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Capítulo 52

Se respiraba un ambiente extraño e incómodo con olor a humo.

Y a humedad y moho.

Naia contempló una última vez las coníferas cubiertas de una primera escarcha invernal antes de internarse de nuevo en el chalet con un escalofrío recorriéndole los huesos. No supo si era por el frío.

Un surtido de grafitis, botellines de cerveza vacíos, maderas sueltas y podredumbre le dieron la depresiva bienvenida mientras se limpiaba inútilmente las botas en la alfombra y se frotaba las manos entre ellas para hacerlas entrar en calor. Un vaho blanco las envolvió durante unos instantes antes de dispersarse a su alrededor.

Una rápida mirada por el salón abierto a la cocina solo le permitió vislumbrar a Áleix controlando sus niveles de glucosa en los sofás roñosos donde un par de días antes habían estado barajando hipótesis. Donde ella misma había propuesto quemar un cuerpo.

Apartó la mirada con rapidez y al instante localizó a Nit sentado en el alféizar de una de las ventanas sin cristal mientras contemplaba el exterior y afilaba su espada con movimientos largos y expertos, pero totalmente despreocupados.

Cada día que pasaba le veía mayor parecido a un gato: ágil y armonioso; tranquilo y confiado; potencialmente mortal.

Y conocedor de muchas de las respuestas que ellos necesitaban.

Harta de ir con pasos de plomo, de meditar cada paso que daba y dejar que el miedo lo controlase todo decidió arriesgarse. Si es que enseñar un librito se podía clasificar con ese adjetivo.

Recogió el tomo Lilia de la mesilla auxiliar de uno de los sofás y se lo plantó delante de las narices.

—¿Sabes qué pone?

La parca la examinó con una ceja levantada, posiblemente midiendo su mal humor, sus intenciones, conocimiento y todo lo que se pudiera medir, antes de bajar la vista hasta el volumen de cuero.

—¿Puedo saber qué es? —ronroneó.

—Té he preguntado que si sabes qué pone, no qué es.

—Mmm... la humana está enfadada. ¡Qué miedo! —ironizó. A pesar de su actitud condescendiente y despreocupada la curiosidad asomaba en los extremos de sus ojos. Bajó la mirada sin decir nada más y examinó el libro durante unos segundos—. Parece algún tipo de lengua ancestral —declaró finalmente alzando la vista hasta la chica de nuevo.

—¿Lengua ancestral?

—De las brujas.

—¿Las brujas tienen una lengua propia?

—Incontables. De alguna manera tienen que proteger sus hechizos ¿no crees?

Naia contuvo una réplica ante su tono condescendiente.

—E imagino que tú no la hablas.

—¿Me ves cara de bruja? —le preguntó con las cejas alzadas y la diversión escrita en el rostro.

La chica le regaló una sonrisa ácida.

—Pero imagino que sabrás dónde encontrar una que nos pueda ayudar. ¿La que le borró la memoria a Elia?

—Saskya está un poco ocupada en este momento.

—Bueno, pues cualquier otra.

—¿Tanto te interesa lo que haya aquí dentro? —Meneó el libro para darle énfasis. Naia se lo quitó de las manos bruscamente. Solo cuando Nit volvió a alzar una ceja se dio cuenta de la posesión con lo que lo sujetaba. Aflojó los brazos a su alrededor.

—¿Conoces a alguien, sí o no? —gruñó para desviar la atención de la parca.

—¿Conocer a alguien que hable una lengua concreta a la que ni siquiera ponemos nombre? Pues no.

» ¿Alguien que pueda ayudaros? Es probable. ¿Pero qué gano yo? —Volvió a alzar las cejas, esta vez a modo de pregunta divertida.

—¿En serio? —escupió Naia—. ¿Les dejaste desenterrar y quemar un cadáver, pero no nos ayudarás a traducir un libro?

La sonrisa de la parca se ensanchó.

—Desenterrar y quemar un cadáver no os ponía en peligro. Recurrir a una panda de avariciosos vendedores de poca credibilidad, sí.

» Y aunque me encante el peligro, tristemente significa más faena de canguro para mí.

Naia supo al instante de quienes hablaba: los Mercaderes que en verdad habían dejado de ser Mercaderes mucho tiempo atrás. Recordar a Lilia combinó una nueva ola de culpabilidad y furia simultánea.

—Bueno, pues o nos acompañas o vamos solitos. Como quieras. La elección es toda tuya.

La chica no le dio tiempo a responder. Se alejó de la parca dirigiéndose a Áleix en el proceso para evitar toda réplica.

—Nos vamos en media hora a los Mercaderes —anunció sin dejar tiempo a preguntas o quejas. Al instante se estaba perdiendo en el pasillo en busca de Isaac y Asia.



En el coche se respiraba un ambiente extraño e incómodo con olor a humo.

Y puede que a sudor y olor de adolescentes que llevaban una semana sin ducharse.

Naia apretaba el volante con algo más de fuerza de la que era necesaria. A su lado la parca era la máxima expresión de la serenidad. Con los pies apoyados en el salpicadero y los ojos cerrados parecía dormido aunque todos supieran que no lo estaba. De tanto en tanto alargaba la mano y cambiaba la emisora de radio sin mediar palabra.

Por su parte, Áleix jugaba al Tetris en el móvil mientras aprovechaba para cargarlo tras un par de días sin poder hacerlo (dónde había tenido que recurrir a los pinchazos constantes para monitorear sus niveles de azúcar) mientras que Isaac y Asia se encontraban perdidos en sus respectivos pensamientos con las manos entrelazadas para que la chica pudiese subirse al vehículo.

Quién fuera que hubiese ido a los Mercaderes habría necesitado a Nit para orientarse y encontrar a una bruja, y la parca no tenía intención alguna de dejar a Isaac solo. Naia y Áleix tampoco habían estado dispuestos a volver a quedarse atrás, así que, tras una breve discusión sin brío, habían optado por una excursión familiar.

Las recriminaciones flotaban a su alrededor cargando el aire del vehículo. Haber quemado a la anciana, no haberlo hecho; la falta de resultado, la posibilidad de que lo hubiese hecho; la culpabilidad, el miedo, la incerteza; los días y días huyendo, ocultos, lejos de casa.

Todas y cada una de las preguntas sin respuesta.

¿Podían confiar en Nit? ¿Dónde estaba Alma? ¿Por qué buscaban a Isaac? ¿Por qué las almas no podían abandonar el plano mortal? ¿Por qué ellos? ¿Y hasta cuándo?

Isaac no se había parado a considerarlo hasta que Elia no había estado a salvo. Entonces un nuevo catálogo de preguntas se había abierto en su mente. ¿Hasta cuándo tendría que huir? ¿Cuándo acabaría todo? O, mejor dicho, ¿lo haría? ¿Habría un final? Un día en que simplemente volver a casa y fingir que nada había ocurrido. ¿Era posible? ¿Podrían dejarlo todo atrás? ¿Habría la oportunidad siquiera?

Antes de que todo empezara, había leído en algún libro del que no recordaba el nombre, que lo único que mantenía con vida a los soldados era la esperanza de volver a casa. ¿Qué sucedía entonces cuando esa esperanza se rompía en mil pedazos? ¿Era otro de los motivos por el que se respiraba ese ambiente sofocante?

Lo querían a él. Lo querían a él, pero habían usado a Elia para alcanzarlo. ¿Qué le aseguraba que no emplearían a Áleix y Naia para llegar hasta él?

Era una opción que debía plantearse. Alejarlos, protegerlos como había hecho con sus padres con las protecciones de la bruja, y si se negaban, hacerlos olvidar.

Por más que le doliese y lo aliviase a la vez, a Asia no podía apartarla, su destino ya estaba escrito, pero no el de sus amigos. No podía condenarlos a una vida huyendo. No podía condenarlos a morir degollados bajo el manto del olvido. A dejar sus cadáveres abandonados en medio de la nada como había hecho con el de Idara.

A su lado, Asia se removió captando su atención. Su inusual mal humor también era un motivo de preocupación. ¿Era simple cansancio? ¿O finalmente estaba empezando a suceder?

Ante el temor, le apretó la mano ligeramente sin ser consciente mientras empezaba a dibujarle círculos despistados en el dorso. La sensación de estar siendo observado lo llevó a alzar la vista y encontrarse con esos ojos grandes y afilados rodeados de una galaxia de pequitas y una pequeña cicatriz en el párpado que lo contemplaban, ilegibles.

Asia sonrió con timidez al mismo tiempo que apartaba la mirada, avergonzada al haber sido atrapada observándolo sin descaro, analizando sus facciones, su rostro inmóvil a pesar de la velocidad de su mente.

Al verla desviar la mirada fruto de la inocente vergüenza, Isaac deseó poder protegerla. Deseó tener la misma opción que flotaba por encima de Naia y Áleix. La opción de apartarla de esa vida de huida y miedo.

En este caso no era posible.

No era posible y eso lo aterraba y lo aliviaba cada vez más de maneras inexplicables.

En ese momento fue él quién examinó su rostro en profundidad grabando cada detalle en su memoria.



Tras un día y medio de viaje, se plantaron delante de la iglesia que había cautivado a Naia y Áleix tanto tiempo atrás.

Isaac se colocó la capucha y escondió dentro su pelo rubio mientras contemplaba el inmenso edificio de ladrillos rojos. Un par de hombres fumaban junto a la puerta de madera entornada impidiéndole así ver el interior.

La enredadera que recubría gran parte de la fachada ya había perdido las hojas, que descansaban en el suelo creando una pesada alfombra de tonos ocres y marrones, y la convertían en unos brazos esqueléticos que trepaban por el edificio sin pausa ni freno ajenas a todo más allá de su avance inexpugnable.

El médium contempló con atención el rosetón iluminado desde dentro, el techo a medio derruir y la figura agazapada que se encontraba encamada a una de sus vigas.

En la recargada verja de metal que rodeaba el jardincillo delantero del templo alguien había colgado una camisa hawaiana que ya se encontraba húmeda y aplmazada.

Siguió a sus amigos cuando estos empezaron a andar hacia allí. El denso manto de humedad se tragó sus pisadas y aunque los hombres los escucharon llegar no les prestaron atención alguna cuando pasaron a su lado y los dejaron atrás.

Entraron en el edificio.

Isaac experimentó la misma sensación que Naia y Áleix habían descrito en su día. Vio una iglesia derruida al mismo tiempo que la contemplaba llena de vida. La máxima oscuridad en contraposición a la luz de las velas y el brillo las bombillas LED de relucientes colores. La solitud y el bullicio de gente. El silencio y el ruido. Y el dolor de cabeza agónico que le martilleaba las sienes.

Mientras su nariz olía una mezcla de incienso, comida y hierbas sus ojos veían un panorama desierto. Cuando sus oídos no escuchaban nada más que sus respiraciones entrecortadas por la impresión sus ojos contemplaban una escena digna de ser retratada.

Sus sentidos parpadearon vertiginosamente combinándose en infinitas combinaciones antes de que el movimiento y el color ganaran la partida.

Y finalmente todos fueron a una.

Contuvo un gemido cuando el dolor fue tan intenso que el cuerpo le instó a doblarse sobre sí mismo para contenerlo. Parpadeó rápidamente para mitigarlo incapaz de perderse detalle. Sus ojos bebieron ansiosos de las escenas que se desarrollaban delante de él.

Áleix y Naia no habían descrito el bullicio: las mil lenguas que se hablaban en simultáneo, una suave voz cantando en el fondo, el ruido de las pisadas y del abrir y cerrar de libros. No habrían descrito la luz: el techo perdido en la oscuridad y el resplandor brillante que envolvía el ir y venir que se desarrollaba a ras de suelo. Todos los olores que se fundían en uno.

Ambos contemplaban el lugar como si fuera la primera vez que lo veían.

Nit fue el único impasible ante el eclecticismo y magnificencia del conjunto. Se apresuraron a seguirlo entre callejones estrechos y gente que los transitaba en un fluir continuo.

Un chico de pelo plateado y ojos de un azul transparente le dedicó una sonrisilla desde detrás de una densa mata de pestañas blancas. Una mujer regordeta con el pelo trenzado y una brillante túnica rosada y verde llena de brillantes los retó a conocer sus destinos. Un hombre de no más de metro veinte y aires de importancia le pegó un empujón al pasar por su lado custodiado por dos hurones rojizos mucho más grandes que sus parientes domésticos.

Isaac absorbió con avidez la magia de un mundo oculto a simple vista. No solo era muerte. No solo era sangre, dolor y miedo. También eran libros, plantas medicinales, un canto angelical que pareció curarle todos los males y un olor dulzón.

Aunque ansiaba despreocuparse de todo y solo disfrutar del momento, el peso de la preocupación y la alerta lo seguía, omnipresente. ¿Había alguien observándolos de manera extraña? ¿Alguien vigilándolos? ¿Alguien se estaba acercando demasiado a Naia, Áleix o Asia? ¿Los seguían?

Fue en una de esas miradas atentas al peligro que notó como Asia había cuadrado la mandíbula y soportaba con incomodidad y una mueca permanente que la traspasaran continuamente. Había quienes podían verla y se apartaban, muchos otros que no.

Isaac se estiró hacia ella y le tendió la mano.

Detrás suyo una chica con el pelo de un negro abismal cortado al estilo pixie abrió los ojos con sorpresa al verla aparecer de la nada. Los distintos minerales que llevaba en collares, pulseras y pendientes teñían su piel de colores cambiantes.

Isaac reparó entonces en la imprudencia que acababa de cometer. ¿Una característica de los médiums? Poder tocar a las almas, poder hacerlas visibles y corpóreas.

Lanzó una rápida mirada a su alrededor para comprobar que nadie les hubiera prestado atención.

—¿Estás bien? —le preguntó la chica al ver su preocupación.

Isaac asintió con una sonrisa auténtica.

—Sí. Es...

—Increíble.

—Sí —afirmó. Lo era—. ¡Mira! —Señaló un puestecito a unos metros de distancia. Su ocupante había montado una tienda con telas crema y ante sus ojos, una enredadera de hojas esmeralda y pesadas flores blanca crecía a su alrededor a una velocidad tan antinatural como su color. Un hombre con los ojos cerrados, una cabeza calva tatuada con hojas verdes y ángeles dorados, orejas puntiagudas y cuernos mecía las manos entorno a una simple semilla que flotaba entre ellas ajeno a todos quienes lo observaban.

—Por aquí —indicó Nit unos metros más adelante—. Las brujas suelen mantenerse en los márgenes. Hay más espacio y menos oídos.

Pero eran los ojos los que se posaban en él, o más específicamente en la espada que, eso sí, oculta en su funda, decoraba su espalda. Isaac sabía a ciencia cierta que, si su filo obsidiano hubiese estado expuesto, el número de miradas se habría incrementado de manera notable.

Bajó la cabeza ligeramente para que su rostro se perdiera en la penumbra de su capucha.

A medida que se alejaban del centro de la nave los puestos fueron cambiando. Había menos color y espectacularidad, más libros, menos carteles, más capuchas echadas sobre los ojos y susurros entre las esquinas. Se respiraba más poder, más peligro y secretos. Más sombras.

También había menos gente, y menos personas a su alrededor implicaba, tanto poder observar mejor a transeúntes como que estos los pudieran contemplar a ellos.

La bata hospitalaria de Asia empezó a atraer tantas miradas como la espada de la parca.

La chica se tensó a su lado. Isaac se acercó más a ella.

Fue cuando giraron para esquivar una parada que Asia paró de golpe. Soltó la mano de Isaac.

Kare wa watashi o miteimasu!

«¡Me está observando!».

Ante su grito repentino, Áleix, Naia y Nit se giraron hacia ella. También aquellos que pasaban a poca distancia. Muchos siguieron andando, ignorando la escena, otros ralentizaron el paso para ver que sucedía.

Kare wa watashi o miteimasu! —repitió con las manos cerradas en puños a ambos lados de su cuerpo y los ojos fijos en un punto.

Isaac siguió su mirada hasta llegar a una figura oculta entre las sombras de su tenderete. «Génesis» señalaba el cartel de madera grabado con fuego. Encima del mostrador no había nada.

—Kare wa watashi o mitsume tsuzukete iru! —gritó con el cuerpo tenso.

—¿Qué está pasando? —preguntó Naia examinando a Asia con cautela—. ¿Qué dice? —le preguntó a Isaac.

—Que tiene un admirador secreto que no deja de mirarla —murmuró Nit. Y aunque la omnipresente diversión no abandonó su tono, sus ojos examinaban con rápida experiencia y precaución el entorno. Se llevó una mano a la parte trasera del cinturón y empuñó una daga que ninguno de ellos había notado hasta el momento.

La sorpresa ante su comprensión del japonés fue olvidada rápidamente.

—Tranquilízala antes de que monte una escena —le ordenó a Isaac con seriedad.

—No sé c...

—Me da igual. Tranquilízala antes de que monte una escena o tendremos un problema.

» ¿Y tú qué miras? ¿No has visto nunca a un fantasma cabreado? —le gruñó sin alzar la voz a un chico que parecía acercarse cada vez más, curioso. Cuando este se dio cuenta de la espada que llevaba enfundada en la espalda, desapareció rápidamente junto a otros tímidos espectadores.

Isaac tragó saliva. Estaba empezando. No había querido verlo, pero estaba empezando.

Kare-ra wa Isaac ga hoshii nda! Watashitachi o kontorōru shitai nda!

» Watashitachi o kontorōru shitai nda!

» Iya!

Isaac se apresuró a acercarse a Asia con las manos alzadas y las palmas expuestas con expresión sosegada.

—Nadie viene a por mí. Tampoco a por ti. Estamos seguros —afirmó.

Watashitachi o kontorōru shitai nda! —«¡Quieren controlarnos!».

El médium dio un paso más en su dirección. Su respiración se fue volviendo blanca a medida que se acercaba al aura gélida que la rodeaba.

Kare-ra wa doko ni demo iru! Kare-ra wa doko ni demo iru! Kare-ra wa doko ni demo iru! —«¡Están en todas partes! ¡Están en todas partes! ¡Están en todas partes!».

Durante unos segundos vio a Elia atada a la cama gritando sin control. ¿Era el destino que le esperaba a ella?

Watashi-tachi wa anzen da. Kimi to issho da —murmuró Isaac. «Estamos seguros. Estoy contigo».

Y estiró los brazos para tocarla.

Mala idea. 


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