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Capítulo 53

Apenas había rozado la piel de Asia con la punta de los dedos, un levísimo toque de tan solo unas milésimas de segundo, cuando una corriente gélida le recorrió el cuerpo invadiendo cada una de sus terminaciones nerviosas.

La impresión fue tal que todos los músculos se contrajeron de golpe dejándolo momentáneamente paralizado y con la respiración entrecortada.

No tuvo tiempo de reaccionar. No tuvo tiempo de huir, solo de ver cómo ella se giraba hacia él y una fuerza incontrolable explotaba a su alrededor.

Si esa primera vez cuando lo había lanzado a través de su habitación, Alma había sido la máxima expresión del control, Asia era fuerza bruta: poderosa, descontrolada y fugaz.

No llegó a procesar cómo sus pies se levantaban del suelo, cómo una fuerza invisible chocaba contra cada centímetro de su piel, invisible pero imparable y lo lanzaba hacia la fila de puestecitos. En apenas un parpadeo, sus ojos captaron como el oscuro cabello de Asia flotó durante unos instantes a su alrededor como llevaba haciéndolo durante meses la sombra de la locura. Entonces, finalmente su cuerpo se estampó contra uno de los mostradores y se le nubló la visión.

Junto a él, media decena de otras personas también fueron impulsadas por la fuerza expansiva y cayeron varios metros más allá junto a libros, pergaminos, hierbas secas y botecitos de cristal que se rompieron en mil millones de pedazos en un coro de cristales rotos y gritos de sorpresa.

Durante unos segundos reinó el silencio.

Isaac parpadeó con rapidez antes de incorporarse con dificultad llevándose una mano a las costillas del lado izquierdo y la otra a la parte trasera de la cabeza. Parpadeó varias veces más al verla volver manchada de rojo, como si no entendiera de dónde provenía la sangre.

La calma desapareció como una burbuja recién estallada. Gemidos. Maldiciones. Gritos.

Se apresuró a ponerse en pie y, con paso algo tambaleante, empezó a acercarse a Asia con movimientos cautos y la vista echada en todos aquellos que la observaban con rabia.

Una vez calibrado el ambiente empezó a buscar sus ojos. No parecía verlo, notarlo.

Kore o norikirō. Kimi to issho da. —«Vamos a superar esto. Estoy contigo» susurró—. Estoy contigo ¿de acuerdo?

Ante la cadencia de su voz, finalmente pareció encontrarlo, volver a su cuerpo y entonces sus ojos finalmente se posaron en él. Parpadeó un par de veces hasta bajar la mirada en sus manos, que examinó como si le fueran ajenas.

Rikai dekinai... Nani ga okotta no ka wakaranai... —«No entiendo... No sé qué ha pasado...»

Isaac acabó de salvar la distancia que los separaba y se encontró acunándole el rostro.

—Mírame. Mírame. Estamos juntos y lo resolveremos. ¿Vale? Lo resolveremos.

Un suspiro cansado, irónico y triste a partes iguales abandonó sus labios.

—Vale.

No se lo creía.

Y por primera vez, la abrazó como si la fuerza de sus brazos pudiera detenerlo todo. El miedo, la incertidumbre, el cambio inevitable que se avecinaba.

Su piel seguía gélida al tacto y aún así, una calidez que hacía mucho tiempo que no sentía lo embriagó. Entre sus brazos notó cómo poco a poco iba destensándose. También lo hizo él.

Entre el olor a polvo y a plantas secas que los rodeaban, Asia olía a aire, a frío y estrellas.

Se sumergió en ella tanto tiempo como pudo y aunque fue como si le arrebataran la posibilidad de dejar el tiempo fluir a su alrededor, como desprenderse de una pequeña parte de su ser, finalmente se separó de ella. Con lentitud. Con dificultad.

Era consciente de dónde se encontraban, de la gente que los observaba de reojo, de aquellos que todavía se levantaban doloridos con máscaras de miedo o furia. De Nit, de Naia y Áleix a sus espaldas.

La parca y el médium hablaron a la vez.

—¿Estás bi...?

—Vamos a... —Nit dejó la frase a medias. Isaac se giró hacia él a tiempo de ver cómo desenfundaba la espada con un gesto de concentrado y precavido. Tenía el ceño levemente fruncido, las piernas algo separadas y flexionadas. Preparadas.

—¿Qué pasa? —le preguntó sin alejarse de Asia. Su mirada buscó rápidamente a Naia y Áleix, a unos metros de la parca, antes de volver a posarse en él.

—Silencio.

Escuchaba con atención. Isaac lo imitó. Cerró los ojos durante unos instantes y se sumergió en el entorno: murmullos, pisadas, el aire arremolinándose por encima de ellos en el cielo nocturno.

Tardó unos segundos en percibir un extraño crujido entre el ir y venir de la gente a su alrededor, distante. Y de inmediato empezaron los gritos. Al principio fue una sola voz, al instante unas cuantas más se sumaron a la primera. Miedo, sorpresa, advertencias lanzadas a todo pulmón. Cada vez más próximas.

Tan pronto los alaridos fueron suficientemente cercanos para que todos a su alrededor los escucharan a la perfección, se les sumó el ruido de pisadas corriendo, objetos cayendo al suelo y telas rasgadas. Gruñidos. Chirridos.

Entre el ir y venir, las personas que se encontraban a su alrededor intentando descubrir de dónde provenían los gritos y aquellas que habían optado directamente por huir, sus ojos captaron un movimiento en la parte más alta de su campo visual, por encima de sus cabezas. Allí donde solo habría tenido que haber oscuridad.

Siguiendo su dirección levantó la vista hasta la parte superior de la estructura de un puesto de tela y metal.

En ese instante lo vio por primera vez.

El miedo se infiltró en todas y cada una de las células de su cuerpo desplazando toda otra emoción y sentimiento hasta que solo quedó el horror.

Era una criatura inhumana, antinatural: un torso largo y nudoso paralelo al suelo y sujeto por seis patas desiguales. Las dos primeras, situadas en la parte más alta del tronco como si de brazos se tratasen se elevaban por encima de su cabeza hasta curvarse mediante una articulación equivalente al codo dando lugar a un antebrazo desproporcionado que terminaba en unas manos demasiado largas coronadas con garras. Las cuatro traseras parecían patas de araña terminadas con una amenazante punta opaca y mortal.

No tenía cuello. Tampoco ojos. En su lugar había una cabeza bulbosa de color grisáceo cuya parte delantera estaba ocupada prácticamente en su totalidad por una abertura oscura rebosante de dientes puntiagudos. Y saliendo de la parte baja de su espalda, tres colas en forma de látigo que se mantenían retorcidas por encima de su cuerpo. Se mecían levemente de un lado al otro, expectantes, ansiosas.

La bestia torció la cabeza como si estuviera siguiendo un rastro y aunque parecía no poder ver ni tener algún tipo de visión, pareció clavar la mirada en Isaac.

El médium se quedó momentáneamente paralizado contemplando ese rostro hinchado. Los gritos a su alrededor perdieron intensidad y solo pudo observar como la bestia se contorsionaba unos milímetros, suficiente para que todos sus fibrosos músculos se estiraran debajo de su gruesa piel grisácea. Era fibra y horror.

Y saltó en su dirección.

Estalló el caos. El tiempo colapsó, se estiró sobre sí mismo convirtiendo cada segundo en una eternidad y cada vida en una mísera milésima. Todo sucedió demasiado rápido, demasiado lento, permitiéndole apreciar cada detalle, cada sensación, al mismo tiempo que, al instante, estas quedaban atrás sustituidas por miles más.

Todas esas personas que no habían echado a correr todavía salieron disparadas al ver las claras intenciones de la criatura. Unos metros más allá, un hombre redondo vestido con traje y zapatos de vestir cayó al suelo cuando un joven lo empujó al pasar por su lado a toda velocidad estirando detrás suyo a una chica de pronunciadas curvas y pelo rosáceo. Se golpeó la cabeza con una caja de madera de uno de los escaparates y una tercera persona pasó por encima de él sin verlo y cayó cuando su pie se enredó entre sus piernas. Corrió a escabullirse entre dos tiendas dejando atrás el cuerpo inconsciente del hombre.

La figura encapuchada que había observado a Asia se apresuró a recoger diversas cosas de detrás del mostrador y desapareció sin dejar rastro como una sombra fundida en la noche.

—Corred. —Fue una orden clara y concisa sin lugar a réplica. Isaac no tuvo intención alguna de desobedecerla y al mismo tiempo que la última letra se escurría entre los delgados labios de Nit, la parca desapareció del lugar donde se encontraba.

El médium solo tuvo tiempo de verlo aparecer a cinco metros del suelo con la espada desenfundada y estrellarse contra la bestia en una maraña de extremidades y gruñidos.

Empezó a correr arrastrando a Asia detrás suyo.

—¡Corred! —les gritó a Áleix y Naia cuando pasó a su lado. Ambos se precipitaron a sus espaldas dejando atrás a la bestia mientras esta se enfrentaba a Nit.

Isaac se giró para asegurarse de que lo seguían antes de escurrirse entre dos tiendas de tela para sortear un atasco delante suyo mientras su oído se aseguraba de seguir escuchando el entrechocar de la espada de Nit contra algo igual de duro, posiblemente alguna de las garras de la bestia. Dejar de escucharlo podría tener dos potenciales respuestas: Nit había vencido o lo había hecho la bestia.

Volvió a girar bruscamente saltando por encima de un taburete caído. Asia lo seguía tan de cerca que no tuvo tiempo a verlo y, a pesar de que le tendía la mano, corpórea, sus piernas traspasaron la banqueta tan pronto ambas se rozaron.

Áleix tampoco lo vio y topó con él perdiendo el equilibrio. Se sujetó a una tela de brillantes colores mientras aleteaba los brazos con violentos manotazos hasta recuperar la estabilidad.

Advertida, Naia lo sorteó sin esfuerzo adelantando al chico.

Un torrente de gritos espeluznantes resonaron unos metros más adelante.

Isaac paró en seco provocando que Asia se estampara contra su espalda.

—¿Qué pas...?

—Espera.

Isaac examinó a su alrededor hasta encontrar la fuente del alarido de dolor.

Una mano ensangrentada desapareció entre dos telas cuando algo tiró de ella desde el interior. No hubo más gritos, solo carne desgarrada y unas potentes mandíbulas abriéndose y cerrándose sin piedad.

Había más bestias.

Consciente de que ya no había nada que pudiera hacerse volvió a emprender la marcha desesperada en dirección a la salida. No sabía cómo, pero su cuerpo parecía orientarse entre una iglesia que parecía cada vez más oscura, más enclaustrante, ciñéndose sobre ellos a cada giro, a cada paso apresurado que daban, encerrándolos como de si de un laberinto sin salida se tratase.

Sin previo aviso notó cómo la mano de Asia desaparecía entre sus dedos. Supo al instante que se había desvanecido.

Echó una rápida mirada para comprobar que Áleix y Naia siguieran detrás suyo y volvió a girar hacia una enorme carpa llena a rebosar de libros antiguos ahora abandonados.

Al escuchar sus pasos, una mujer embutida en un vestido de lentejuelas rojas salió del interior y se abalanzó en su dirección. Cuando Isaac pensó que lo embestiría, la mujer pasó a su lado sin mirarlo siquiera y se lanzó entre dos tiendas apretadas.

El médium siempre recordaría la mirada aterrada de sus ojos, el rímel corrido y el hilo de sangre que caía de su labio partido.

Siguió adelante sumándose a un grupo de hombres y mujeres que iban en su misma dirección.

Y delante de todos ellos, derrapando por un suelo de piedra resbaladizo tras haber sido recorrido por miles de pie, apareció una tercera bestia. Fue entonces cuando Isaac entendió de dónde había salido ese chasquido que había escuchado al principio de todo. Sus garras contra el suelo.

Era algo más pequeña que la primera y le faltaba la punta de una de las tres colas. Un tajo le recorría parte del torso, manando de él una especie de líquido verdoso denso y pegajoso. No parecía afectarle en lo más mínimo.

Desde lo más hondo de su garganta emitió un chirrido metálico que los dejó prácticamente sordos durante unos segundos.

Tras unos breves instantes de inmovilidad, dos de las personas del grupo que tenían delante salieron corriendo en dirección a la bestia y cuando habían avanzado un par de metros se lanzaron hacia uno de los pasillos. Sin mediar palabra, las cuatro restantes optaron por meterse en una de las paradas y escabullirse por debajo de la tela de la parte trasera.

Los ignoró como si no hubieran existido nunca e Isaac supo con certeza que venía a por él.

Nit se materializó delante suyo al mismo tiempo que Asia lo hacía unos metros más atrás.

—¡Por aquí! —chilló la fantasma, desapareciendo de nuevo.

Mientras la bestia embestía en su dirección, la parca volvió a desaparecer. Isaac no miró atrás mientras seguía a Naia y Áleix hacia el hueco que había señalado Asia.

Detrás de él un aullido animal de dolor se impuso por encima de los gritos generalizados.

—¡Aquí! —volvió a exclamar el fantasma. Siguieron su voz entre una caseta de ocultismo y una de falsa alquimia hasta llegar a un pasillo sorprendentemente amplio. Y en él, la puerta de entrada.

Sumándose a una avalancha humana desesperada se apresuraron hacia allí.



¡Volví! No he muerto y mi alma vaga atrapada en el plano mortal jeje

Estas últimas semanas han sido una locura: exámenes finales, entregas, entrevistas de trabajo, actos diversos, empezar a trabajar... ahora finalmente la cosa se ha calmado un poquito y espero poder volver a actualizar de manera normal.

Así que quería disculparme por el repentino parón ¡y qué continue nuestra historia!

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