una nueva flecha se le internó en la boca y de la fuerza del impacto acabó dejándola clavada en el suelo.
Naia siguió la trayectoria de la flecha hasta dar, en uno de los tejados circundantes, con una tercera figura encapuchada que vestía el mismo hábito terroso.
Se trataba de un conjunto muy holgado, grueso para enfrentarse al invierno pero que les permitía libertad de movimiento. La parte de arriba, teñida de un color más claro, tenía los laterales abiertos y atados entre sí con un trozo de tela rojiza que le rodeaba la cintura para adaptarse a su cuerpo ágil. Por debajo, unos pantalones todavía más anchos, de un tono marrón más oscuro, con los bajos sujetos a la pierna con la misma tela que bordeaba su cintura. Un pañuelo negro le rodeaba la cabeza a modo de capucha.
Un carcaj que le ocupaba toda la espalda con media docena de flechas del grueso de un dedo pulgar y un arco de su misma estatura completaban su vestimenta.
Colocó otra flecha en la cuerda mientras se giraba para estudiar el entorno.
¿Qué mierdas acababa de pasar?
¿Quiénes acababan de salvarles la vida?
¿Qué querían?
Su mente empezó a atar cabos de manera inmediata. Ya había visto antes esas túnicas, esa postura comedida con las manos sujetas delante del cuerpo.
En esa ocasión también habían estado ocultas entre las sombras, pero en vez de salvarles la vida habían estado comprando secretos. Susurrando sobre traiciones en las altas esferas, sobre parcas y médiums entre las paradas de los Mercaderes. Sobre Isaac.
Lo habían estado buscando.
«Mierda».
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