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Capítulo 20

Isaac se había adueñado de la más apartada de las habitaciones, un pequeño dormitorio en la primera planta orientado a la parte trasera de la granja con vistas a la pradera y al bosque que la rodeaba.

La madera era el material predominante de toda la granja y esa habitación no era la excepción, además del suelo, tres de las cuatro paredes estaban cubiertas de madera blanca, la misma que recubría la mayoría de las paredes tanto interiores como exteriores. La cuarta contaba con una estantería de suelo a techo llena a rebosar de volúmenes antiguos que desprendían nubes de polvo cada vez que los tocaba.

Una pequeña cama ocupaba toda la longitud de la pared contraria, y aun así Isaac tenía que estirarse en diagonal para poder extender las piernas al completo. Del cabecero de madera oscura colgaban diversos amuletos de hilo tosco teñido de colores con hierbas y piedras entretejidas.

Las sábanas blancas, aunque limpias, habían adquirido un cierto tono amarillento que evidenciaba su antigüedad. Eran suaves al tacto y muy finas debido al uso. A los pies una manta de lana plegada era su única protección contra el frío cada vez más gélido de la noche.

A modo de mesilla de noche descansaba un diminuto escritorio individual, también de madera, que le recordaba a los pupitres antiguos de las escuelas, puede que lo hubiera sido. Dentro había encontrado un tintero, diversas hojas de papel en blanco manchadas de humedad y un par de plumas oxidadas. Encima, un farolillo de aceite: la única fuente de luz del dormitorio durante las noches de otoño cada vez más largas y oscuras.

Era el momento del día que más disfrutaba. Apartaba las cortinas, abría la ventana de grueso cristal un tanto translúcido, y contemplaba el cielo mientras la piel se le erizaba en contacto con el gélido aire cargado de bosque. Al estar alejados de todo rastro de civilización, por las noches el firmamento se convertía en una ventana al universo digna de ser contemplada.

Apoyaba los brazos en la repisa, y, contemplando las estrellas, se obligaba a dejar la mente en blanco. Era el único momento del día en que lograba alcanzar una cierta paz, olvidarse por unos instantes de la realidad, de la desaparición de su hermana.

En ese instante estaba haciendo todo lo contrario.

Se encontraba sentado con las piernas cruzadas en el suelo, la espalda apoyada en la pared. Había estado hojeando un par de libros que en ese momento se hallaban apilados a su lado, ya olvidados. No había sacado nada en claro de ellos.

Su mente rememoraba una y otra vez todos los eventos sobrenaturales que había vivido en un intento de encontrar algún hilo del que tirar. ¿Había visto o escuchado algo que le pudiera ser de utilidad? ¿Algo de lo que había dicho el demonio podría tener alguna pista oculta? ¿Podía haber revelado información de manera inconsciente?

El hecho de que hubiera tomado el cuerpo de un chico del instituto reducía un montón la información que pudiese rascar. Si hubiese poseído a alguien ajeno a la institución educativa podría haber indagado si tenía propiedades, dónde vivía o trabajaba. Sabía que el demonio podía haber llegado a ocupar un cuerpo y después desplazarse hasta el instituto, secuestrar a su hermana y ocultarla en un lugar que no tuviese ninguna relación alguna con la vida del cuerpo que había tomado, pero también podía ser el contrario. Lo desconocía. ¿Tenían suficientes recursos como para investigar a la persona primero y decidir si poseerla o no? ¿Podían haber escogido a un hombre que tuviese una casa perdida en medio del bosque donde supiesen que ella no sería encontrada?

Desconocía si el demonio había tenido mucha suerte escogiendo a alguien de su entorno o si había sido muy astuto. O puede que hubiese sido simplemente una cuestión práctica, lo ignoraba.

En todo caso, de entre todas las opciones disponibles habían escogido un almacén abandonado para tenderle una trampa. Un lugar donde nadie repararía en lo que sucedía. ¿Podían tener entonces a Elia en otro lugar apartado e incluso abandonado?

Sabía que la posibilidad era alta, pero si algo caracterizaba toda esa zona era su gran extensión y su baja densidad de población. Había miles de cabañas apartadas, miles de almacenes abandonados, casas alejadas de todo rastro de humanidad, miles de kilómetros y kilómetros de bosque.

No tenían por dónde empezar.

En uno de los libros había leído que los seres infernales alteraban el campo electromagnético del lugar donde estuvieran. Por lo que un lector destinado a medir estas frecuencias podía ser un elemento usado para detectarlos.

En una de las ocasiones en que Alma había aparecido se lo había propuesto, la parca había descartado la idea rápidamente. Cuando tenían tanto territorio por delante, ir de un lado para otro esperando recibir alguna señal era una pérdida de tiempo. Las posibilidades de captar algo eran ínfimas. Tendrían que haber centenares de ellos para que pudiesen ser detectados sin estar el lector a pocos metros.

Alma había optado por tirar de contactos para descubrir si alguien sabía o había escuchado algo sobre Elia, contactos que no dudarían en usar a Isaac en propio beneficio si llegaban a descubrir quién era. Había sido el principal motivo por el cual no lo había dejado acompañarla.

En sus idas y venidas había descubierto que diversas brujas, así como un ocultista y un grupo de cazadores se habían visto atraídos a los alrededores estrechando el círculo en su busca.

Así que Isaac se encontraba sentado en el suelo, incapaz de ayudar. Incapaz de hacer nada. Incapaz de buscar a su hermana. Porque todos lo buscaban a él y si lo encontraban Elia podía darse por perdida.

Leer y rememorar los hechos en busca de cualquier pista o indicio era lo único que podía hacer para ayudarla.

Y así volvió a hacerlo. El primer contacto con Alma, el incidente, los encuentros con Asia, el ataque del demonio, el almacén... escena tras escena, recuerdo tras recuerdo eran rememorados en su mente. Una y otra vez.

«Cascades Hwy número quinientos cuarenta y dos. Tienes dos días para entregarte antes de que empecemos a disfrutar a fondo de ella». Ese momento salía a la superficie continuamente. Su sonrisa taimada. Su rostro putrefacto. Sus ojos negros. Y con él, cada vez el miedo crecía. Y el odio.

Habían tomado a Elia durante el caos para que Isaac se les entregara voluntariamente. Habían sido incapaces de llegar a él debido a la vigilancia y protección de Alma. Pero nadie había estado protegiendo a su hermana. No había tenido una parca como sombra.

La posibilidad de que se la hubiera llevado el chico del instituto era muy baja. Por lo que había descubierto en uno de los tomos de Idara, los únicos demonios que podían pasar por humanos eran las brumas negras que poseían cuerpos. Al hacerlo eran capaces de teletransportarse, pero, a diferencia de las brujas, solo a ellos mismos: no podían materializar a un segundo ser. Así pues, tenían que habérsela llevado de forma 'tradicional', había habido al menos un segundo demonio que la había capturado y transportado, ya fuera cargándola o con algún vehículo.

Entre el caos que se había generado debía haber sido fácil.

Ningún otro alumno había desaparecido, por tanto, habían tomado el cuerpo de otra persona. ¿De quién? Lo desconocía. No había encontrado noticia alguna que alertase de alguna desaparición por la zona. De nuevo, otra puerta cerrada.

El instituto tampoco contaba con cámaras de seguridad...

—Sé dónde está.

Idara se había materializado en la habitación. Había sustituido el vestido por unos pantalones de tiro muy alto que le sobraban por todos lados, también de época. En la parte superior contaban con diversos botones dorados que no cumplían su función: había tenido que rodearse con un cinturón para que no le cayeran de la cintura. No eran suyos.

La parte de arriba era una camisa blanca de mangas acampanadas con un cuello decorativo formado por varios pliegues que le recordaron a una campanilla; complementaba su look con collares, anillos y pulseras de metales variados y piedras encastadas. Siempre parecía llevarlos consigo. 

Isaac se levantó al instante de su posición en el suelo, su frecuencia cardíaca disparada.

—¿¡Dónde?! —La impaciencia, la inquietud, la esperanza y expectación se filtraba en su voz, pero se obligó a controlarse y no dejarse llevar por sus emociones. Se conocía lo suficiente como para saber que si mantenía la cabeza fría su inteligencia, eficiencia y racionalidad se veían exponencialmente incrementadas. Y eso era lo que necesitaba Elia, no un hermano que llorase por los rincones, sino un hermano que buscase soluciones, que actuara cuando se le presentara la oportunidad. Como acababa de ocurrir.

—En una cabaña en la zona de Waitser.

—¿Dónde está Alma? —Contar con su presencia podía ser de gran ayuda.

—No lo sé. No he podido localizarla.

El chico asintió con la cabeza. Era un riesgo, lo sabía, pero no podía perder la oportunidad. No podía arriesgarse a perderla. No podía.

—Vamos —pidió.

De nuevo la habitación se difuminó, la luz lo rodeó y cayó.



Aterrizó sobre blando, encima de una densa capa de hierba y hojas húmedas. Estaban en medio del bosque, rodeados de helechos, abetos y algunos árboles caducos ya sin hojas.

El frío húmedo y pesado de ese rincón sombrío no tardó en despejarle el mareo. O puede que se estuviera acostumbrando a él, a la sensación de caer sin fin, de caer por la nada hacia la nada rodeado de nada. A perder el horizonte, la seguridad del suelo y la certeza del cielo.

Idara comprobó el perímetro antes de empezar a avanzar. Isaac desconocía cómo sabía en que dirección ir, pero la siguió de inmediato sin titubear. Agradeció que el suelo se tragara sus pisadas, sumiéndolos en un silencio absoluto. No se escuchaban pájaros. El viento no corría. Estaban en medio de ninguna parte.

Anduvieron entre la melaza unos diez minutos antes de que la mujer empezara a aflojar el ritmo, cautelosa y vigilante. Y entonces Isaac vislumbró la cabaña.

Aunque tenía dos plantas, estaba construida con troncos apilados que todavía conservaban la forma redondeada natural de los árboles. Apenas sobresaliendo de la parte trasera había aparcada una camioneta oxidada con unos cuantos años mal llevados. Así la habían trasladado. Su hipótesis no había sido errónea.

Divisó movimiento a través de una de las ventanas de la planta baja, totalmente iluminada, un sujeto de mediana edad. No importaba. Ya no era él. Lo sabía.

Se apresuró a esconderse detrás de un tronco a pesar de que el hombre no mostró indicios de estar vigilando o prestando atención alguna al exterior.

—¿Cómo lo hacemos? —le susurró a la bruja.

Esta se tomó unos segundos para acabar de contemplar la casa.

—En la planta baja hay movimiento, arriba parece que no. Nos materializaremos allí.

Isaac asintió con la cabeza. Solo la planta baja tenía luces encendidas.

—¿Sin distracción?

Pareció considerarlo.

—Sí. A ver si podemos entrar y salir sin que reparen en nosotros.

—Vale.

» Vamo...

No había acabado ni la palabra que ya se encontraba en una habitación oscura. Tardó unos segundos en acostumbrarse a la oscuridad y poder ubicarse. Apoyó una mano en la pared para no caer, sobreponiéndose al mareo. Estaba fría al tacto, azulejos.

Se trataba de un baño antiguo. La mayor parte de él la ocupaba una bañera de un tamaño notable si se comparaba con las dimensiones del espacio. Una bañera llena de moho.

Compartieron una mirada de confirmación antes de que Idara avanzara con precaución hasta la puerta y colocara la mano en el picaporte. Lo bajó poco a poco. La puerta no crujió cuando empezaron a abrirla.

Isaac dio gracias a los dioses, y, vigilando cada pisada que daba, salieron al pasillo. Era estrecho y oscuro, fuera ya empezaba a anochecer, y olía a polvo y humedad.

A su derecha tenían las escaleras que bajaban a la planta baja, a su izquierda tres puertas cerradas. Marcharon hacia allí, las rodillas flexionadas y el aliento contenido.

Isaac pegó la oreja a la primera. Dentro no se escuchaba ruido alguno. Inspiró un par de veces antes de posar la mano en la manija esférica y empezar a girarla con una pasmosa lentitud.

Había abierto la puerta unos pocos centímetros cuando decidió meter la cabeza para evitar jugárselas con las bisagras. Dado el descuido del lugar, parecía probable que chirriasen y acabasen alertando a los ocupantes.

Contempló una habitación pequeña con la cama desecha y las sábanas en el suelo. Las puertas del armario se encontraban abiertas y todo su contenido, principalmente cañas de pescar, estaba desperdigado por el dormitorio junto a envases de comida rápida y bolsas de patatas fritas de tan solo unos días de antigüedad. Aun así, un fuerte olor a putrefacción le invadió las fosas nasales. No había nadie, pero evidenciaba que llevaban allí un tiempo.

¿Estaría Elia con ellos?

Con un movimiento de cabeza le indicó a Idara que allí no había nada de interés antes de avanzar hasta la segunda puerta. Volvió a pegar la oreja y al no escuchar nada se atrevió a abrirla con cautela. Presentaba el mismo panorama que la anterior.

Con el corazón en un puño siguió avanzando. Si Elia no estaba en el tercer dormitorio había dos posibilidades, que estuviera abajo acompañada, mínimo, de un demonio, o que no estuviera.

Isaac apretó la mandíbula. Tenía que estar ahí. Rezaba para que estuviera allí.

Giró la manecilla y presionó, pero la puerta no se abrió. Estaba cerrada con llave.

Estaba cerrada con llave.

¿Su hermana estaría allí?

Ambos se contemplaron durante unos instantes sin poder comunicarse más allá de las miradas y los gestos. Idara le obsequió con un asentimiento y se esfumó.

Isaac se quedó solo en el pasillo. El pánico le invadió momentáneamente, estaba solo. ¿Qué hacía? ¿Qué hacía? No tuvo tiempo a idear un plan: la puerta que lo separaba de la habitación estalló en mil pedazos cuando un cuerpo impactó contra ella.

Que el tiempo pareciese ralentizarse a su alrededor fue lo único que le permitió esquivarlo a tiempo para no quedar sepultado bajó el hombre medio desnudo que se estampó contra la pared del pasillo, bloqueándole la salida.

Aunque era musculoso lucía demacrado. Una barba sucia de cuatro días le cubría el mentón prominente. Su rostro, feo pero ordinario, pareció desdibujarse durante unos instantes hasta revelar una máscara de putrefacción. Un cráneo lleno de piel muerta negruzca y pus, unas cuencas vacías de ojos rojos y unos dientes podridos le dieron la bienvenida.

La máscara desapareció tan pronto llegó y y el hombre empezó a ponerse en pie, una sonrisa adornándole los labios. Le vino a la mente el chico del instituto, su risa taimada. Su crueldad.

Solo tuvo tiempo a echar un vistazo al interior de la habitación, donde Idara repelía dos demonios más, antes de tener que centrar toda su atención en el sujeto que tenía delante. Estaban solos. Estaba solo. Tenía que espabilarse por su cuenta.

Palpó detrás suyo en un intento de encontrar cualquier cosa con lo que poder defenderse: un mueble, una escultura, un paraguas... cualquier cosa. Sus manos solo encontraron un cuadro de una trucha. Lo descolgó sin apartar la vista de él y antes de que el hombre pudiera acabar de levantarse se lo estampó en la cabeza con todas sus fuerzas.

No sirvió para nada.

Mil pedazos de vidrio salieron despedidos en todas direcciones, pero el demonio no dio señal alguna de dolor.

—Mierda —susurró entre dientes.

Se apresuró a agacharse y sin ver nada, la oscuridad cada vez más presente, palpó el suelo hasta dar con un trozo de cristal de medida considerable. Lo empuñó con dificultad, no era un cuchillo o una daga, siendo un trozo de vidrio, era tan probable que se lo clavara al otro como que se cortarse él mismo al sujetarlo.

No tuvo tiempo de pensarlo, el hombre saltó hacia él.

Isaac solo tuvo tiempo a cuadrarse y alzar el trozo de vidrio con fuerza. Se le clavó en las palmas, la sangre empezando a manar al instante, no importó. El hombre no pudo frenar su impulso e Isaac notó como de pronto aparecía una resistencia que la propia inercia saldaba. El vidrio se internó en el ojo del demonio, profundo.

Sus manos se embadurnaron de sangre y de un líquido que no logró identificar. Dejó el cristal con rapidez.

Aunque no dio señal alguna de dolor, retrocedió unos centímetros, sorprendido. Isaac aprovechó para recuperar de su mente el exorcismo que le había escuchado salmodiar a Alma y que después había memorizado completo en la granja. Sabía que los demonios no podían ser asesinados como lo sería un humano, esas palabras eran su única opción. Decapitarlos como había hecho Alma no parecía viable.

Si el exorcismo no funcionaban solo podía esperar cegarlo y atacar laparte trasera de sus rodillas para que cayera y no volviera a levantarse confiandoque eso le diera suficiente tiempo para huir.

Rezó para que el cántico funcionara, pero cogió otro trozo de vidrio por si acaso mientras el demonio se quitaba el cristal del ojo y se preparaba para volver a embestirlo.

Evoco potentiam concessam per lucem, benedictionem Azrael patris venatorum. Exorcizamus te, spiritus, entitas infernalis exortus... —El hombre volvió a saltar contra él sin dar muestra alguna de que el exzorcismo estuviera haciendo efecto. Isaac volvió a empuñar el trozo de cristal. Esa vez no funcionó.

El demonio lo esquivó con una velocidad inhumana mientras las mismas garras que habían apuñalado a Alma se dirigían hacia pecho.

Logró eludirlas por unos milímetros, su cántico viéndose interrumpido por la pelea.

Y en esos breves instantes que tuvo antes de tener que centrar toda su atención en esquivar el segundo golpe, vislumbró por las esclaeras aparecían tres sujetos más.

Estaba jodido. 


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