Capítulo 10
Tan solo por sus expresiones, Isaac supo a ciencia a cierta que de repente podían ver a Asia. Que Alma había hecho algo y ahora los tres podían contemplar a la chica que continuaba debatiéndose a escasos centímetros del suelo, luchando por respirar, por aferrarse a la vida.
¿Sería eso a lo que se refería la mujer con encontrar a la muerte? ¿Sería Alma capaz de acabar con la vida de Asia?
No quiso descubrirlo.
A pesar de esa parte de sí que siempre ansiaba respuestas, la misma que lo había empujado a subir a su habitación durante el incidente a pesar de las reticencias de sus amigos o que había seguido la sensación que tiraba de él hasta ella, esa vez no hubo duda. No quería descubrir la respuesta.
Asia... Asia era... sentía... «No». Tenía que centrarse, ignorar el miedo, la preocupación, el estupor; la conexión con ella; todas y cada una de las preguntas que revoloteaban en su mente: ¿Cómo lo había hecho Alma? ¿Tenía poder sobre las almas? ¿Podía hacerlas visibles? ¿Tocarlas? ¿Quién era? O mejor dicho ¿qué era?
Se aseguró de que su rostro fuera una máscara implacable: la respiración perfectamente controlada, los músculos relajados e inexpresivos.
—Bájala. —Volvió a ordenar con frialdad.
—No le pasa nada. —Acompañó la afirmación con un ademán de mano para restarle importancia. Parecía no costarle esfuerzo alguno sujetar por el cuello una chica que forcejeaba a unos centímetros del suelo—. No necesita respirar. Es solo... el instinto —añadió con un tono que no supo identificar. ¿Estaba disfrutando? ¿Asfixiar a una chica le causaba placer? ¿O era indiferencia lo que captaba en su tono? ¿Asco? ¿Diversión?
Era prácticamente imposible de leer.
Con esa afirmación la confusión de Naia y Áleix aumentó todavía más, la chica alternaba la mirada a toda velocidad entre Isaac y Alma y Asia, Áleix no apartaba la vista de la última y la expresión de terror que adornaba su rostro.
Sin mirarlos, Isaac se dirigió a sus amigos: —Asia es un fantasma —les explicó con voz neutra desde su posición en el suelo. En ese momento notó como la presión que lo rodeaba se aflojaba ligeramente. Conteniendo un gruñido por el esfuerzo, consiguió incorporarse hasta quedar sentado con la espalda contra la pared.
—Alma, bájala ya. No puede hacerte nada. Tienes el control total de la situación. Nos tienes a todos.
» Bájala.
Observando a Isaac con diversión sus cejas de alzaron levemente a la vez que reía con ironía y negaba con la cabeza. Sin embargo, y tras un resoplido irritado, acabó bajando a Asia permitiendo que sus pies tocaran el suelo y sus pulmones se llenaran de aire.
No dejó de sujetarla por el cuello, ahora sin apretar, pero manteniendo a Asa quieta y obediente con la amenaza implícita de volver a empezar.
Sus inspiraciones fueron rápidas y erráticas, superficiales. Estaba hiperventilando. No debería haber sido así. Tras los largos minutos que se habían sucedido, Asia tendría que haber perdido la consciencia. Que no lo hubiera hecho le aseguraba a Isaac, que al menos, en eso, Alma no había mentido. Asia no necesitaba respirar.
Alma dirigió la mano con la que había chasqueado los dedos hasta el bolsillo de su bata hospitalaria. Sacó el anillo de plata que Isaac había tenido en sus manos escasas horas antes.
—¿De dónde lo has sacado? —Volvió a preguntar marcando cada una de las sílabas como si así Asia fuera a comprenderla mejor.
Al ser finalmente capaz de verla, Naia empezó a entender la situación, ubicando el tono amenazador que estaba utilizando Alma y la indefensión de Asia. Decidió actuar. Plantó los pies en el suelo, su cuerpo se tensó, su ceño se frunció ligeramente a causa de la concentración, y, estaba ya empezando a saltar contra ella, cuando Alma, sin apartar la mirada de la chica que seguía reteniendo, se dirigió a ella.
—Quédate donde estás —le advirtió. Naia no tuvo tiempo a frenar el impulso, no tuvo tiempo a cumplir las órdenes antes de que la misma presión que rodeaba a Isaac la rodeara a ella también.
Su cuerpo empezó a temblar descontroladamente, Isaac sabía que estaba intentando vencer la fuerza exactamente como intentado hacer él. También sabía que sería en vano.
En vez de lanzarla por los aires como había hecho con el chico, apretó la presión cada vez más (motivo por el cual Naia aumentaba la resistencia que oponía) y entonces la hizo desaparecer de golpe. La chica soltó un grito de sorpresa al mismo tiempo que caía al suelo presa de la inercia.
Áleix se acercó a Naia esperando también ser golpeado por la fuerza invisible, pero ante sus obvias intenciones, que no implicaban ir contra ella, no recibió ataque alguno. Se arrodilló al lado de Naia para asegurarse de que se encontraba bien.
Elia seguía inmóvil bajo el umbral de la puerta.
—Última vez que lo pregunto: ¿de dónde lo has sacado?
—Cuéntaselo —le pidió Isaac a Asia. No tenían nada que ocultar, nada que perder. Desconocían el poder que tenía, desconocían hasta donde podía llegar. Ni siquiera podían llegar a comprender o imaginar que podía ocurrir si realmente se enfadaba, si decidía sacarle la verdad por las malas. Y no quería descubrirlo. No quería ver como la hería a ella o a sus amigos mientras él seguía inmovilizado en el suelo, inútil.
Intentó una vez más vencer a la fuerza que lo sujetaba, pero, de nuevo, fue en vano.
Asia asintió un par de veces con rapidez y con los ojos cristalizados empezó a relatar todo lo que había ocurrido: cómo había muerto, cómo la mujer le había pedido que encontrara a la muerte y le había entregado el anillo; como no había sabía que hacer, ignorando la sensación que la atrajo finalmente hasta Isaac; cómo se habían encontrado.
Si bien la expresión de Alma era prácticamente ilegible, Isaac fue notando a medida que avanzaba el relato de Asia como sus músculos empezaban a tensarse, como aumentaba su expectación. También su rabia.
Estaba furiosa, pero también preocupada. Y nerviosa.
—Mierda, mierda, mierda... ¡Joder!
» ¿Cómo era la mujer? —Ya no había rastro alguno de diversión en sus palabras. Y a pesar de ello, antes de que Asia pudiera responder, Isaac decidió arriesgarse.
—Sabes que lo que ha contado es verdad, no ha hecho nada mal. No supone un peligro para ti. Déjala. Por favor, déjala.
Sus amigos observaron a Isaac con alarma, temerosos de cómo podía reaccionar, pero finalmente pareció entrar en razón.
Aflojó la presión que mantenía en el cuello de Asia hasta dejarla libre. Esta se llevó las dos manos al cuello en un acto reflejo. Sus ojos evidenciaban el dolor, el pánico, la estupefacción, pero se mantuvo firme y no le dio motivo a Alma para desconfiar.
Con la voz más segura que fue capaz de conjurar, contestó a su pregunta.
—Tenía el pelo negro ligeramente ondulado, la piel clara. Estaba muy seria y vestía una especie de túnica completamente negra que le ocultaba los brazos y los pies. Era mayor que tú, debía tener... no lo sé... ¿Veinticinco? ¿Treinta? No lo sé, no lo sé...
Alma ignoró su tartamudeo final, estaba demasiado ocupada soltando improperios entre dientes mientras parecía contemplar las opciones que tenía. Por su expresión debían ser pocas.
Durante esos segundos a Isaac no le pasó desapercibido como se guardaba disimuladamente el anillo en el bolsillo de los pantalones.
—¿Qué está pasando? —se atrevió a preguntar. Pareció más una orden.
—Lo que pasa principito, es que estás jodido. Bien jodido. —Su voz estaba teñida de sorna en un intento de tapar la preocupación subyacente de sus palabras.
—Y dale con los motes —murmuró Naia para sí misma. A Isaac le costaba entender cómo sus amigos no habían sucumbido al pánico como le había ocurrido a él al descubrir la verdad sobre Asia. Como no estaban histéricos, como seguían tan serenos, tan enteros. Puede que fuera a causa de Alma, que el miedo y la adrenalina hubieran suavizado todo lo demás. Lo desconocía.
Lo que sí que notó fue el cambio en al ambiente, el punto y aparte en la conversación. Para llamarla de algún modo.
Su hipótesis se vio reforzada cuando de pronto la presión sobre él cesó de golpe. Con su campo de visión volviéndose negro durante unos instantes y notando por primera vez el dolor de cabeza que le martilleaba las sienes, se levantó con cierta dificultad y tras considerar la situación brevemente decidió acercarse a Elia.
—Vete. Enciérrate en la habitación. Después te lo cuento todo, te lo juro —le prometió sujetándola por los hombros para obligarla a mirarlo y centrarse en él.
Su hermana no mostró indicio alguno de haberlo escuchado antes de desaparecer por el pasillo. Isaac no volvió a centrar su atención en los presentes del dormitorio hasta escuchar el sonido del pestillo.
Sabía que era inútil, que en el momento en que había seres capaces de traspasar paredes o materializarse donde quisieran ningún lugar era realmente seguro, pero también sabía con certeza que tenía que alejar a Elia tanto como pudiera. Era su hermana pequeña. Tenía que protegerla tanto como le fuera posible. O al menos evitarle presenciar lo máximo.
Por más que hubiera querido saber, así lo evidenciaba su incursión en el almacén de administración, no estaba preparada para ello. Su parálisis, su lloro, su expresión, así lo aseguraban.
Una vez su hermana se hubo encerrado en su habitación e Isaac se volvió de nuevo hacia la habitación, sus ojos recorrieron el dormitorio con rapidez para evaluar la situación. Y fue entonces cuando reparó en que Asia había desaparecido. Y él no lo había notado. No había sentido un vacío, una falta. No la notaba. Tampoco el agujero en el pecho.
Nada.
—¿Qué, principito, ¿listo para descubrir qué está pasando? —preguntó Alma sin dejarle ocasión de preguntar por Asia. Y eso solo hizo que extrañarlo. ¿Por qué de repente había decidido contárselo todo? ¿Qué le había hecho cambiar de opinión? ¿O simplemente había adoptado otra estrategia para lidiar con lo ocurrido? Empezar a contar para evitar preguntas, para conducir y controlar la información que salía a la luz.
Isaac intuyó que tendría que ver con la mujer misteriosa que había estado con Asia durante su muerte. Había sido al mencionarla que se había empezado a poner nerviosa ¿no? Cuando su actitud había cambiado.
Con esas preguntas rondándole la mente a Isaac, Alma empezó su relato, pero más que respuestas, les dejó nuevas incógnitas. Montones y montones de nuevas incógnitas.
—Cuando una persona muere uno de mis hermanos, o yo, nos dirigimos hasta ella para acompañar su alma hasta su lugar de descanso. Ya sea el alto cielo, el purgatorio de almas o el mismísimo infierno.
» Así lo hemos hecho desde el inicio de los tiempos. Así debemos hacerlo hasta el final de los días. Este orden nunca ha sido quebrantado porque no puede serlo. Es el orden de la vida. Nunca ha cambiado. Nunca debería haberlo hecho.
» Pero ha sucedido y ahora las almas no pueden abandonar el plano mortal.
» Nadie sabe el por qué. Nadie sabe hasta cuándo. Nadie sabe qué pasará. Ni las consecuencias que esto provocará.
Una sonrisa maliciosa adornó su rostro al contemplar sus expresiones confusas. Y así concluyó su justificación de lo ocurrido, o su explicación. Isaac no lo sabía a ciencia cierta. ¿Debía creérselo? ¿Estaría engañándolos? Y si no era el caso ¿por qué se lo inventaba? ¿Cómo se relacionaba con ellos?
—¿Y qué tiene Asia que ver en todo esto? ¿Qué tengo yo que ver? —Las preguntas se arremolinaban en su mente sumiéndola en un intenso huracán. El cielo y el infierno eran reales. ¿Existían los ángeles y los demonios? ¿Era imposible si tenían en cuenta que existían los fantasmas? ¿Qué Alma podía aparecer de la nada? ¿Qué parecía tener telequinesis?
¿Existía Dios? ¿Existía el diablo? ¿Cuál de todas religiones tenía razón? ¿O la verdad era una mezcla de todas ellas?
Alma no le dejó seguir con este hilo de pensamiento, ya que al contestar las dos preguntas que había formulado en voz alta, un nuevo mundo de incógnitas se abrió ante él.
—La chica fantasma es un simple peón en este juego —¿juego?—, tú en cambio... —ronroneó con dramatismo saboreando cada una de las palabras mientras negaba con la cabeza—. Tú en cambio, pequeño principito, eres una de las piezas clave.
» O eso creen todos.
Vale vale vale... ¿qué acaba de ocurrir? ¿Alma miente? ¿O no? ¿Cómo se relaciona con Isaac y Asia? ¿Qué demonios significa 'eres una pieza clave del juego'? ¿¡Qué juego?!
Muchas preguntas, pero también algunas respuestas. Ahora sabemos a ciencia cierta que Asia es real. Y nuestros queridos amigos Naia, Áleix y Elia pueden verla.
Muchas gracias por las lecturas, los votos y los comentarios. Me hace muchísima ilusión leeros, así que, gracias 🧡
¡Nus vemos el martes!
onrobu
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