Capítulo 5
—No ha venido a clase —murmuró Naia con voz inexpresiva. A ninguno de los tres les había pasado desapercibido.
Le siguió una sarta de insultos y recriminaciones lanzadas entre dientes. Habían registrado el instituto cuatro veces de arriba abajo en momentos distintos del día, habían preguntado a todo el mundo, pero nadie sabía de Alma.
Vencido, Áleix se dejó resbalar por la taquilla hasta quedar sentado en el suelo: —¿Y ahora qué hacemos? —se cuestionó sin esperar respuesta. Parecía un alma en pena. Aunque puede que Naia un poco más. El puesto estaba realmente disputado.
Había sido el fin de semana más largo de sus vidas, ansiando que llegara el lunes para interrogar a Alma, pero finalmente había llegado, y el nuevo día no había amanecido con respuestas. Alma no había hecho acto de presencia.
Tampoco lo haría durante la semana siguiente.
Ni durante la otra.
¿Y si se ha cambiado de instituto? Se preguntaba Isaac un mes después.
«O si ha muerto» le dijo una vocecilla en su cabeza. Por lo que sabía, ese corte debía haberle afectado el pulmón. Y si no había llegado a eso, al menos los músculos del torso y las costillas. «Aunque no parecía muy afligida...» se dijo.
«Drogas». Esa era la única explicación que se le ocurría que explicara el aguante del dolor y los símbolos satánicos. Aunque tampoco sabían si eran satánicos o no. A partir de lo que habían logrado recordar de ellos, la información que habían conseguido había sido nula. No tenían idea alguna del significado detrás de ellos.
Si lo había.
Tampoco estaban seguros de eso.
Realmente, no estaban seguros de nada. Ni siquiera de que hubiera pasado.
En sus investigaciones había dado con el Efecto Mandela: como las referencias a un recuerdo, hablar de él, rememorarlo, compartirlo... podían modificar la propia experiencia, así como el recuerdo original. Y como muchísimas personas podían compartir ese mismo recuerdo alterado.
Pero una cosa era deformar un recuerdo y otra totalmente distinta era inventarlo de la nada. Y definitivamente, la desaparición de Alma era real. Todo el mundo hablaba de ella, todo el mundo susurraba hipótesis entre cuchicheos morbosos y especulaciones conspiranoicas.
Algunos afirmaban que su familia pertenecía a una empresa criminal (aunque había discrepancias sobre si se dedicaba a las drogas, a la falsificación, las estafas o mil posibilidades más). Eso explicaría por qué habían ido a instalarse a un pueblo tan alejado de todo y por qué había desaparecido sin dar explicación alguna. Eso explicaría el motivo por el cual nadie sabía absolutamente nada de ella, incluido donde vivía, quienes eran sus padres o cualquier dato personal que sirviese para localizarla.
Otros aseguraban que la había sido asesinada y por eso los profesores evitaban decir nada sobre ella y su paradero, asegurando en el proceso que no sabían qué había pasado, el motivo de su desaparición. En un pueblo pequeño donde los rumores corrían más rápido y más lejos que el viento, parecía altamente improbable. Que el diario del pueblo no hubiese publicado una exclusiva así lo aseguraba.
Y luego estaban quienes a partir de su nombre y apoyados en su ropa, susurraban alrededor de las sectas demoníacas, los hechizos y los pactos con el diablo.
Fuera el caso que fuera, ellos no tenían manera alguna de comprobarlo. Y con el paso del tiempo, la vida volvió poco a poco a la normalidad, la posibilidad de nunca descubrir qué había pasado ese viernes de mediados de setiembre cada vez más factible.
En ese momento se encontraban en medio de los trimestrales, con los nervios crispados ante el panorama de exámenes y trabajos a entregar. Fue la excusa perfecta para dejar de darle vueltas al incidente. Así habían decidido llamarlo a falta de un nombre mejor.
—Un número complejo se dice unitario si su radio polar es la unidad, ¿verdadero o falso? —le preguntaba Naia a Áleix.
Este la miró como si le estuviese hablando en algún idioma desconocido.
—¿Falso? —preguntó.
Ambos se giraron hacia a Isaac, quien apartó la mirada de las ventanas que daban al patio. Se sentía observado. Se rascó la nuca con una incomodidad creciente antes de obligarse a apartar la mirada de la gente que abarrotaba los pasillos y trasladarla hasta sus amigos.
—Cierto —afirmó con serenidad sin duda alguna. Sus expresiones le decían que no tenían ni idea del porqué, así que se entretuvo explicándoselo hasta que un rostro conocido entre la multitud de estudiantes que transitaban los pasillos captó su atención.
Un rostro que no debería haber estado allí.
—¿Isaac? —preguntó Naia cuando este dejó la frase sin terminar.
Con un movimiento de cabeza, el chico señaló la puerta del cuartucho que servía como almacén de administración del centro. Señaló una Elia que observaba el pasillo con atención y nerviosismo.
Un par de segundos después entreabrió la puerta y se deslizó dentro.
El ceño de Isaac se frunció ligeramente.
—Voy a ver que está haciendo —murmuró mientras se alejaba de Áleix y Naia serpenteando entre los alumnos dirección al almacén.
Áleix y Naia se apresuraron a seguirlo.
La chica le indició con un asentimiento de cabeza que se quedaban fuera para vigilar que no entrara nadie.
—¿Elia? —preguntó Isaac una vez estuvo dentro con la puerta cerrada de nuevo.
Su instituto tenía muchas zonas prohibidas. Esa era una de ellas. Y la típica excusa de «No lo sabía» no les iba a servir. De eso se habían asegurado con el enorme cartel de prohibido el paso que colgaba de la puerta. Lo sorprendente es que no la hubieran cerrado con llave.
Su hermana no respondió.
Tras soltar un suspiro resignado se dispuso a recorrer en perpendicular los angostos pasillos que habían formado con estanterías. No tardó en encontrarla.
Se había subido a una escalerilla metálica para poder llegar a uno de los estantes superiores y hurgar dentro de una carpeta de cartón llena de papeles.
Su cuerpo le impidió a Isaac ver cómo estaba etiquetada y, por tanto, qué contenía dentro.
—¿Qué estás haciendo?
Su hermana le respondió con un gruñido de concentración.
—¿Elia?
—¡Déjame un segundo! —ladró con su tierna vocecilla de cachorrillo.
Otro suspiro se escabulló entre los labios de Isaac. Desde hacía unas semanas su hermana había estado distante, enfadada, rehuyéndolos.
—¿Has visto el bonito cartel que colgaba en la puerta? —preguntó con un cierto nerviosismo creciente. Su hermana siguió indagando en los papeles en busca de uno en específico. O eso supuso él—. Elia... —murmuró.
De nuevo no le hizo caso.
Y entonces le pareció percibir movimiento al fondo de la sala.
«Mierda».
Aunque una parte de su mente le dijo que no era nada, otra le gritaba «¡precaución!» y una tercera le envió un repentino estallido de dolor, no pudo contenerse.
¿Y si era Alma?
Salió disparado intentando hacer el mínimo ruido posible mientras un déjà vú de la noche del incidente lo transportaba momentáneamente a ese pasillo oscuro, sus amigos detrás de él, el corazón martilleándole en el pecho con fuerzas... ahora también le parecía recordar el sonido de la tormenta y el penetrante olor metalizado de la sangre.
Alejando el recuerdo para centrarse en el presente, rodeó el final la estantería y se lanzó hasta el pasillo siguiente.
No había nadie.
No había nadie.
Se quedó completamente quieto, solo el ruido de Elia rebuscando entre los papeles rompiendo el silencio.
No había nadie.
Estaba nervioso. Esa era la única explicación. Y aún así, al volver sobre sus pasos su vista era incapaz de apartarse del pequeño espacio entre los archivadores y el estante superior. Era incapaz de impedir que su mirada examinara cada milímetro de la habitación en busca de cualquier indicio de la presencia de alguien allí. No la encontró.
La mente le había jugado una mala pasada. Allí no había nadie, estaban solos.
Se obligó a recuperar el control de su respiración.
Cuando llegó a la altura de su hermana, esta seguía metida en su ardura tarea.
No tuvo tiempo a decirle nada, la puerta por la que habían entrado se abrió con un golpe brusco.
—¡Corred! ¡Fuera, fuera, fuera! —les gritó Áleix antes de volver a desaparecer.
Ante la repentina interrupción Elia se vio obligada a dejar su querida carpeta donde la había encontrado y salir por patas junto a su hermano.
A pocos metros de allí, Naia entretenía a una mosqueada administrativa del instituto.
—A ver si lo estoy entendiendo bien... —Se encontraba diciendo a toda velocidad con fingida estupefacción—. ¿Mis datos no se destruirán cuando me gradúe?
» Entiendo que los podáis tener ahora, me parece discutible, pero medianamente lógico. Pero ¿después?
» ¡¿Y qué pasa si entra alguien y se los lleva?! Ya sabrá donde vivo, con quién, de qué trabaja... y con eso puede...
Al ver que lo tenía perfectamente controlado y que estaban fuera de peligro, Isaac se giró hacia su hermana, una máscara de perfecto autocontrol.
—¿Qué demonios estabas haciendo? —le preguntó con el corazón latiendo en el pecho como un loco. Poco a poco la adrenalina empezaba a esfumarse dejándolo sumido en esa especie de fatiga exagerada que prosigue a un susto.
Elia lo miró fijamente con los ojos un tanto más abiertos de lo normal. No contestó.
—¿Elia? —preguntó Naia al unirse a ellos.
Esta pareció coger fuerzas y a la vez resoplar de frustración antes de contestar.
—Estaba intentando encontrar los papeles de la matrícula de Alma. —Su voz iba subiendo de intensidad mientras hablaba—. ¿¡Cómo habéis podido olvidarlo?! —les recriminó ahora con un chillido. Isaac se encogió inconscientemente al mismo tiempo que miraba a su alrededor para asegurarse de que nadie los estuviera escuchando—. Pensaba que habría sido un sueño o algo hasta que papá preguntó por las toallas que faltaban...
» ¡Pero no dijisteis nada! ¡No hicisteis nada!
» ¡Actuáis como si no hubiera pasado!
Habían intentado mantener sus innumerables discusiones y conversaciones sobre el tema lo más lejos posible de Elia al ver como había reaccionado durante el incidente.
Isaac empezaba a cuestionarse si había sido la mejor opción.
Si él no hubiese tenido nadie con quien hablarlo se había vuelto loco...
—No lo hemos olvidado...
—¡Pero no hacéis nada!
Se rascó la nuca con pesar. Y estaba buscando una respuesta que darle, cuando, de nuevo, le pareció captó algo. Un movimiento llamó su atención.
Y esa vez no eran invenciones suyas. Esa vez no era la mente jugándole una mala pasada, no eran recuerdos del incidente ni paranoia. El frío que de repente le helaba el cuerpo no podía ser creación suya. Tampoco el vaho que había empezado a salir entre sus labios.
Sin saber cómo, supo dónde mirar. La sentía. La intuía. La notaba.
Sus ojos fueron directos a ella, y sus miradas se encontraron. Los ojos de ella se abrieron ligeramente, sorprendidos, también sus labios delgados.
Fueron tan solo unas fracciones de segundo, pero bastaron para que Isaac notara como una mano se metía en su pecho y tiraba de él en su dirección, hacia ella.
Y con ella vino la incapacidad para respirar, la opresión en la cabeza. Se le cortó la respiración a la vez que las piernas le fallaban. Tuvo que apoyarse en la pared para no caer.
La chica fue la primera en reaccionar. Salió corriendo.
Y el dolor desapareció con ella.
Pero Isaac... Isaac seguía notándola. Su cuerpo sabía dónde tenía que ir, notaba como si una especie de fuerza lo empujara hacia ella, lo atara, lo obligara a alcanzarla. Y tenía que encontrarla. Necesitaba encontrarla.
Con algo de dificultad consiguió incorporarse. Cerró los ojos unas milésimas de segundo en los que obligó a sus pulmones a hincharse y a su corazón descender el ritmo. Y entonces se dejó guiar. Salió corriendo, siguiendo su instinto, buscándola, siguiendo esa cuerda invisible que parecía unirlos.
Esquivó alumnos, cruzó pasillos, bajó escaleras. Y entonces lo supo.
Abrió la puerta delante de la que se había parado.
Y allí estaba ella.
En ese momento pudo observarla bien por primera vez.
Ella también a él.
La melena de denso pelo oscuro que enmarcaba su rostro contrastaba con la palidez enfermiza de su piel surcada de pecas. Sus ojos monopárpados de un negro más oscuro que la tinta lo observan con atención y miedo. Sus labios evidenciaban la tensión que la asaltaba.
Y entonces Isaac finalmente comprendió por qué le había llamado la atención su ropa. Era una bata de hospital.
Finalizó el análisis con rapidez, temiendo perder la oportunidad. Pero ella seguía examinándolo en detalle cuando Isaac finalmente se atrevió a hablar. Se forzó a plantar los pies en el suelo para no seguir acercándose a ella por más que su cuerpo quisiese hacerlo. Por más que sintiese como una cuerda lo empujaba en su dirección.
—¿Quién eres?
Los ojos de la chica parecieron salírsele de las órbitas oculares.
—¿Cómo...? ¿Tú...? No... Yo no...
Y en ese preciso momento, el móvil de Isaac empezó a sonar.
Al levantar la mirada la chica había desaparecido.
Y la sensación desapareció con ella.
Alma desaparece pero aparece nuestra segunda chica misteriosa...
¿Por qué Isaac parece estar atado a ella?
¿Y dónde demonios se ha metido Alma?
*inserten teorías aquí*
onrobu
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